Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 2: El Despertar de Kala
«El Datsu de los Arunaeh es una burbuja de roca-eterna: sagrado, vuela y contempla su alrededor, abrazando a quien lo posee. ¿Tendrá sentimientos propios? Algunas veces, tengo la impresión de que mi Datsu está vivo.»
Yánika Arunaeh
* * *
Aquella noche, soñé con que me transformaba en hierro negro. Estaba caminando tranquilamente por un túnel alisando la roca cuando de pronto caía en un lago de metal fundido y me convertía en un golem metálico. El dolor se agarraba a mi corazón como si quisiera estallarlo y desperté en un sobresalto. Enseguida me percaté de la órica que me envolvía y la deshilaché antes de girarme hacia Yánika. Aún dormía. Pese a su aspecto bastante horrible, no tenía fiebre y su aura era plácida.
Los Zorkias ya estaban despiertos, aunque sólo pude ver a Reik, Danz y otro guardando sus pertenencias al otro lado del peñasco. Los demás no se veían por ningún sitio. Tras desayunar un Ojo de Sheyra y contarle mi pesadilla a Jiyari, este resopló:
—«Deberías tomarte unas vacaciones. Que te guste destruir roca, me parece bien, pero que viajes con tu propio lingote de hierro empieza a ser preocupante y si encima empiezas a soñar con que te conviertes en metal…»
Puse los ojos en blanco y él se levantó con las cantimploras vacías.
—«Iré a rellenarlas.»
Vi al rubio alejarse peñasco abajo y, tras verlo desaparecer, me ensombrecí. No era la primera vez que soñaba con un cuerpo metálico. Kala, por lo visto, había tenido uno por culpa de los experimentos que le habían hecho padecer. Sin embargo, Jiyari parecía ignorarlo. Pese a que poco a poco me iba haciendo una idea de la vida anterior de Kala, me preguntaba por qué esta venía con cuentagotas y, sobre todo, por qué me sentía cada vez más interesado por ella. ¿Sería ese el objetivo de Kala? ¿Hacerme creer que él y yo éramos los mismos para finalmente controlarme del todo? ¿Hacerme sentir compasión por su terrible infancia? ¿O bien era simplemente que la barrera que había impuesto Madre se estaba rompiendo? En tal caso, si se llegaba a romper totalmente y Kala se hacía con mi mente… ¿existiría alguna manera de volver a ser yo mismo? Aunque… ¿podía acaso dejar de ser yo mismo por unos recuerdos? Mar-háï. Había tantas preguntas sin respuesta, y tan retorcidas, que decidí dejarlo. Tras echar un vistazo al bosque tupido y las tinieblas de la enorme caverna, metí la mano en mi bolsillo para percatarme de que no tenía mi diamante de Kron. Fruncí el ceño. Revisé mi memoria… y rebusqué en la mochila nueva de Yánika. Ahí lo tenía. Y también tenía un cuaderno, me fijé. ¿Un diario? Despertó mi curiosidad, pero por supuesto no lo toqué. Bastante poca intimidad tenía Yánika con sus sentimientos como para que yo fuera a quitarle más.
Hundí mi diamante en un bolsillo y me disponía a examinarlo por enésima vez cuando vi a Reik acercarse.
—«Nos tomaremos un descanso esta mañana,» dijo en voz baja. «Hoy toca cazar y comer dignamente. Puede que os invite si hay bastante. ¿Qué tal está?» inquirió.
—«Creo que mejor.» Me levanté, me alejé por el peñasco con el Zorkia y le pregunté: «¿Estamos lejos de los lindes del norte?»
—«Unas horas de marcha,» estimó el Zorkia. «Este bosque es pequeño, pero es un verdadero laberinto y vamos bastante cargados. Danz estuvo aquí más de una vez, pero no lo conoce tan bien como el Bosque Ribol.»
El Bosque Ribol, me repetí, enarcando la ceja. Ese bosque, que hacía de frontera entre Kozera y Lédek, era un hervidero de vida, con marismas, árboles luminosos y, según había oído, tenía flores con pétalos más grandes que una persona. Pese a los peligros, existía una ciudad de madera en esas marismas. La Ciudad de los Koobeldas. Miré a Reik con curiosidad.
—«¿Danz es un Koobelda?»
El Zorkia me devolvió una mirada burlona.
—«¿Qué sabes tú de los Koobeldas?»
Me encogí de hombros.
—«Poca cosa. Son como un mini-reino que rinde culto a la Naturaleza, ¿no?»
Reik dio su aprobación de manera ambigua, se sentó sobre una roca y observó las luces de un teleférico que bajaba sobrevolando toda Kozera. Y pensar que podríamos haber llegado a Taey hacía ciclos…
—«Me estaba preguntando,» dijo entonces el Zorkia. «Cuando amenazaste con aplastarnos en la cueva si no os dejábamos ir con vida… ¿hablabas en serio?»
