Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 1: Los Ragasakis
“Arquero. A. Siete.”
Tendí la mano y moví la ficha. El Arquero sobre la Flecha del Tahúr.
“¿Es posible ponerla encima?”
“Claro. Así inmovilizamos la Flecha. Pero hay algo que va mal,” meditó Myriah.
El hilo bréjico se convirtió en un zumbido de pensamientos y dejé de escucharlo. Me centré en la cara del Tahúr. Este contemplaba el tablero, con una sonrisilla en los labios. Parecía estar disfrutando de la partida.
Movió su ficha y Myriah siguió dándome instrucciones. La partida se eternizaba cuando, sin que me lo esperase, Myriah exclamó:
“¡Lo tenemos!”
Exultaba en los siguientes movimientos, pero cuando el Zandra movió otra ficha, se serenó de golpe.
“¿Qué está tratando de hacer? Espera, espera…”
Yo esperaba. No se me habría ocurrido mover una ficha por iniciativa propia: apenas empezaba a entender los mecanismos del juego. De pronto, Myriah inspiró:
“Ahora lo entiendo. Lo siento, muchacho, hemos perdido.”
¡Y me lo dijo con una naturalidad!
“Esa combinación es innovadora. ¡Ese hombre juega muy bien!” se emocionó.
“¿No se suponía que tú jugabas mejor?” siseé.
“Eso nunca se sabe. Aún tenemos que terminar la ronda.”
Parpadeé. ¿La ronda? Me fijé en que el Tahúr me miraba, expectante, y carraspeé.
—«Parece que me has ganado.»
—«¿Te has dado cuenta?» se impresionó. «Entonces sólo tenemos que ir a la siguiente partida. Con tu permiso, preguntaré a mis muchachos si desean seguir esta ronda… Los tres son profesionales y seguro que la disfrutan tanto como nosotros.»
¿Quería llamar a un público? Me encogí de hombros. Más preocupado me tenía lo de la ronda…
“Myriah. ¿Cuántas partidas tiene una ronda?”
“Máximo quince. Depende de cuántos puntos se llevan los jugadores.”
Quince… Attah. Y yo que le había dicho a Livon que estaría en Firasa antes del anochecer… A este ritmo, me pasaba toda la noche moviendo fichas. En serio, ¿por qué había acabado aceptando? Un poco por lo del trato de informaciones pero, mayormente… mayormente había sido porque Myriah se había mostrado tan nostálgica por jugar…
Attah. Qué importaba. Ahora estaba metido en ello.
El cegato, el tartaja y el espantapájaros no tardaron en instalarse en la habitación para seguir la ronda con expresión concentrada. Esta vez, Myriah fue quien ganó la partida. Y la siguiente el Tahúr. Y la siguiente Myriah. La quinta la ganó también ella. Estábamos, creo, en la octava partida cuando empecé a quedarme dormido. Estaba cansado, había dormido poco y mal en la cueva de Myriah, me había hecho todo el camino llevando a Livon a cuestas y había usado mi tallo energético casi hasta el agotamiento para bajar el Labecimo y la Cascada de la Muerte. En tal caso, era normal que mis ojos se cerraran y que me sintiese invadido por una pesadez soporífera.
“¡El Viento a E Dos, he dicho!” exclamó de pronto Myriah.
Me sobresalté.
“No hace falta que me grites.”
“Es la tercera vez que te lo digo, chaval. ¿No irás a quedarte dormido en plena ronda? Quién habló de hacer el ridículo…”
Resoplé de lado y moví la ficha. Aquella partida acabó en tablas. Y no entendí muy bien por qué. Estábamos en medio de la novena cuando, de pronto, hubo alboroto en el Hogar de la Paz. En silencio, pero con expresión indignada, se levantó el cegato para ir a ver afuera… Regresó casi enseguida.
—«¡Padre! Tenemos un problema…»
—«Entonces, sal,» le replicó el Tahúr, «y ve a castigar a los ruidosos.»
