Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

14 Misterios

Yánika dio un paso sobre la hierba azul y una vuelta sobre sí misma diciendo:

«Hermano, ¡quiero volar como un kérejat!»

Riendo, con el corazón ligero, alcé las manos y solté mi sortilegio contestando:

«Claro, ¡volemos!»

Despegábamos los dos, hacia el cielo con cada vez más luz y cada vez más nubes blancas. Y al unísono, nos reíamos de alegría…

* * *

«Jejejej…» me atraganté.

Alguien me sacudía del hombro.

«Drey. Drey, despierta.»

Era la voz de Lústogan. Meneé la cabeza, sentándome mientras trataba de abrir los ojos y despejar la sensación de estar volando.

«¿Lúst…? Buen rigú, hermano, ¿qué vas a enseñarme hoy…?»

Entonces, vi el interior de la pequeña casa de Galaka Dra, oí el tintineo del carillón metálico que se balanceaba en la entrada, sentí el olor a comida que provenía de fuera y volví a la realidad. Diablos. Es verdad. No estaba en el Templo del Viento. No era ya un aprendiz atendiendo las lecciones de su maestro. Estaba en las Mazmorras de Ehilyn buscando a Lotus.

Lústogan suspiró.

«Si pudiera, te enseñaría a no soltar sortilegios mientras estás dormido.»

Me estremecí.

«¿No me digas que lo he vuelto a…?»

Callé de golpe cuando vi que parte del techo de la casa había volado. Tragué saliva.

«Has mandado volar todas nuestras pertenencias, hermano,» carraspeó él.

Se levantó y me apresuré a seguirlo afuera. Jiyari se había puesto a cocinar mientras Saoko recuperaba parte de la paja que había constituido el tejado de la choza. Me sonrojé levemente.

«Caray, qué ligera es la paja,» comenté.

“Ligerísima,” se mofó Kala.

El brassareño me dedicó una mirada burlona y me puso el montón de paja entre los brazos. Resoplé. No tan ligera… Cuando vi a mi hermana imitarlo con otro montón, sonreí y lancé un sortilegio órico mandando los fajos de paja hacia el tejado. Cayeron más o menos en orden mientras decía:

«Buen rigú, Yani. ¿Sabes que he soñado contigo? Aparecías de muy pequeña, así de pequeña…»

«Mmpf. ¿Yo?»

«Ajá. Y me pedías que te ayudara a volar como un kérejat… De ahí el desorden, ejejejem,» dije, pasándome una mano por la cabeza.

«¿No me estarás echando la culpa?» resopló Yánika.

«Qué va, qué va… Campeón, eso que estás poniendo huele que alimenta.»

«Gracias, Gran Chamán!» bromeó Jiyari. «Por suerte decidí cocinar afuera y la cazuela no ha salido volando. De haberse perdido mi baparya…»

La sola posibilidad encendió un deje deprimido en sus ojos negros. Kala refunfuñó:

«Tendré que aprender a controlar esa órica, ya que por lo visto Drey no sabe.» Se sentó junto a la cazuela y la placa calentadora cruzando brazos y piernas. «¿Dónde se ha ido el saijit científico?»

«¡Aquí estoy!»

La voz provenía de uno de los pocos árboles que crecían en el hoyo. La silueta de Galaka Dra se desmarcó del tronco y se acercó como con tiento diciendo con forzada alegría:

«¡No me he asustado nada! Ha sido un viento increíble. Así que eso es lo que llamáis viento vosotros, ¿eh? ¡Impresionante! Bonita demostración.»

Lo escudriñé con curiosidad.

«Er… Gracias. Y perdón por asustarte…»

«¡No me he asustado!»

«Claro, claro… Perdón por lo que le he hecho a tu casa. La repararé enseguida.»

«Oh, no te preocupes, ya lo haré yo. Tengo todo el tiempo del mundo y vosotros tenéis que encontrar la salida, ¿verdad? Ya, la salida,» repitió.

Hizo una mueca meditativa y me fijé entonces en el papel que llevaba en las manos.

«Esa carta…» dije.

«¿Eh? ¡Oh! Sí, salió volando lo primero. Esta carta… ¿es tuya, verdad? Fui a buscarla. ¿Lo ves? No salí corriendo. Fui a buscar tu carta, eso es todo…»

¿Por qué seguía intentando justificarse? Meneando la cabeza, tendí una mano para recuperar el papel pero entonces Galaka Dra dio un paso hacia atrás.