Enarqué una ceja y lo pensé un momento, tratando de recordar… Como bien decía Lústogan, cuando uno no sentía las cosas, le costaba más recordar. Como consecuencia, lo ocurrido desde que habíamos salido de Firasa me resultaba nebuloso.
—«No bromeaba,» aseguré sin embargo. «Creo que Jiyari y Yánika te lo explicaron. No era capaz de bromear entonces. Pero… no lo habría hecho por crueldad. Lo habría hecho para intentar salir con vida, nada más.»
Reik estiró levemente la comisura de un labio aunque pronto frunció el ceño.
—«Esos espectros,» retomó. «En nuestro camino, nos cruzamos con un par de ellos.»
Agrandé los ojos y, bajo mi mirada interrogante, comentó:
—«Tenían los ojos igual de blancos que los tenías tú antes, pero no nos fijamos al principio porque llevaban capuchas. Me cuesta aún creer que eran espectros. Hablaban con claridad.»
—«¿Os hablaron?» lo incité con curiosidad.
Reik me enseñó una sonrisa ladeada.
—«Sí. Nos vieron atacar el convoy dagovilés hace tres semanas. Y nos propusieron que trabajáramos con ellos.» Palidecí. Él gruñó: «Por supuesto, los mandamos a freír sapos en el río, pero eso nos complicó la tarea para huir de los dagovileses con el cofre. Y, como ves, hemos cogido una ruta de locos que, por fortuna, acabó en el Aristas y no en un callejón sin salida.» Sus ojos me observaron con curiosidad. «Así que vais a por esos Ojos Blancos. Tu hermano rubio me dijo que te quedaste con uno de los collares para sacarle información… Una decisión arriesgada.»
Suspiré.
—«Más de lo que pensaba. Por suerte, estamos llegando a nuestro objetivo.»
—«La isla de tu familia.»
Aprobé con un signo de cabeza. En cuanto saliéramos del bosque, tomaríamos cualquier carruaje para Kozera y de ahí zarparíamos para Taey. Siempre había un barco en cada orilla, con dos barqueros empleados de los Arunaeh. Con un poco de suerte, no necesitaríamos esperar en Kozera.
—«Sería arriesgado permanecer más tiempo con el collar,» añadí.
Quería dar a entender que la dichosa misión que Reik quería encargarme tendría que esperar. El Zorkia captó el mensaje y se encogió de hombros antes de levantarse de su roca diciendo:
—«Te hablaré del encargo en Baida. De momento, descansa.»
—«Reik,» lo llamé antes de que se alejara. «No fuisteis liberados de Makabath, sino que salisteis de ahí por cuenta propia, ¿verdad?» El Zorkia me echó una mirada penetrante. No quería hablar de ello, entendí. Sin embargo, proseguí: «Hace un año que estáis en libertad, y robáis las riquezas del Gremio de las Sombras de Dágovil. Ellos… deben de estar buscándoos por todas partes. Kozera incluida.»
Reik puso los ojos en blanco y su expresión se endureció, fría y sarcástica al mismo tiempo.
—«Y con una buena recompensa. No te preocupes. Sabemos lo que hacemos. Y si nos traicionas…»
—«Huelga decirlo,» lo corté.
Hubo un silencio. La sonrisa de Reik me dio escalofríos.
—«Me alegro de que lo entiendas, chaval.»
* * *
La caza había sido buena y comimos sopa de raíces con carne de liebre negra hasta reventar. Cuando nos pusimos de nuevo en marcha, Yánika quiso andar. Estaba mucho mejor, y en su aura dominaban el alivio y la determinación. Fue a darle las gracias a Danz y, durante el trayecto, estuvo charlando animadamente con él. El curandero Zorkia era locuaz, contaba historias, y Yánika era de las que, una vez localizada una persona con alma de contador, se aferraban a ella y no soltaban hasta haberle sonsacado todo lo que podía. Se divertía escuchándolo y su aura lo decía a los cuatro vientos. Y, tal vez no acostumbrado a una sinceridad como aquella, Danz tuvo a bien satisfacer su curiosidad. De ahí que casi todo lo que aprendí sobre el pasado de los Zorkias fue gracias a los encantos de Yánika. Danz habló con tono práctico de las misiones que cumplía su compañía de mercenarios. Pagados por «esos bastardos» del Gremio de las Sombras, patrullaban las tierras, defendían las minas, protegían las rutas, repelían las manadas de nadros rojos y aplacaban revueltas. Cuando Danz habló de esto último, lo hizo tan sólo a media voz y pasó enseguida a preguntarle a Yánika si había oído hablar de la leyenda del oso sanfuriento que andaba sobre dos patas.
—«Me acordaría,» se rió Yánika. «¿Qué cuenta esa leyenda?»
