Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

29 Separación

La mañana siguiente la pasamos preparando nuestra salida. Los milenarios, Lústogan y Sharozza fueron a la biblioteca a recibir la reliquia prometida. Yo rechacé los sacos de conchas lo más amablemente posible y Kala decidió quedarse con uno.

«Como recuerdo,» se justificó.

Puse los ojos en blanco. Con una concha hubiera bastado ampliamente…

«Bah, siempre puedes usarlas para marcar el camino. Así no te perderás,» lo felicité.

Eché un vistazo por la explanada. Tafaria y Layath estaban muy ocupados cuidando de la hidra. Le estaban limpiando las escamas y mojándolas regularmente para que no se secasen. Zeïpuh estaba medio despierta, pero no parecía preocuparse por el ajetreo de nurones alrededor del monolito. Zurka Ors'En'Kalguia, príncipe heredero de Merbel, se había dirigido a Isleña hacía horas con un pequeño cortejo diplomático. Faltaba esperar que los rosehackianos no reaccionaran agresivamente.

«Esto…»

El repentino carraspeo me hizo girarme, interrogante. Erla Rotaeda había salido de la residencia. Vestía una simple túnica oscura que le había procurado Tafaria. En ese momento, me hizo pensar extrañamente en el Lotus de los recuerdos de Kala.

«Drey Arunaeh,» pronunció. «Ahora que el monolito está abierto y que mi promesa está cumplida, supongo que vais a regresar a Dágovil, ¿verdad?»

«Bueno… Mi hermano tiene que volver al Templo del Viento,» admití.

Erla se aclaró otra vez la garganta.

«Parece que has olvidado lo que habéis hecho. Habéis como quien dice raptado a una nahó, liberado a los presos de Makabath y destruido la prisión…»

Resoplé bruscamente.

«¿Raptado? ¿En serio me estás diciendo…?»

«Tranquilo,» sonrió Erla. «Basta un papel firmado por mí explicando las circunstancias y no tendréis problema alguno.»

Entorné los ojos ante su expresión obvia.

«¿Qué es lo que quieres?»

Erla Rotaeda echó una ojeada hacia la puerta de la residencia antes de confesar, bajando la voz:

«Mañana empieza el Festival de Trasta. Le prometí a Psydel que participaría y ganaría el premio runista. Si consigues llevarme ahí a tiempo sin que…»

Su rostro se cerró y calló de golpe. Boki acababa de salir y se dirigía hacia nosotros con paso rápido. Esbocé una sonrisa.

«Redacta ese papel y llegarás a Trasta antes del Festival.»

La joven runista me miró con un brillo de esperanza en los ojos.

«Promesa de Arunaeh,» añadí, levantando el puño. Me entró complejo de Yodah y bajé la mano diciendo: «Aun así, me sorprende que confíes más en mí que en tu guardaespaldas.»

Erla Rotaeda resopló de lado.

«Se me ocurrió marcharme sola este o-rianshu pero pensé que sería indigno de una Rotaeda. Así que no te queda otra que venir conmigo. Me voy dentro de dos horas, así que prepárate. Y Kibo no es mi guardaespaldas, ¡es un guardia de mi abuelo!»

Se alejó sin esperar mi respuesta. La miré, burlón. Dudaba de que Boki fuera a impedirle ir a Trasta, pues precisamente era su abuelo Trylan Rotaeda el que nos había pedido que la acompañásemos hasta allí. Se lo hubiera podido decir pero… de saberlo, Erla no me habría pedido ayuda. Obviamente, quería liberarse de la protección excesiva de su familia, quería volar con sus propias alas, y Trylan le estaba echando una mano a su manera, con la esperanza de ayudar a su nieta pero también con el deseo de recobrar el conocimiento bréjico de Lotus. Quién sabe, pensé súbitamente, ¿tal vez ese viejo nahó deseara despertar los recuerdos de Erla para evadir la muerte y reencarnarse? Me sorprendí no haber pensado en ello antes. Quedaba por saber si Trylan era uno de esos viejos que se obsesionaban con la muerte inminente y no podían simplemente aceptarla. No me habría extrañado. En Dágovil, había dicho que no se tomaba en serio ni la muerte pero… eso no significaba que no la quisiera evitar.

