Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 2: El Despertar de Kala
En serio, ¿qué clase de hermano sacaría a su hermano menor de un apuro para meterlo en otro?
Tras reflexionar un rato, había llegado a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era resolver el problema con Kala antes de regresar a Kozera a por Jiyari. Por eso, tras concentrarme tumbado en la oscura playa, había intentado comunicar con Kala durante un tiempo interminable sin recibir respuesta, hasta que le había dicho:
“Pues muy bien. Si no quieres contestarme, no iré a por Jiyari.”
Me había contestado enseguida un:
“Maldito, es mi hermano, ¿cómo te atreves a dejarlo solo sabiendo que está aún más aterrado por sus recuerdos que yo?”
Su respuesta me había preocupado y aliviado a partes iguales. Sin contestarle, me había puesto en marcha por la playa sólo para constatar que, una milla más lejos apenas, me cortaba el paso una enorme y ancha columna tan oscura como la obsidiana. Y, de hecho, estaba hecha de obsidiana, comprobé. Se me había ocurrido pasar nadando para rodearla, pero tras analizar un poco la situación me había parecido arriesgado. Había percibido un grito característico de leawargo no muy lejos, proveniente del mar. Por lo que había decidido finalmente meterme en el bosque.
¿Acaso era eso lo que deseaba mi hermano?, me pregunté. ¿Qué era lo que esperaba que encontrase en esa madeja inextricable de ramas muertas cubierta de bruma?
No se oía un ruido, exceptuando mis pasos. Una energía perturbante flotaba en el aire y parecía agarrarse a la bruma, a cada árbol y a cada piedra del bosque. No era una energía bréjica como el miasma del Sello. Era simple energía inestable.
Tras estar andando un buen rato, por poco tropecé con una raíz y decidí detenerme. Estaba harto de andar, debilitado por el estrés y la falta de sueño acumulados en la isla. Me quité la mochila, me recosté contra un árbol y suspiré.
“Kala. Dime. ¿Conoces esta región?”
Ese maldito Pixie no contestó. Inspiré y escuché el aire. En esa tierra tan silenciosa y envuelta por la bruma, cualquier movimiento de aire era fácil de percibir. Eso al menos era una ventaja.
“Dijiste en la sala del Sello,” medité tras un largo silencio, “que Lotus era un Arunaeh. Pensaste que, porque Lotus era un gran brejista, tú, al reencarnarte en un miembro Arunaeh, también lo serías. ¿Me equivoco?”
Kala no contestó, pero sentí su irritación alcanzarme. Mi Datsu, sin embargo, la contuvo razonablemente. Tras otro silencio, me coloqué las manos detrás de la cabeza asintiendo para mí.
“No quieres hablar de tu pasado. Lo entiendo. Di. Sólo una pregunta más. Parece ser que algunos Arunaeh piensan que tú y yo tenemos una única y misma mente. ¿Qué piensas de ello?”
“No soy un maldito saijit como tú,” me siseó.
Hice una mueca y sonreí.
“Entonces está decidido. Tú eres Kala. Yo soy Drey. Hagamos un trato. Yo te prometo que trataré a Jiyari como a un hermano. Y tú me prometes a cambio que no volverás a controlar mi cuerpo.”
“Este es mi cuerpo, no el tuyo,” replicó Kala con viveza. “Lo has estado controlando durante dieciocho años, pero siempre ha sido mío desde que salí del Sello.”
“Ya, lo que tú digas,” repuse con paciencia. “Di, Kala, ¿no te sientes culpable? ¿Culpable de haberle robado el cuerpo a un recién nacido? Por tu culpa, Madre estuvo sufriendo. Por tu culpa, mi hermana está como está. Por tu culpa, mi prima Alissa no pudo tener un Datsu. Por tu culpa, Lústogan robó el Orbe del Viento a la Orden y estuvo tanto tiempo ausente. Y también por tu culpa, los Arunaeh están pasando un mal rato en la isla intentando reparar el Sello. ¿No te parece normal que estén mínimamente hartos? Cualquier saijit sin Datsu nos habría mandado a la hoguera hace tiempo,” lancé. Y bostecé, prestando atención a la reacción de Kala. Estaba de malhumor. ¿Habría tocado una cuerda sensible?
“¿Tú también me odias?” preguntó.
Me erguí ligeramente, sorprendido. ¿Lo odiaba? Meneé la cabeza, divertido.
—«Mar-háï…» murmuré en voz alta. Y retomé mentalmente: “¿Cómo voy a odiarte? Estás en mi mente, te recuerdo. No puedo odiarte.”
“Hace nada, dijiste: lo mataré, mataré a Kala,” replicó él. “¿Por qué me mientes?”
Fruncí el ceño y me enderecé, meditativo. De modo que recordaba bien todo lo ocurrido recientemente. ¿Cómo se sentía Kala en ese momento? No lograba saberlo con precisión.
“Mira,” dije. “No te estoy mintiendo. No te odio. Cuando dije que te mataría, lo hice porque estaba muerto de miedo, porque mi Datsu no funcionaba. No era yo mismo. No deja de ser cierto que te tengo miedo.”
Hubo un silencio.
“¿Tú también?” murmuró. Enarqué una ceja pero él retomó enseguida: “¿Quién eres realmente? ¿Por qué existes?”
“Menuda pregunta… ¿En serio tengo que contestar?” suspiré. No dijo nada así que me encogí de hombros y aclaré: “Cuando Madre me puso el Datsu, te selló, aunque sólo en parte. El resto fusionó conmigo. En consecuencia, no somos ni realmente el Drey que nació ni realmente el Kala que se fusionó en el Sello. Eso es lo que he entendido. Lo que no entiendo es por qué, al despertarte, no has podido fusionarte conmigo. Parece que realmente somos dos mentes bien distintas en un cuerpo. ¿O tal vez simplemente me esté volviendo loco y no existes?” Mis labios se torcieron en una sonrisa sarcástica. “Prefiero no pensar en ello. Lo único que me preocupa en este asunto de momento es que seas capaz de controlar mi cuerpo otra vez y causar un desastre.”
Me respondió un largo silencio. ¿Estaba turbado? ¿Meditabundo? ¿Enojado? No lograba saberlo.