—«En realidad,» dijo el mercenario, «es más que una leyenda. Hace unos cincuenta y tantos años, Dabos el Oso, el anterior comandante de nuestra compañía… Bueno, de hecho, el antepenúltimo,» se corrigió, echándole una ojeada a Reik que abría la marcha, «uno de sus hombres me contó una vez, en los primeros años en que integré la compañía, cómo un día se encontraron con una bestia gigante y peluda capaz de hablar. Fue en un bosque del norte, fuera de las fronteras de Dágovil. Entonces, nuestra compañía se dedicaba todavía a escoltar las caravanas de larga distancia y caminaban durante meses hasta Sensepal y hasta la lejanísima Dumblor. Y un día en que volvían, reventados, de uno de esos viajes, tropezaron con el oso sanfuriento. Este no huyó, ni tampoco los atacó a ellos: se colocó ante ellos sobre sus dos patas y preguntó: disculpad, ¿es verdad que soy saijit?»
Yánika resopló de risa y, detrás de ellos, Jiyari y yo intercambiamos miradas burlonas. ¿Qué clase de historia era esa? Danz sonrió.
—«Los Zorkias empezaron a desenvainar para embestir y matarlo, pero Dabos levantó una mano y dijo: lo eres, dicen que todo aquel que habla abrianés con propiedad es saijit de ley. Y con un simple vistazo, calmó a todos sus hombres. Al comandante Dabos lo llamaban el Oso porque era imponente y musculoso como un oso: nadie en su compañía se atrevía a llevarle la contraria.»
—«Como a Harynlor,» murmuró un Zorkia grandote que caminaba justo delante.
Danz hizo una mueca.
—«Sí. Pero Harynlor no habría tenido la imaginación de contestarle a un oso que habla.»
—«Suponiendo que la historia sea cierta,» se burló otro Zorkia. Este no llevaba la capucha, desvelando su melena azulada de belarco y lo reconocí como a un tal Zehen. Era uno de los arqueros. No debía de tener más de veinticinco años. «¿Te lo contó el viejo Balmadeo, no? Ese ya deliraba cuando lo conocí…»
—«Idiota,» le soltó Danz. Le dio un puntapié. «Muestra un poco de respeto a tus ancianos.»
—«¿Para qué? ¿Para poder subir en rango?» se mofó Zehen. «Somos nueve. Con Tomi y Rabe once. Como mucho me encuentro en onceava posición…»
Esta vez, fue el Zorkia grandote a su lado el que le dio un golpe con el saco que llevaba. Se oyeron tintineos de monedas.
—«Cállate la boca, Zehen,» le gruñó. «O nos quedaremos diez.»
Zehen chasqueó la lengua.
—«Y a mí me amenazas, mientras que a ellos los dejáis con vida. Es de idiotas. Comandante,» soltó con voz tensa, «ese tipo es un Arunaeh, ¿lo has olvidado? Nos venderá en cuanto lo dejemos libre. No creo que seas tan lerdo como para pensar que nos va a conseguir una amnistía…»
Danz se adelantó y lo agarró por el cuello de su capa. Sus ojos soltaban chispas.
—«¿De qué te quejas, Zehen? Reik no será Harynlor, pero es nuestro comandante. Nosotros lo elegimos.»
—«¿Y ahora toca tragar y volver al trullo?» replicó el belarco. «¿Para eso hemos trabajado como anobos este año? ¿Para tirar todo lo ganado por no callarle la boca a un maldito Arunaeh?»
Con un movimiento seco, se liberó y se giró hacia Reik. Este se había detenido y miraba la escena con ojos desapasionados. El ambiente se había enfriado como bajo una ducha de hielo. Attah… Mi órica se agitó a mi alrededor y agarré el brazo de Yánika mientras Jiyari se tensaba como un gato alarmado. Si sacaban ahora sus espadas contra nosotros… no teníamos ni la más mínima posibilidad de supervivencia.
Reik dio unos pasos en silencio hasta pararse ante Zehen. Era más pequeño que este, pero más musculoso y sus cicatrices en la cara le daban el aspecto de un guerrero legendario.
—«¿Qué propones?» preguntó.
—«Quiero que se haga una elección,» exigió Zehen.
—«Eso es ridículo,» protestó Danz. «Ya lo elegiste…»
—«No lo entiendes,» lo cortó Zehen con viveza. «Reik es mi comandante y seguirá siéndolo. Sólo quiero que nos deje elegir sobre la suerte de esos Arunaeh que nos van a vender sí o sí.»
Reik miró a Zehen a los ojos y se encogió de hombros.
—«Va acorde con mis principios. Danz, llama a Amatz. Estamos casi llegando a los lindes. No creo que haya mucho peligro.»
