Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa
El sueño se hizo pedazos cuando desperté al oír un grito. Tardé un momento en entender que era mi voz la que gritaba, y mi cuerpo el que se movía. Kala daba puñetazos contra el suelo de la Arboleda de Irsa.
—«¡Lo odio, maldito, lo odio!»
“¿Kala?” me inquieté.
El Pixie se detuvo súbitamente y apretó tanto los puños que me hizo daño.
“Kala, eso duele,” protesté.
—«¿Ah? ¿Duele?» replicó en voz alta con sarcasmo. «No sabes nada de sufrimiento, saijit. ¡Me apartaste como un insecto! ¡No te lo perdonaré!»
Dio otro puñetazo. Nuestras manos no tenían los guantes y la piel estaba llena de arañazos. ¿Desde cuándo Kala se había despertado? ¿Y por qué yo no me había despertado con él?
“Un momento,” lo detuve. “¿Te refieres a cuando te he impedido controlar el cuerpo para que no te precipitaras a por Jiyari? Ciertamente, te falté al respeto al no avisarte, pero tenía el Datsu desatado y tan sólo pensé en el método más eficaz para detenerte. No sé ni siquiera cómo lo hice… ¡Espera!” me alarmé mentalmente cuando Kala golpeó nuestra cabeza contra las plantas. Afortunadamente no había ningún muro de roca cerca, aunque las plantas que nos rodeaban no eran especialmente mullidas… Se agitaron algunas lianas, como mosqueadas. “Entiendo que estés enojado, pero ahora tenemos problemas más urgentes. ¿Dónde están Yánika y Saoko?”
Kala gruñó.
—«No lo sé. Cuando desperté, estábamos aquí. Te odio.»
—«Hasta hace poco éramos buenos amigos,» objeté, robándole el cuerpo para echar un vistazo a todo nuestro alrededor. Plantas y más plantas por todos los lados. Quedaba esperar que Yánika y los demás se encontraban bien como nosotros…
—«¿Ni siquiera vas a pedir perdón?» gruñó Kala, retomando el cuerpo con firmeza. No quería dejármelo…
Suspiré.
“Perdón, Kala. No te pongas así. Lo hice sin pensarlo. ¿Me perdonas?”
Hubo un silencio. Kala se había sentado pesadamente sobre el suelo, una mezcla de tierra, raíces y pétalos. No había rastro de Yánika y Saoko. Las plantas debían de habernos trasladado a sitios diferentes mientras dormíamos…
—«¿No volverás a hacerlo?» preguntó Kala con recelo. «¿Nunca?»
Hice una mueca. Entendía sus temores: después de tantos años esperando un cuerpo para seguir viviendo sin sufrir, ser apartado de esa forma y aislado del mundo lo tenía angustiado. ¿Y si desaparecía para siempre?, debía de pensar. Lo entendía. Pero prometer algo sabiendo lo impulsivo que podía ser Kala a veces… Resoplé de lado. ¿En qué estaba pensando? Kala sólo se sentiría más arrinconado y amenazado si no lo calmaba ahora.
—«Te lo prometo, Kala,» dije en voz alta, levantando un puño. «Palabra de Arunaeh.»
El alivio de Kala no se hizo esperar. Eché un vistazo a nuestro puño ensangrentado y gruñí:
—«Prométeme, a cambio, que intentarás ser menos impulsivo: no quiero compartir cuerpo con un masoquista.»
Kala soltó una carcajada burlona.
—«No sé de qué hablas: ya no hay herida.»
Era cierto, comprobé. Los arañazos habían desaparecido. Aquel Jardín… Me levanté contemplando la cúpula de lianas que cubría esa jungla.
—«Attah. Este lugar será hermoso e increíble pero… tiene un lado aterrador. Movámonos y busquemos a los demás.»
—«¿Y cómo hacemos?»
Hice un mohín. Ciertamente, ¿cómo hacíamos para avanzar cuando las plantas de la Arboleda nos rodeaban y se regeneraban aunque las rompiéramos? La única idea que se me ocurría era… De pronto, tomé una bocanada de aire y me incliné profundamente.
—«¡Oh plantas de Irsa y Weyna, perdonadnos y abridnos un camino, por favor!»
Kala emitió una exclamación sofocada e incrédula.
“¿Ahora les hablas a las plantas? Pareces Galaka Dra.”
