Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 2: El Señor de los Esclavos
Doliéndole todo el cuerpo, Dashvara recorrió las calles que le quedaban, más rígido que una escoba, y tuvo cuidado esta vez con pasar lejos de cualquier ser vivo con peluca o bastón de mando. Apenas llegó a casa de Atasiag dieron las cuatro campanadas, pero no apretó el paso. Dafys y Wassag estaban en la entrada, colgando unas guirnaldas blancas en el portal. Los saludó.
—¿Preparando la noche de Sursyn? —interrogó.
Wassag asintió y lo miró con curiosidad.
—Su Eminencia dijo que entraras en el Salón del Piano, al fondo a la derecha. Parece que el entrenamiento ha sido cansado.
Dashvara gruñó e intentó adoptar una pose más relajada.
—¿Y Morzif? —inquirió.
—Llegó hace un par de horas. Está durmiendo. El drow se marchó a comprar medicinas.
—Oh. —Dashvara sonrió con sorna—. Sin duda, si seguimos a este ritmo, nos harán falta muchas.
Pasó por la entrada sin añadir nada más y, en vez de cruzar el patio, lo rodeó por los corredores porticados para desaparecer de la vista de Wassag y Dafys. Le parecía que el dolor de espalda iba incrementándose.
Lanamiag, esto lo pagarás, juró, resoplando. Y sonrió con ironía. El señor mi padre me enseñó a recitarme una lista de culpables. Tres de ellos ya están tachados y tú acabas de entrar en ella, extranjero.
No es que lo entusiasmase especialmente tener que hablar con Fayrah en ese estado, pero por nada del mundo hubiera retrasado más el encuentro con su hermana.
Sus oídos repararon entonces en una melodía con sonidos extraños. Se acercó a la puerta señalada por Wassag y la encontró abierta de par en par. El Salón del Piano, como lo había llamado el Lobo, era una sala espaciosa con amplias cristaleras, sillones ostentosos y una gran mesa extraña ante la cual se encontraba Fayrah agitando las manos sobre unas láminas blancas que emitían música.
Dashvara se quedó largo rato observándola, fascinado. Definitivamente, su hermana había cambiado. Si antes su inocencia le había inspirado un profundo cariño, ahora su hermosura y la gracilidad de sus gestos le hacían pensar en un hada misteriosa capaz de cautivar el alma de cualquier hombre que la mirara. Por un momento, olvidó totalmente el dolor y entró en la sala en silencio. Sólo entonces vio a Atasiag sentado en uno de los sillones, con un trozo de pergamino en la mano y con la mirada absorta y fija en el rostro de Fayrah. Dashvara se tensó, alerta, mientras la dulce melodía de aquel extraño instrumento lo seguía embargando. Al fin, Atasiag reparó en su presencia y le hizo un leve gesto para pedirle que esperara.
Dashvara esperó, a espaldas de Fayrah, hasta que la última nota muriese en el salón. Atasiag dejó el pergamino en sus rodillas y aplaudió con una ancha sonrisa.
—¡Eres un prodigio, Fayrah!
La joven rió quedamente.
—Exageras, padre. Lodi lo hace mucho mejor que yo. El primer día de la Fiesta de las Máscaras tocó La Tempestad ante doscientas personas, e incluso cantó la letra. Nos embelesó a todos. Aunque Lan dijo que yo cantaba mejor que ella. Pero él es todavía más zalamero que tú, así que no me fío de lo que dice.
—Haces mal —afirmó Atasiag, divertido—. Yo siempre digo lo que pienso. Y Lanamiag tiene un gusto exquisito para la música. Sabe de lo que habla.
—Lo sé. Me estuvo hablando de la escuela de bardos que quiere fundar. —Resopló, divertida—. Me confesó que a veces desearía marcharse a la aventura con su laúd a cantar baladas por las Islas del Corazón Dorado.
—El muchacho es un poco lunático —observó Atasiag con una mueca mientras un sudor frío empapaba poco a poco la frente de Dashvara. ¿Estaban hablando de Lanamiag Korfú, el que acababa de darle una paliza en plena calle?
Que el Liadirlá me dé fuerzas…
—No es lunático —protestó Fayrah—. Es sensible y soñador, eso es todo. Admito que me cae bastante bien.
