Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

17 La casa del estanque

Con la mirada lúgubre, eché un vistazo hacia los árboles que bordeaban el sendero de caza. Tras pasarnos casi todo el día cabalgando, al fin habíamos llegado al bosque de Belyac. Pero en vez de seguir hasta la ciudad, habíamos abandonado los pobres caballos y nos habíamos adentrado en el bosque. Llevábamos andando aproximadamente una hora y la luz del sol empezaba a desaparecer.

Nadie tenía ánimos para seguir avanzando. Salvo Lénisu: mi tío abría la marcha con pasos enérgicos, con el mismo aguante que un enano de las cavernas. Tras él, caminaba Aryes a trancas y barrancas y, por su andar, no era difícil adivinar que aún seguía dolorido de tanto cabalgar. Iharath venía detrás de mí en silencio. En cuanto a mí, sufría como una mártir desde hacía al menos dos horas, por culpa de Frundis. Al final de la tarde, se había despertado emitiendo ruidos chirriantes y desquiciantes. Al principio, yo había temido que de pronto le hubiese dado por componer alguna sinfonía con aquella famosa nota macabra, pero no: el bastón aseguró alegremente que sólo estaba probando instrumentos para “afinarlos”. ¡Ni que las armonías tuviesen que afinarse! Tras varios intentos pidiéndole misericordia, logré enfurruñarlo y no tuve otra que la de tomarme las cosas con paciencia. Frundis incluso consiguió que Syu venciese sus temores y abandonase mi hombro para corretear por el sendero, cerrando su kershí todo lo posible.

El cielo se estaba ya tiñendo de rojo cuando solté:

—¿No crees que nos estamos metiendo demasiado, Lénisu?

Lénisu negó con la cabeza, sin apenas girarse.

—No podemos quedarnos demasiado cerca del camino. Escucha el consejo de un Sombrío con experiencia: si huyes, huye hacia donde el enemigo también esté en peligro.

—También —repetí con un suspiro—. Debo reconocer que tienes mucha experiencia metiéndote en todos los lugares más peligrosos de Háreka. La Tierra de Cenizas, la Mazmorra de la Sabiduría, la Insarida, los Subterráneos, la ciénaga de Zafiro… —enumeré.

Delante de mí, Aryes resopló, burlón.

—Tú tampoco vas por mal camino —me hizo notar.

Sonreí y terminé:

—Y ahora el Bosque de Belyac. Pero tienes razón, Lénisu. Prefiero mil veces morir devorada por un escama-nefando a ser quemada por unos saijits. Al menos el escama-nefando podrá disfrutar de su festín.

—Ejem. Me alegra que seas tan optimista, sobrina. —Se bajó para pasar por debajo de una rama y añadió—: Pero olvídate de la fogata: ya te he dicho que los Shargus no se tomarán la molestia de hacer ningún fuego en tu honor. Con una flecha les basta.

—Sólo si apuntan bien —retruqué con una sonrisilla desafiante.

—Oh, créeme: apuntarán bien si les damos la oportunidad.

Hice una mueca pero no contesté. El objetivo era sencillo: bordear el camino por el Bosque de Belyac hacia el oeste, despistar a cuanto cazademonios pudiese estar buscándonos y luego… luego ya se vería. Y aunque no me gustase la idea de meterme en un lugar tan oscuro, sabía que Lénisu actuaba con razón. Al fin y al cabo, no hacía mucho, ya se había escondido de los Sombríos con éxito. Mi tío tenía muchísima práctica para ese tipo de asuntos.

Continuamos andando largo rato. En el bosque, reinaba un silencio inquietante tan sólo interrumpido por el ruido de nuestros pasos y algún que otro restallido de rama. La maleza empezó a invadir el sendero y Lénisu sacó a Hilo para abrirnos el camino, tratando sin embargo de no dejar demasiadas huellas. La noche se cernía sobre nosotros a medida que avanzábamos…

—¿No tienes pensado hacer una pausa? —preguntó Aryes.