Había preparado ya mi saco y estaba sentado con los Pixies, jugueteando con mi diamante de Kron, algo aburrido, cuando oí un tumulto de voces y alcé la mirada. ¿Habían vuelto ya Lústogan y Sharozza? No, eran Yodah y Yánika. Los acompañaba un grupo algo numeroso. Los Pixies y yo nos acercamos, curiosos. Reconocí a Mayk y Zehen. De modo que los dos Zorkias habían bajado también a Merbel, me alegré. Los saludé, eché un vistazo rápido a los demás y me giré hacia Yodah y Yánika, interrogante.

«¿Estos son… los ex-dokohis?» pregunté.

«Los que han decidido salir a la Superficie,» confirmó Yodah.

Los miré con atención. Un humano, una ternian, dos elfos, una drow, un caito… Todos tenían por lo menos más de cincuenta años. Dokohis de la guerra. Mis ojos se centraron en el caito y este se rascó la cabeza mientras la inclinaba levemente.

«Buen rigú.»

«¡Ruhi! ¿Me… recuerdas?» me sorprendí.

«Sólo vagamente,» admitió el Kartano.

Yodah sonrió.

«Yánika ha conseguido liberar los recuerdos de dokohi para todos los que deseaban conservarlos. Nuestra próxima Selladora se está volviendo una gran brejista,» se enorgulleció.

Mi hermana se sonrojó un poco protestando:

«Si me hubieses ayudado, habríamos acabado antes.»

El hijo-heredero agitó la mano para quitarle importancia al asunto. Yodah… suspiré mentalmente. ¿Acaso había usado a los ex-dokohis como sujetos de pruebas para enseñar bréjica a Yánika? En fin, me alegraba de que el Kartano al menos hubiera recobrado cierta cordura gracias a sus recuerdos de dokohi…

«¿Sólo son seis?» pregunté entonces.

«Ocho querrás decir,» sonrió Yodah, señalando a dos humanos respaldados por nurones. Uno, de pelo negro largo, guardaba la mirada clavada en sus manos temblorosas como si estuviera tuviendo pesadillas despierto. El otro, calvo y musculoso, nos observaba con los brazos cruzados. Inspiré bruscamente mientras Yodah confirmaba mis sospechas: «El moreno es Zyro. El monje matón es Kan. Los dos han recuperado la memoria, pero uno de ellos parece llevarlo mejor que el otro…»

Era obvio que Zyro parecía haber perdido el juicio… Yodah agregó:

«Los otros ex-dokohis quieren volver a Dágovil y esperar su juicio. Tal vez esperen volver a su vida pasada o redimirse por sus crímenes cometidos. Pero Kan y Zyro… es otra cuestión. No sabemos aún hasta qué punto conocen el funcionamiento de los collares, en particular Zyro. Me repugna dejarlo en manos del Gremio, así que pensé: ¿qué tal si nos los llevamos a la Superficie a que les dé un poco el aire?»

Me quedé mirándolo con un ojo entornado. ¿Qué pretendía exactamente hacer con los dos líderes de los dokohis? ¿Y a qué se refería exactamente con el “nos los llevamos”?

«¿Así que los demás han decidido entregarse al Gremio?» preguntó Kala, incrédulo. «¿Voluntariamente?»

«Hablas como si fueran a meterlos en laboratorios,» sonrió Yodah. «El asunto se ha hecho público ya con la presencia de Erla Rotaeda por estos lares… Mucha gente estará pendiente del porvenir de esos ex-dokohis. No creo que se les perdonen los actos, sin embargo. Pero ha sido su decisión. Oh, olvidaba mencionar,» apuntó. «Un ex-dokohi nurón ha decidido quedarse a vivir en Merbel, ¿no es maravilloso? En cuanto a estos seis… el humano tiene amnesia, pero los otros empiezan a recordar…»

«Al parecer, tres de ellos son Zorkias de la guerra,» completó Mayk. «Técnicamente, no deberían ser perseguidos por Dágovil, porque no tomaron parte en la revuelta de hace dos años pero…»

«Conozco bien a Reik,» intervino la ternian con voz profunda. «Me cuesta creer que ese muchacho se haya convertido en comandante de los Zorkias, pero si sigue en pie la compañía…»

«Nos reuniremos con ellos, estén donde estén,» afirmó uno de los elfos, mientras el otro asentía en silencio.

Así que se nos habían unido tres Zorkias ex-dokohis de la guerra de la Contra-balanza y los dos líderes dokohis…

«¿Y la drow?» interrogó Jiyari, curioso.

«Oh, ella…» Yodah sonrió misteriosamente.