«¡Un momento! ¿Has dicho “carta”? ¿Una carta? ¿Te han escrito?» Sus ojos azules se habían puesto brillantes. «¿En serio? ¿Quién? ¿Tu familia?»

«Amigos míos. ¿Me la das…?»

«¿Puedo leerla?»

Me quedé en suspenso.

«¿Qué?»

«¡Me gustaría leer una carta! ¡Sería la primera vez!»

Ya la desplegaba para leerla. Resoplé.

«Pero no te va dirigida. ¿Para qué quieres leerla? No te vas a enterar de nada…»

¿Siquiera sabía leer? ¿Qué clase de vida había llevado ese joven humano? Se hubiera dicho que no tenía ni idea del mundo…

«Dánnelah,» murmuré entonces. «Galaka Dra… ¿Puede ser que nunca hayas salido de este “Jardín”?»

El aludido sonreía solo recorriendo las líneas de la carta de los Ragasakis. Creía que, siguiendo su costumbre, no contestaría, pero esta vez lo hizo. Alzó la cabeza con ojos relumbrantes.

«No. Nunca. ¿Ya la has leído? Déjame que os la lea. ¿No es nada secreto, espero?»

Estaba tan emocionado que no pude decirle que no.

«Esto…» carraspeé, poniéndome otra vez cómodo ante la fragante cazuela. «Adelante, Galaka Dra. Léela. Pero no olvides que nos tienes que guiar luego hasta la salida.»

«Os guiaré… Claro,» sonrió, y bajó la vista hacia la carta. «Queridos Drey, Yánika, Kala, Myriah, Saoko y Jiyari.» Al oírse incluido, Kala hinchó nuestros pulmones de aire de puro contento. Galaka continuó: «Recibimos bien la carta y espero que todos estéis bien en la capital de Dágovil, junto con Rao y Chihima. Me parece una muy buena idea participar en el Festival de Trasta. Zélif quería que participáramos nosotros también, pero al parecer no es tan fácil inscribirse. Ya la conoces: ¡nuestra líder no se rinde tan fácilmente! Así que está buscando un medio gracias a sus contactos con la Academia de Trasta para que al menos nos den una oportunidad. ¡Todos estamos expectantes! Naylah la que más, aunque no lo admita… Oh, aquí ha añadido una carita sonriente,» apuntó Galaka, girando el papel para que la viéramos.

Resoplé, ahogando mal una risa ante el exagerado dibujo de Livon. Mar-háï, ¿los Ragasakis intentaban participar en el Festival de Trasta? ¿Desde cuándo yo había dicho que iba a participar? Sólo les había comentado que iría al Festival, no que participaría. En fin… si tanto los emocionaba, supuse que no era mala cosa. Los festivales siempre eran un buen medio para dar a conocer su cofradía y ganar miembros y clientes. Galaka retomó:

«Orih sigue teniendo dificultades para reconocer a algunas personas, en especial a Loy: lo confunde con todos los firasanos que llevan gafas. Nuestro buen secretario está un poco deprimido por ello, pero creo que cada día Orih se mejora, al contrario que los subterranienses a los que liberamos. Yeren dice que no puede gran cosa por ellos, que sólo el tiempo puede intentar reparar un daño mental como ese, y el Gurú del Fuego se ofreció para encargarse de ellos. Espero que nadie más esté sufriendo lo mismo, en un lugar más como aquel, si me entiendes.»

Hice una mueca. A pesar de evitar mencionar literalmente los laboratorios del Gremio, Livon hablaba demasiado por carta…

«¡Hice mis preguntas!» leyó Galaka Dra alzando el tono. «Yeren se las llevó a su padre y este prometió dar una respuesta. Aunque lo hizo a regañadientes, porque de encontrar un remedio para liberar el cuerpo de Myriah de la varadia, se quedará sin poder jugar tan a menudo al Erlun con Yeren. Pero bueno, todo empieza a aclararse, ¡en gran parte gracias a ti, Drey! Y a Yánika, por supuesto: sin ella estaríamos ya todos muertos o convertidos en dokohis. Espero que podamos encontrarnos pronto en Firasa o en el Festival de Trasta. Mientras tanto, voy a seguir practicando mi permutación e intentar darle el esquinazo a mi Pulga de la Malasuerte. Todos los demás Ragasakis os mandan saludos en la siguiente página. Por cierto, olvidaba comentarte: ¡Tchag ha recuperado el habla! Está hasta más hablador. Dice que ha recordado algunas cosas, como que nació en una tierra de la Superficie, en un pueblo del norte, en Urjundith. Los demás Ragasakis no se lo creen. Al parecer, Urjundith es el nombre antiguo de Ajensoldra, un nombre que no se usa desde hace siglos… Zélif dice que podrían ser recuerdos del espectro, pero Tchag dijo que no. Yo lo creo. Tchag nunca miente, y cuando lo contó parecía más serio que nunca. Me pregunto cómo acabó en un cuerpo como el suyo. Y quién lo metió ahí. Y cómo fue encontrado por los dokohis de Zyro… Caray, escribo cada vez más pequeño para que me quepa esto, lo siento, ¡ya hablaremos cuando nos veamos! Tu amigo Livon.»