Habla para ti, siseé mentalmente. ¿En serio estaba proponiendo una elección para decidir nuestra suerte? Fijándose tal vez en mi rostro tenso, Reik sonrió.
—«Cosas de la democracia. Zehen tiene todo el derecho a pedir un voto. Son las reglas de mi compañía.»
—«Y… ¿Nosotros tenemos derecho a votar?» preguntó Jiyari, pálido.
Reik le enseñó una sonrisa blanca y torva.
—«No. Estos son asuntos de la compañía.»
Como si no nos incumbiese el hecho de que nos dejaran con vida o no… Cuando vino el arquero centinela, Zehen soltó:
—«Bien. Votemos. Estos tres saben que somos Zorkias fugitivos y que llevamos un tesoro del Gremio de las Sombras de Dágovil. Pienso que hay que deshacernos de ellos antes de que nos vendan a los dagovileses. Que levante la mano el que piense como yo.»
Se impuso un silencio en el bosque. Un aura mezcla de decepción, miedo y tensión nos envolvía. Bajo las capuchas de los Zorkias, se oyeron suspiros, se sintió vacilación… ¿Estarían dudando porque no querían matarnos o porque Reik, él, no había alzado la mano? De pronto, una súbita determinación se apoderó de nosotros. ¿El aura de Yánika? Dánnelah…, jadeé, suspenso. ¿Estaría intentando controlar los votos? Aun así, los Zorkias empezaron a levantar las manos. Reik, Danz y el tal Amatz que había dejado su papel de centinela no se movieron. Los seis otros, sin embargo, alzaron la mano, con más o menos vacilación, pero la alzaron inequívocamente. El aura cambió entonces de golpe al miedo y a la contrariedad. De reojo, vi a Yánika apretar los labios con concentración. Mar-háï… Estaba intentando influir en los votos. No me lo estaba imaginando. Sólo que le había salido mal.
—«Veo,» dijo Reik, «que el resultado es de seis contra tres. Reconozco que me decepcionáis, amigos. Esos tres sujetos a los que estáis condenando son unos adolescentes. Drey es un destructor de roca, no un brejista. El rubio se desmaya nada más ver sangre. Y la muchacha es la oveja negra de su familia… Me siento capaz de hacer barbaridades para salvar a mis hermanos, pero deshacernos de ese trío sería caer de nuevo en el infierno en que caímos ya una vez. Creo que los tres entienden bien el compromiso y no irán a delatarnos. Eso es lo que creo. Decidme, Drey, Jiyari y Yánika, si me equivoco.»
Bajo la mirada expectante de todos los Zorkias, suspiré ruidosamente, tenso y con uno de los puños apretado siseante de órica. Lancé:
—«Por Sheyra, Tokura y Antaka, juro que no os delataré.»
—«Yo también lo juro,» dijo Yánika con ímpetu. «Sólo tenéis que escuchar mi aura para saber que no miento.»
—«Y-yo…» Jiyari carraspeó. «Por Tatako, dios de la Sabiduría, yo también lo juro.»
Zehen miraba al comandante con cara escéptica.
—«¿Cómo puedes fiarte de un juramento? Para ellos probablemente tan sólo seamos chusma, bandidos sin honor.»
—«No es cierto,» protestó Yánika. «No sé lo que pretendéis hacer con ese dinero robado, pero estoy segura de que no sois tan malos como intentáis parecer. Estáis dolidos. E indecisos. Y no queréis matarnos. Tampoco confiáis en nosotros, pero queréis hacerlo. Danz me ha salvado la vida. Habéis salvado a mi hermano… Yo creo que sois buena gente.»
Su aura violentamente sincera no dejaba dudas. El ambiente se había relajado… Sin embargo, Zehen frunció el ceño.
—«Nos está controlando con su bréjica…»
—«No lo hace queriendo,» aseguró Reik.
—«¿Y cómo estás tan seguro de ello?» repuso el joven arquero. «Es una Arunaeh. Una brejista. Ella…»
—«No recibió ningún entrenamiento como brejista,» lo corté. «Mi hermana no está engañándoos.»
Sentí una indecisión creciente entre los encapuchados. El comandante suspiró.
—«Está bien. He tomado una decisión. Me diréis si estáis de acuerdo. Dejaremos a los dos Arunaeh ir a su isla para que saquen la información de ese collar y para que el muchacho se libere del espectro. Mientras tanto, tomaremos al rubio como invitado. Y, cuando vuelvan esos dos, nos ayudarán.»
Hubo un silencio. Jiyari se había puesto lívido. Conque ahora pretendían hacer rehenes…
—«¿A qué?» preguntó un Zorkia encapuchado con voz más aburrida que impaciente. «¿A qué pueden ayudarnos unos Arunaeh?»