La drow pasó una mano por su pelo corto, cano y mojado, y puso cara molesta mientras se presentaba:

«Mi nombre es Omalya Norgalah-Odali.»

Solté un resoplido incrédulo. ¿Una Norgalah-Odali? ¿Una miembro de la familia más poderosa del Gremio de las Sombras había sido dokohi?

«Estudié en el Templo del Viento y me especialicé en herrería,» prosiguió. «Aún no tengo claro cómo pasó todo pero… parece que, desde que terminó la guerra, he estado colocando y soldando los collares dokohis con mis artes… durante muchos años.» Se estremeció bajo nuestras expresiones asombradas. ¿Con que era ella la herrera que le había puesto el collar a Orih, a Naylah y a tantos otros saijits capturados por los dokohis? Murmuró: «L-lo siento. Ni siquiera me siento lo bastante valiente como para volver a Dágovil ahora… Necesito tiempo para entender…»

Yánika le cogió la mano con dulzura.

«¿Sabes? No tienes la culpa de lo que el collar te obligó a hacer.»

Los labios de Omalya se curvaron en una sonrisa trémula.

«Gracias por intentar consolarme, muchacha, pero no merezco ningún consuelo. Yo que me enorgullecía de ser una de las únicas Norgalah-Odali con la conciencia limpia… me he convertido en un verdadero demonio. ¡Lo siento! Lo siento, lo siento…»

Yánika intentó consolarla de nuevo, simplemente manteniéndose a su lado. Me rasqué una mejilla y, al ver a Yodah alejarse hacia la residencia, lo seguí y lo llamé.

«Yodah. Antes has dicho “nos los llevamos a la Superficie”.»

«Oh… Te refieres a Kan y Zyro. ¿Qué ocurre?»

Carraspeé.

«Personalmente, iba a pasar por el monolito, porque tengo asuntos en Trasta, pero…» Lo escudriñé. «¿No pensarás acompañarnos?» Yodah sonrió ampliamente. Resoplé. «¿No tenías asuntos en la isla?»

«No particularmente,» admitió. «Dejé la Llave de la Mente en manos de Mériza, y mi padre me pidió que trajera de vuelta a Yánika, pero no parecía tener prisas, así que pensé en dar un pequeño rodeo por la Superficie y ir a ver a nuestra Fundadora. ¿No puedo?»

Meneé la cabeza. No podía más que entender su curiosidad por Tchag.

«Haces lo que quieres. Pero… Le estás tomando el gusto a la aventura, ¿eh?»

Yodah se detuvo junto a la puerta de la residencia y se giró hacia mí con una expresión burlona.

«Y me lo dice el que ha visto un Jardín con inmortales.»

Mientras pasaba adentro de la pirámide, agrandé los ojos y resoplé.

«¿Eso era envidia?»

Yodah rió quedamente alzando una mano.

«¿Qué dices? Un Arunaeh no siente envidia.»

Puse los ojos en blanco. Dijera lo que dijera, era obvio que al hijo-heredero le hubiera gustado ver el Jardín con sus propios ojos.

* * *

Los milenarios, Lústogan y Sharozza no tardaron en regresar de la biblioteca. Mi hermano había elegido la reliquia. A Galaka Dra le habían regalado otra por abrir el monolito.

«No sé qué voy a hacer con tu hermano, Drey,» refunfuñó Sharozza a mi intención. «Entre todas las maravillas que tienen en esa biblioteca, ha elegido un artilugio llamado microscopio petrográfico. Una baratija. Aun así, no me quejaría si fuera a venderlo, pero ha dicho que se lo iba a quedar para aprender más sobre las rocas. ¡Se creerá que las deudas se pagan solas!»

«Hablas como si la deuda fuera problema tuyo,» carraspeó Lústogan mientras sacaba el microscopio de su caja. «Pagaré la deuda con mi propio esfuerzo. Si fuera a redimirme tan fácil por robar el Orbe del Viento, ridiculizaría el castigo que me dio el Gran Monje. Drey, ¿quieres ver esto?»

Me enseñó su nuevo regalo con inusual excitación. Examinamos de cerca varios materiales, y hasta probé poner mi diamante de Kron debajo del foco. Estábamos admirando los dos el resultado por cada ocular cuando se nos acercó Kala curioseando:

«¿Qué es eso?»

Lústogan lo fulminó con la mirada y volvió a meter el microscopio en la caja diciendo:

«Es frágil.»

