Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 1: Los Ragasakis
Subterráneos, Isla de Taey, año 5622: Drey, 10 años; Lústogan, 22 años.
Nuestros pasos chocaban sordamente contra la roca. El amplio pasillo no tenía un solo grabado de piedra a diferencia de los pasillos del Templo del Viento. Pocos Arunaeh compartían la pasión por la roca. Eran todos unos grandes seguidores del Equilibrio y por eso, según Padre, mi abuelo había sido enviado con su hermanastro a aprender energía órica al Templo: porque la órica era la energía de la fuerza y las fuerzas físicas formaban parte del Equilibrio. Sin embargo, no era la fuerza más preciada en el clan: la fuerza mental primaba sobre todas.
Mi hermano andaba a grandes zancadas y me esforcé por no quedarme atrás. Él llevaba una expresión de piedra. El año anterior, le había oído decir a mi tía Sasali que de tanto trabajar con la roca Lústogan se había quedado igual de duro por dentro. No era del todo cierto. Pero casi.
Desembocamos en una gran sala iluminada por una luz rosácea. La emitía lo que llamábamos el Sello, un gran cristal en forma de pilar, que se alzaba en el centro de la habitación. Yo iba a pasar de largo, convencido de que Lústogan me guiaba al peñasco negro para seguir con el entrenamiento, pero me detuve cuando me fijé, sorprendido, en que mi hermano se había parado ante el cristal. En ese instante, sus ojos, azules como los de mi madre, tenían un reflejo violeta. Parecía ensimismado.
—«¿Hermano?» pregunté, acercándome.
Lo oí inspirar con calma.
—«¿Sabes lo que es esto, Drey?»
Fruncí el ceño y me giré hacia el pilar.
—«Mm,» asentí. «Es el Sello de nuestro clan.»
Lo vi tender una mano y me tensé. Tocar el Sello sin permiso era impío. Sin embargo, a mi hermano parecía importarle bien poco lo que pudieran pensar otros Arunaeh. Acarició la superficie luminosa con la yema de sus dedos. Al fin, retiró la mano.
—«No todos los clanes tienen una reliquia tan poderosa como esta, Drey. El Sello es el mayor tesoro del clan.» Lo decía casi con burla. Alzó los ojos hacia la punta del pilar y levantó una mano hacia el tatuaje morado de su rostro. «Los Datsu, los sellos bréjicos que nos da, nos protegen. Aunque… no siempre funcionan.»
Su tono cambió. Tuve un escalofrío y bajé la vista.
—«Te refieres a Yánika.»
Lústogan se giró hacia mí con las manos hundidas en los bolsillos. Una sonrisa fría curvó sus labios.
—«Madre sigue pensando que es posible rectificar su Datsu. Quiere intentarlo, aunque lo más probable es que acabe por convertirla en un zombi vacío.»
Agrandé los ojos, horrorizado. La sonrisa de Lústogan desapareció y su expresión se volvió pensativa.
—«Madre ha cambiado mucho desde aquel día. Supongo que lo recuerdas. Mar-háï. Cuando pienso que un sortilegio tan complicado pudo ser alterado por culpa de un recién nacido… ¿Sabes qué? Esa criatura hubiera hecho mejor en no nacer.»
Jadeé.
—«Lúst… Eso es horrible. Yánika no…»
Me cortó:
—«¿Le tienes aprecio? Lo sé.» Parecía divertido. «Eres ingenuo, pequeño hermano. Igual que Padre. La sigue manteniendo alejada de esta isla creyendo salvarla, pero si Madre, la Selladora del clan, no ha podido hacer nada, es que simplemente no hay nada que hacer. Tu hermana está condenada de antemano.» Se encogió de hombros y se giró hacia mí. «Sea como sea, Drey, deberías ser más prudente. El poder de esa niña no es normal.»
—«Es nuestra hermana,» protesté, ofendido.
La había acunado, le había cantado nanas, había jugado con ella en sus primeros juegos… Tragué saliva. Mi hermano no se inmutó.
—«Yánika es un peligro, Drey. Todo Arunaeh sirve el Equilibrio de Sheyra a su manera… pero ella no puede hacerlo en ningún caso. Su Datsu es todo menos equilibrado. No solamente es un ser imprevisible a merced de sus sentimientos: va imponiéndolos a los demás sin discriminación. Mientras no aprenda a controlar su poder, su futuro será más negro que un diamante de Kron y…» sus ojos azules me atravesaron con fría tranquilidad, «puedes estar seguro de esto, hermanito: si un día te causa dolor, no la volverás a ver.»
Lo miré con los ojos desorbitados. Hermano… ¿Estaría bromeando? No. No lo estaba. Lo decía en serio. Fuese como fuese, ¿cómo podía siquiera imaginar que Yánika fuera a hacerme daño? Era la persona más alegre y divertida que había visto en mi vida. Era mi hermana pequeña.
Con la misma tranquilidad, Lústogan consultó su anillo de Nashtag.
—«Hoy no podré estar durante tu entrenamiento. Rompe la darganita del peñasco en fibras y rellena una cesta entera. Dentro de seis horas, miraré el resultado. No me decepciones.»
Se alejó por otro pasillo, el viento siguiéndole el rastro como una sombra. Sus pasos murieron rápido. En medio de la sala, me estremecí. De pronto, la luz rosácea del Sello me parecía mucho más siniestra.