—«S-sí… El problema es…»
Una mano firme lo echó a un lado y vi aparecer en el recuadro de la puerta a un drow con rasgos más finos, pelo pincho, ropa vieja y una expresión de fastidio tan palpable que, por un momento, creí que había heredado de alguna forma el poder de Yánika.
—«Saoko,» jadeé, levantándome. «¿Qué…?»
Tenía un cuchillo en la mano. Y, por lo que no vi en su cinturón, deduje que ya había tirado unos cuantos.
—«¿Estás loco?» exclamé. «¿Has atacado a la gente?»
—«Los he asustado,» replicó Saoko. «Es culpa tuya.»
—«¿Culpa mía?» sofoqué.
Sus ojos rojos me fulminaron con hastío.
—«Por haberte marchado sin avisarme.»
Por su expresión, entendí que realmente lo había cabreado. Consideré decirle que simplemente había olvidado… pero hubiera sido una media mentira. Era cierto que, en el momento preciso de tomar la decisión de acompañar a Livon, no había pensado en Saoko. Pero al alejarme del refugio de Skabra había recordado… y me había dicho que estaría más tranquilo sin él detrás. Me ruboricé levemente ante su mirada asesina y le dediqué una sonrisa de disculpa.
—«Estabas durmiendo tan tranquilamente…»
Sus ojos se desviaron hacia el resto. En especial hacia los guardias Zandra que agarraban firmemente sus lanzas e iban a entrar en la habitación… Me precipité y agarré a Saoko de la muñeca.
—«Ni se te ocurra usar esto. Sólo estaba echando una ronda de Erlun con el Tahúr.» Me giré hacia este diciendo: «Este hombre es mi… er… guardaespaldas. Es un poco exaltado.»
—«Entiendo,» dijo el Tahúr. Sus propios hijos se habían acercado a él como para defenderlo en caso de agresión y Lurak le había cuchicheado algo al oído. Alzó una mano. «Pero mi ley no es tan comprensiva. Un ataque al Hogar de la Paz siempre conlleva un precio. Por no decir que, según me dice mi hijo, te has subido a mi carruaje en Firasa y obligado a mi cochero a traerte sin su consentimiento. ¿Me equivoco?» Sin esperar una respuesta agregó con calma a modo de anécdota: «Hace unos meses un jugador perdió los nervios y vino con su espada a recuperar su dinero, ‘robado con engaños’ según él… Mi hijo Lurak le propuso un duelo para reparar su error, pero perdió y tuvimos que cortarle la lengua.»
Los guardias de los Zandra, más seguros ahora de sí mismos, tenían sus lanzas apuntando a Saoko. Este se liberó de mi puño de una sacudida.
—«Qué fastidio. El cochero está estupendamente. Mientras no le hagáis daño al muchacho, no os haré daño a vosotros. Pero no renunciaré a mi lengua tan fácilmente.»
—«¡Qué descaro!» se indignó Lurak, el cegato.
—«Haya paz,» dijo el Tahúr. «Como siempre, en el Hogar de la Paz, los problemas se resuelven jugando. Te propongo una nueva condición, Drey Arunaeh, puesto que ese hombre es tu guardaespaldas. Si ganas la última partida, olvidaré su comportamiento exaltado. Si la pierdes, saldrá de aquí con una mano menos.»
Por poco me atraganté con mi saliva. Attah… Esto sí que empezaba a tomar un giro que no me gustaba. Sin embargo…
—«Me parece correcto.»
Sentí la mirada criminal de Saoko sobre mí y sentí los pelos erizarse sobre mi cabeza. Aun así, el mercenario no dijo nada y regresó el orden. Sólo que ahora había varios Zandra apuntándole con sus lanzas. Fijé la mirada en el tablero.
“Myriah…”
“Lo he entendido. No tengo que perder la última.”
“Mejor: gánalas todas,” repliqué.
