Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

Epílogo

Unas nubes blancas y dispersas se deslizaban por el cielo, cambiando de forma y deshilachándose poco a poco. La manzana gigante que había visto Syu hacía un rato se acababa de transformar en algo parecido a un cuenco de arroz. Pero, ahora, el mono gawalt se había marchado al mercado y andaría más interesado por las golosinas y los plátanos que por las nubes; y Frundis se había quedado en la habitación, componiendo aún su Sinfonía de Cuerdas Saltantes, inspirada, cómo no, en su inolvidable e increíble travesía por el monolito.

Cerré los ojos, tumbada en el banco de piedra, y escuché el arrullo del agua que manaba de la fuente del patio. La casa de Sgrina Yetdalar era grande; la verdad, como la mayoría de las casas en Shtroven. Tenía un patio empedrado y porticado y, en una esquina, crecían dos soredrips. La primera vez que los había visto me había quedado emocionada, creyendo por un instante que había vuelto a casa. Unas tardías flores blancas aún iluminaban sus ramas bajo los rayos del sol otoñal.

Las comisuras de mis labios se levantaron acusadamente. No podía negar que mi nueva vida era muchísimo más sosegada. Sgrina, como alquimista aficionada, había logrado encontrarme un trabajo en una herboristería a petición mía. La anciana me había asegurado que conocía desde hacía años al propietario del local, el maese Jey. “Se pasa el día haciendo experimentos de todo tipo”, había afirmado, sonriente. “¡Estoy segura de que os llevaréis muy bien!”

Sgrina era la anciana más tratable y encantadora que había conocido nunca. Su generosidad era abrumadora. Cuando llegamos a su casa, la tiyana se emocionó mucho al ver a Márevor Helith; nos acogió a todos con muchas sonrisas y palabras de bienvenida y enseguida se ocupó de conducir a Drakvian a una cama, sin preocuparse de que fuera una vampira, un hada o un orco. Incluso se encargó de ir a la carnicería de la calle para pedir que le llevasen a casa un barril de sangre. La vampira recuperó la salud en unos días y se puso a ingurgitar barriles enteros de sangre hasta que una pequeña gripe le devolviese el sentido de la moderación; Iharath recobró su habitual buen humor, retomó sus experimentos con las mágaras y bien creo que se prometió no volver a meterse en una aventura como la que había vivido; y Aryes… bueno, durante los primeros días, me había preocupado que se arrepintiese de haberme seguido y de haber dejado a su familia atrás. Fue el mismo kadaelfo quien tuvo que recordarme una de las lecciones gawalts más básicas: “No le des vueltas a cosas pasadas. Como me dijiste un día: los posibles del pasado, si no son presente, hay que olvidarlos”. Cuando le pregunté si era feliz, me sonrió y asintió sin vacilar.

—Pienso que no puedo serlo más —contestó—. Aunque… no niego que habrá una persona a la que echaré particularmente de menos.

—Tu hermana —entendí.

Aryes negó con la cabeza.

—Zéladyn tiene su vida en Ató. Aunque la eche de menos, sé que será feliz, y eso me basta. No hablo de ella, sino de Kyisse. Lo sé, tal vez ahora viva junto a otros nixes, con sus abuelos… y eso está bien. Pero no dejo de pensar que la pequeña… nos quería mucho.

Mi sonrisa se quebró al recordar sus palabras. Kyisse había vuelto a su hogar, junto con los suyos, y eso me resultaba reconfortante. Pero Aryes tenía razón: íbamos a echarla mucho de menos. Tendida bajo el sol cálido, murmuré:

—Ojalá nuestros caminos vuelvan a cruzarse.

Alcé mi mano hasta mi pecho y, acto seguido, me pregunté si algún día dejaría de comportarme como una ajensoldrense. Mis manos aún olían a trésila. El maese Jey me había pedido aquel día que me ocupara de un bálsamo para un paciente que se había caído del caballo y que tenía un chichón de mil demonios. Ignoraba si lo había fabricado correctamente; en cualquier caso, el paciente me había dado las gracias repetidas veces cuando había ido a entregarle el remedio.