Atasiag sonrió y Dashvara por poco no soltó una risa cáustica. ¿Sensible y soñador? Carraspeó adrede y Fayrah giró la cabeza, sobresaltada. Se quedó paralizada como si hubiese visto de pronto un espectro. Le llama padre a mi amo, siente aprecio por un hombre que me ha apaleado y viste como una federada… Pero no deja de ser mi hermana. Dashvara apartó cualquier otro sentimiento que no fuera alegría y se acercó con el corazón feliz. Le cogió la barbilla a Fayrah y le besó la frente con ternura ignorando el dolor de su espalda.
—Liadirlá unasháat, sîzin —murmuró en oy'vat. “Que el Ave Eterna te bendiga, hermana.”
Los ojos de Fayrah se llenaron de lágrimas, pero no respondió con la fórmula que esperaba Dashvara. Simplemente le cogió las manos, las apretó con dulzura y luego, en un súbito impulso, lo abrazó. Dashvara reprimió una mueca de dolor pero respondió al abrazo y posó profusos besos sobre su cabello. Un perfume de flores exóticas lo aturdió. Finalmente, la oyó murmurar en lengua común:
—Bendita sea Cili.
En el momento, no reaccionó. Que una Xalya nombrase al dios de los diumcilianos era… absurdo. Simple y llanamente absurdo. Sin embargo, lo dejó pasar, se apartó y constató que Atasiag había ido a cerrar la puerta que daba al patio antes de instalarse de nuevo en su sillón. Dashvara reprimió un suspiro irritado. ¿No podía dejarlos solos un instante?
—Y bien, hermana —dijo en oy'vat—. ¿Qué tal se vive de princesa?
Fayrah se mordió el labio, turbada.
—Yo… Hermano —susurró en común—. Yo ya no hablo en lengua sabia.
Dashvara la miró con fijeza.
—Ningún Xalya renuncia a hablar la lengua de los antiguos sabios, Fayrah. ¿Es que en tres años has olvidado cómo se habla oy'vat?
Fayrah meneó suavemente la cabeza y una profunda tristeza se pintó en su rostro.
—Yo ya no me siento Xalya, Dashvara.
Dashvara recibió aquella afirmación como un puñetazo en el corazón. Tres años atrás, en Rocavita, Fayrah le había dicho algo parecido. Entonces, había creído lograr reconciliarla con el clan. No podía imaginar que Fayrah estuviese hablando en serio. Pero, ahora, mirándola a los ojos, vio la verdad. Fayrah era la hija de Atasiag Peykat y no se consideraba ya del clan. Se quedó tan aturdido que no pudo hablar durante un buen rato.
—Oh, venga, Dash —se lamentó su hermana—. No quería hacerte daño. ¿No podemos hablar de otras cosas? Cuéntame algo. Norgana me ha dicho que jugabas a las katutas en la cocina con los demás. Por aquí se juega una variante todavía más divertida. Venga, siéntate y cuéntame. ¡Te he echado tanto de menos!
Dashvara la contempló y creyó de pronto ver a otra persona. Era su hermana y, al mismo tiempo, había dejado de serlo. Por un instante, estuvo tentado de sentarse con ella, charlar como si nada de lo que hubiera dicho antes lo hubiese malherido, pero su Ave Eterna era demasiado franca para fingir serenidad cuando no la sentía para nada.
—No hay mucho que contar —replicó en común, negándose a sentarse—. Pero si quieres, te lo resumo. Mis hermanos y yo desembarcamos en Titiaka, intentamos rebelarnos, nos castigaron y nos mandaron a la Frontera. Kadayra murió, matamos muchos monstruos, intentamos fugarnos seis veces, y luego… —le dedicó a Atasiag una mueca despectiva soltando—: Su Eminencia nos sacó de ahí gracias a la insistencia de una hija suya que, por alguna razón desconocida, sigue teniéndole aprecio a un hermano salvaje, un señor de la estepa que obedece al Ave Eterna de su clan y no entiende cómo su propia hermana es capaz de renunciar a Ella en favor de un dios extranjero.
