Página principal. Yo, Mor-eldal, Tomo 2: El mensajero de Éstergat

27 Epílogo

Dakis gruñía. Algo, en el ambiente, respiraba a energía. Una extraña energía.

Con el ceño fruncido, Shokinori se giró y vio aparecer en el patio a una joven humana de pelo azul. Extraña, pensó. Muy extraña.

“Parece humana y, a la vez, no lo es,” murmuró por vía bréjica.

El cerbero de bruma dejó de gruñir.

“Me está mirando. Compañero, me está mirando raro. No me gusta esto.” Dakis ensanchó sus ollares. “Yabir y sus ideas… Ajf. Marchémonos de aquí.”

Shokinori posó una mano apaciguadora sobre la cabeza peluda de Dakis mientras Yabir se adelantaba hacia la extraña criatura y se inclinaba, sonriente. Había que reconocer que, pese a su joven edad, a Yabir se le daba bien la diplomacia. Allá donde iba, se comportaba como un caballero, que fuera entre magos del Conservatorio, entre guakos o entre gente de la alta sociedad. Un Baïra con estilo. Sus maestros le habían enseñado bien. En lo que se refería a relaciones públicas, claro. En lo que se refería a ser prudente y racional, era un desastre.

«Andamos buscando a un hombre llamado Kakzail Malaxalra,» decía el buen hobbit. «Según nos han informado, es el hermano de un niño al que conocemos, Draen Hílemplert, y…»

Shokinori no entendía realmente lo que le decía su compañero a la humana: hablaba en drionsano. Pero entendía el sentido y, de todas formas, estaba enterado: llevaban ya dos días buscando a ese muchacho. Y aunque Yabir dijera que la razón principal era que deseaba asegurarse de que el niño estaba bien, Shokinori sospechaba que el interés del muchacho por el tesoro y su arrojo evidente le habían dado a Yabir ideas… Ideas arriesgadas. Shokinori suspiró. Sabía que Yabir se interesaba por el tesoro por pura curiosidad, pero la curiosidad había llevado a más de un Baïra a la tumba… Aunque, ciertamente, tal vez Yabir fuera a ser el primer Baïra en acercarse tanto al objetivo. Pero eso también lo habían pensado muchos antes que él. El Ópalo Blanco engañaba. ¡Quién sabe siquiera si existía! Si tan sólo el Gran Baïra hubiese podido comunicar con él desde lejos y decirle: hijo, ¡vuelve inmediatamente a casa…! Yabir habría vuelto. Pero, estando tan lejos, se le subían las leyendas a la cabeza, se emocionaba con todas las novedades… era un sabio feliz. Desde luego, Shokinori prefería mil veces verlo sentarse tranquilamente en la biblioteca en busca de unos pasadizos que llevaran a Yadibia… y no al centro de la Roca. Suspiró. Cien mil gárgolas…

“Sus ojos me están poniendo nervioso,” resopló Dakis.

Se sentó sobre sus patas traseras, como para invitarse a la calma. Yabir seguía hablando, que si le gustaría mucho saber si la señora conocía al señor, que si era mucha molestia… Y la humana de pelo azul no se inmutaba. Cuando, al fin, Yabir calló, incómodo, ella dijo algo. Su voz, suave y serena, le dio escalofríos a Shokinori. El hobbit alargó el cuello.

“¿Ha dicho que lo conocía?”

“Es posible,” convino el cerbero. “No lo sé. Cómo voy a saberlo. El políglota es Yabir. ¿Podemos irnos ya?”

Shokinori no contestó, pero no se movió y, obediente, Dakis suspiró y aguardó. Finalmente, el cerbero husmeó el aire y declaró, triunfante:

“Viene.”

Shokinori se irguió.

“¿Quién? ¿El muchacho?”

“No, el hermano,” replicó Dakis. “Y sus amigos.”

De hecho, al de unos segundos, apareció por el arco del patio un hombre barbudo acompañado de un gigante tatuado y un caito pelirrojo. Como Yabir se presentaba y lo presentaba a él, Shokinori se inclinó profundamente y forzó una sonrisa. Se sentía un poco molesto. Y es que, la última vez que se habían visto, Dakis había sobresaltado a los participantes de una boda, le había mandado al hermanito del barbudo a trepar por un árbol y… él había sido incapaz de comunicar como un ser pensante. ¡Ojalá tuviera la misma facilidad que Yabir para aprender idiomas!

Ahora, Yabir había sacado el famoso periódico y se lo enseñaba a Kakzail explicando la desgracia: el muchacho del que hablaba vivía en esa casa en ruinas donde había habido dos muertos y, presuntamente, numerosos heridos, dadas las huellas de sangre. Ninguno de los muertos, gracias a Baïra, había sido identificado como el muchacho, no eran siquiera de la banda que vivía entre los muros caídos —ahí Yabir se puso a hablar de su crónica y, tras unos instantes, Kakzail lo interrumpió. Parecía ser buena persona, consideró Shokinori. Extraño también, aunque no tanto como… ella. Giró la cabeza. Frunció el ceño. ¿Dónde…?

Se sobresaltó cuando vio a su izquierda a las dos jóvenes, la del pelo azul, y una de pelo rubio dorado. Tenían la misma cara. Y las dos eran extremadamente extrañas.

“Huelen a energía más que a carne,” comentó Dakis.

Shokinori no hubiera sido capaz de aseverar tal cosa, pero sin duda había algo perturbador en esas dos jóvenes. Se vio enseguida en un aprieto cuando la rubia le dijo algo. Sonaba amable. Oh, vaya… Shokinori se inclinó con gran cortesía.

