Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna

La Isla Pirata

Un cuchillo raspaba la madera en el silencio tranquilo de la tarde. Junto al parapeto de piedra de donde se podía ver toda la ciudad pirata, los Xalyas holgazaneaban después de haberse pasado el día trabajando con los isleños. Arvara y el capitán, tumbados boca arriba sobre la hierba, disfrutaban de los últimos rayos de sol durmiendo. Sentada al pie de un roble, Shkarah, la hija de Ged, le enseñaba a Shivara a hacer nudos marineros y Makarva se había acercado para escuchar las lecciones con evidente interés. Instalado en los peldaños de la casa de Atasiag, Lumon conversaba tranquilamente con el Gran Sabio Shokr Is Set.

Dashvara sonrió mientras seguía esculpiendo. El Gran Sabio no había tardado ni dos días en convertirse en el nuevo shaard del clan por unánime consenso. No era tan instruido como Maloven sobre algunas materias, pero desde luego sabía contar historias y resultaba vivificante oírlo citar moralejas de los antiguos sabios estepeños. Cuando prestaba atención a sus palabras, Dashvara se sentía transportado de vuelta a la estepa y se olvidaba por un momento de todo.

—Dash —soltó de pronto Tsu.

El drow estaba sentado junto a él, en el parapeto. Tenía la mirada perdida en el horizonte. Las nubes llameaban como espadas de fuego en el poniente y hacían brillar sus ojos rojizos. Tras un silencio, Dashvara enarcó una ceja, interrogante.

—¿Sí, Tsu?

—Estaba pensando —murmuró él sin apartar los ojos del océano—. ¿Crees que soy el primer drow xalya de la historia?

Una sonrisa había aparecido en su rostro. Dashvara se echó a reír quedamente.

—Es probable. De la misma forma en que yo soy el primer señor xalya de la historia en tener a todo un clan metido en una isla perdida en medio del Océano Caminante.

Tsu le echó una ojeada divertida.

—Supongo, entonces, que mi rareza puede ser aceptada sin problemas.

Dashvara percibió una leve duda en su voz y lo miró con sorpresa.

—Pues claro que es aceptada. Ya conoces una de las máximas de nuestro Dahars: si tú aceptas nuestras Aves Eternas, nosotros aceptamos la tuya. Que uno sea drow, calvo o idiota poco importa.

—Claro —murmuró Tsu. La serenidad se reflejó en su rostro habitualmente inexpresivo mientras volvía a contemplar las nubes cada vez más oscuras.

Dashvara meneó la cabeza y volvió a su pieza de madera. Tras un rato, le dio un último retoque y lanzó:

—¡Shivara!

El pequeño se levantó de un bote y dejó a Shkarah en medio de la explicación de un nudo.

—Sigue, por favor —le suplicó Makarva a la joven—. Esto es fascinante.

Con una sonrisa entre complacida y burlona, Shkarah continuó mientras Shivara echaba a correr hacia Dashvara.

—¿La has acabado? ¿La has acabado? —preguntó Shivara, dando brincos.

Dashvara alzó una mano.

—Paciencia, pequeño Xalya. Deberías haberle dado las gracias a Shkarah por sus lecciones antes de salir corriendo como un ilawatelko.

Shivara abrió la boca y se ruborizó.

—Entonces… ¿no voy a tener la peonza?

Dashvara sonrió.

—¿Para qué diablos la he estado haciendo si no es para dártela, pequeño demonio?

Le tendió el juguete y los ojos de Shivara se agrandaron de excitación. La examinó unos instantes antes de alejarse unos pasos. La posó sobre el parapeto y la hizo girar. Muy mala idea, gruñó Dashvara, abalanzándose. Se movió demasiado tarde: la peonza pasó por encima del borde. Shivara se quedó boquiabierto y pálido.

—P-perdón —tartamudeó.

—¡Shivara! —ladró Morzif, anonadado, a unos pasos de ahí.

Shivara quiso subirse al parapeto para ver adónde había caído la peonza y Dashvara lo agarró con un gruñido.

—Una cosa es tirar una peonza, hijo, y otro tirarse con ella. —Echó un vistazo hacia abajo e hizo una mueca—. Demonios, creo que le has dado de pleno.

—¿A qué, Dash? —inquirió Zamoy, curioso. Estaba sentado con sus hermanos y con las primas de Alta un poco más lejos pero por lo visto todos se habían fijado en la tontería que acababa de hacer Shivara.