«¿Por qué me miras así?» protestó Kala. «¡No lo iba a tocar!»

Me reí y le palmeé el brazo a Kala diciendo:

«Déjale. Cuando Lúst protege sus cosas, no entiende razón.»

Un tumulto nos hizo girarnos hacia el monolito y la hidra. Zeïpuh se había levantado. Diablos… ¿la iban a hacer pasar ahora? Supuse que era mejor hacerla pasar antes de que volviera el príncipe de Merbel con un acuerdo diplomático, pero había esperado secretamente que nos marcharíamos antes para no tener que volver a cruzarme con la criatura…

«¡Está pasando!» exclamó Yánika, corriendo hacia nosotros. «¡Zeïpuh está pasando el monolito!»

Tafaria animaba a la hidra. Con los ojos vendados, la criatura avanzaba paso a paso, rodeada de nurones atentos armados de tridentes. Más exactamente, avanzaba y retrocedía, inquieta seguramente al sentir la energía órica rodearla.

«Está tardando mil años,» bostezó Yodah. Me fijé en que llevaba ya al hombro un saco de viaje.

«La caravana de Zombras va a salir dentro de una hora para Dágovil,» comentó Sharozza, intranquila. «Deberíamos irnos ya, Lúst.»

Mi hermano asintió y, mientras la hidra daba un paso más y agitaba su enorme cola, los dos destructores se dispusieron a partir. Mi hermano alzó la mano con cierta torpeza.

«Bueno… Nos vemos,» dijo.

Saoko asintió, igual de seco.

«Nos vemos.»

«¡Cuídate, hermano!» dijo Kala, dándole un abrazo.

Lústogan se apartó, resoplando.

«Cuídate,» dijo Yánika.

Le habló con sinceridad y sin la timidez usual de antaño. Tras una vacilación, Lústogan posó una mano sobre sus trenzas. Sólo duró unos segundos, pero el aura de Yánika se cargó de alegría… que fue rápidamente reemplazada por una súbita emoción de tristeza. Por la reacción de Lústogan, adiviné que iba a soltar algún comentario seco como “tus lágrimas son excesivas” o algo del estilo, pero curiosamente se controló y gruñó simplemente:

«Nadie está muriendo.»

Aunque, pensándolo mejor, tal vez no era una réplica mucho más acertada. Sonreí y alcé el puño.

«Dale mis saludos al abuelo,» dije, refiriéndome al Gran Monje.

«Mm. Cuídate. Y no te dejes influenciar demasiado por… ese hijo-heredero.»

«¿Supongo que me tengo que sentir aludido?» tosió Yodah.

Sonreímos, Sharozza saludó ruidosamente a todos, le estiró a Lúst del brazo, ambos se pusieron las escafandras. Antes de que atravesaran la cortina de azalga, vi a Lústogan echar frecuentes ojeadas a su caja con el microscopio, atada a su mochila. No pagaría su deuda con eso, pero no dudé de que el microscopio lo iba a tener muy ocupado.

Vimos cómo la punta de la cola de Zeïpuh desaparecía al fin de la explanada. La teleportación de la hidra hacia Isleña había sido todo un éxito. Los rosehackianos de la isla imperial iban a morirse de miedo si se la encontraban…

«Bueno,» dije, inspirando. «¿Estáis todos listos?»

Los milenarios, los Zorkias y los Pixies asintieron con firmeza. Entonces, me fijé en un detalle. ¿Dónde estaba Erla Rotaeda? Mi corazón empezó a latir más rápido. Attah. No veía a Boki tampoco por ningún lado. ¿Estarían en la residencia?

“Me voy dentro de dos horas, así que prepárate.”

Las palabras de Erla resonaron de nuevo en mi mente. Ya habían pasado como tres horas desde que me había dicho eso. Palidecí. ¿No se habría ido sin nosotros, acompañada sólo de Boki?

«Ashgavar…»

Salí corriendo hacia el monolito imprecando:

«¡Malditos nahós!»

«¿A quién estás maldiciendo, Arunaeh?»

Me detuve en seco y me giré hacia el grupo de nurones que había estado contemplando la heroica salida de Zeïpuh. Avanzándose, seguida de Boki, Erla Rotaeda me dedicó una mueca altanera y declaró:

«Si llego al Festival con retraso, pagarás cara tu mentira.»

Sin replicar, le di la espalda y seguí caminando hacia el monolito soltando:

«¡Andando, compañía!»