Perdió las dos siguientes. Y mi nerviosismo fue creciendo. ¿Y si Myriah perdía la última? Saoko había venido a asegurarse de que estaba bien. Con maneras un poco rudas, pero era de esperar considerando que venía de Brassaria. Fuera como fuera, estaba claro que no iba a permitir que lo dejaran manco.
Myriah ganó la onceava y el Tahúr la duodécima. Ya se había hecho de noche y numerosas linternas iluminaban cálidamente la habitación. El tartaja apuntaba los puntos en una hoja con aplicación. El Tahúr me sonrió.
—«Bueno. Si gano la siguiente, puede que sea la última así que… te diré algo, joven. Tu manera de jugar me recuerda los viejos tiempos. En esta última partida has usado la combinación del Lobo, y la del Dragón Cojo, ¿verdad?» Si tú lo dices… «Son técnicas tan viejas que por poco no me doy cuenta,» confesó.
“¿Me ha llamado vieja?” se indignó Myriah.
“Peor: te está diciendo que tu manera de jugar está anticuada,” le dije.
“¡Cómo osa!”
Ignoré sus quejas y dije en voz alta:
—«A por la treceava. Saoko… no te preocupes, esta la ganamos.»
Pese a mi tono firme, seguía sin pillarle el sentido al sistema de puntos.
“Myriah: ¿puedes explicarme las reglas?”
“¿Ahora me lo pides? Sonso. Olvídalo: voy a ganar. No quiero tener sangre en mis manos. Así que no me desconcentres y observa.”
Suspiré y me retuve de hacerle notar que no tenía manos. Comenzamos la partida. Saoko, sentado en el parqué un metro más lejos, no emitía un solo ruido.
En un momento, Myriah exclamó:
“¡No, no, no! Mi combinación es perfecta, y aun así tengo la sensación de que el Tahúr me la está rompiendo. ¿Pero cómo?”
Con intenciones de ayudarla con lo poco que sabía, luché contra el sueño y clavé los ojos en el tablero. Un punto flojo. Sólo había que buscar los puntos flojos, me dije. Como una roca…
—«¿Puedo tomar el sitio del muchacho?» dijo de pronto Saoko.
El Tahúr y yo lo miramos, sorprendidos.
—«¿Sabes jugar?» me extrañé.
—«Es un fastidio, pero no me das elección,» replicó Saoko.
Vacilé. Entendía que Saoko estuviese ansioso por salvar su mano, pero… ¿sería mejor jugador que Myriah la Imbatible? Imbatible y un cuerno: lleva perdidas ya siete partidas.
“No lo permitiré,” intervino Myriah en mis pensamientos. “¡Dije que ganaría y voy a ganar!”
—«No pienso dejar mi mano en tus manos,» agregó Saoko. Resoplé por la mala broma.
“¡Egoísta! Si ya le estoy ganando. Díselo, muchacho: está intentando robarme la gloria…”
Por un lado me amenazaba la mirada insistente de Saoko y por otro lado las quejas de Myriah me llenaban la cabeza… Al cabo, me irrité:
—«¡Silencio ya! Juguemos los tres.»
Saoko enarcó una ceja pero se contentó con asentir. Suspiré de alivio. Debió de pensar que «los tres» incluía al Tahúr. Por fortuna, este no se opuso a nuestra colaboración.
—«La Araña al B Cinco,» dijo Saoko.
“¡Tan rápido!” protestó Myriah. “Es un precipitado, no le hagas caso…”
Moví la ficha y Myriah se desesperó.
“Vamos a perder. ¡Todo por ese movimiento! Si me hicieras caso, muchacho… Di. Ese Saoko, ¿qué experiencia tiene?”
“No lo sé.”
“¿No es amigo tuyo?”
“Es un espía de mi hermano. Pero me ha salvado la vida.”
“Oh… Ya veo,” dijo ella. “Pero antes de mover una ficha, espera a que te dé el visto bueno, ¿vale?”