Dashvara cruzó la mirada de un hombre vestido con atuendos oscuros que subía la rampa hacia la casa. Hizo otra mueca y al fin contestó:

—A Atasiag.

De hecho, este se estaba masajeando la cabeza. Realmente había tenido mala suerte. Dashvara habló en voz alta:

—¿Estás bien, Eminencia?

Iba acompañado por Yira así como de Zaon y Len, dos de sus ladrones más leales. Los gemelos alzaban miradas contrariadas hacia los Xalyas. Sin contestar, Atasiag siguió caminando y Dashvara estiró a Shivara de la mano para acercarse a la parte superior de la rampa. Cuando alcanzó la explanada de su casa, el titiaka tenía una expresión severa.

—¿Tratando de asesinarme con peonzas, Filósofo?

—¿Yo? Bah. El pequeño sólo estaba ensayando. Digo, ensayando la peonza para jugar —precisó—. Ejem. ¿Te ha dolido?

Atasiag puso los ojos en blanco y tendió el juguete al niño.

—Confío en que será la última vez que te entrenas al lanzamiento de peonzas, hijo.

Shivara recogió su peonza, rojo como una garfia. Antes de que se alejara, Dashvara lo retuvo.

—Hey, pequeño. No te vas así como así. Discúlpate.

Shivara tragó saliva.

—Perdón, Eminencia —soltó con precipitación—. No quería tirarte la peonza. Se me escapó. Perdón.

Puso una cara realmente compungida. Atasiag sonrió y le despeinó el cabello.

—Perdonado. Mientras no vuelva a ocurrir.

Shivara sonrió de oreja a oreja y asintió. Echó a correr hacia un sitio más seguro para hacer girar su peonza.

—¿Qué tal el día, Eminencia? —preguntó Dashvara.

Atasiag se encogió de hombros.

—Tranquilo. Las reuniones con los piratas son incluso más aburridas que las del Consejo. Quitando algún puñal que se hinca en la mesa para el espectáculo y alguna conversación que no tiene gran cosa que ver con los negocios… es todo un blablá idealista. Sólo se vuelven un poco razonables cuando hablan de cosas de Matswad propiamente dichas. Que si hay que agrandar el muelle, que si hay que mejorar las defensas, que si las licencias de caza son demasiado permisivas… Lo peor es que no se ponen nunca de acuerdo, así que siempre salgo de esas reuniones con la impresión de no haber hecho nada. Pero qué importa, al fin y al cabo, es su isla. Que hagan lo que quieran con ella. Yo ya les he advertido de que, mientras sólo ataquen barcos esclavistas, la Hermandad del Sueño seguirá apoyándolos. En el fondo, son buena gente. ¿Qué, Filósofo? ¿No vas a hacerme la pregunta?

Dashvara lo miró, desconcertado. Y entonces recordó que últimamente, cada vez que volvía Atasiag del puerto, le preguntaba si ya tenía una idea de cuándo iban a salir de la isla y zarpar para Dazbon. Resopló.

—Sinceramente, ¿para qué preguntarte? Ya conozco la respuesta. Algún día, Filósofo, algún día. O: Paciencia, Filósofo. No me acoses, Filósofo. Ya está bien, Filósofo. Me estás hartando, Filósofo…

Atasiag rió, los ojos de Yira sonrieron y Dashvara calló, entre divertido y exasperado.

—Puedes llegar a ser bastante desesperante, Filósofo —confesó Atasiag—. Pero te aseguro que si me hicieras la pregunta hoy, la respuesta variaría un poco.

Dashvara sintió su corazón dar un bote. Echó un vistazo a su pueblo antes de mirar a Atasiag con ojos ansiosos.

—¿De verdad? Entonces… ¿cuándo vamos a salir de la isla?

—Zarparás para Dazbon pasado mañana, Filósofo.

Dashvara silbó entre dientes y enseguida una sonrisa iluminó su rostro. Algún Xalya hizo eco de la respuesta y pronto todos se enteraron de la noticia.

—Diablos, Eminencia. Y… ¿nos vamos todos juntos? Quiero decir, ¿tú vienes con nosotros?

Atasiag sonrió.

—¿Y qué si fuera el caso?

Dashvara enarcó una ceja.

—Bueno… me alegraría, por supuesto. Y me alegraría aún más si te fueras con nosotros a la estepa. De verdad —insistió con desenfado—, te vendría bien galopar un poco por las llanuras y dejar atrás por un momento tus historias de esclavos, ladrones y piratas…

La carcajada serena de Atasiag lo interrumpió.