—«A liberar a los nuestros, Mayk. Quería hablarlo con una buena pinta de camún en las manos, pero ya que estamos… Óyeme bien, Arunaeh,» me dijo el comandante. «No sé qué te habrán contado sobre lo ocurrido en Dágovil hace dos años. Probablemente una verdad sesgada. O una completa mentira. Yo te diré la verdad mientras andamos.»
Echó una mirada hacia sus compañeros y estos, tomándose la cosa con paciencia, recogieron sus sacos y nos pusimos de nuevo en marcha con lentitud. Tras un silencio, Reik retomó:
—«El Gremio de las Sombras y nuestra compañía empezaron a tener relaciones bajo la comandancia de Harynlor. Él pensó que nuestra compañía viviría mejor quedándose en Dágovil con la paga del Gremio en vez de realizar viajes eternos por túneles donde sólo nos esperaba la muerte. Yo presencié el cambio y durante treinta años estuvimos trabajando para el Gremio. Al principio, nos ocupábamos de escoltar caravanas y de proteger minas. Luego el Gremio se puso a darnos tareas más variadas. Empezó realmente a apoyarse en nosotros… y Harynlor ganó bastante influencia en la política pese a ser un mero mercenario. Hace siete años, le ofrecieron un puesto en el Gremio. Pero Harynlor lo rechazó. Poco después nuestras relaciones con el Gremio se deterioraron. En esa época, los Zombras ya estaban disputándonos el trabajo.»
—«¿Los Zombras?» repetí. «¿Esos no son los guardias del Gremio?»
Reik hizo una mueca.
—«Así se hacen llamar desde hace siete años. Inicialmente, eran mercenarios como nosotros, con un comandante independiente, pero…»
—«Se dejaron comer vivos por el Gremio,» dijo Danz. «Su comandante se hizo un burócrata y los otros unos sicarios.»
Reik asintió.
—«Los Zombras juran lealtad al Gremio para toda una vida. Algo que Harynlor no permitió que sucediera con los Zorkias. Nosotros sólo juramos lealtad por una duración de diez años. Renovamos nuestro juramento dos veces…»
—«Pero no tres,» adiviné.
—«Correcto. Sólo que, en los siete años que nos quedaba de juramento, Harynlor nos dijo que aguantásemos. Los Zorkias cumplíamos cada una de nuestras promesas desde hacía casi cien años. No había que manchar el historial.» Sus ojos fríos se cubrieron de amargura. «Perra vida,» gruñó. «Lo aguantamos todo, las humillaciones de los Zombras, los trabajos sucios, todo porque esperábamos que, una vez liberados, nos dejarían en paz. Y, cuando ya faltaban sólo tres semanas para decirles a los del Gremio que no renovaríamos el juramento, ese ministro Jabag lo fastidió todo. Pilló a dos de nuestros muchachos más jóvenes de la compañía vendiendo artículos de contrabando. Es una práctica corriente entre los mercenarios, nadie con dos dedos de frente habría dicho nada porque unos muchachos intentaran sacarse unos kétalos que añadirse a la paga. Sólo que el ministro Jabag era un idiota. Estaba en su aldea, su territorio… y odiaba a los Zorkias porque él tenía parientes entre los Zombras. Mandó ejecutar a los muchachos.»
Yánika inspiró, impactada.
—«Nada más y nada menos,» confirmó Zehen con voz cortante. «Ahorcó a mis mejores amigos como a vulgares bandidos. Rubig. Laberio. Acababan de salvar a una aldea cercana de una mantícora, y esa escoria imbécil los mandó matar por un capricho.»
Sus ojos, cuando los giró hacia atrás, brillaban de odio. Reik se aclaró la garganta.
—«Harynlor,» retomó, «presentó una queja al Gremio. Pero este la ignoró diciendo que el ministro estaba en su derecho. Y a Harynlor, que era un hombre de la vieja escuela, se le ocurrió retar a Jabag a un duelo a muerte.»
No pude evitar un resoplido. ¿Un duelo a muerte contra un ministro? Reik suspiró.
—«Puede parecerte ridículo, Drey Arunaeh, pero… en nuestra compañía es así como se resuelven las injurias imperdonables. El ministro, sin embargo, se le rió a la cara. Le dijo que sabía de más de dos decenas de Zorkias culpables de actos ilícitos y le preguntó si quería que los hiciera bailar con la soga de su aldea o en Dágovil. La amenaza era tan clara que entendimos que no venía sólo del ministro Jabag. Venía de la cabeza del Gremio. Nos estaban mandando un aviso para forzarnos a renovar el juramento. En cuanto Harynlor entendió que nos había metido en una ratonera, intentó sacarnos de ella.» Marcó una pausa. «El ministro Jabag no llegó vivo al ciclo siguiente. Nos instalamos en su aldea y le declaramos la guerra al Gremio.»