Galaka le dio la vuelta a la hoja con una sonrisa de puro placer, que se le congeló de pronto inesperadamente. Yánika se preocupó:

«¿Estás bien?»

El humano pestañeó. La atravesó con la mirada. Y asintió en silencio. Yánika sonrió.

«En cualquier caso, ¡qué bien que Tchag haya recuperado el habla!»

Cogí la carta de las manos de Galaka Dra y eché un vistazo a las frases que habían añadido los demás Ragasakis. «¡Espero que mi cliente de granadas no se meta en líos!» decía Staykel. Y Orih: «Saludos!!! Yani, qué ganas que me traigas un recuerdo de Dágovil, un gato de brumas por ejemplo!» «No le hagas caso, con una roca bonita valdría, no la reconocería,» ponía Loy. Sirih añadía: «¡No malgastéis vuestros kétalos!» «Espero que todo os vaya bien,» agregaba Sanaytay. Sus letras parecían casi notas de música. Zélif terminaba dibujando el plano de la Casa de los Ragasakis y la disposición de cada uno, como buena cartógrafa y perceptista. Sonreí con todos mis dientes.

«Ya tengo ganas de volver. Una vez que encontremos a Lotus y resolvamos todo esto…» Fruncí el ceño al fijarme en un último párrafo que había añadido Livon antes de mandar la carta y que Galaka no había leído. Ponía…

«¡Última noticia! Tchag acaba de recordar que vivió en una caverna llamada el Jardín y que lo salvó un gran celmista llamado Vor, mucho antes de conocer a la bruja Lul. Suena a cuento de hadas, pero también la historia de Myriah lo era. He decidido ir a buscar a la bruja Lul para ayudarlo a recobrar su memoria. Sólo espero que estemos de vuelta a tiempo para el Festival.»

Me quedé mirando las palabras con creciente estupor hasta que, curiosa, Yánika me arrebatara la carta de las manos para echarles también un vistazo. Alcé la vista hacia Galaka Dra, pasmado.

«¿Por casualidad conoces a…?»

«Imposible,» me cortó Galaka Dra. «No conozco a nadie que se llame Tchag. Decidme. ¿Qué aspecto tiene ese Tchag?»

Se lo describí:

«Unos cuarenta centímetros, piel gris, cara de trasgo, ojos grandes, tiene un apetito de mil demonios, pelo blanco…»

Callé cuando vi a Galaka Dra levantarse bruscamente.

«Es ella,» tartamudeó dándonos la espalda. «No puedo creerlo.»

¿Ella?

«¿Llevaba…?» Tragó saliva. «¿Llevaba todavía una especie de cuerda atada sobre la cabeza?»

El asombro de Yánika se propagó por todo el hoyo. Entonces, se oyó un chisporroteo proveniente de la cazuela y Jiyari se apresuró a apagar la calentadora.

«La llevaba,» confirmé con calma. «¿Qué tal si te sientas, desayunamos y nos dices quién es Tchag en realidad y quién eres tú?»

Galaka Dra vaciló pero se volvió a sentar.

«No veo por qué os lo contaría. Total, todo aquel que atraviesa el portal de salida pierde los recuerdos de este Jardín. Ella ya los perdió dos veces. A no ser que…»

Meneó la cabeza, ensimismado. Hubo un silencio expectante en el que Jiyari se animó a rellenar generosamente los boles. El primero se lo pasó a Galaka Dra y este lo aceptó con una mezcla de circunspección y curiosidad. ¿Acaso no había comido nunca baparya? Probó una cucharada y…

«¡Oh!» exclamó. «¡Está delicioso!»