Inconscientemente, había ido alzando la voz conforme acababa su discurso en sermón. Temió haberla impresionado demasiado. Sin embargo, para asombro suyo, Fayrah no lloró ni le pidió perdón ni trató de justificarse. Simplemente dijo con voz neutra y pausada:
—Serás tal vez mi hermano, pero no eres mi señor. Soy libre de elegir mi vida. Y soy libre de renunciar a lo que, para mí, tan sólo es polvo y ceniza vieja. Cili es un dios bondadoso. El Dahars… —se encogió de hombros— sólo es historia pasada.
Dashvara se tambaleó hacia atrás. Oír insultar al Dahars de esa forma era mucho peor que recibir una decena de palos.
—Traición —farfulló.
—Filósofo —intervino Atasiag con voz seca. Se había levantado y acercado a Fayrah con aire de protector. Llevaba su bastón de mando en la mano y lo empuñaba con fuerza cuando dijo—: Tu comportamiento deja mucho que desear. Fayrah es tu hermana, por no mencionar que es mi hija. Le debes el mismo respeto que me debes a mí. Recuerda que sin ella probablemente seguirías en la Frontera. Como vuelvas a alzar la voz en mi casa, como vuelva a oírte tratar de traidora a mi hija, te vendo por un detta y te mando a las galeras. ¿Entendido?
Dashvara se recuperó más rápidamente de lo que hubiera sospechado posible.
—Entendido, Eminencia. Vuestra hija no volverá a sufrir mis impertinencias. Que siga con su dios. —Cruzó la mirada afligida de Fayrah e inclinó levemente la cabeza, sintiéndose más apesadumbrado que furioso cuando dijo—: Como señor de los Xalyas, acepto tu exilio voluntario y te eximo de tus obligaciones como miembro del clan. —Holgaba decir que, aunque en el fondo seguiría siendo su hermana, no podría ya tratarla como tal. Se ahorró las últimas palabras que normalmente iban acorde con un exilio del clan. Eran demasiado duras y Atasiag no las hubiera permitido. Por no decir que no creía tener la suficiente fuerza como para decírselas a Fayrah.
—Quiero que me entiendas, Dash —murmuró su hermana con la voz temblorosa. Se acercó y le tomó la mano con la suya, más suave que el plumaje de un ave—. Pasé dieciocho años en la estepa y en ningún momento logré amarla como amo Titiaka. Nuestro padre fue un guerrero sanguinario. Nuestra madre coleccionaba cráneos en las estanterías. Y vosotros, los patrullas, siempre estabais fuera, peleando y derramando sangre. Lessi y yo os teníamos miedo. No había dulzura. No había la hermosura que reina en esta ciudad. La vida xalya era un sinsentido. Cuando huí del torreón, no me sentí culpable. Y sigo sin sentirme culpable de haber abandonado tu clan, hermano. He encontrado a un padre al que respeto y quiero. Tengo amigos que nunca han manejado un arma, amigos apasionados de poesía, pintura y música… Son gente inocente y buena que me quiere sin soltarme sermones de conducta y estúpidas leyes de honor. Esta es mi vida. Una vida tranquila y feliz. Es la vida que yo siempre quise tener. No la de una Xalya perdida en la estepa esperando a que su esposo y sus hijos vuelvan triunfales después de haber perpetrado crímenes horribles. Si un día tengo hijos, no deseo que sean Xalyas.
Si pretendía cicatrizar su herida, fracasó estrepitosamente. Sin brusquedad, Dashvara le soltó la mano y declaró con voz ronca:
—Nunca entendiste lo que significa el Ave Eterna, entonces. Admito que la vida en la estepa no era sencilla. Admito que yo mismo no aprobaba todas las acciones del señor Vifkan, aunque lo respetaba. Te recuerdo que la mayor parte de las veces mis sables y los de mis hermanos mataron nadros rojos y escama-nefandos, no humanos. No me vengas culpándonos de sádicos y asesinos cuando lo único que hacíamos era defender el torreón e impedir que los monstruos devorasen nuestro clan. —Marcó una pausa y asintió con firmeza—. Estoy de acuerdo contigo, Fayrah: dos siglos de guerras contra los salvajes nos convirtieron también a nosotros en unos salvajes. Y hubiera sido maravilloso si todo el mundo se hubiese llevado bien desde el principio y hubiese reinado la paz entre todos los clanes. Pero no fue el caso. —Sonrió de pronto con sarcasmo—. Tampoco reina la armonía en tu tan amada Titiaka, Fayrah. Sólo tienes que abrir los ojos para verlo.