Agrandé los ojos. Una compañía de doscientos hombres… ¿declarándole la guerra al Gremio de Dágovil? Pues sí que habían pasado cosas durante mis años de ausencia. Perdido en sus recuerdos, Reik había ralentizado aún más el ritmo y casi parecía haber olvidado su alrededor.
—«Estábamos muy cabreados por las amenazas del Gremio,» continuó, «pero sobre todo queríamos salir vivos de esa y sabíamos que, fuéramos adonde fuéramos, nos rodearían los Zombras. No recibimos ningún apoyo del pueblo. Tampoco lo esperábamos, pero eso nos puso todavía más mosqueados con todo.»
—«¿Ahora vas a confesarte, comandante?» le dijo Zehen, molesto. «Resume y di que no somos ángeles, eso es todo. Ni lo fuimos antes, ni lo somos ahora, que te quede claro, pequeña,» le dijo a Yánika. «Y me importa bien poco que no lo seamos. Forzamos a los aldeanos a construir empalizadas y cavar zanjas, ¿y qué? Algunos murieron, ¿y qué? Nosotros les salvamos durante años de los monstruos. Y cuando el Gremio decide aplastarnos, ¿ni un alma mueve un dedo para ayudarnos? El mundo está lleno de escoria.»
Esas eran las palabras de un joven que no había visto en la vida más que luchas, sangre, pagas malas y traiciones. Observé sus ojos, ardientes como dos fuegos rabiosos. ¿El mundo estaba lleno de escoria, decía? Pues pensando así no vas a arreglarlo, me dije. Reik meneó la cabeza y, durante unos instantes, avanzamos entre los árboles sin que nadie se atreviera a romper el silencio.
—«Finalmente, los Zombras nos acorralaron,» dijo Reik, «Harynlor pensaba que no iban a mandar a un destacamento tan numeroso… pero se equivocó.»
Jiyari inspiró e intervino:
—«¿Es cierto… que murieron cien de los vuestros?»
Reik le echó una mirada irónica.
—«Redondearon el número para las canciones. Murieron unos cuantos, es cierto. Pero cuando vimos que íbamos a perder… no nos quedó otra que rendirnos. De los doscientos veintiséis hombres de los que constaba la compañía, cuarenta y dos desertaron, treinta murieron en la batalla y seis se pasaron al bando de los Zombras. El resto acabamos todos en Makabath. Aunque al cabo de unos meses en ese infierno unos cuantos aceptaron trabajar para los Zombras.»
—«Los que todavía servían para algo,» murmuró Mayk.
—«¿Se puede saber por qué les estás contando todo eso, comandante?» intervino de pronto un Zorkia encapuchado con una punta de irritación en la voz.
Reik mostró una leve sonrisa amarga.
—«Ni yo mismo lo sé,» admitió. Llegábamos a los lindes del bosque y desembocamos al pie de una colina cubierta de hierba azul con un camino que pasaba, paralelo al bosque, no muy lejos. El comandante echó una mirada circular antes de retomar: «Supongo que quería darles nuestra versión de los hechos.» Levantó su capucha para esconder su rostro. «Baida está justo ahí.»
Nos pusimos en marcha hacia el camino. Mirando de reojo a los nueve Zorkias, pude advertir cómo algunos tensaban el paso mientras que otros trataban de parecer naturales con más o menos éxito. Me pregunté cómo habían conseguido pasar desapercibidos del Gremio durante un año.
—«Drey,» me murmuró Jiyari. «Yo… no quiero quedarme con ellos.»
Hice una mueca y contesté en voz baja:
—«Lo sé, pero ¿qué quieres que haga?» Bajo la mirada entornada de Zehen, carraspeé y alcé la voz. «Teniendo en cuenta que no había oído hablar de los Zorkias hasta hace dos ciclos,» dije, «podéis estar seguros de que no tengo mayormente prejuicios.» Ante la expresión sorprendida de Reik, apunté con una mueca sonriente: «Tuve una infancia muy ocupada. Bueno,» añadí, hundiendo las manos en los bolsillos. «Antes decías que os iba a ayudar a liberar a tus compañeros. Supongo que te referías a los que siguen apresados en la prisión de Makabath.»
Reik hizo un mohín.
—«Mm,» asintió.
Empezaba a formarme una idea de la misión que Reik quería encomendarme. Era destructor, de modo que era posible que me pidiera facilitar la evasión de sus compañeros. Dependiendo de la disposición de la cárcel, podía hacerlo.
—«Está bien,» dije. «Lo haré.»
Reik me miró con sorpresa.
—«¿Lo harás?»
—«Pero tendrás que darme información sobre la cárcel. Estuve en Dágovil capital cuatro o cinco veces, pero la cárcel nunca la he visto.»
Reik parpadeó.