Lénisu se detuvo y echó un vistazo a su alrededor, como contrariado.

—¿Una pausa? —repitió, absorto—. No. Dentro de poco llegamos.

Casi me detuve en seco por la sorpresa. Era la primera vez que daba a entender que teníamos un destino preciso.

—¿Llegamos adónde? —inquirí.

—Al lugar donde quiero llegar —replicó Lénisu. Los tres lo fulminamos con la mirada y se carcajeó—. Me encanta cuando me miráis así. Está bien. Os lo diré. Nos dirigimos a casa de un amigo. —Aryes, Iharath y yo soltamos resoplidos sorprendidos—. Resulta que de momento está vacía. De modo que nos instalaremos ahí para la noche. No me apetece dormir en pleno Bosque de Belyac, entre lobos, escama-nefandos y arañas.

—En eso estoy de acuerdo —aprobó Aryes.

—¿Quién es ese amigo? —pregunté yo, curiosa.

Lénisu hizo una mueca, poco dispuesto a contestar, e Iharath comentó:

—Cualquiera diría que conoces a toda la gente extraña de Ajensoldra.

—No sólo de Ajensoldra —sonrió mi tío con teatral pomposidad—. Tengo amigos en toda Háreka. Por eso tengo tantos problemas.

Bostezó desenfadadamente y se giró de nuevo.

—Ánimo, ya estamos casi.

Llegamos a la dicha casa media hora después, cuando la noche ya había caído sobre nosotros. Los ruidos nocturnos, acompañados por algún aullido escalofriante, me sobresaltaron más de una vez y sentí un gran alivio cuando salimos a un pequeño claro y descubrimos, bajo la luz de la Gema, una casa de madera junto a un pequeño estanque. Frundis había dejado de afinar y Syu volvió a colocarse sobre mi hombro, cansado.

“Una suerte que no se le ocurra afinar todos los días”, gruñó el mono.

Nos aproximamos a la casa con premura. Todo lo que deseaba ahora era comer algo caliente y dormir como un oso lebrín hasta que el sol saliera otra vez. La casa no era una choza, pero tampoco era muy grande; sólo tenía un piso, y estaba rodeada de flores. A la luz del día, estaba segura de que aquel lugar tenía que ser precioso.

—Lénisu —murmuré cuando estábamos casi llegando a la puerta—. ¿Estás seguro… de que no le molestará a tu amigo que entremos?

Pese a la oscuridad, conseguí ver la expresión burlona de mi tío.

—Podemos esperar a preguntárselo, si quieres.

Dejé escapar un gruñido mientras Lénisu se adelantaba y agudizaba el oído. Asintió con la cabeza para sí y empujó la puerta. La entornó apenas unos centímetros: estaba cerrada con una cadena. Pasó la mano por el resquicio y la abrió del todo. La puerta chirrió contra el suelo de madera.

—¿Cómo sabes que no hay nadie? —cuchicheó Aryes.

—Porque ahora el que vivía aquí tiene otra casa mucho más cómoda en Aefna —contestó simplemente Lénisu; y pasó el umbral.

Un búho ululó y me apresuré a entrar no sin soltar antes un sortilegio armónico de luz. El interior era sencillo, pero acogedor. Había una larga mesa de gruesa madera, sillas con un respaldo groseramente esculpido, una cocina con chimenea, un enorme armario, unas estanterías casi completamente vacías y dos puertas abiertas que daban a habitaciones. Aquel sitio no parecía un hogar de una sola persona, sino de una familia entera.

—¡Bueno! —dijo Lénisu. Acababa de encender un candelabro y se dejó caer sobre una silla con un suspiro cansado—. ¿Sabéis qué? Os voy a dejar a los tres el inmenso privilegio de cocinar esta noche. No puedo más.

Enarqué una ceja burlona y eché un vistazo al saco de comida que había dejado sobre la mesa.

—¿Hay arroz? —pregunté, animada.

Lénisu, colocado cómodamente en su silla, había cerrado los ojos y abrió uno para observarme con sorna.