—Me temo que eso es imposible. Tengo demasiados asuntos pendientes. Entre ellos, regresar a Titiaka en cuanto Lanamiag se recupere del todo y devolver a todos esos jóvenes a sus familias. Sólo espero que el viaje a Dazbon no empeore el estado de Lan.

Dashvara puso cara molesta.

—¿Está mejor? —preguntó. No sabía gran cosa de los dos jóvenes Legítimos: ambos vivían en el ala norte de la casa con sus compañeros y no salían de ahí. Atasiag les había avisado de que estaban en una isla de piratas y que estos no les tenían mucho aprecio a los ciudadanos titiakas. Según Lessi, Kuriag Dikaksunora se pasaba el día leyendo libros que le prestaba su generoso anfitrión. En cuanto a Fayrah, velaba a Lanamiag Korfú día y noche sin apenas salir del cuarto.

—Mejor, creo —contestó Atasiag—. Pero todavía no se ha levantado. Bueno, ¿puedes avisarle tú a Kuriag? Tengo que poner en orden unos cuantos asuntos antes de zarpar. Si pasa cualquier cosa o si Kuriag tiene preguntas, dile que estaré en mi despacho.

Se alejó hacia la casa y Shokr Is Set y Lumon se apartaron para dejarlos pasar a él y a sus dos ladrones. Dashvara se giró hacia Yira. Adivinaba que ella también se alegraba de salir de aquella isla, aunque tal vez no exactamente por las mismas razones: Matswad era donde había pasado su infancia, pero también donde ella y su maestro nigromante habían estado a punto de morir en un incendio.

—Sabía que insistiendo un poco tu padre acabaría por decidirse —comentó. Los ojos de Yira sonrieron. Con dulzura, tomó a la pequeña sursha por la cintura y se giró hacia su pueblo. Los Xalyas estaban de excelente humor, incluso Aligra sonreía, y la exaltación de Zamoy había logrado sacar al capitán de su sopor.

—¡Hey, Miflin! —soltaba el Calvo—. No olvides componer una oda sobre la épica partida de los Xalyas.

—¡Eso! —apoyó Makarva desde el roble, y con voz altisonante declamó—: Y salieron montados los Xalyas en un barco de tres mástiles.

—Eso no rima, Mak —observó el Poeta. Estaba sentado con el diccionario del Barrigón: parecía que se lo estaba intentando aprender de memoria. Ya iba por la mitad.

—Es verdad que no rima, Mak —se burló Zamoy—. Oye, hermano, ¿cómo va esa oda a las princesas más hermosas de la estepa?

—Va —carraspeó Miflin. Y sonrió—. Os la recitaré esta misma noche.

—¡Más te vale! —bromeó Myhraïn.

Mientras seguían charlando y alegrándose de la partida, Dashvara se alejó con Yira hacia la casa con la intención de ir a avisar a Kuriag del próximo viaje. A saber por qué Atasiag le había pedido a él que lo hiciera. No había hablado con el muchacho desde que había desembarcado en Matswad un mes atrás.

—¡Dash! —soltó de pronto la voz del capitán. Dashvara se volvió y lo vio acercarse a los peldaños de la casa—. ¿Ya le has preguntado por lo de los caballos?

Dashvara se atusó la barba y negó con la cabeza.

—Debería, ¿verdad?

—Bueno. No se pierde nada por preguntar, ¿no? Si él no quiere ayudarnos a comprarlos, pues qué remedio. Siempre podemos hacer como dice el Akinoa, esperar que pase el invierno y recorrer la estepa andando rezando por que los Esimeos no nos capturen en camino. Si resulta que el clan de los Honyrs está dispuesto a aceptarnos, no nos pasaremos mucho tiempo sin monturas —sonrió—: según Nube, tienen los mejores caballos de la estepa.

—Nuestro joven compañero tiene tendencia a exagerar un poco —intervino Shokr Is Set, acercándose con Lumon. Una sonrisa bromista iluminó el rostro del Gran Sabio cuando añadió—: Pero, en este caso, tiene bastante razón.

Dashvara echó una mirada hacia los Xalyas en busca de Sirk Is Rhad. El Honyr estaba sentado junto a Boron el Plácido. Curiosamente, parecía conseguir sacar al Plácido de su tranquilo silencio más que ninguno. Dashvara sonrió y prometió:

—Le preguntaré a Atasiag por los caballos, capitán. Pero sólo una vez. No voy a insistirle o acabará pensando que soy más empalagoso que sus seguidores de Titiaka —bromeó.