Acababa de decidir que sería mejor seguir andando y encontrar algún lugar apropiado para dormir cuando Kala soltó:
“Puedo tomar el control de mi cuerpo cuando quiero. Ahora sé hacerlo. No lo he hecho hasta ahora porque estaba pensando.”
“Enhorabuena, ¿sabes pensar?” me burlé. “En la isla, no me dio esa sensación. ¿Qué quieres decir con que puedes tomar el control de mi cuerpo cuando quieres? ¿Hablas en serio?”
Sonreí de soslayo y dije en voz alta:
—«Hablo en serio.»
Sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo y mi Datsu se desató un poco más. Agarré mi mochila con movimientos nerviosos.
—«No me pegues esos sustos,» le solté.
—«¿Te has asustado?» me reí.
Agrandé los ojos, jadeando, interrumpiendo la carcajada.
—«Maldita sea, ¿puedes parar de…?»
—«Lo siento, pero no,» me replicó Kala con tono frío, apropiándose de nuevo mis movimientos. «Ahora que puedo pensar correctamente, quiero poner las cosas claras entre nosotros dos.»
Apreté los dientes y retomé el control diciendo:
—«Adelante, pongámoslas claras.»
Como dos cachorros riñendo por una pelota, luchamos ambos por el control de nuestro cuerpo hasta que lancé mentalmente:
“Ya está bien. Esto es ridículo, hablemos claro.”
—«Me parece bien,» sonrió Kala, triunfal, en voz alta. «Sólo quiero advertirte de dos cosas: primero, no voy a dejar que te muevas libremente, lo haré yo. Segundo, iré a por Jiyari y mis demás hermanos y cumpliré el sueño de los Pixies y, si interfieres, le pediré… le pediré a Lotus cuando resucite que te destruya.»
Realmente era un maldito monstruo, pensé. Pero no me dejé impresionar y repliqué:
“Reflexiona. Como podrás ver, luchar el uno contra el otro es una pérdida de tiempo. ¿A quién le intentas avasallar? ¿A mí? ¿Porque me pasé dieciocho años controlando este cuerpo ahora te lo tengo que dejar otros dieciocho años? No me gusta el trato. En cuanto a lo de destruirme, está claro que no has entendido la situación. Nuestras mentes están unidas. Ni mi familia, ni Madre, han sido capaces de separarnos, ¿y crees que Lotus será capaz de hacerlo? Yo te propongo un compromiso,” añadí sin dejarle contestar. “Iremos a por Jiyari y tus demás hermanos, pero también ayudaremos a los Ragasakis a resolver el problema de los dokohis. Ellos fueron creados por Lotus, ¿no es así? Pues destruiremos todos sus collares y liberaremos a los Espectros de la Angustia y a los saijits por igual…”
“No fue Lotus quien creó los collares,” replicó entonces Kala por vía mental.
Enarqué una ceja. Eso era nuevo.
“Si no los creó él… ¿entonces quién?” pregunté.
Hubo un silencio. Entonces Kala gruñó:
“No lo sé. No recuerdo. Estaba metido en la lágrima dracónida y los recuerdos de entonces son muy difusos. Sólo es que… sé que Lotus no hubiera hecho algo así. Él no podría…”
Calló. Y se hizo reservado. Tras un silencio interrogante, lo dejé pasar y retomé:
“Sea como sea, destruiremos los collares. Y ofreceremos toda nuestra ayuda a nuestra familia… a los Arunaeh,” especifiqué, “para reparar el Sello, puesto que fuiste tú quien lo rompiste. No me importa compartir responsabilidades, ¿lo ves? En cuanto al cuerpo y quién lo mueve… supongo que no estarías de acuerdo si te dijera que lo quiero para mí.”
“Obviamente. Es mío,” afirmó Kala.
“Y mío,” repliqué, exasperado. “Creo que ya es hora de que te vayas dando cuenta de ello…”
Me erguí. De pronto, había notado aire moverse a mi alrededor.
—«Quieto,» lanzó Kala, indignado. «¿Me estabas distrayendo para intentar robarme el control otra vez?»
“¿Puedes callarte?” siseé mentalmente. “Hay algo vivo que se acerca. Por la derecha. Algo gordo. Movámonos. Seguro que te han oído.” Kala se levantó y mascullé: “La mochila, maldito, no te olvides de la mochila.”
“No me des órdenes, saijit.”
Pero cogió de todas formas la mochila. Suspiré. Al menos no era del todo inútil. Sabía hacer caso cuando interesaba. Y diablos, Jiyari decía que a veces actuaba como el Kala que recordaba, pero yo no era ni tan egoísta ni tan corto de miras como ese sujeto…
De pronto, Kala soltó una ráfaga de viento hacia la dirección donde se encontraba el animal y disipó la bruma. Me quedé atónito.
“¿Qué crees que estás haciendo?” exclamé. “¡La bruma nos escondía!”
Kala chasqueó la lengua, ruborizándose un poco.
—«Sólo quería hacer como tú y ver si el animal estaba cerca…»
Calló cuando divisamos una forma negra e imprecisa entre dos árboles retorcidos. El bosque estaba oscuro, pero como eran pocos los árboles con hojas en esa región muerta, las luces lejanas lograban alumbrar muy tenuemente el lugar a través de la bruma. Lo suficiente para que unos ojos de kadaelfo alcanzaran a ver que la forma, alta e imponente, se movía y se acercaba. El Datsu se me desató y me puse a correr en dirección opuesta. También algo asustado, Kala quiso hacer como yo, nuestros movimientos se desacompasaron, tropecé contra una raíz y me desplomé exclamando:
—«¡Te maldigo!»
Y me maldije a mí mismo por haber gritado en voz alta. Si esa cosa era un escama-nefando, estábamos realmente en un aprieto. Me levanté y seguí corriendo.
“Déjame correr a mí,” protestó Kala.
Inspiré, pensé en las consecuencias… y me detuve.
“Si te tropiezas, te relevo.”
Kala sonrió y asintió.
“Voy.”
Mar-háï, era como un niño… Aunque se le podía entender, teniendo en cuenta que no se había movido así desde hacía décadas. Mientras Kala corría con prudencia de raíz en raíz hacia una bruma cada vez más densa, me dediqué a seguir los movimientos del aire. Nuestro perseguidor seguía ahí detrás, pero no nos alcanzaba. Bien. Me descentré un instante de mi órica al pensar en lo extraño que resultaba estar corriendo sin tener cuidado en dónde tenía que poner los pies… Entonces, percibí un movimiento cercano.