Jiyari sonrió de placer y Galaka engulló casi literalmente el resto antes de levantarse y afirmar:

«¡Decidido! Hagamos un acuerdo. Yo os ayudo a llegar a la ciudadela donde se encuentra la salida y os prevengo de todos los peligros. A cambio… tendréis que llevarme con vosotros fuera del Jardín y ayudarme a encontrar a Tchag. ¿De acuerdo?»

Intercambié una mirada con Lústogan. Este se encogió de hombros, dándome a entender que la decisión no recaía sobre él. Estaba empeñado en dejarme tomar mi propio camino, ¿eh?

«A mí me parece bien,» intervino Yánika, adelantándose. «Pero, si tanto quieres salir del Jardín, ¿por qué no saliste antes?»

«Oh… er…» Vaciló y se giró hacia el tejado de la casa, a medias reconstruido. «Os hace falta un runista para abrir el portal. Y ahora yo soy el único runista del Jardín. Sin mi ayuda, no conseguiréis nunca salir de aquí.» Una vez más, no contestaba a la pregunta. Sus ojos me atravesaron. «No importa cuán fuerte pueda llegar a ser tu viento, Arunaeh: tu libertad depende de mí. Así que, por favor, prometedme que me llevaréis con vosotros. Pensadlo si queréis. Os espero fuera del hoyo.»

Lo vi alejarse por el pequeño desfiladero con andar de sacerdote. No quería dar más explicaciones y su amenaza parecía convincente…

«Este Jardín…» masculló Saoko, «es un fastidio.»

Puse los ojos en blanco, acabé mi bol y me levanté. Me alejé hasta recuperar cada fajo de paja y los volví a colocar en el tejado.

«Como nueva,» dije, satisfecho, frotándome las manos.

«Ese Tchag,» dijo Lústogan justo detrás de mí, «es la criatura hiperactiva que me saludó en tu casa de Firasa, ¿verdad?»

Esbocé una sonrisa.

«Esa misma.»

Ninguno comentó nada más mientras guardábamos nuestras cosas y nos dirigíamos fuera del hoyo, pero todos nos preguntábamos seguramente lo mismo: ¿quién diablos era Galaka Dra? ¿Y quién era realmente Tchag para tener recuerdos viejos de tal vez mil años?

Me detuve ante Galaka, que había vuelto a ponerse la máscara y nos esperaba con paciencia. Afirmé:

«Prometo llevarte con nosotros y ayudarte a encontrar a Tchag.»

«Pero hay otra condición,» agregó Kala con un deje receloso. Di un brinco mental de sorpresa. ¿Otra condición? Kala estiró nuestros labios en una mueca fiera. «Prométeme en este mismo instante que no tienes ni has tenido nunca nada que ver con los laboratorios del Gremio de las Sombras de Dágovil.»

Hubo un silencio.

“Attah, Kala, ¿qué va a tener que ver con…?”

“Lleva la misma máscara que Lotus,” me cortó Kala. “Y siento… como un malestar.”

“¿Un malestar?”

Mar-háï, apenas conocíamos a Galaka Dra: si se irritaba y nos dejaba plantados… a mí me entraba el malestar con sólo imaginarnos atrapados en aquel Jardín para siempre.

«Define ‘tener que ver’,» dijo de pronto Galaka Dra.

Lo miramos con asombro. El aura de Yánika se estremeció. Kala apretó los dientes.

«Tener que ver,» intervino Lústogan, «significa haber tenido comunicación con científicos de esos laboratorios.»

«Ya veo.» Galaka Dra sacudió la cabeza. «Ya veo… La tuve. Con uno solo. Apareció por un portal diferente al que habéis tomado vosotros, un portal secreto desde uno de esos laboratorios. Hablé con él. ¿Eso es malo?»

Mi respiración se precipitaba. Resoplé.

«No lo es. Kala, deja ya de molestar: pregúntale directamente si ha contribuido a mutar a los Pixies en los laboratorios y acabamos con el problema.»

Oí claramente el resoplido incrédulo de Galaka Dra. Sus manos temblaron. Nos dio la espalda con brusquedad.

«Yo nunca he deseado causar daño a nadie. No soy… un científico de esos. Os lo juro por mi vida. En marcha.»

Enarqué una ceja. Ante la confesión de Galaka, Kala se serenó y sonrió anchamente.

«Si no eres una Máscara Blanca entonces… ¡no hay problema! ¡En marcha, saijits!»