Entró en la casa con Yira y dejó el aire cálido del crepúsculo atrás. Técnicamente, quedaba ya apenas un mes para el invierno, pero en Matswad parecía que las estaciones no afectaban tanto. Yira decía que era porque la tierra y la roca despedían unas energías naturales que calentaban el aire. Desde luego, los piratas no habían podido elegir mejor sitio para vivir. Lo único que incomodaba a Dashvara era saber que Matswad era una isla y que para salir de ella… no le quedaba más remedio que volver a subirse a un barco.

—¿Así que la reunión ha sido aburrida? —preguntó mientras recorrían un pasillo.

—Tediosa —resopló Yira—. Menos mal que me llevé tus cartas marineras. Len y yo hemos echado como unas diez partidas de xalyanas. En cambio, su hermano Zaon no quiso. Me temo que no le gustan las nuevas reglas que impusisteis al juego de las republicanas.

—Ja, un conservador, ¿eh? —se burló Dashvara—. Pues mándalo a la Frontera unos años, seguro que acaba cambiando de idea…

Unas voces en la cocina lo acallaron.

—¿Aldek? ¿Estás de broma? —exclamaba Zaadma.

—Bueno, tú me has dicho que proponga un nombre —protestaba la voz de Rokuish—. Aldek no suena mal.

Entraron en la cocina y encontraron a Zaadma arrodillada delante de sus tiestos mientras Rokuish, sentado a la mesa, ayudaba al tío Serl y a Wassag y Yorlen a cortar verduras para la cena.

—¡Oh! —soltó Zaadma al verlos entrar—. Dashvara, dile a Rok que deje de intentar darle un nombre shalussi a mi hijo. ¡Ahora quiere llamarlo Aldek! ¡Es feísimo! No estoy contra los nombres shalussis. Rokuish suena bien. Pero Aldek, Odek, Walek, Fushek… nada más oírlos me chirrían los dientes.

Rokuish se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa a Dashvara.

—Ella quiere llamarlo Méliskren. Así se llamaba su profesor de alquimia… Pero a mí me parece horrible. Y a Wassag también, ¿verdad?

—Digamos que suena muy republicano —sonrió el Lobo, con los ojos brillantes, mientras cortaba una cebolla.

—Ya ves, Dash —continuó Rokuish—. Sólo espero que nuestro hijo, o hija, sea comprensivo el día en que le expliquemos por qué no tiene un nombre…

—Más comprensivo tendrá que ser el día en que le expliquemos que ha nacido en una isla pirata —lo cortó Zaadma. Se acarició el vientre embarazado con una mueca contrariada.

—Eso tal vez pueda evitarse —intervino Dashvara con ligereza—. ¿No os habéis enterado? Atasiag dice que zarpamos pasado mañana.

Por un segundo, todos se quedaron en suspenso. Entonces, Zaadma estalló de alegría, tiró un tiesto, gritó de horror y se apresuró a recuperar la tierra…

—¿Pasado mañana? —repitió la republicana—. Oh… ¡por la Divinidad! ¿Y yo qué voy a hacer con mis plantas?

—Las que no puedas llevarte, las traeremos mañana al viejo Sharas —aseguró Yira con tono sereno—. No te preocupes. Él es un gran botánico. Tú misma lo dijiste. Sabrá ocuparse de ellas tan bien como tú.

—¿Yo dije que era botánico? ¡Es un antiguo pirata! —protestó Zaadma.

La republicana estaba aún más exaltada de lo habitual, observó Dashvara con un resoplido. Cuando vio a Yira tratar de tranquilizarla, admiró su paciencia y le dedicó un discreto saludo antes de apresurarse a cruzar la sala y recorrer otro pasillo. Salió al patio interior y lo atravesó pasando junto a la puerta cerrada del cuarto de Lanamiag antes de meterse en el ala norte. Apenas se adentró en esta, oyó rumores de voces que provenían de una habitación.

—Casi, pero no —decía la voz tranquila del joven Kuriag Dikaksunora—. A ver, te has olvidado de multiplicar. La pérdida de energía es mucho mayor. Por eso el sortilegio de invocación es tan peligroso: porque fusionas energías y las remodulas. Si no se tiene muchísima práctica, cualquier fusión consumiría tu tallo energético hasta el riesgo de apatía.

—Buf. —Dashvara sonrió al reconocer la voz de Lessi—. ¿No me digas que tú serías capaz de invocar algo?