“Attah, ¡hay otro hacia la izquierda!” exclamé.
Kala giró hacia la derecha y protestó:
“¿Por qué diablos me habrá dejado Lústogan aquí?”
“A saber,” murmuré, tenso.
No se me pasó desapercibida la manera en que tenía de asociarse con Lústogan. Attah… Era un poco como si estuviera negando mi existencia. Me preguntaba si él mismo, en el fondo, no consideraba a los Arunaeh como su propia familia. Al fin y al cabo, sellado o no, había sido criado por ellos.
“Estate atento, ¿quieres?” me refunfuñó.
Sentí una pizca de diversión.
“Perdón.”
Me ensombrecí sin embargo muy rápido cuando noté, al de apenas cien metros recorridos, que había otras dos criaturas persiguiéndonos por la derecha. Eran tan silenciosas… No podían ser nadros: los nadros rugían en sus cacerías para acorralar mejor a su presa. Y los escama-nefandos, que yo supiese, no cazaban en manada.
“Diablos. Nos han acorralado,” dije. “Sólo nos queda seguir hacia delante…” Kala se abalanzó hacia delante y terminé mi frase diciendo: “Lo que significa que ese es el lugar donde pretenden cocinarnos.”
Kala se detuvo en seco.
“¿Co…? ¿Cómo dices? ¿Cocinarnos? ¿No querrás decir…?”
“Exactamente lo que digo,” afirmé. “O bien…”
No acabé esta vez mi frase porque empecé a oír los pasos sigilosos de las criaturas detrás y a ambos lados. Mascullé:
“Deja de agitarte, Kala, reaccionar violentamente no nos ayudará.”
—«No estoy reaccionando violentamente,» protestó Kala en voz alta. «Estoy perfectamente tranquilo. ¿Qué te crees? No estoy asustado. Yo soy de acero, no me pueden comer.»
Dejé escapar un ruidoso suspiro.
“Kala… Despierta y abre los ojos. Ya no eres de acero, eres de carne y hueso.”
La revelación pareció dejarlo sumido en un estado de confusión tal que de pronto perdió el equilibrio y cayó.
“Tomo eso por un tropiezo,” decidí. Y retomé el control del cuerpo. Me levanté y escudriñé la niebla silenciosa, en vano.
—«¿Quién anda ahí?» pregunté.
Nadie me contestó. Las criaturas se habían detenido en la bruma y sentía sus respiraciones. Eran cinco, y las cinco tenían a otra criatura encima que respiraba a su vez. Saijits sobre anobos. Era la única explicación. Sólo faltaba saber… cómo acogían esos saijits a los extranjeros.
—«Siento la intrusión,» solté a ciegas. «Pero me he perdido.»
Era cierto. De tanto correr y girar para evitar a nuestros perseguidores, me había perdido del todo.
—«Me sentiría… esto… agradecido si me indicarais el camino para salir de este bosque.»
“Estás hablando con unos monstruos, te recuerdo,” carraspeó Kala, incrédulo. “¿En serio crees que te van a entender?”
“Son saijits.”
“Mmpf. Lo mismo,” gruñó el Pixie.
Inspiré el aire húmedo y frío. Mi Datsu estaba afortunadamente ya bien recuperado y desatado como tenía que estar. Pensé: si no han atacado aún, ¿es por la bruma? ¿porque no pretenden atacarme? ¿porque tal vez me estén llevando a un lugar preciso? ¿los lindes del bosque, quizá? Esa última posibilidad era muy optimista. No había oído muchas historias sobre el Bosque de Liireth, pero sabía que eran tierras malditas, pobladas por parias y traidores al Gremio de las Sombras. Eran gente todavía menos aconsejable que los mercenarios como los Zorkias. De encontrarse con un intruso en su territorio, dudaba de que se lo pensasen ni un segundo antes de eliminarlo. Y, sin embargo, ahí seguía con vida.
Estaba aún preguntándome qué podía hacer contra esos cinco anoberos escondidos en la bruma cuando oí los pasos de unas personas acercarse desde la dirección hacia donde Kala había estado corriendo. Oí un ruido de espada desenvainarse y me tensé, vacilando. ¿Sería mejor despejar la bruma? ¿O eso sólo los provocaría? Sentí el aire moverse mientras una de las personas se aproximaba cada vez más. Pero no veía nada. Sólo un amasijo de bruma… Tardé un instante antes de entender que esa persona estaba usando armonías para ocultarse. Y lo pensé demasiado tarde. El filo de la espada pasó con la rapidez de un relámpago y cortó las correas de mi mochila. Esta cayó al suelo. Al segundo siguiente, tenía la espada reposando sobre un hombro, contra mi cuello.
—«Manos arriba.»
Las alcé lentamente en el momento en que surgía una luz y aparecía ante mí un saijit con una máscara blanca. Kala enseguida siseó de rabia y luché por mantener el control.
“¡Kala! No son las Máscaras Blancas. Las matasteis a todas, ¿recuerdas?”
Aun así, los recuerdos lo habían invadido y el Pixie estaba dominado por el miedo y la rabia. Y debía de verse en mi expresión, pues el saijit presionó levemente el filo contra mi piel.
Acero, pensé. Acero bien hecho pero sencillo. No me costaría destruirlo. Sin embargo, ese saijit era rápido y no sabía si sería capaz de agarrarlo con la mano antes de que reaccionara. Probablemente no.
El que acompañaba al de la espada, ayudándose con la luz de una pequeña piedra de luna, se ocupó de agarrar mi mochila y echarle un vistazo adentro. Tenía garras de ternian, me fijé. Carraspeé.
—«Silencio,» me lanzó el que me amenazaba.
Guardé silencio un instante… y protesté:
—«No deberíais matarme.»
—«Si hablas cuando te lo prohíbo, acabarás muerto sin lugar a dudas…»
La espada se movió levemente, amenazante. Callé. Mientras que el saijit que inspeccionaba mis haberes llevaba una máscara bien limpia y pulida, el de la espada la tenía parcheada en varios sitios y se le adivinaba el mentón de piel negra. Ambos vestían ropa de colores grisáceos, seguramente para esconderse mejor en la bruma. Finalmente, el ternian dejó mi mochila revelando una voz de mujer cuando dijo:
—«No lleva gran cosa. Parece como si hubiese salido corriendo de algún sitio. En cualquier caso, no parece ser un espía.»