Suspiré en el silencio de la habitación.
“Mar-háï… ¿Con Livon también eras tan mandona?”
Me respondió una risita malévola y con otro suspiro pregunté:
“Di, Myriah: ¿no podrías conversar con Saoko por bréjica?”
“Mm… Ya lo he pensado,” confesó ella desde mi pendiente, “pero temo equivocarme y hablar con otra persona.”
Ese podía ser un problema, reconocí para mis adentros. No insistí, tampoco le di mi promesa y continuamos moviendo fichas. A veces Saoko me decía un sitio y Myriah otro, con lo que al final decidía yo. Tenía la impresión de estar jugando una partida caótica, pero por la concentración que enseñaban los tres verdaderos jugadores supuse que estaba siendo una partida complicada pero no del todo absurda. Entonces, Myriah y Saoko soltaron al mismo tiempo un «Flecha, C Seis». Estaba tan aliviado de comprobar que, por fin, estaban de acuerdo en algo que por poco se me pasó por alto la risita de Myriah.
“¿Hemos ganado?” me esperancé.
Myriah sonreía mentalmente a través de la bréjica. Antes de que contestara ella, el Tahúr juntó ambas manos emitiendo un ¡ah! y meneó la cabeza.
—«¡Por el Grifón! Nunca había visto una combinación tan bien ofuscada. Pero sin duda debe de tratarse del Giro de Fuego. ¿Verdad?»
Le eché una ojeada a Saoko y asentí sin tener la menor idea de lo que estaba hablando. Tanto el Tahúr como los demás Zandra estaban impresionados.
—«¡Una de las mejores partidas que he visto desde hace tiempo!» decía uno.
Satisfecho, el Tahúr realizó un gesto para invitarlos a alejarse y los Zandra armados se retiraron con sus lanzas algo olvidadas en las manos.
—«Va-Vamos a v-ver, c-c-c-contando y sumando,» dijo el tartaja alzando la hoja. «Dodoscientotos veveinti… cinco pu-puntos para Pa-Padre. Doscientos… de… de… dieciocho mpa… mpa… para D-Drey.»
Era tal vez tartaja pero, tras echar durante las partidas una ojeada a los cálculos en su hoja, me impresionaba la velocidad con la que realizaba sus operaciones. Eso sí, seguía sin entender el complicado sistema de puntos. Y tampoco me gustó su resultado. Pregunté con desgana:
“Entonces, ¿seguimos jugando?”
“¡Pues claro!” afirmó Myriah. “Aunque todavía no lo hemos adelantado así que, si él gana la siguiente, podría ganar la ronda.”
Ganó la partida. Sentí el mundo caérseme encima.
—«De modo que pierdo.»
Casi sonó a una interrogación. El Tahúr enarcó una ceja… y Saoko carraspeó.
—«No. No ha sacado bastantes puntos. Se sigue.»
Pestañeé.
—«Ah.»
Por primera vez desde que lo conocía, Saoko me miró con claro asombro.
—«¿De verdad sabes jugar al Erlun, Drey?»
No sé muy bien qué cara le puse, pero creo que no lo reconfortó mucho. El silencio me incomodó.
—«Esto… Bueno, pues sigamos,» dije.
Ganamos la quinceava y última partida. Y esta vez fue la última de verdad. Saoko respiró más tranquilo y yo esperé al recuento para saber si tendría que contestar a la pregunta del Tahúr o buscar tres preguntas para hacerle al Zandra. Cuando el hijo tartaja acabó sus cálculos, soltó el resultado: ganaba el Tahúr de un punto. Siseé interiormente y no pude contenerme:
—«¿Puedo ver la hoja?»
—«Por supuesto. Aunque mi hijo normalmente jamás se equivoca,» aseguró el Tahúr con cierto orgullo. «Norwan sacó la mejor nota de matemáticas en la Academia de Trasta.»