—¿Yo? No… Lo intenté en la Universidad, pero nunca me ha llamado mucho la invocación. Aunque la teoría es emocionante. —Hubo un silencio—. Ejem. Estábamos calculando, Lessi.

Dashvara vaciló antes de acercarse a la puerta abierta. Encontró a los dos jóvenes tendidos sobre una alfombra, con un cuaderno y varios libros delante. Zraliprat, el esclavo de Kuriag, estaba sentado en una esquina, adormecido. Al ver al Legítimo hundir los labios en los de la estepeña, se apresuró a dar unos toques a la puerta y ellos se sobresaltaron violentamente.

—Perdón por interrumpiros —carraspeó—. Sólo vengo a deciros que vamos a zarpar para Dazbon pasado mañana. Y de ahí, vosotros viajaréis a Titiaka. Atasiag me pidió que te avisara. Él está en su despacho.

Como Kuriag y Lessi se lo habían quedado mirando, enmudecidos, Dashvara agitó nerviosamente la cabeza a modo de saludo e iba a marcharse cuando el Legítimo se levantó soltando:

—Espera, no te vayas.

Dashvara se detuvo y enarcó una ceja, expectante. Tras un silencio, Kuriag observó:

—Sigues llevando el uniforme de Atasiag Peykat. Creía que él iba a liberaros.

Dashvara bajó una mirada hacia su túnica y el elegante dragón rojo bordado sobre ella. Se encogió de hombros.

—En Dazbon nos liberará. Atasiag se dejó el contrasello en Titiaka —explicó con una sonrisilla irónica.

El joven Legítimo asintió, meditativo. Tras otro silencio, Dashvara suspiró. ¿Vas a dejarme aquí esperando hasta la mañana, extranjero? Iba a darle las buenas noches cuando Kuriag dijo con suavidad:

—Entonces… ¿vas a volver a la estepa con tu pueblo?

Con cierta sorpresa, Dashvara creyó adivinar un destello mezcla de alegría y decepción en sus ojos.

—Así es —contestó con firmeza.

Kuriag vaciló.

—Bien. Espero que encontréis un hogar pacífico y feliz junto a los Honyrs.

Dashvara lo miró con asombro.

—Gracias.

—Bien —repitió Kuriag. Se aclaró la garganta—. Puedes irte.

Ante su tono autoritario, Dashvara sonrió con sorna y Kuriag se ruborizó.

—Quiero decir…

—Ya —lo cortó Dashvara—. Gracias por darme permiso para retirarme, Excelencia.

Inclinó burlonamente la cabeza y se marchó, dejando al Legítimo con una expresión confusa. Ciudadanos, suspiró. Se fue directo hacia el despacho de Atasiag, aunque con pocas esperanzas. Encontró a los gemelos conversando ante la puerta y los saludó.

—¿Puedo pasar? —preguntó.

—Cobra está más bien ocupado —contestó Zaon—. Pero, si es urgente, llama de todos modos.

Tras dudar un segundo, Dashvara llamó y, cuando oyó la voz de Atasiag, empujó la puerta. El titiaka estaba sentado a su escritorio, redactando una carta.

—¿Qué pasa, Filósofo? —inquirió, sin apenas levantar los ojos.

Dashvara cerró la puerta y apoyó las manos sobre el respaldo de una silla, molesto. No le gustaba pedirle más favores a Atasiag pero…

—Verás, Eminencia —empezó—. Cuando lleguemos a Dazbon, mi pueblo se va a encontrar sin un denario y, por consiguiente, no vamos a tener dinero ni para pagar armas, ni para pagar víveres ni… caballos. Y verás, Eminencia —continuó, cada vez más nervioso—. Oí decir en Titiaka que los amos, al liberar a sus esclavos, se aseguraban de que estos no se… quedaran sin nada.

Atasiag lo observaba ahora con una mueca profundamente divertida.

—Y tú quieres que yo te compre caballos, armas y víveres para que tu pueblo no se quede «sin nada», ¿eh?

Dashvara se ruborizó y maldijo al capitán. ¿Por qué siempre tenía que ser él el que se ocupara de todas las tareas fastidiosas?

—Te estaríamos… muy agradecidos —respondió—. Y si quieres que hagamos algo para devolverte el favor, lo haremos. Simplemente no estamos dispuestos a quedarnos a trabajar en Dazbon durante diez años para pagarnos unos caballos estepeños. Son caros.