—«Nunca te fíes de las apariencias,» dijo el de la espada.
—«Mmpf. ¿Has visto su cara? Antes deberíamos preguntarle si es saijit. No creo que el Gremio de las Sombras contrate a gente con esos ojos…»
—«No te fíes de las apariencias, digo,» insistió el de la espada. «Podrían ser lentillas, o una máscara muy bien hecha, ¿qué sabes tú?»
La mujer ternian emitió una risita divertida.
—«Eres tremendo, Dist. Una cosa es ser desconfiado y otra empeñarse en serlo. ¡Está bien! Se lo preguntaré.»
Se posicionó justo detrás del espadachín y pude distinguir el brillo de sus ojos cuando me miró.
—«¿Cuál es tu nombre?»
Hice una mueca. Diablos… ¿Y ahora qué les decía? Revelar que era un Arunaeh no era una buena idea. Los Arunaeh eran conocidos por ser los peores inquisidores de todos los Pueblos del Agua y los forajidos, además de temerlos como a los diablos, los detestaban. Por suerte no habían reconocido mi tatuaje; su forma debía de haberse alterado demasiado, por las mismas razones que tenía la piel gris y los ojos tan raros.
Así pensaba, tratando de sacar un nombre y una historia convincentes cuando Kala se me adelantó siseando:
—«Sucios saijits.»
Mi Datsu se desató aún más y soltando imprecaciones en mi cabeza luché por retomar el control. Kala no quería.
“¡Tropezaste, me toca a mí!” argumenté. “¿Quieres que nos atraviesen con esa espada? ¿Para eso te has molestado tanto en reencarnarte?”
Kala se tranquilizó al fin. Pero la reacción de los dos enmascarados no se hizo esperar más. El de la espada repitió con tono neutro:
—«¿Sucios saijits? Sobreentiendo que tú no eres saijit, entonces.»
—«Por supuesto que no soy s…» Callé y maldije a Kala de nuevo. Este me ignoró. Me apresuré a soltar: «Me refería a los sucios saijits que me obligaron a huir de mi pueblo. Os juro que no soy ningún espía. Sólo estaba buscando mi camino para salir del bosque.»
—«¿Oh-oh?» replicó la mujer. «¿Te dirigías hacia Dágovil?»
Fruncí el ceño. Y volví a pensar en las palabras de Lúst. “El Bosque de Liireth fue la base de operaciones del Gremio de la Contra-Balanza y por algún motivo lleva el nombre del Gran Mago Negro. Es muy posible que encuentres alguna información de provecho.” Miré las máscaras con intensidad. ¿Serían esos unos antiguos rebeldes de la guerra de Liireth? ¿Habrían conocido a Lotus? ¿O bien eran algún destacamento del Gremio de Dágovil? Pero, de ser el caso, me habrían tomado enseguida por un desertor, ¿verdad? Sus ropas eran usadas, pero estaban limpias. ¿Eso tal vez indicaba que su base estaba cerca? Decidí correr el riesgo de meter la pata y solté:
—«En realidad, ando buscando al Gremio de la Contra-Balanza.»
Mi afirmación fue seguida de un profundo silencio. Hasta la bruma pareció inmovilizarse. Entonces, el de la espada murmuró:
—«Mel. ¿Lo mato?»
Attah… Debería haber supuesto que no sería tan fácil. Kala masculló sin tapujos:
“No lo has arreglado.”
Apreté los dientes. Y me preparé. Si ese tal Dist realizaba cualquier movimiento sospechoso, descargaría mi órica para alejar el filo… La teoría era hermosa, pero salir con vida de esa era otro cantar. La tal Mel dijo entonces:
—«Dinos tu nombre.»
Inspiré. Y solté:
—«Kala.»
“¡Ese soy yo!” protestó el aludido. “Cobarde, ¿por qué no les das tu nombre?”
“Porque estamos intentando sacar información sobre Lotus,” repliqué. “El que busca a Lotus eres tú, no yo.”
Kala no rebatió. Los dos enmascarados intercambiaron una mirada. Y Mel soltó una risita.
—«¿Kala como el Pixie del Desastre, eh?» Y añadió por lo bajo: «Dist, ven un momento… Tengo que decirte algo. Por favor, ‘Kala’, no intentes escapar o morirás. No estamos solos.»
Eso ya lo sabía desde hacía rato. Los cinco anoberos escondidos en la bruma no se habían movido. Una vez Dist me dejó el cuello libre de amenaza, respiré mucho mejor. Los vi alejarse, percibí unos murmullos, un ‘¿eh?’ incrédulo y un resoplido escéptico. No tardaron en regresar.
—«Vamos a guiarte,» dijo Mel. «Por favor, síguenos y olvídate de la mochila. Uno de nuestros hombres se encargará de llevarla.»
Ignoraba de qué demonios habían estado hablando, pero me alegré de que no pretendieran matarme de inmediato. Dist tenía aún la espada desenvainada y me indicó amablemente el camino con ella. Seguí a Mel a través de la bruma y percibí cómo los anobos se ponían en movimiento también. Unos puntos negros aparecieron en mi campo de visión.
“¿Qué es eso?” se alarmó Kala. “¿Veneno? ¿Un sortilegio?”
“Cansancio,” suspiré mientras avanzaba evitando las raíces. “¿En verdad nunca has estado cansado?”
Hubo un silencio. Entonces Kala murmuró:
“Supongo que lo olvidé. Con mi cuerpo de acero… el dolor era mucho más grande que el cansancio.”
Lo dejé que se absorbiera en sus pensamientos y seguí andando. Sentía los anobos seguirnos en silencio por ese país de brumas. Tuve la sensación de que, cuanto más avanzábamos, más se multiplicaban las raíces en el suelo, y más energía inestable poblaba el aire. En un momento, mi pie chocó contra una raíz que no había visto y me desplomé, amortiguando la caída con órica. Kala soltó una risita.
“¡Te has caído! Me toca a mí.”
¿Desde cuándo un tropiezo se había convertido en la regla para hacer turnos? Por no decir que él se había saltado la regla unas cuantas veces… Pero no protesté y, cuando Dist me dio una leve patada ladrando que me levantara, Kala gruñó:
—«Estoy en ello.»