—«Es… más bien lo contrario,» carraspeó. «Yo iba a pedirte que le sustrajeras información a tu pariente sobre el paradero exacto de cada miembro de la compañía. No estábamos todos en una misma celda, ni en una misma planta. Harynlor y los oficiales estaban en la planta más alta. Esos… están ya todos muertos. Pero deben de quedar unos sesenta y tantos Zorkias en las plantas inferiores. Eso es lo que pensamos. Sin embargo, antes de intentar sacarlos de ahí, tenemos que saber dónde nos metemos y si vamos a salvar a unos compañeros… o a unos cadáveres.»
Me tocó a mí mirarlo con sorpresa. Diablos. Ese Zorkia quería información sobre sus compañeros…
—«¿Sólo eso?» solté.
—«¿Qué es lo que pensabas?» replicó él, exasperado.
No pude evitar sonreír levemente.
—«La verdad… creía que ibas a pedirme que construyera un túnel para meteros en la cárcel.»
Reik y Danz se detuvieron en seco, suspensos, e intercambiaron una mirada.
—«¿Serías capaz de hacer algo así?» preguntó Danz, incrédulo.
Puse los ojos en blanco.
—«Si es de granito, puedo cavar unos cuantos metros en una hora. Depende del tipo de roca.» Noté claramente el asombro de los Zorkias y les dije con sinceridad: «Si no os molesta, preferiría hacer eso, y no tener que ponerme en contacto con mi tío.»
Reik se cruzó de brazos, pensativo.
—«Tu propuesta es más arriesgada para ti. Si te pillan dañando los muros exteriores de la cárcel, te encarcelarán.»
Sin duda, lo harían. Y más teniendo el diploma dagovilés de destructor: la pena se duplicaría. Sin embargo, prefería correr ese riesgo a tener que sonsacarle información secreta a mi tío. La confidencialidad de un inquisidor era sagrada.
—«Sigo prefiriendo esa opción,» dije.
Reik me observó detenidamente. Miró a sus compañeros, frunció el ceño y volvió a mirarme. Yo me giré hacia las luces de Baida que habían aparecido al llegar a la cima de la colina. Era una aldea de tal vez unas doscientas personas. Desde ahí, pese a estar a unos cuantos cientos de metros de distancia, se oía el rumor del mar de Afáh contra los altos Acantilados de Netel. Olía a sal.
Finalmente, Reik tomó su decisión.
—«Me niego,» dijo. «Este es un asunto de Zorkias. Sólo te pido dos cosas: que me proporciones información exacta sobre los prisioneros Zorkias y que nos ayudes a llegar a Kozera sin que nadie nos moleste. Tu apellido debería bastar para disipar las sospechas.»
Enarqué una ceja. La sola idea de sonsacarle a mi tío información sobre Makabath me causaba incomodidad pero…
—«Está bien,» dije. «Haré lo que pueda. Pero dejad a Jiyari en paz.»
Reik suspiró meneando la cabeza.
—«Lo siento. Él es nuestro aval. Y mis compañeros se sentirán mucho más tranquilos con él.»
Sentí una pizca de diversión en su voz que no me gustó. Y menos me gustó cuando dijo:
—«Oh, y si no te importa, me gustaría conocer el paradero de tu tío.»
Le eché una mirada fría.
—«Yánika,» dije. «¿En serio piensas que este tipo es una buena persona?»
Mi hermana hizo una mueca incómoda. Reik me enseñó una sonrisa burlona de verdugo.
—«El negocio es el negocio. Yo os he salvado. Mis favores me parecen un precio pequeño…»
—«Te recuerdo,» repliqué, «que, de no ser por ti y el gordo que me engañó, no habríamos bajado al Aristas y mi hermana no habría sido envenenada por esos asquerosos insectos.»
—«Oh-oh,» observó Amatz. «el muchacho está notando la civilización cerca y se siente más valiente.»
—«Con lo agradecido que se sentía en el Aristas después de que lo salváramos del escama-nefando,» se burló Mayk.
—«Tal vez deberíamos cortarle la lengua,» dijo otro Zorkia.
—«Los Arunaeh saben hablar por bréjica, Bersfus,» repuso Zehen. «Además, son eruditos. Saben escribir.»
—«Entonces le cortaremos la cabeza,» dijo otro que no había hablado hasta entonces. «A ver si sigue sabiendo escribir después.»
Zehen, Mayk y Bersfus se carcajearon. Reik, ese maldito, tenía una sonrisilla bromista en los labios. Danz masculló:
—«¿Queréis dejarlo ya? Él nos ha propuesto ayudarnos a entrar en el Makabath, ¿y así lo tratáis? Majaderos. Vosotros sí que no necesitáis vuestras cabezas. Podéis hablar sin ella.»