—Y tanto que son caros —comentó Atasiag, posando la pluma—. No se vende un buen caballo por menos de setenta escudos. Te haré una confesión, Filósofo. Esperaba que algún día me vinieras con esta historia. Por desgracia, aún no he encontrado ninguna solución así que… por el momento os sugiero que sigáis sirviéndome como guardias personales durante un tiempo y yo seguiré manteniéndoos hasta que se me ocurra algo. ¿Estamos de acuerdo?

Difícilmente podía haber un trato más vago, pero al menos Atasiag no había rechazado la propuesta. Dashvara asintió.

—Estamos de acuerdo. Lo que no entiendo es cómo vamos a seguir sirviéndote como guardias personales en Dazbon. Se supone que en la República no hay esclavos.

—Tonterías —replicó Atasiag mientras untaba la pluma en el tintero—. Lo que no se tolera es que un republicano tenga esclavos. Yo soy titiaka de toda la vida. Os dejaré al servicio de Lanamiag, Kuriag y los otros dos estudiantes. Los protegeréis hasta que los entregue a sus familias. ¿Qué te parece?

—Me parece estupendo. ¿Vas a pedir un rescate por ellos?

—No. Por supuesto que no. —Cobra enseñó una sonrisa levemente culpable—. Los llevo a Dazbon a petición suya: ellos temen que sus familias se opongan al partido que han elegido y yo les voy a ayudar a casarse en un templo ciliano a escondidas. Creo que Kuriag ha empezado a considerarme como a un benefactor. Es el heredero de los Dikaksunora. No voy a echar a perder una relación tan prometedora por unos miles de escudos.

Unos miles de escudos que podrían pagarnos nuestros caballos… Dashvara acalló el pensamiento y asintió con la cabeza.

—¿De modo que crees poder volver a Titiaka sin que se te eche encima el Consejo?

—Lo creo —afirmó alegremente Atasiag—. Como te dije, Faag Yordark es ahora el gobernador provisional de Titiaka y tiene todo el apoyo de la Guardia Ragaïl. Y los Yordark saben que yo siempre les he sido leal. Se asegurarán de que el pequeño jefe de los corsarios no se les vaya de las manos. Y ahora ve, Filósofo. Estoy escribiendo una carta urgente. Un momento —agregó cuando Dashvara tendía ya una mano hacia la manilla.

—¿Sí, Eminencia?

Atasiag lo miró, pensativo.

—¿Qué te ha parecido la estancia en Matswad?

Dashvara le devolvió una mirada desconcertada. ¿A qué venía esa pregunta?

—La estancia… Bueno. Ha sido agradable —admitió—. Los piratas son menos piratas de lo que pensaba. Y tienen un modo de vida bastante parecido al de los Xalyas… en más pacífico, claro: a ellos no les atacan los nadros rojos ni los escama-nefandos.

Una leve sonrisa estiró los labios de Atasiag.

—Me alegro de que te haya parecido agradable. Ahora, tienes a todo un clan, Filósofo. Se os han unido seis mujeres xalyas. Un pequeño lanzador de peonzas… Y, encima, todo parece indicar que quieres llevarte a mi hija.

Dashvara agrandó los ojos. Y sonrió con ironía.

—Tú te llevaste a mi hermana —replicó.

Atasiag arqueó las cejas, divertido.

—Bueno, después de todo, somos familia.

Dashvara le devolvió una mirada burlona.

—Diablos. Al final me lo voy a creer. Pero, no me engañas: un verdadero padre habría pagado los caballos y los víveres y… Es broma, Eminencia —rió ante su expresión exasperada—. Te prometo que no volveré a sacar el tema hasta pasado un tiempo razonable. Al fin y al cabo, Shokr Is Set dice que cuanto más presionas a un burro, más lento va.

—Pues sigue escuchando a tu Gran Sabio y déjame en paz, Filósofo. De verdad que la carta es urgente.

—Buenas noches, Eminencia.

—Buenas noches.

Dashvara abrió la puerta y salió al pasillo con una leve esperanza de que los Xalyas volverían a la estepa montados en caballos.

Len y Zaon se habían sentado a una pequeña mesa, en el ancho corredor, y un candelabro encendido iluminaba sus rostros pálidos. El uno afilaba sus dagas; el otro cosía un bolsillo interior en una túnica. Ambos ternians eran tan idénticos que a Dashvara todavía le costaba diferenciarlos cuando los veía de lejos. Al pasar junto a ellos, preguntó con tono amigable:

—¿Es cierto que no te gustan las xalyanas, Zaon?

El ladrón pasó la aguja por la tela antes de explicar:

—Soy de tradiciones.