Y se levantó con una sonrisilla en el rostro. Se puso a andar y tuve todo el tiempo de examinar los alrededores con órica. El paisaje no cambiaba. Hasta los árboles parecían iguales, de tronco oscuro, retorcido y muerto. Sólo en un momento vimos una hoja que había crecido inesperadamente en la rama de un árbol. Kala se desvió para tocarla con la yema de un dedo y Dist masculló:
—«Si te vuelves a alejar, te corto los pies.»
La mirada que le echó Kala al espadachín fue todo menos amistosa.
—«Voy adonde quiero, sucio saijit,» le replicó. Dánnelah… A ese Pixie le faltaba el juicio. Le mandé una advertencia. Y Kala resopló de lado antes de retomar la marcha siguiendo a Mel.
Finalmente llegamos ante una gran carpa blanca. Por la bruma, no pude evaluar bien sus dimensiones, pero me pareció enorme. Entramos y, al tocar un trozo de la tela de la tienda, fui incapaz de reconocer el material…
“Me has movido,” protestó Kala.
Cierto. Sin darme cuenta, había movido un poco la mano para tocar la carpa. Hice una mueca mental.
“Perdón.”
“Mmpf.”
El interior era como una gran casa. Había una sala principal con mesas y sillas así como varios pasillos con cuartos a ambos lados separados por paneles de madera, de pieles o de tela.
—«¿Un nuevo recluta?» interrogó uno de los rebeldes sentados alrededor de una gran mesa. «¿Quién ese ese, Mel?»
Mel realizó un ademán vago a modo de respuesta y lanzó:
—«Vigiladlo. Voy a hablar con mi madre.»
Enseguida todos dejaron sus cartas sobre la mesa y se interesaron por mí. Eran ocho, y cuando me rodearon sentí que mi cuerpo se tensaba.
“Tranquilo, Kala,” dije. “No nos han hecho entrar aquí para regar de sangre su casa, lo habrían hecho fuera.”
Mi razonamiento no pareció tranquilizarlo, pero ese condenado Pixie tampoco temblaba. Estaba furioso. Miró a los desterrados con cara de pocos amigos.
—«Dánnelah,» soltó un humano de barba larga. «¿Si será un demonio? He oído que los demonios tienen marcas negras en la cara…»
—«Entonces todos los fieles de Netel también somos demonios,» bromeó otro, un drow calvo cubierto de tatuajes negros. «Este debe de ser un Sectario Negro. ¿No se les murió el líder hace poco por culpa de los Cazadores? Hé, tú, habla un poco. Baaj… ¿ya le cortaste la lengua, Dist?»
Kala no dijo palabra y se contentó con mirarlos a los ojos. Dist se quitó la máscara, desvelando los rasgos de un humano negro de mediana edad cubierto de cicatrices.
—«Su lengua está todavía en su sitio,» aseguró. «Dice llamarse Kala y se metió en el bosque buscando al Gremio de la Contra-Balanza.»
La pequeña comitiva se llenó de muecas sorprendidas y burlonas.
—«¿Y todavía sigue vivo?» preguntó el drow calvo. «Dist, te estás volviendo compasivo con la edad…»
—«No es eso,» replicó Dist. «Mel dice que podría ser un Hijo de Liireth.»
Aquello sumió a todos en un silencio, pronto interrumpido por carcajadas.
—«¿Un Hijo de Liireth?» repitió una pequeña elfa de pelo ya canoso. «¿Aún cree Mel en esas leyendas? Pero claro, teniendo en cuenta que Melfisaroda Madre le contaba historias descabelladas de niña, así se quedó…»
—«Cierra la boca, vieja Yaga,» le siseó Dist.
—«La tan esperada profecía,» continuó sin embargo la vieja elfa con sarcasmo. «Liireth resucitado regresará con sus siete hijos, abrirán la puerta del infierno cada uno con su llave y provocarán la hecatombe del mundo tal y como lo conocemos. Y sus seguidores vivieron felices y comieron perdices.»
—«Pero, vieja Yaga,» intervino una muchacha, «¿cómo explicas que corresponda tan bien a la descripción, entonces?»
—«¡No soy vieja, Karin! Y saijits grises y con ojos raros, esos yo los he visto a montones. Este es un drow de Ayrabek. Viví ahí muchos años y sé de qué hablo.»
—«La vieja sabe de qué habla,» la defendió el drow calvo, burlón.
Se llevó un puñetazo de la vieja Yaga en el costado arrancándole una queja.
—«¡Recordad quién os enseñó a mover esas espadas, panda de desagradecidos!» exclamó.
—«¿Ahora te adjudicas méritos ajenos?» lanzó Dist con una sonrisa torva.
—«¡Desagradecidos!» insistió la vieja Yaga sin rebatir. «¿Quién os enseñó a navegar? ¡Pues no fui capitana de barco por nada!»
—«Para lo que nos sirve aquí…» murmuró el humano barbudo. Y alzó las manos: «¡Perdón, vieja Yaga!»
—«¡Que no soy vieja!» refunfuñó la elfa.
—«¿Ya estáis otra vez?» intervino la voz alegre de Mel. Apareció la ternian por el pasillo. Se había desenmascarado y desencapuchado, por lo que pude ver su rostro joven, su pelo negro y corto y sus ojos de un verde intenso rodeados de pequeñas escamas. «¡Kala! Por aquí. Mi madre quiere verte. Es la jefa de la carpa, así que tendrás que mostrarle respeto. Espera… Dist, ¿lo registraste?»
El humano negro cayó en la cuenta de que no lo había hecho y se acercó a mí con intenciones de sondearme los bolsillos. Kala lo asesinó con la mirada, pero no se inmutó cuando el humano me quitó del bolsillo derecho mi diamante de Kron.
“¡Eso es mío!” protesté mentalmente.
No pude evitar tender una mano para intentar regresarlo a mi bolsillo… Kala me cortó el movimiento a medio camino.
—«Es mi cuerpo,» gruñó en voz alta.
Dist enarcó una ceja. La vieja Yaga se burló:
—«¿Tu cuerpo? ¿En serio? ¿Y no se puede tocar?»
Acercándose, me palmeó el pecho y lo acarició con expresión socarrona. Exclamé mentalmente:
“¡Vieja pervertida!”
—«¡Este haría un buen espadachín!» se alegró la vieja elfa.