El Pixie se adelantó con firmeza, siguiendo a nuestro guía. Puse los ojos en blanco mentalmente. Me maravillaba lo fácil que lo convencían las palabras de los demás. Tal vez Galaka Dra hubiese dicho la verdad, o no. Lo que estaba claro era que sabía algo sobre los laboratorios del Gremio. Y eso bastaba para acrecentar en mí la curiosidad. Un portal secreto conectado al Jardín desde uno de los laboratorios; un tipo atrapado en el Jardín que conocía el pasado de Tchag…

Por el aura pesada de Yánika, adiviné que sus pensamientos también le daban mil vueltas a todo ese misterio.

El tiempo que dejase yo de cavilar en ello, Galaka Dra se detuvo en lo alto de la colina junto al hoyo y señaló lo que había delante. Me quedé embelesado. Nos encontrábamos sobre un precipicio de tal vez cincuenta metros que daba a una inmensa caverna iluminada con todo tipo de rocas, plantas y los dioses sabían qué más. Hasta el río emitía luz. Serpenteaba por un campo verde cubierto de bosquecillos y llegaba al pie de una alta colina lejana, algo a nuestra derecha, donde se alzaba un castillo blanco. Sus numerosas torres con formas extrañas descollaban, intentando alcanzar el alto techo. Yánika dejó escapar una exclamación de maravilla y Galaka Dra declaró con inequívoco orgullo:

«Este es nuestro Jardín. Y esa, la ciudadela.»

Hasta llegar a aquel ‘Jardín’ nunca había pensado que pudiera haber hierba verde en los Subterráneos, ni que un río pudiera ser luminoso… Unas burbujas gigantes flotaban en las alturas de la caverna, casi inmóviles. Silbé, impresionado.

«¿Cuánta gente vive en esa ciudadela?» pregunté.

«¿Cuánta?» repitió Galaka. «Somos cinco.»

«¿Cinco?» exclamó Jiyari. «¿En esa enorme ciudadela?»

Galaka Dra asintió con la cabeza detrás de su máscara.

«Como os dije, desde aquí, existen dos caminos posibles para llegar a la ciudadela. Los Arunaeh podríais seguir el camino del túnel. Su Datsu debería protegerlos, de modo que excepcionalmente ese camino os sería más leve y más corto. En fin, sólo lo supongo, porque yo nunca me he adentrado en él,» confesó. «En cuanto al amigo de Tantra y el cocinero…»

«¿Quién es Tantra?» masculló Saoko en un murmullo.

«La gueladera que te aprisionó, » le explicó Yánika.

«Ambos podéis seguirme sin miedo,» continuó Galaka como si no hubiera habido interrupciones. «Ahí abajo, hay bongas, grandes setas que amortiguan la caída. Los visitantes normalmente no me creen, por eso llamé este lugar el Precipicio del Coraje. Para saltar en el vacío, hace falta tener coraje. El coraje de poner su vida en manos de otro.»

Jiyari se había puesto lívido y extendió el cuello hacia el abismo para sufrir mejor del vértigo… Galaka Dra lo detuvo con un gesto brusco.

«¡Cuidado, retrocede! No lo digo por el precipicio: ¿no habéis notado la Cortina de turbulencia energética?»

Hice una mueca. El viento se comportaba de manera tan extraña en ese sitio que me sentía tuerto. ¿Una turbulencia, decía?

«Toda esta caverna está rodeada por una barrera rúnica muy antigua que encierra una energía muy particular, pero por eso mismo existen turbulencias internas en algunas zonas, » explicó. «La Cortina en esta parte superior en la que estamos surge de un desequilibrio mayor y su turbulencia es tan intensa que es capaz de mutar si no destruir a un saijit.»

«¿Destruir a un saijit?» repitió Jiyari. Se rió con nerviosidad. «Eso suena mal. Drey, ¿qué tal si intentamos pasar todos por el túnel…?»

«Estarías en lo mismo: al final del túnel también hay que cruzar una zona de turbulencia,» objetó Galaka Dra.

«¿Y qué hay del camino que escogiste para subir hasta aquí?» inquirí.

Meneó la cabeza.

«Llegué hasta aquí gracias a uno de mis compañeros que sabe levitar. No hay más caminos. Como he dicho, toda la caverna principal está protegida.»

«¿Protegida de qué?» preguntó Yánika, algo nerviosa.

Galaka Dra alzó la vista hacia la ciudadela y contestó:

«Del mundo entero.»

Adiviné un deje melancólico en su voz. ¿Del mundo entero?, me repetí, confuso. ¿A qué se refería exactamente? Ese humano… cada vez que hablaba me resultaba más misterioso.