—Los Xalyas también lo somos, pero las vamos acumulando —bromeó Dashvara. Vaciló antes de inquirir—: ¿Por qué nunca venís a cenar con nosotros? ¿Es que mis hermanos y yo somos demasiado ruidosos?

Ambos sonrieron.

—Un poco —reconoció Len—. Pero no es por eso. Preferimos comer solos.

—Somos de tradiciones —repitió Zaon con una sonrisilla ladeada.

Dashvara enarcó una ceja y se encogió de hombros.

—Está bien. Pero que sepáis que, si os apetece pasaros por la cocina, no vamos a tiraros peonzas a la cabeza. Buenas noches.

Le dieron ellos también las buenas noches y Dashvara se dirigía ya hacia la cocina cuando, proveniente de esta, resonó un fuerte estornudo, seguido de un estruendo de risas y un:

—¡Que te condenen, Calvo, ese era mi plato!

—¡Vamos, Pelambrudo, no te enfades! Si te crees que esas cosas se pueden controlar —protestaba Zamoy.

—¡Yo quiero oír la oda de Miflin! —exigieron en un coro de voces Myhraïn y Sinta.

—¡Queremos la oda! ¡Queremos la oda! —gritaron unos vozarrones.

Dashvara rió interiormente mientras empujaba la puerta. Por el Liadirlá, sí que somos ruidosos…

* * *

Salieron de Matswad tras numerosas despedidas. Las mujeres xalyas dejaron a sus amigos con grandes aspavientos y bromas ligeras. Aquellos tres años en Matswad los habían pasado sensiblemente mejor que los hombres xalyas: habían aprendido a hacer redes de pesca, a limpiar pescado, a cazar… e incluso confesaron que algunas piratas les habían enseñado a luchar. Pero, para alivio de todos, juraron que jamás habían participado en actos de piratería.

La única en subir directamente a bordo fue Aligra. Aquel mes pasado junto a su clan había transformado positivamente a la joven: aunque seguía con su aire un poco lunático, sonreía con más facilidad y su Ave Eterna vengativa parecía haberse calmado con el buen tiempo de Matswad. Para colmo, no le había vuelto a soltar ninguna acusación a Dashvara y hasta parecía haberlo aceptado como señor.

Incluso empiezo a aceptarme yo como tal, sonrió Dashvara. Se avanzó sobre el muelle y le dio un apretón de manos a un isleño grandote y sonriente con el que había trabajado construyendo casas para los nuevos refugiados.

—Un placer haberte conocido, Skansh —le soltó.

—Lo mismo digo —dijo el otro con una gran sonrisa—. Ojalá podáis volver a vuestra tierra, Xalyas.

—Gracias. ¿Tú no vas a volver a la tuya?

Skansh venía de una tribu sureña. El caito negó con la cabeza.

—¿Para qué? No me queda nada ahí. Los diumcilianos arrasaron con todo y tengo a mi hijo trabajando en las minas, allá en Titiaka. —Se encogió de hombros—. Condenada vida. He decidido meterme a pirata. Ya sabes. Para impartir justicia, como hiciste tú en la Arena.

Dashvara sintió cierta pesadumbre al imaginarse a ese buen hombre asaltando barcos, pero entendía su decisión. Asintió.

—Te deseo suerte, amigo.

Estrechó las manos de varios isleños más antes de subir a bordo con sus hermanos. Cuando el barco de Atasiag zarpó, Dashvara miró alejarse la hermosa isla con una mezcla de nostalgia y alivio. Era curioso constatar lo mucho que le costaba siempre despedirse de los sitios. Incluso le había costado despedirse de la Frontera. Sonrió con ironía. Hacía apenas dos meses sus hermanos y él seguían metidos en el barro, rodeados de mílfidas, borwergs y orcos y, ahora… Posó una mirada en el océano profundo y misterioso y se ensombreció. Ahora estaban rodeados de agua.

Apoyado contra el borde junto con Makarva, le echó un vistazo al saco que había posado a sus pies.

—¿Qué, Tah? —murmuró—. ¿Contento de salir de la isla de los malvados piratas?

Tahisrán resopló mentalmente.

“Bastante”, admitió. “A ti te podrán haber parecido simpáticos, pero es que a ti no te encerraron durante dos años en una caja para pedirte que les hablases del futuro.”

Dashvara hizo una mueca compasiva. La pobre sombra se había pasado casi todo el mes metida en la casa de Atasiag sin atreverse a salir. Una vez había dado una vuelta por los bosques aledaños y, al toparse con un cazador, se había asustado tanto que había huido hasta la otra punta de la isla y había tardado dos días en regresar. Realmente parecía traumada por su experiencia pasada.