“Fue algo que me enseñó el Gran Monje,” expliqué. “Cuando no sabes qué hacer, pide ayuda.”
Observamos las plantas. Durante largos segundos. No se movían. Me puse de rodillas y me incliné repitiendo:
—«¡Por favor! Si me ayudáis a encontrar a mis compañeros y salir de aquí, haré todo lo que me digáis.»
Kala hizo una mueca.
—«Lamento decírtelo, Drey, pero no te están escuchando. Las plantas… no escuchan.»
—«Eso no es cierto,» objeté, enderezándome. «Oí decirle a un botánico de Temedia que a algunas plantas les encanta la música. Hasta dijo que las rosilias cambiaban de color de pétalos acorde con el tipo de música que oían. Y que los zorfos se ponen más rojos cuantos más piropos les sueltas…»
—«¿Me estás vacilando?» me cortó Kala, exasperado.
—«No,» sonreí. «Aunque lo último parece ser falso: lo probé y no funcionó.»
—«¿En serio…?» resopló el Pixie.
—«Más seriamente,» agregué. Escudriñé las lianas con una mirada penetrante. «Espero que, al descubrir que no veníamos por la promesa de Lotus, Weyna no haya querido deshacerse de nosotros metiéndonos en esta trampa. He tenido un sueño,» añadí tras un breve silencio. «Uno sobre el pasado de Irsa. Perdió su familia por los demonios, se crió con la bruja Lul y se encontró luego con Márevor Helith y Weyna. Me pregunto… Si eso de verdad pasó hace mil años, durante la guerra entre los demonios y los saijits, entonces… Tchag se confundió con sus recuerdos.» Me mordisqueé el labio inferior. «Livon y Tchag están buscando a la bruja Lul pero, después de tanto tiempo, es imposible que siga viva. A menos que esté también en el Jardín…»
—«No lo está,» dijo Kala, frunciendo nuestro ceño. «Yo también he tenido un sueño, pero no el mismo que tú. ¿En serio crees que los sueños de este lugar muestran el pasado de esa gente?»
Asentí jugueteando distraídamente con una liana.
—«Sin duda alguna. No son sueños normales. ¿Por qué dices que la bruja Lul no está aquí?» pregunté, curioso. «¿Con qué soñaste?»
—«Lo digo porque Irsa la echaba de menos,» explicó Kala. Y contó: «Fue un sueño bastante largo. Al principio, se veía la ciudadela. Había varias decenas de niños inmortales. El recuerdo pertenecía a uno de ellos, un drow llamado Aydjin. Ese niño quería salir del Jardín y le explicaba a Irsa que Márevor Helith no les había hecho ningún favor encerrándolos en aquel Jardín eterno. Para él, era una maldición. Le dijo así: “aquí no podemos crecer, no podemos conocer mundo, no podemos vengar a nuestros padres. La verdadera vida nos espera allá afuera”. Estaba muy determinado y ya había convencido a muchos compañeros suyos para que lo acompañaran, pero Irsa seguía dudando. Dijo que Weyna, su mejor amiga, no quería marcharse, y dijo algo como que: “dudo de que Márevor Helith nos haya traído aquí para que salgamos con ánimo de vengarnos. No sabemos cuánto tiempo ha pasado desde que llegamos al Jardín pero… ¿y si en vez de veinte años han pasado doscientos? Con el Ciclo del Sueño, no podemos saberlo, Aydjin: tal vez salgas a un mundo muy distinto.”»
Kala hasta hacía ademanes para recrear la escena. Continuó:
—«Aydjin le contestó: “aunque el mundo se haya convertido en un nido de demonios, mataré a todo aquel que mate inocentes, ayudaré a todo aquel que lo necesite. Pero para eso… yo te necesito a ti, quiero que estés a mi lado allá donde vaya, Irsa”. Y pues eso,» afirmó el Pixie cerrando un puño. «Está claro que Aydjin la quería mucho, pero sus aspiraciones eran más importantes para él. En la siguiente escena del sueño, ya se preparaba con sus compañeros a atravesar el portal, sin Irsa. Lo último que le dijo a esta fue: “si no dejo una huella en la Historia, ¿para qué habrá servido mi vida?” ¿Qué habrá querido decir con dejar una huella en la Historia?» se preguntó en voz alta.