La cultura en Shtroven era muy distinta a la de Ató. La gente solía ser muy habladora y expresiva hasta la exageración. La ciudad se organizaba alrededor de un Consejo constituido por representantes de cada gremio y cofradía. El resultado hubiera podido ser bueno, si no fuera por las continuas guerras que existían entre dichas corporaciones. Hacía apenas dos semanas, un almacén de harina había explotado en la Calle de la Luz. Scarda, una ayudante del maese Jey, decía que probablemente se tratase de una venganza por parte del gremio de los Bavilthans tras haber perdido una de sus bestias más caras. Prudente como un gawalt, yo me había cuidado de comentar nada.

Iharath, Aryes y yo seguimos los sabios consejos de Sgrina y evitamos cualquier posible contacto con las cofradías y los gremios. Según la anciana, sólo daban problemas y, tras tanto vagabundeo, lo que más ansiaba yo era vivir, aunque fuera por un tiempo, sin tantos líos. Y, esos últimos dos meses, parecía conseguirlo más o menos.

—¿Vagueando al sol, sobrina?

Casi me morí del susto. Abrí los ojos y tuve la impresión de ver un fantasma. Parpadeé, atónita; mi tío sonrió y me tapó del sol. Hilo pendía de su cintura. Y él llevaba una túnica blanca y unas sandalias en los pies.

—¿Lénisu? —logré pronunciar. Y entonces me levanté de un bote gritando su nombre y lo abracé efusivamente, riendo a carcajada limpia. Él me correspondió, con una gran sonrisa.

—¡Amor inocente! No sabes cuánto me ha costado encontrarte por culpa de ese condenado nakrús. Veo que te has instalado aquí para un rato.

Le devolví una sonrisa feliz y sólo entonces me di cuenta de que Wanli lo acompañaba. Nos saludamos amigablemente e intercambiamos miradas elocuentes. Carraspeé.

—Lénisu, ¿puedes decirme qué hace un Sombrío vestido de blanco y con unas sandalias?

Mi tío puso los ojos en blanco.

—No es malo cambiar de costumbres de cuando en cuando. Y Wanli dice que el blanco me sienta bien —añadió, burlón.

Enarqué las cejas.

—Oh. Si lo dice Wanli, entonces a mí también me lo parece. Aunque seguramente Spaw habría preferido el verde.

Lénisu hizo una mueca y contestó a mi pregunta indirecta.

—No está aquí. Dijo, sin más precisiones, que tenía… otros asuntos que resolver. Pero el de las cadenas, ya se ha resuelto.

Asentí y la razón de la prolongada ausencia de Zaix se me hizo evidente: ya nunca volvería a hablarme mentalmente.

—Zaix me contó lo que os proponíais —admití. Eché una mirada discreta hacia la espada y Lénisu meneó la cabeza.

—Ya no es una reliquia —declaró. Por unos instantes, observé su rostro, tratando de adivinar si la «muerte» de Hilo le causaba tristeza. Me sonrió y me revolvió el cabello—. Como decía, a veces no viene mal cambiar de costumbres. A propósito, tus hermanos estuvieron a punto de venir, te lo juro. Pero unos Monjes de la luz le propusieron a Murri una misión con una generosa recompensa y el maldito aceptó. —Divertido, Lénisu suspiró—. Este joven va a acabar con tantos problemas como yo. Aunque parecía muy entusiasmado.

Sonreí.

—¿Y Laygra?

—Oh… Tu hermana está muy feliz en Ató y le cuida a Trikos mejor que yo. Me dijo que te deseara toda la suerte del mundo y que algún día viajaría hasta aquí para comprobar que tu mono sigue una dieta correcta. —Nos sonreímos y él paseó una mirada por el patio—. Por cierto, ¿dónde está Aryes? ¿Y el mono?

—Syu está en el mercado —contesté alegremente—. Y Aryes e Iharath han ido a la biblioteca. —Resoplé, divertida, y expliqué—: Iharath está obsesionado por una mágara vieja que tiene Sgrina, nuestra anfitriona. Ni Márevor Helith consiguió identificarla. Volverán dentro de poco, supongo.

Lénisu y Wanli intercambiaron una mirada rápida.

—¿Márevor sigue aquí? —preguntó Lénisu.

Reprimí una carcajada.