Verifiqué de todos modos. Todos los cálculos estaban bien. De arriba abajo, de izquierda a derecha, de todos los lados… Attah. Y entonces inspiré y sonreí.
—«Mm. Ya veo. Los cálculos están bien,» dije. «Sólo hay una equivocación justo al final. Los que ganamos de un punto somos nosotros.»
Agrandando los ojos, Norwan me arrebató la hoja, comprobó que lo que decía yo era cierto, se puso todo lo rojo que podía ponerse un drow y tartamudeó unas disculpas. Parecía tan avergonzado que no me cupo duda de que lo había hecho todo con buena fe.
“¡Ahahá! Casi me engañan, ¿cómo sospechaste que se había equivocado?” preguntó Myriah, alegre y hasta algo admirativa.
Reprimí mal mi sonrisa.
“Sencillo: he pensado que Myriah la Imbatible no podía perder.”
“¡Oh!” exclamó ella. “¡Es verdad!”
¡¿En serio se lo cree?! Jadeé mentalmente. En fin… fuera como fuera, habíamos ganado. El Tahúr se tomó el error de Norwan con calma y sonrió.
—«Enhorabuena entonces, Drey Arunaeh. Una victoria ceñida, pero sin embargo una victoria. Ha sido un gran placer tenerte como oponente.»
—«Lo mismo digo.»
Yo sólo he movido las fichas…
Con un gesto, Toly Shovik de los Zandra despidió a sus tres hijos y, tras echar una mirada interrogante hacia Saoko y ver que su presencia no parecía molestarme, se lanzó:
—«Como prometido, te debo tres respuestas, así como información sobre los dokohis. ¿Empezamos por las preguntas?»
—«Por los dokohis,» preferí. «¿Cómo es que has oído hablar de ellos? Espera… Esta no es una de las tres preguntas, ¿eh?»
El Tahúr sonrió.
—«No es ningún secreto de todas formas: el consejo de Gremios de Firasa habló de ellos. Zélif de Eryoran en particular. Ahora bien, yo poseo información confidencial al respecto.»
Se volvió a servir la enésima taza de menta y, tras pegar un sorbo, reveló:
—«Los dokohis, como los llamó la líder de tu cofradía, son guerreros que fueron creados por el Mago Negro Liireth de los Subterráneos hace unos cuarenta años. Durante casi una década, estuvieron sirviéndolo, hasta que Liireth murió. Sin embargo, tenemos la seguridad de que uno de esos sirvientes de Liireth llamado Zyro está controlando a una buena cantidad de esos guerreros y que está infiltrándose en varias ciudades saijits de los Subterráneos. Se han visto varios en Dágovil.»
Enarqué una ceja y esperé, pero el Tahúr no añadió nada.
—«¿Eso es todo?»
—«¿Te parece poco?» protestó el Zandra.
—«Lo único nuevo en lo que has dicho es que fueron vistos en Dágovil. El resto ya lo sabía.»
Mis palabras lo hicieron fruncir el ceño.
—«Mm… Bueno. Tal vez tenga algo más relacionado con los dokohis. Sí, por ejemplo que no sois la única cofradía que ha pedido información sobre ellos. Ah, y lo olvidaba,» me sonrió. «Se rumorea en Firasa que los Ragasakis están escondiendo a uno.»
Mmpf. No podía estar hablando del dokohi que habíamos capturado: ese había pasado oficialmente a ser guardado en la cárcel de la ciudad. ¿Hablaría de Tchag?
—«¿Eso es todo?» repetí.
Mi falta de reacción pareció disgustarlo un poco, pero asintió.
—«Por desgracia, eso es todo. Tal vez desees tomarte el tiempo necesario para pensar en tus tres preguntas. Entretanto, te invito a cenar y a dormir en el Hogar con nosotros. Tal vez podamos echar otra partida después de la cena.»