“Deberías saberlo: cuando los Pixies destruisteis la Torre Maga de Dágovil, dejasteis una huella en la Historia,” apunté.
“¿En serio?” se sorprendió el Pixie.
“Mm. ¿Y dices que ese niño drow se llamaba Aydjin?” murmuré mentalmente, pensativo.
Dánnelah. ¿Podía ser que ese Aydjin enamorado de Irsa fuera el histórico Aydjin el Conquistador que, según se enseñaba, había convertido Dágovil en tierras prósperas, fundado el Culto Espiritual de la Luz y la Sombra y expulsado a los demonios del territorio? Ambos eran drows, llevaban el mismo nombre y una voluntad de hierro… No tenía manera de confirmarlo pero, si era él, sin duda había dejado una huella en la Historia.
Fuera como fuera… Meneé la cabeza. Aunque Irsa se había quedado en el Jardín aquella vez, según Galaka había salido después. ¿En busca de Aydjin… o bien siglos más tarde? A saber. Más me preocupaba ahora lo que había dicho Irsa en el sueño de Kala: “¿y si en vez de veinte años han pasado doscientos? Con el Ciclo del Sueño, no podemos saberlo.” Attah. Si era lo que pensaba entonces teníamos un serio problema. Si la duración del Ciclo del Sueño era indeterminada y podía durar más de unas horas entonces se explicaba por qué Galaka Dra perdía la cuenta de los años. Si el Jardín era capaz de sustentar el cuerpo de un saijit de manera indefinida, si el tiempo podía pasar sin dejar rastro, entonces…
Apreté el puño.
No había manera de saber cuántos días llevábamos en el Jardín.
Mi piedra de Nashtag sólo indicaba las horas, no el número de ciclos que efectuaba al cambiar de color. La sed y el hambre no existían. ¿Tal vez si encontraba una roca-gema? Sus ciclos duraban de media dos meses. Sin embargo, aunque la encontrara, no tendría modo de averiguar cuánto tiempo había pasado ya.
—«Drey,» gruñó Kala. «Las lianas.»
Volví a la realidad para comprobar que las plantas se estaban enredando alrededor de nuestros miembros.
—«¿Y ahora por qué nos atacan?» mascullé.
—«Porque acabas de aplastar una con nuestro puño,» refunfuñó el Pixie. Las lianas se enrollaban en nuestros tobillos y muñecas, y hasta en nuestro torso. Kala se agitó nerviosamente. «Son persistentes. ¿Qué hacemos?»
“Lo primero: quedarnos quietos,” dije por vía mental. Y rechiné los dientes, devanándome los sesos. ¿Cómo salir de ahí? Los tejidos de esas lianas eran leñosos y vivos y, por consiguiente, más difíciles de romper que una roca. Pero no era imposible. Sólo tenía que usar brúlica para fortalecer mis trazados, como me había aconsejado Lústogan, y atacar la parte más vulnerable. Y esa parte… —alcé la vista— era la cima de la Arboleda.
Sentado, con las lianas agarrándose a mi cuerpo, me concentré. Mis primeros trazados óricos se deshilvanaron como en la caída del Precipicio del Coraje. Las energías ahí eran tan densas… ¿Cómo se suponía que debía usar la brúlica para que resistiera el sortilegio?
Mis intentos fallidos se encadenaban, pero la tozudez era la llave de todo aprendizaje. Si Lústogan sabía hacerlo, yo también podía.
No había leído gran cosa sobre brúlica, pero Staykel me había hablado de cómo la usaba en la fabricación de sus granadas, y había leído algún libro de magaristas por simple curiosidad. Conocía las bases.
No sé cuánto tiempo estuve haciendo pruebas hasta que conseguí proteger mi sortilegio lo suficiente para que mi órica, alrededor, no muriera enseguida. Consulté mi piedra de Nashtag. Habían pasado cuatro horas y las lianas me habían liberado al no sentir movimiento. Espiré y me levanté.
—«Bien. Voy a intentar proyectarme hacia arriba y abrir un camino.»
Tenía que ser rápido tanto al proyectarme en el aire como destruyendo las plantas o estas se enrollarían de nuevo, impidiéndome la huida. Me proyecté.