—No. Se fue a buscar el gahodal con su pupilo. Deben de estar andando por Kunkubria o quién sabe dónde. Y Drakvian también se marchó. No le gustan las ciudades grandes y prefiere las montañas. Aunque de cuando en cuando vuelve para ver si seguimos vivos —sonreí—. ¡No sabéis cuánto me alegro de que estéis aquí! Venid. Os presentaré a Sgrina. Está adentro, seguramente leyendo el libro de botánica que le traje ayer. Por cierto, ella sabe quiénes somos… pero por si acaso Aryes y yo decidimos encubrir nuestros nombres a los demás. Él se hace llamar Sib. Y yo, Naw. —Lénisu enarcó una ceja, sorprendido, y yo carraspeé—. Aunque… de cuando en cuando nos llamamos Arsib y Shaenaw. —Lénisu rió y yo inquirí, curiosa—: ¿Habéis venido por barco?

Wanli asintió.

—En un barco de mercancías —confirmó la elfa de la tierra—. Y no sabes lo que nos ha pasado. Nos atacaron unos piratas.

Agrandé los ojos, alarmada. Un brillo de diversión pasó por los ojos de Lénisu; apuntó con desenfado:

—Pero, por supuesto, Lénisu Háreldin los conocía. Ya te dije, Shaedra, que tengo amigos en toda Háreka. El capitán nos dejó amablemente en la costa, no muy lejos de Shtroven, a cambio de una promesa.

Fruncí el ceño.

—¿Más promesas?

Lénisu hizo un vago ademán.

—Nada muy importante —me aseguró—. Tan sólo me pidió que entregase una carta a su hijo que vive en Shtroven.

Reprimí una sonrisa burlona.

—No la habrás perdido, ¿verdad?

Lénisu puso cara falsamente ofendida.

—Qué va. La tengo aquí, en mi bolsillo. No siempre lo pierdo todo como tú, sobrina.

Puse los ojos en blanco. Oímos ruido por el portal abierto a la calle y nos giramos al unísono para ver aparecer a Iharath y a Aryes con Syu correteando delante. Al vernos, estos se detuvieron en seco. Al fin, el mono gawalt reaccionó.

“¡Tío Lénisu!”, exclamó. Y echó a correr por el patio para darle la bienvenida. Aryes e Iharath no tardaron en imitarlo.

—Mil brujas sagradas, ya pensaba que no vendrías —sonrió el kadaelfo mientras le daba un fuerte abrazo a Lénisu.

Mi tío le correspondió con alegría.

—Espero que hayas cuidado de mi sobrina debidamente, ¿eh?

—Bueno… En todo caso, ella me cuida muy bien a mí —replicó Aryes. Me dedicó una mirada interrogante y yo me reí, ruborizada.

—Nos cuidamos estupendamente, tío Lénisu.

—Bueno. ¿Y esa mágara inidentificable? —inquirió Lénisu.

Iharath hizo una mueca y suspiró, sacando una gran llave metálica de su bolsillo.

—No hay manera de entender el trazado —masculló con el ceño fruncido—. El maestro Helith incluso sugirió que podía tratarse de una reliquia. Sgrina dice que se la regaló un celmista hace unos veinte años pidiéndole que la guardase en un lugar seguro.

—Nos hemos pasado toda la tarde leyendo libros sobre llaves encantadas —resopló Aryes—. Yo que tú, Iharath, tiraría esa llave al mar como hizo Torgab Cuatro-Espadas con la reliquia de los Vientos. Tal vez algún nurón identificador la recoja algún día y le sirva de algo. —Se giró hacia Lénisu y Wanli y añadió—: ¡Bueno! ¿Para cuándo la próxima catástrofe?

Lénisu abrió la boca… Y en ese instante, se oyó una enorme explosión en algún lugar de la ciudad. Nos quedamos todos paralizados.

—¿No me digáis que Shtroven está en guerra? —farfulló Lénisu, desconcertado.

Negué con la cabeza, más tranquila.

—Qué va. Esos deben de haber sido los del gremio de la harina.

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Nota del Autor: ¡Fin del tomo 10! Espero que hayas disfrutado con la lectura. Para mantenerte al corriente de las nuevas publicaciones, puedes seguirme en amazon o echar un vistazo al sitio web del proyecto donde podrás encontrar mapas, imágenes de personajes y más documentación.