—Ya basta —suspiró Atasiag con tono cansado—. Creía haceros felices a ambos y me encuentro con una querella estúpida.
Dashvara inspiró con desdén y continuó como si Atasiag no hubiera dicho nada:
—Mi Ave Eterna me prohíbe siquiera considerar que el sistema diumciliano es justo. Veneras a un dios para quien la esclavitud es una necesidad y una condición natural. ¿Qué clase de…?
—¡Ya basta! —tonó Atasiag—. Una palabra más y envío a Wassag a buscar el látigo.
Dashvara selló sus labios. Esta vez, no le cabía duda de que la amenaza de Atasiag iba en serio.
—¡Padre! —protestó Fayrah—. Sólo estábamos hablando.
Atasiag Peykat frunció el ceño y ella se mordió el labio pero sostuvo su mirada.
—Hija —suspiró él—. Me prometiste que no interferirías. ¿Es así como cumples tus promesas? No puedo permitirme tener a unos rebeldes en mi casa, querida. —Se giró hacia Dashvara meditando—: Tu hermano puede ser simpático a veces, pero otras veces es más salvaje que un orco.
Dashvara lo fulminó con la mirada. Orco tú mismo.
—Libérame y no te daré más problemas.
Atasiag meneó la cabeza.
—Os conseguí con el regalo del Consejo. Renunciar a vosotros ahora sería insultar la cúpula de Titiaka. Por no mencionar que liberar a un esclavo de manera oficial cuesta dinero.
—Danos un barco y nos iremos —juró Dashvara.
Atasiag sonrió.
—Sin escolta, los traficantes de esclavos os atacarán y os esclavizarán otra vez. No, Filósofo. Puedes intentar huir por todos los medios, los diumcilianos te pillarán de todas formas. Y si huyes, yo mismo te venderé a las galeras. Yo también tengo un honor que preservar, Xalya.
Dashvara enarcó una ceja. Me alegra saberlo, serpiente. Al fin, aseguró:
—No tengo ninguna intención de ir a remar en las galeras.
Atasiag puso los ojos en blanco.
—Me alegro. Y ahora, salgamos. No me apetece aguantar más vuestras grandilocuencias. Vamos a hacerle una visita a mi futura esposa.
Dashvara entornó un ojo, sorprendido.
—¿Y yo qué pinto en casa de tu futura esposa, Eminencia?
Atasiag rió por lo bajo y algo en su risa le dio escalofríos.
—Digamos que mi futura esposa expresó el deseo de verte. —Se detuvo junto a la puerta abierta y se volvió con un brillo de compasión en los ojos—. Todavía hay ciertas personas que no han perdonado tu traición de hace tres años.
Dashvara tragó saliva, entendiendo al fin. Atasiag Peykat le iba a llevar a casa de Sheroda, la Suprema de la Hermandad de la Perla. Trató de no mostrar su inquietud, en vano.
—Anda —añadió Atasiag—. No te quedes parado ahí y ve a dejar esa armadura y esas armas. Espero estar de vuelta antes de que lleguen los primeros invitados —agregó, hablándole a Fayrah.
Esta asintió sonriéndole pero luego su sonrisa se borró cuando cruzó la mirada de Dashvara. Este estuvo a punto de ablandarse, darle otro abrazo y prometerle que, pese a lo que le había dicho antes, no dejaba de ser su hermano. Pero las palabras de Fayrah todavía resonaban en su mente.
“Tengo amigos que nunca han manejado un arma, amigos apasionados de poesía, pintura y música… Son gente inocente y buena que me quiere sin soltarme sermones de conducta y estúpidas leyes de honor. Esta es mi vida. Una vida tranquila y feliz.”
Fayrah, por lo visto, no consideraba a su hermano como a una persona inocente y buena.
Inocente seguro que no, admitió. Pero soy tan bueno como puedo, hermana. Y no siempre es fácil serlo. En fin, qué demonios, cada Xalya hace lo que cree correcto. Ojalá sigas siendo feliz con tu nueva familia…
Dashvara inspiró. No hubiera podido imaginar un encuentro más desastroso. Tras pasar un rápido vistazo sobre su espléndido vestido y su collar de plata, le dedicó un breve signo de cabeza antes de salir del salón tras Atasiag Peykat tan dignamente como podía. No pudo ser menos frío.