Me impacté contra las plantas que cubrían la Arboleda de Irsa, posé las manos sobre estas y las hice estallar infundiendo mi órica en los puntos débiles. Usé más de la mitad de mi tallo energético sólo para crear el agujero hacia arriba y, antes de que la gravedad me mandara otra vez hacia abajo, tomé apoyo contra una liana y volví a impulsarme, con tal fuerza que subí unos cuatro metros por encima de la Arboleda. Por un segundo, contemplé la jungla vegetal. Era más pequeña de lo que me había parecido vista desde dentro. Constaté con alivio que, a unos pocos metros de distancia de donde estaba, se acababa la Arboleda y empezaba una extensión de hierba y colinas suaves. Al final de estas se alzaba la imperiosa ciudadela. ¿Quién la habría construido? ¿Los milenarios traídos por Márevor Helith? ¿Los zads? ¿O una civilización muy anterior?
“¡Estamos cayendo!” me avisó Kala.
Si hubiese sabido levitar, todo habría sido mucho más fácil. Pero, para salir de ahí y cambiar de trayectoria, necesitaba un apoyo. Una mera ráfaga órica no iba a sacarnos de ahí, y menos en aquel lugar.
Saltar tan alto había sido un error. Contrarrestar toda la fuerza de la caída e impulsarme usando unas plantas traicioneras iba a ser complicado. No dominaba la brúlica y mi órica se deshacía demasiado rápido…
Lo intenté, sin embargo. Nada más tocar la vegetación, usé mi tallo energético sin miramientos para tomar apoyo y saltar. Las plantas intentaron impedírmelo, pero las seccioné y me impulsé… Entonces, una liana más gruesa que las demás me agarró e interrumpió mi salto. Me despeñé y mi frente chocó violentamente contra la vegetación. Solté un gruñido. Arpías andantes, estaba casi: el final de la Arboleda de Irsa estaba ahí, a unos metros escasos…
—«¡Vamos!» exclamó Kala, retorciéndose y dándole un puñetazo a la liana. «¡Tú puedes, Drey! ¡No te rindas!»
La liana ya nos estaba hundiendo de nuevo en la Arboleda. Una vez dentro, sería imposible tratar de salir con el tallo en ese estado. Esta era mi última oportunidad y tenía que hacerlo bien.
Inspiré una bocanada de aire. Unas imágenes atravesaron mi mente: Yánika, Saoko, Jiyari, Lústogan… Estuvieran donde estuvieran, yo… Agarré la liana con firmeza gruñendo:
—«Como les haya pasado algo…»
El corazón me latía dolorosamente. ¿Qué era esa sensación? Concentré mi órica mascullando:
—«…aunque seáis milenarios…»
Liberé el sortilegio y la liana se partió emitiendo un fuerte chasquido. Me impulsé siseando:
—«¡Lo vais a pagar caro!»
Salimos de la Arboleda de Irsa volando, o más bien saltando. Mi Datsu se había desatado. La razón era sencilla: me sentía frustrado. Frustrado de que esa milenaria de pelo azul nos hubiese encerrado traicioneramente a mí y mis compañeros en su Arboleda. Esbocé una sonrisa ladeada en pleno salto.
No subestimes a un genio órico, me burlé para mis adentros.
Entonces, la dura realidad me impactó: había usado todo mi tallo energético. Lo cual significaba que para el aterrizaje…
Evalué la distancia. El suelo, fuera de la Arboleda, estaba a unos siete metros. Eso era demasiado. ¿Tal vez forzando el tallo lograría…? No, imposible: ya lo había forzado todo lo que podía. Entonces… ¿qué hacer? En el mejor de los casos, me rompería las dos piernas y la energía del Jardín me curaría, y en el peor de los casos…
Empezamos a caer.
“Kala…” dije por bréjica. “Gracias… por creer en mí.”
Extrañamente, lo dije con la sombra de una sonrisa. Kala exclamó cayendo poco a poco en la cuenta:
—«¿Eh? ¿Eh? ¡¿Eeeeh?!»
El suelo estaba a un metro escaso y yo intentaba todavía contrarrestar la caída en vano cuando, de pronto, una fuerza me levantó hacia arriba y algo me agarró debajo de los sobacos. ¿Dos… manos?
Mis pies se posaron en el suelo con suavidad. Kala gruñó:
—«Drey: un día me encontraré un cuerpo para mí solito y tiraré este por un precipicio.»
Forcé una sonrisa ante su amenaza.
—«Vamos, no exageres…»
—«Me has pegado un susto de mil demonios.»