—Bah, Tah. Anímate. En Dazbon tendrás otra vez toda la libertad del mundo para reanudar tus paseos nocturnos.

“Si yo estoy muy animado, justamente”, replicó Tahisrán. “Sólo espero no tener nunca que subirme otra vez a un barco.”

Dashvara miró las aguas traicioneras con un temor sordo.

—Y yo —confesó. Le echó una ojeada burlona a Makarva—. Supongo que tú, en cambio, echarás de menos el mar, ¿eh, Mak?

Este tenía la mirada fija en la isla que se alejaba. Se encogió de hombros.

—No tanto como crees. Al fin y al cabo, no soy marinero. Soy estepeño —sonrió, y añadió con aire absorto—: ¿Sabes cuál es mi nuevo sueño?

Dashvara puso los ojos en blanco.

—Tú y tus sueños. Eres peor que el Rey Soñador. ¿Y bien? ¿Cuál es tu nuevo sueño?

Makarva alzó la mirada hacia el cielo azul con una leve sonrisa.

—Cabalgar otra vez. Volver a tener mi caballo y conocerlo como conocía a Bailarín.

Dashvara asintió, emocionado, y pensó en su propia yegua Lusombra caída en manos de los Esimeos.

—Ese es un sueño que todo buen Xalya entendería.

Makarva le echó una mirada curiosa.

—¿Y tú, Dash? ¿Cuál es tu sueño?

Dashvara reflexionó unos instantes. ¿Cuál era su sueño? ¿Volver a la estepa y fundar de nuevo el clan de los Xalyas? Era uno de los muchos sueños que tenía, sí. Pero no el principal.

—¿Mi sueño, Mak? —dijo al fin—. Nada más sencillo: mi sueño es cumplir los sueños de mi clan.

Makarva pareció sobrecogido.

—Vaya… —Meneó la cabeza y enseñó de pronto una sonrisa de lobo—. Pues tendremos que hacer una lista con todos nuestros sueños, a ver si el señor de los Xalyas consigue cumplirlos.

—No te burles —protestó Dashvara, divertido.

—No me burlo —aseguró Makarva, más serio—. Sólo me parece que tu sueño… lo tenemos un poco todos, ¿no? Somos un clan, Dash. Todos queremos ver cumplidos los sueños de todo el mundo. Así que sé sincero. ¿Cuál es realmente el sueño que querrías ver cumplido ahora?

Dashvara le echó una mirada aburrida y, tras otra reflexión, contestó la verdad:

—Llegar a Dazbon. No quiero acabar ahogado en el fondo del mar.

Su amigo resopló y le dio una palmada en el brazo, sonriente.

—Tienes cada idea, Dash. Te doy mi palabra que, dentro de siete días, desembarcaremos y pondremos los pies sobre la tierra.

—Ya. Pero, si se hundiese ahora el barco, ¿qué harías? —replicó Dashvara—. No hay bastantes botes para meter a tantas personas. Y ahí abajo debe de haber un montón de pies de profundidad. Y monstruos de todo tipo. Y morir ahogado es una muerte asquerosamente horri… —Makarva le dio un empellón con un gruñido exasperado y Dashvara rió—. Está bien, ya me callo. Pero ¿a que es inquietante?

—Lo que es inquietante es tu imaginación —retrucó Makarva, apoyándose de espaldas al borde. Tras un silencio, agregó—: Mira. Raxifar está hablando con el capitán.

Dashvara se giró para ver al gran Akinoa junto a la proa. El capitán Zorvun era uno de los pocos Xalyas que habían hecho un pequeño esfuerzo para comunicar con Raxifar y Zefrek… en realidad, el único aparte de Dashvara, Lumon y Shokr Is Set. Vio al Shalussi, solo, apoyado sobre el borde junto al castillo de popa. Tenía la mirada perdida hacia el norte.

Dashvara frunció el ceño.

—Mira que son cabezotas los Xalyas. Nosotros también matamos a guerreros akinoa y shalussis. Matamos al abuelo de Raxifar. Y, a pesar de todo, él me salvó la vida. Y nuestros hermanos siguen mirándolo como si fuera el peor asesino del mundo. Por el Liadirlá —meneó la cabeza—, ¿tan duro es dejar el pasado atrás?

Makarva hizo una mueca. Se rascó el cuello. Y no contestó.

Cabezotas, suspiró Dashvara.