Esperaba que alguno le replicara algo, pero los Zorkias parecían tenerle respeto al curandero. Casi más que al comandante. Y yo empezaba a sentir cada vez menos ganas de hacer nada por ellos. Pero Danz había salvado a Yánika, pensé. Y esos tipos… podrían habernos dejado tirados y no lo habían hecho. Éramos Arunaeh, ellos odiaban a los Arunaeh y, sin embargo, ahí estaban, soltando amenazas burlonas sin siquiera tocar el pomo de sus espadas. No es que congeniáramos del todo pero… Yánika tenía razón, no eran realmente mala gente.
Reik sonrió agarrándonos a Jiyari y a mí de un hombro.
—«Vamos, muchachos. Vais a saber lo que es un verdadero camún del bueno. No existe eso en Dágovil, os lo digo.»
Mientras nos empujaba por el camino hacia las luces de Baida, yo protesté:
—«Lo siento, pero yo no beb…»
—«¿Eh?» me interrumpió Reik con voz profunda. «Por poco te dejo decir una barbaridad. ¿Que no bebes? Entonces, hazme un último favor, y este, te lo juro, será el último que te pida. Bebe conmigo. Una buena pinta. No te arrepentirás.»
Lo miré con turbación. Dánnelah, yo…
—«Jiyari no soporta la bebida,» objeté. «Lo pone enfermo y yo… esto… la balanza de Sheyra…»
—«¡Que se balancee un rato!» bromeó Reik. Y clavó sus ojos oscuros en los míos. «En serio. ¿No dicen los Sheyristas que en el equilibrio perfecto también entra el caos? ¡Vamos! Una pinta no te emborrachará.»
—«Según oí, ni un barril lo haría,» repliqué con calma. «Un Arunaeh no puede emborracharse.»
Reik marcó una pausa por la sorpresa y entonces silbó entre dientes.
—«Eso sí que es una maldición.»
—«La peor que he oído en mi vida,» aprobó Zehen.
—«¿No puede emborracharse?» se asombró otro Zorkia.
Sus miradas atónitas me arrancaron un tic nervioso. Reik meneó la cabeza.
—«No lo entiendo. ¿Por qué, entonces, te niegas a beber con tanto ahínco?»
Suspiré.
—«Si no me emborracho, es porque el Datsu se desata,» expliqué. «Y si el Datsu se desata, siento todavía menos. Y, según oí, porque nunca lo probé, el Datsu no puede atarse voluntariamente en esas condiciones hasta que el alcohol sea eliminado del cuerpo. Por eso,» concluí, «no bebo.»
Además, estaba el problema particular de mi Datsu que podía reaccionar de manera excesiva. No quería quedarme otra vez sin sentimientos. Yánika tuvo que pensar algo parecido porque su aura se impregnó de una súbita desazón.
—«¡Por favor!» dijo, deteniéndose en el camino. «No le hagáis beber a mi hermano.»
Hubo un segundo de silencio sorprendido… y entonces los Zorkias se echaron a reír, no ya con la risa sarcástica y mordaz de un mercenario sino con una risa abierta, ruidosa y sincera. La súplica, sacada del contexto, sonaba graciosa, admití. Ante el aura extrañada de Yánika, sonreí y le revolví las trenzas.
—«¿He dicho algo raro?» preguntó mi hermana, extrañada.
—«Qué va,» negué con la cabeza, sonriente. «Son ellos los raros.»
Yánika los miró, se mordió el labio y se giró hacia Danz, quien, más tranquilo, tan sólo sonreía poniendo los ojos en blanco.
—«Danz,» dijo mi hermana mientras retomábamos la marcha. «¿Y el oso bípedo que hablaba? No has contado lo que hizo cuando el comandante Dabos le dijo que era saijit.»
—«Ah,» sonrió el curandero Zorkia. «Al parecer, el oso sonrió y le contestó: cuando se enteren mis hermanos mayores, no les va a gustar. Y apenas habló, apareció otro monstruo golpeando la roca con sus puños y llamando a voces: ¡Choki, Choki! ¿Sabes lo que hizo el comandante entonces?»
—«No. ¿Qué hizo?»
—«Salió por patas con la compañía. Huye a tiempo para vivir otro ciclo, como dice el dicho.»
Yánika rió. Jiyari y yo nos miramos con una sensación muy extraña. Hacía cincuenta y pico años… un oso sobre dos patas que hablaba abrianés y con hermanos que no apreciaban ser llamados saijits… ¿Podía ser…? Jiyari me murmuró:
—«Choki… ¿Sería Boki?» Boki era uno de los Ocho Pixies del Desastre. El rubio me miró con profunda turbación. «No recuerdo nada,» admitió en un cuchicheo, «pero si alguien golpeaba los muros… ese tenías que ser tú.»
Kala, rectifiqué mentalmente, no yo. Y, fijándome en la ojeada curiosa que nos lanzó Danz, sacudí la cabeza.
—«Sólo son cuentos de hada.»
Jiyari sonrió.
—«Sí. Cuentos de hada.»