—«Huh… ¡Lo siento, pero estoy muy cansado!» me apresuré a decir. «Estas partidas requieren mucha concentración.»
Myriah se burló:
“Tanto que te estabas durmiendo, ¿no?”
No rebatí. Me contenté con cenar un plato de sopa con Saoko y nos retiramos rápidamente a un cuarto tras agradecer la hospitalidad de los Zandra. Caí sobre mi cama como una roca.
—«Hey. Drey.»
—«¿Mm?»
Saoko aún se estaba quitando las botas. El silencio, en la casa, era casi total.
—«¿Por qué no me avisaste?»
Su pregunta me espabiló un poco y me giré para verlo. La luz vacilante de la vela sobre la mesilla iluminaba tenuemente al drow. Una larga cicatriz en su cuello centelleó, más pálida, en su piel oscura. No supe muy bien qué contestarle.
—«No lo sé,» confesé. «No estoy acostumbrado a viajar con gente. Quiero decir, estos últimos tres años… En fin…» dudé. Tras un silencio, admití con franqueza: «No es eso. Si me siguieras como un amigo, tal vez me molestaría menos. Lo que no me gusta es tener que verte como a un guardaespaldas o un sirviente. Pero qué digo: Lústogan ni siquiera te paga. Tal vez lo que me molesta es no saber por qué estás aquí. ¿Hasta cuándo pretendes trabajar para mi hermano? ¿Unos meses? ¿Toda tu vida? En tal caso… ¿para qué te la ha salvado Lúst?» Marqué una pausa. «Lo siento. Pero entiéndelo. Aquel día, contra los dokohis, probablemente me salvaste la vida… ¿Tendría acaso sentido que por eso te escuchara y me volviera guardaespaldas gratuito de un conocido tuyo? Tal vez sea un desagradecido pero… personalmente valoro más la amistad que los favores de ese tipo.»
Hubo otro silencio. Saoko se quitó la camisa harapienta y lo oí finalmente chasquear la lengua.
—«Ya te lo dije. No me importa lo que sientas. Yo hago esto por Lústogan. No por ti.»
Se tumbó sobre la cama con los brazos cruzados. Por una vez, no parecía fastidiado. Más bien… melancólico. Hacía esto por Lúst, decía. ¿Porque él le había salvado la vida, o bien había algo más? Indeciso, estaba buscando qué contestarle cuando Myriah intervino, súbitamente alarmada:
“Oye. ¿Voy a dormir aquí?”
Enarqué una ceja.
“¿Algún problema?”
“¿Problema?” jadeó ella. “¡Jamás de los jamases he dormido con ningún hombre! Y vosotros sois dos… ¡Es inapropiado!”
Puse los ojos en blanco.
“Actualmente estás metida en una lágrima de cristal ¿y te preocupas por tonterías de esas?”
“¡Por supuesto que me preocupo!”
“¿Quieres que te den una habitación para ti solita?” me burlé.
Nada más imaginarme dejando la perla en una habitación vacía y darle los dulces sueños reprimí mal una carcajada. Entonces, recordé a Saoko y me aclaré la garganta.
—«Perdón. No me estoy riendo de ti,» le aseguré. «Estaba pensando en otras cosas. En realidad, es Myriah la que…»
—«No me interesa.»
Había retomado su tono hastiado de siempre. No era hostil, simplemente hastiado. Suspiré y, tras un silencio, solté un pequeño sortilegio órico y apagué la vela.
—«Dulces sueños,» dije.
No me contestó. Cerré los ojos y murmuré mentalmente:
“Dulces sueños, Myriah.”
Ella tampoco me contestó. Con sorpresa, constaté que su vínculo bréjico se había deshilachado. ¿Podía acaso ella también quedarse dormida aun no teniendo un cuerpo real? A saber. Sólo esperaba que su mente estuviera bien instalada en el cristal. Si se perdía y se deshilvanaba con el tiempo… por Livon, jamás me lo perdonaría.