—«Pero todo ha acabado bien. Gracias a…» Me giré con las piernas flaqueantes. ¿Quién…?
Una silueta levitaba, con las piernas cruzadas, a un metro del suelo. Tenía la apariencia de un muchacho de apenas catorce años, mirol, rubio, con marcas negras y ojos rojos de demonio en la cara. Un milenario, entendí: también lo había visto en el recuerdo del Príncipe Caído. Nos observaba con expresión algo nerviosa.
—«Ho-Hola. Estaba a punto de regresar a la ciudadela para decir que no te había encontrado,» admitió. Se rascó la cabeza, sonriendo con modestia: sus dientes eran tan puntiagudos como los de Orih Hissa y sus grandes orejas se agitaban con energía. «Ha sido un placer ayudarte. Aunque no he podido hacer mucho. Esta Arboleda es muy caprichosa y, como Weyna no ha querido echarnos una mano, ha sido más difícil encontraros. Los demás están esperándote. Por cierto,» añadió mientras tomaba la dirección de la ciudadela, levitando, «enhorabuena por salir de aquí sin ayuda. Una vez, Delisio se quedó encerrado ahí durante quince Ciclos del Sueño antes de que lográramos sacarlo. Ni Weyna controla este parque totalmente.»
Sus iris rojos chispearon. Kala y yo lo mirábamos con los ojos abiertos como platos. Tragué saliva con dificultad.
—«¿Quieres decir que mis compañeros ya están en la ciudadela?»
El demonio asintió, vaciló y se alejó diciendo:
—«Volvamos. Tus compañeros están bien, por supuesto. Nos han hablado de todo lo sucedido. Irsa y Tchag. Lotus y Erla. Al parecer, esa Rotaeda entró en las Mazmorras de Ehilyn con el objetivo de encontrar una cura para su hermano. Me pregunto si fueron los recuerdos de su vida pasada los que la guiaron hasta aquí. Si tal es el caso… tal vez recuerde también su promesa.»
Agrandé levemente los ojos. ¿Así que había sido el último en salir de ahí y los milenarios ya estaban al corriente de todo?
—«Mar-háï,» murmuré. Me puse a andar detrás de él y alcé la voz: «Puesto que no eres Weyna, ni Galaka, ni Delisio, debes de ser Yataranka o Bellim, ¿verdad?»
—«¡Ah! Sí. Soy Bellim.»
Bellim, el levitador que había ayudado a Galaka Dra a subir arriba del Precipicio del Coraje, adiviné, observándolo, intrigado. ¿Cómo conseguía levitar tanto tiempo sin cansarse?
—«Yo soy Kala,» intervino el Pixie.
—«Y yo Drey Arunaeh,» me presenté.
El levitador nos echó una mirada curiosa de soslayo.
—«Así que es cierto. Sois dos en un mismo cuerpo. Bueno, básicamente, no cambia nada, puesto que Kala era como un hijo para Lotus Arunaeh y tú eres un Arunaeh, ¿no? De modo que sois todos descendientes de Irsa.»
—«¿Descendientes de Irsa?» repetí sin entender.
Bellim ladeó la cabeza.
—«¿Oh? ¿Con que tú tampoco lo sabes?»
Bellim se giró para ver mi expresión interrogante y su sonrisa infantil de dientes afilados volvió a iluminar su rostro al explicar:
—«Irsa, nuestra Irsa, salió del Jardín hace doscientos años confiando en que su conocimiento bréjico le impediría olvidarse de este lugar. Y durante décadas pareció realmente haberse olvidado de nosotros. Pero recordó. Cuando regresó, tenía canas y arrugas por todas partes. Nos contó que había fundado un clan, allá afuera. El clan de los Arunaeh. Así que… Irsa es tu tatatatarabuela o como sea.»
Sus palabras me impactaron como un garrotazo. Inmovilizado, contemplé a Bellim sin verlo. ¿Qué… es lo que acababa de contarme? ¿Irsa, la fundadora de mi clan? Irsa… Irshae…
¡¿Tchag es la fundadora del clan Arunaeh?!
Bellim dejó escapar una risita.
—«Tus compañeros también se han llevado una buena sorpresa. Venga, aceleremos o no llegaremos antes de que empiece el Ciclo del Sueño. ¡Adelante!»
Silencioso como el aire, el joven milenario se alejó levitando hacia la blanca ciudadela.