«No hablo drionsano, gracias,» articuló torpemente. «Quiero decir,» graznó en caéldrico. Y rectificó en drionsano: «Perdón.»

Ambas jóvenes, que de no ser por el pelo se parecían tanto, se miraron, como sorprendidas. ¿Tan extraño era que un forastero no supiera hablar drionsano? Baj…

«Perdón pero ¿eso es… caéldrico?» pronunció la rubia, asombrada.

Shokinori se quedó a cuadros cuando se dio cuenta de que le había entendido. Dakis estaba tan anonadado como él.

“Un momento,” ladró este por vía mental. “¿Te ha hablado en caéldrico? ¿No se supone que por estas tierras esa lengua está más muerta que un paisko en la boca de un troll?”

“Eso creía,” carraspeó Shokinori.

“Es que no venimos de Prospaterra,” aclaró de pronto una voz en la cabeza de Shokinori.

Era la joven de pelo azul quien había hablado. Pero no había abierto la boca. Shokinori y Dakis retrocedieron de golpe, como si les hubiera mordido un ejército de cangrejos.

“¿Me estás hablando por vía bréjica?” exclamó el hobbit, boquiabierto. Vale, no había tenido mucho cuidado con hablar bajito pero… ¡ni siquiera los magos del Conservatorio los oían! ¿Quiénes demonios eran esas dos humanas?

La joven de pelo azul esbozó una sonrisa, asintió con la cabeza y habló en voz alta:

«De donde venimos, el caéldrico también es una lengua muerta. Pero mi hermana y yo estudiamos en una academia celmista en las Comunidades de Éshingra. Y estuvimos comunicando en caéldrico con un buen amigo alquimista hasta que aprendimos el drionsano.»

Yabir se había girado hacia ella, fascinado.

«¡Gran Baïra!» se maravilló en caéldrico. «No puedo expresar mi felicidad. Extranjeras como nosotros. ¡Y viniendo de mucho más lejos! Las Comunidades de Éshingra. Conozco. Bueno, nunca viajé ahí, por supuesto, pero tenemos libros de exploradores y las crónicas de Márevor Helith son una mina de información para conocer la Tierra Baya. Una tierra magnífica, ¿no lo es?»

Ambas jóvenes intercambiaron sonrisas entre divertidas y asombradas. La de pelo azul fijó entonces la mirada en Shokinori. Diablos, qué incómodo le ponían aquellos ojos… La oyó preguntar mentalmente:

“¿Márevor Helith?”

“Oh. Es un famoso nakrús arrepentido,” explicó el hobbit con un carraspeo.

“Sé quién es,” aseguró ella. “Lo conocí hace años. Fue profesor en nuestra academia.”

Shokinori pestañeó. ¿Profesor? ¿Márevor Helith? ¡Y decir que para él Márevor Helith era más una figura de leyenda que un nakrús de verdad! Bajo su mirada atónita, la azulada giró la cabeza hacia su hermana rubia mientras esta confirmaba, contestando a la pregunta de Yabir en voz alta:

«Sin duda alguna. La Tierra Baya es una tierra hermosa. Desgraciadamente, tuvimos que marcharnos de ahí.»

«¿Qué pasó?» se inquietó Yabir.

La rubia se encogió de hombros.

«Nos tomamos una poción de mutación por error. Y nos convirtió en puras fuentes de energía. Un infierno,» dijo. «Tuvimos que marcharnos o nos habrían metido en un laboratorio de casos raros hasta el fin de nuestros días.»

Se oyó de pronto una exclamación y Shokinori alzó la vista para ver asomarse por una ventana abierta el rostro alegre de un gnomo.

«¡El pasado es el pasado, hijas mías!» lanzó. «A todos nos pasan desgracias de cuando en cuando y, pese a todo, la vida sigue, ¡ya lo creo!» Su sonrisa se ensanchó. «Bienvenidos, forasteros. Es un placer conocer a gente de fuera. ¡Los arkoldeses son más aburridos que un frasco sin solución! No tienen ni idea de lo que es la aventura, el peligro, la emoción. ¡Entrad, entrad! Os enseñaré mi laboratorio.»

Cerró la ventana. Mientras Kakzail abría la puerta de la casa, Yabir sonrió con todos sus dientes.

«¿Y ese caballero tan gracioso?» inquirió.

La rubia lo presentó, risueña:

«Nuestro padrino. El alquimista.»

E hizo un ademán para dejarlos pasar. Dakis pasó el umbral detrás los hobbits y, cuando, con entusiasmo pueril, la rubia tendió una mano para acariciarlo, agitó el rabo y dijo mentalmente:

“Como diría el cachorro nigromante: ¡salú, salú!”

Shokinori hizo una mueca. A Dakis se le acababa de escapar una bonita perla. ¿Se habrían fijado las gemelas en la palabra «nigromante»? ¿Lo sabrían ya? Las miró… y suspiró. No, no lo sabían. Y sí, se habían fijado. Cabía esperar que, puesto que esas gemelas conocían a Márevor Helith y lo habían aceptado como profesor, serían más tolerantes al respecto. Sin molestarse en hablar bajo por vía bréjica, masculló en caéldrico:

“Bocazas.”

Dakis convino en un drionsano casi excelente:

“Un isturbiao, cabal. Lo asumo.”

Y sonreía enseñando todos sus afilados dientes.

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Nota del Autor: ¡Fin del tomo 2! Espero que hayas disfrutado con la lectura. Para mantenerte al corriente de las nuevas publicaciones, puedes seguirme en amazon o echar un vistazo al sitio web del proyecto donde podrás encontrar mapas, imágenes de personajes y más documentación.