“¡Kala! ¿Por qué no protestas?” me indigné.
El Pixie meneó la cabeza, sobrecogido.
—«Hacía mucho tiempo… que alguien no me tocaba.»
¡Y lo dice en voz alta, el idiota! Me avergoncé tanto que hasta Kala se puso rojo. El drow calvo soltó entonces un resoplido de asombro.
—«¡Dist! Oye, camarada, esa piedra… es bonita. Te la compro por veinte kétalos, ¿te va?»
El humano negro le echó una mirada de biés.
—«¿Es valiosa, eh? Dime antes por cuánto crees que podrás venderla en el mercado negro.»
El drow calvo hizo una mueca pensativa, haciendo el que no sabía.
—«Qué mal pensado. Me gusta el color, eso es todo. Vamos, si realmente tuviera que venderla, sacaría… ¿unos cien kétalos?»
Cien kétalos. Un diamante de Kron por cien kétalos… Intenté reconfortarme pensando que el drow había reconocido la piedra y que sólo estaba tratando de engañar a Dist. Mel me agarró del brazo con extraña suavidad.
—«Kala. Por aquí.»
Me quedé sin saber el resultado de sus negociaciones. A Kala, por lo visto, no le interesaban. Pero yo no iba a dejar que me quitaran el diamante de Kron tan fácilmente. Lo recuperaría sin falta, me prometí.
Mel me guió por el pasillo, apartó unas pieles que se usaban de puerta y me invitó a entrar.
—«Arrodíllate,» me aconsejó.
Kala frunció el ceño pero, cuando entró y vimos a los dos guardias enmascarados arrodillados a ambas partes de una anciana sentada sobre un cojín, se arrodilló él también, aunque no supe si por prudencia o por imitación. La anciana llevaba un estrafalario turbante rojo alrededor de su abundante cabello blanco así como numerosos collares con dientes y conchas alrededor del cuello. Por lo demás, vestía una túnica clara y sencilla.
—«Melfisaroda,» dijo Mel, presentándomela mientras se sentaba sobre un cofre de madera, a un lado. «Mi madre suele contar que conoció a los hijos de Liireth, ¿verdad, Madre? Prevengo: si no te reconoce, morirás por haber mentido.»
Kala y yo agrandamos los ojos al mismo tiempo. ¿Qué diablos? ¿Cómo iba a reconocerme esa vieja si había cambiado de cuerpo? Además, yo no había mentido, ¡eran ellos los que habían sacado conclusiones! Los ojos de la anciana ni siquiera parecían ver muy bien, me fijé. Parecía un vejestorio. ¿Realmente era la madre de Mel? Y aún más extraño… ¿realmente era la jefa de esos desterrados? De pronto, inopinadamente, Kala se carcajeó. Se carcajeó de veras. Parecía un verdadero loco, pensé. Sus ganas de reír, sin embargo, eran pegadizas y acabé riendo yo también, nos atragantamos, tosimos y pregunté:
“¿Se puede saber por qué te ha dado ese ataque?”
Los dos guardaespaldas tenían agarrado el pomo de su espada con firmeza, listos para desenvainar. La anciana y su hija nos miraban con fijeza.
“Realmente te están tomando por un loco,” le solté.
“Si no te hubieras reído tú también, no me habría atragantado,” se quejó Kala.
Resoplé.
“¡No lo digo por eso! ¿Por qué diablos te has reído?”
—«¿Y no puedo?» refunfuñó Kala. «Esa anciana… Melfisaroda, la conocí hace mucho tiempo. Me acuerdo de ella. Cuando la conocí, tenía diez años y yo catorce. Era la hija de una bruja nómada que vendía remedios. Lotus fue a verla con nosotros para intentar solucionar el dolor y pasamos dos meses juntos. Mel se le parece mucho.»
Marqué una pausa. Esa era una buena noticia: significaba que, efectivamente, Kala había conocido a esa Melfisaroda. Sin embargo…
—«¿Qué tiene eso de gracioso?»
—«Obviamente,» chasqueó Kala, impaciente, «fue por la sorpresa. Hasta heredó el turbante de su madre,» se rió por lo bajo.
La razón me pareció un poco ligera pero lo olvidé en cuanto me di cuenta de que habíamos estado hablando en voz alta. Attah, ¿nos habrían creído? ¿O estarían pensando que nos reíamos de ellos? A saber… Aproveché para decirle mentalmente:
“¿Ves que no todos los saijits son terribles?”
Kala enseguida se ensombreció.
—«Incluso un cachorro de mantícora puede parecer simpático. La bruja, en cambio, nos daba brevajes del demonio para que vomitásemos pulmones, corazón y todo…»
—«Entonces te acuerdas,» murmuró la anciana de pronto con voz temblorosa. «Yo también lo recuerdo.»
“Menudos recuerdos más agradables,” masculló Kala, aunque tuvo la sensatez de decirlo sólo mentalmente. Y cuando la vieja tendió una mano hacia él, vaciló pero se la cogió. Estaba fría, pálida y arrugada. Sus garras de ternian, levemente sacadas, tenían la punta roma y desgastada. Si tenía diez años cuando Kala la había conocido, significaba que ahora no tenía aún ni setenta años; y, sin embargo, parecía tener más de cien.
—«Has cambiado,» dijo la anciana, observándonos con detenimiento.
Kala sonrió con sinceridad.
—«Tú también.»
Esta vez, fui yo quien me carcajeé, aunque conseguí no alterar demasiado mi expresión. Kala rechinó los dientes y lanzó a bocajarro:
—«Di, abuela. ¿Sabes qué fue de mis hermanos? ¿Los has visto?»
El tacto, Kala…, murmuré para mis adentros. La hija ternian había fruncido el ceño y se había levantado del cofre descruzando los brazos.
—«¿En serio lo reconoces, Madre?»
—«Ya lo has oído,» replicó la anciana, sonriéndome. «Ha hablado de un encuentro del que no te hablé más que a ti. Y ha hablado de Lotus y no de Liireth. ¿Cuánta gente conoce ese nombre?» Me apretó la mano con dulzura y sus ojos que me habían parecido antes medio ciegos destellaron de vida. «Tú eres Kala, ¿verdad? Has elegido un buen cuerpo. Aunque… por desgracia no tengo noticias de ningún miembro de tu familia desde hace mucho tiempo. Rao vino aquí hace veinte años.»
Kala inspiró de golpe.
—«¿Rao? Veinte años… Eso significa…»
—«Que aún estabas con ella,» afirmó la vieja Melfisaroda. «Pero no creo que lo recuerdes, ya que estabas en esa lágrima.»
Kala meneó la cabeza.
—«Rao se reencarnó por segunda vez después que yo,» murmuró. «Entonces… la que viste…»
—«Estaba todavía en su segundo cuerpo,» aseguró la anciana. «No sé si lo recordarás. Ella decidió que Lotus probase antes con ella el transvase y vivió con él durante muchos años aprendiendo sus artes bréjicas… Y luego, incluso después de que Lotus muriese, siguió aprendiendo y ocupándose de todos vosotros. Sí… En aquel entonces, se hacía llamar Aema. Era hermosa… pero tuvo mala suerte con el cuerpo de su primera reencarnación,» dijo con aire apenado, «Una enfermedad la tenía muy desmejorada. Y, para colmo, los Cazadores la buscaban…»
—«¿Los cazadores?» repitió Kala.
La anciana tensó la mandíbula.
—«Los esbirros del Gremio de las Sombras. Los Cazadores Negros. Así los llamamos nosotros. Desde hace décadas, persiguen a la gente, los desertores de las guerras, los desterrados, los fugitivos, y también os perseguían a vosotros. ¿No lo recuerdas?»
Kala tragó saliva y vi imágenes fugaces de guerreros acorralándome y cayendo uno tras otro bajo mis puños de acero…
—«Recuerdo,» dijo el Pixie. «Pero no me hables del pasado. No quiero pensar en él. Háblame de Lotus. ¿Él te dijo algo? ¿Estuvisteis trabajando juntos en la guerra, no? Eso me dijo Rao… Quiero saber dónde están mis hermanos.»
Melfisaroda meneó suavemente la cabeza con tristeza.
—«Lo siento, Kala. No sé gran cosa. Sé que una de las lágrimas fue robada. Y Lotus… murió. Eso lo sabías, ¿no?»
Kala le soltó la mano y se cruzó de brazos.
—«Lotus no ha muerto. Eso sí que lo sé.» Marcó una pausa. «¿Una de las lágrimas fue robada? ¿Por quién…?»
—«Por el Gremio.»
Agrandé los ojos. ¿El Gremio de las Sombras de Dágovil? Entonces… Kala empezó a temblar.
—«No… ¿Quién…?»
—«No lo sé. Lotus no me dijo quién fue robado. Sólo sé que no sois ni Rao, ni Tafaria, ni tú.»
Eso dejaba a Roï, Melzar, Boki y… Bueno, Jiyari se había reencarnado y había vivido en Kozera ninguneado por todos, por lo que no podía ser él. Roï, Melzar, Boki. ¿Cuál de ellos? ¿Cuál de ellos había caído de nuevo entre las manos de ese maldito gremio? Kala tragó saliva y Melfisaroda añadió con suavidad:
—«Os quería mucho. Tanto que, cuando perdió una lágrima, se empeñó en recuperarla a toda costa.»
Y por eso se unió a la Contra-Balanza, entendí.
—«Tienes razón,» añadió. «No debes pensar en el pasado. Ahora que tienes un futuro… puedes dejar atrás el pasado. Aunque no entiendo cómo es que, después de tanto tiempo, no te has reunido con los demás. ¿Ocurrió algo?» se inquietó.
Fruncimos el ceño y el silencio se alargó. ¿En qué estaría pensando Kala? No lo sabía con precisión, pero percibía su agitación.
—«Si no sabes nada,» dijo al fin, «entonces, ¿quién sabe algo? Este bosque estuvo plagado de celmistas de la Contra-Balanza, gente que trabajaba con Lotus.»
—«Tal vez…» meditó la anciana.
Sacudió la cabeza y, quizá para relajar el ambiente, su hija Mel propuso:
—«¿Un poco de vino?»
Kala la fulminó con la mirada y retrucó con sequedad:
—«¿Quieres que me roñe?»
Superé mi asombro antes que todos y me carcajeé esta vez de verdad.
—«Soy de carne y hueso,» dije. «Kala es idiota.»
—«¿A quién le estás llamando idiota?» bufó Kala y, ante los dos guardaespaldas y las dos ternians atónitas, aceptó: «Prefiero el aceite, pero dadme ese vino, lo probaré.»
—«Ni se te ocurra,» protesté en voz alta. «No quiero el vino.»
“¿Quieres dejar de fastidiarme?” me reprochó. Intenté explicarle mentalmente la incompatibilidad del alcohol con el Datsu, pero a Kala pareció simplemente hacerle gracia y afirmó:
—«Trae el vino.»
“¡Kala, no!” me quejé.
Mel intercambió una mirada alucinada con su madre, pero finalmente sacó una botella de un basto bufete y rellenó unas copas.
—«Para mí y para el invitado,» dijo, ignorando la mueca tristona de la anciana. Posó la copa para Kala con rapidez, como para evitar entrar en contacto conmigo. Chasqueé mentalmente.
“Si me haces esta jugarreta, te haré una peor,” le previne. “Como dicen los Escritos de Sheyra, los excesos se pagan con excesos.”
Kala se detuvo justo antes de llevar la copa a sus labios… y suspiró. “Tirano,” me soltó. Y dijo en voz alta posando la copa:
—«Vaya, cambié de opinión. No puedo. Me lo dice… una vocecita.»
¿Una vocecita?, me exclamé. ¿Conque había sido relegado al rango de ‘una vocecita’? Fuera como fuera, no me quejé, porque finalmente Kala había respetado mi deseo. No hacía falta que tirase la copa de vino como había previsto hacer de acercarse demasiado la copa a la boca.
—«No importa, a mí tampoco me deja beber mi hija,» aseguró la anciana y alzó un índice diciendo: «Alégrate, también tenemos aceite.»
“No lo quiero,” refunfuñé mentalmente.
—«Recuerdo cómo de muchacho te encantaba el aceite de tawmán,» rió la vieja.
Mel carraspeó.
—«Madre, no creo que le venga bien beberse un vaso de aceite con el cuerpo que tiene ahora,» razonó la hija sensatamente.
La anciana se encogió de hombros, alargó un brazo rápido y bebió la copa de Kala hasta el fondo. Sonrió con una boca sin dientes y exclamó:
—«¡No sabes lo que te pierdes!»
Su hija imprecó y se precipitó.
—«¡Madre!»
—«Estoy bien,» ronroneó la vieja Melfisaroda con los labios arrugados curvados de puro placer. «Esta sensación… ¡Ah! ¡Cuánto tiempo hacía que no me sentía tan bien! El vino de zorfo es un gran regalo de los dioses, y no hay que menospreciarlo, nieta mía… digo, hija mía… Vamos, no me mires así,» rió. «A los viejos, hay que dejarles algunos caprichos inocentes… Piensa que pronto estarás a cargo de toda esta gente y yo me iré a reunirme con tu abuelo… qué digo, padre y…»
—«Madre,» resopló la hija Mel con cierta tensión. «No te entierres tan pronto. Estás en perfecta salud. Te bebes los vasos más rápido que una incursión de Zorkias… ¡Madre!»
Masculló cuando la anciana se dejó caer sobre los cojines. Esta hizo un ademán vago, arrastrando las sílabas.
—«Hija… Enséñale a Kala la lápida, ¿quieres? Yo… no estaría bien que fuera ahí borracha,» se rió.
Melfisaroda aguantaba el vino todavía peor que Jiyari, pensé, impresionado. La hija suspiró ruidosamente y les lanzó a los dos guardaespaldas:
—«Procurad que no salga de este cuarto hasta que se le pase. Mar-háï…» Hizo un gesto seco y me dijo: «Ven, Kala. Te guiaré hasta la lápida.»
Estábamos ya saliendo de la carpa y Mel se había agenciado a varios acompañantes, entre los cuales Dist, cuando Kala soltó:
—«¿Qué lápida? Yo no he venido a ver tumbas.»
Mel enarcó una ceja, se encogió de hombros y se puso la máscara blanca replicando:
—«Poco importa. Mi madre quiere que la veas y la verás.»
—«¿Entonces es él?» preguntó detrás una voz en un murmullo.
—«Tiene que serlo…»
—«Pues claro que es un Hijo de Liireth,» lanzó Mel con sequedad a sus compañeros. «Si no ya estaríais enterrando su cadáver. En marcha.»
Salimos de la carpa y volvimos a la bruma. Yo empezaba a estar realmente cansado y Kala, por extensión, también; sin embargo, el Pixie hizo un esfuerzo para mantenerse atento y no tropezar, consciente de que si lo hacía yo lo relevaría.
No anduvimos más de un cuarto de hora antes de llegar a un pequeño montículo. La bruma, lejos de ser menos densa, flotaba ahí como un manto espeso y Mel tuvo que sacar su piedra de luna para iluminar el camino. Vi cómo algunas raíces habían sido cortadas y puestas a medida para facilitar la pequeña ascensión. Enseguida, estuvimos en la cima. Tan sólo Dist y Mel nos acompañaban ahora. Los otros tres se habían quedado al pie de la pequeña colina. Mel se me encaró.
—«No te creas que te has ganado nuestra confianza por ser quien eres, Kala. Si es verdad que conociste a mi madre, debes haberte dado cuenta de quién es en realidad.»
Para sorpresa mía, Kala asintió.
—«Sin duda. Es Lenerayama, la madre de Melfisaroda. La bruja de los potingues. Y tú eres su nieta. ¿Es importante?»
Mientras yo digería la novedad, Mel me observó detrás de su máscara impasible.
—«Lo es,» dijo con más calma. «Ocurrió en la guerra de la Contra-Balanza… Yo acababa de nacer cuando Melfisaroda, mi madre de verdad, murió en un campo de batalla. Unos años después, apareció mi abuela y todos la tomaron por Melfisaroda. En aquella época, no estaba tan decaída… Algunos que conocían la verdad quisieron usarla para animar a las tropas y la convencieron para que reviviera la gloria de su hija. Algunos no estarán de acuerdo pero pienso que lo hizo aún mejor que ella. No sé si mi madre era de las personas capaces de aguantar en este infierno durante treinta años. Lo que sí sé es que mi abuela no dejó que decayeran los espíritus. Melfisaroda es un símbolo de nuestra lucha que perdura a través del tiempo. No dejaré que lo destruyas.»
Kala estaba perplejo. Yo me contuve de intervenir para decir que todas sus historias de robos de identidad me interesaban bien poco.
—«Así que es importante,» dijo al fin el Pixie, parco.
Ni siquiera comentó nada acerca de la muerte de Melfisaroda. El tacto y los modales no eran, por lo visto, una cualidad de Kala. Se giró hacia la bruma, donde había aparecido, por un instante, la forma de una estela. Nos acercamos con igual interés. Sólo había una lápida y, en ella, unas inscripciones que me aclararon la razón por la cual me habían guiado hasta ahí. Kala frunció el ceño.
“Hay algo escrito en la lápida.”
Hubo un silencio.
“¿Qué es?” insistió.
“¿No sabes leerlo?” me sorprendí. Y leí: “A nuestro Gran Maestro de las Artes Superiores, Liireth, que sus ideas y sus hazañas perduren en nuestras memorias y nuestras acciones y que los dioses lo protejan en la eternidad.”
Kala cayó de rodillas, impactado.
—«Padre…» murmuró.
Con las manos, tocó la superficie seca y rugosa de la lápida. Mi corazón latía con fuerza. Detrás de nosotros, Mel soltó con más suavidad:
—«Te dejaremos solo. No olvides que estás vigilado.»
Dist y ella desaparecieron en la bruma. Volví a mirar la lápida con los ojos hinchados de lágrimas. Antaño dolían y roñaban mi piel, pero ahora podía llorar libremente. Podía dejarme llevar por mis sentimientos. Posé la frente contra mis manos y dije con voz ahogada:
—«Volverás. No has muerto. Rao me lo dijo. Volverás para…»
Me sorbí la nariz y jadeé:
—«Para que te demos las gracias.»
Las lágrimas eran cálidas y quemaban. Pero consolaban extrañamente. Oculto en la bruma, en el silencio del bosque que llevaba el nombre de mi padre, lloré sin saber muy bien por qué, durante un rato interminable, hasta que el cansancio acabó por vencer y Kala y yo caímos dormidos ahí, sobre la tumba del Gran Mago Negro de Dágovil, sobre la tumba de nuestro padre.