—Hay. No podrás decir que no he pensado en ti, sobrina. Y también hay especias, sal, zanahorias y cebollas.

Aryes puso cara divertida.

—¿Y supongo que las especias y la sal eran de vital importancia?

Lénisu asintió firmemente.

—Desde luego.

Finalmente, cocinamos entre todos ya que Lénisu fue incapaz de no entrometerse cuando Iharath quiso añadir demasiada agua. Comimos como reyes, aunque bostezando entre bocado y bocado, y no tardamos en preocuparnos de echar un vistazo a las habitaciones. Sólo una tenía una cama, con un colchón relativamente cómodo; la otra estaba totalmente vacía. Algo decepcionados, decidimos echar a suerte quién dormiría en el colchón… Y le tocó a Lénisu.

—Así es la vida —sonrió este con desenfado—. ¡Que durmáis bien!

De un bote, Syu se bajó de mi hombro para acompañarlo y lo miré con envidia.

“Ser pequeño tiene sus ventajas”, replicó el mono, muy satisfecho.

Tras apilar todos los sacos y trozos de tela de la casa, formando unos jergones más bien ridículos, Iharath, Aryes y yo nos tumbamos sobre el suelo de madera. Tardé tiempo en conciliar el sueño. Al principio, pensaba en los tres Shargus del Cisne azul. Si realmente nos perseguían, deseé con fervor que no hubiesen logrado seguir nuestro rastro. Me recorrió un escalofrío y traté de no pensar en ellos. Al de un rato, me pillé preguntándome qué pretendía Lénisu que hiciésemos a partir de ahí. Porque estaba claro que tenía un plan. Tal vez persistiese con lo del Mentista. O tal vez se le hubiese ocurrido alguna otra idea maravillosa para convencer a toda la Tierra Baya de que los demonios eran unos seres indefensos y simpáticos…

Sumida en mis pensamientos, tardé en darme cuenta de que seguía despierta. Abrí los ojos y crucé la mirada de Aryes. Él tampoco parecía conseguir conciliar el sueño. Me aproximé y me acurruqué junto a él, posando mi frente contra su pecho. Los latidos de su corazón eran lentos y regulares. Lo sentí abrazarme con ternura y me sumí rápidamente en un profundo sueño.

* * *

Estaba soñando apaciblemente cuando una música explosiva y triunfal de platillos y trompetas impactó mi mente como una descarga bestial.

“¡Arriba, oso lebrín!”, exclamó alegremente Frundis.

Solté el bastón con el corazón latiéndome a toda prisa por el susto. Una carcajada me hizo alzar una mirada furibunda hacia la puerta abierta. Lénisu me dedicó una ancha sonrisa.

—Yo no he sido, ha sido el bastón —se burló—. Venga, arriba, sobrina, los pájaros cantan y el sol ya se ha levantado.

Refunfuñé algo entre dientes y me fijé en que Aryes e Iharath ya habían salido del cuarto. Con una mueca medio divertida medio gruñona, toqué con el índice el bastón.

“La próxima vez te despierto a ti tirándote a un nido de arpías para que disfrutes de la mañana”, lo amenacé. Sin sentirse aludido, Frundis entonó una inocente melodía de flautas.

Para compensar mi brusco despertar, el desayuno resultó ser delicioso. Lénisu había ido a recoger bayas y manzanas del claro y Aryes y yo nos empachamos sin reservas, hasta tal punto que Syu nos preguntó burlonamente si no estaríamos empezando a seguir el ejemplo de Naura la Manzanona.

“Mira quién habló”, le repliqué, mirando con insistencia sus bigotes llenos de jugo rosáceo.

Una luz dorada iluminaba el interior de la casa y, cuando eché un vistazo por una de las ventanas, mi sospecha de la víspera se confirmó: aquel lugar era especialmente hermoso, con su estanque, sus frutales y sus flores.

—¿Bonito, verdad? —comentó Lénisu.

Me giré y fruncí el ceño al verlo abrocharse la capa y atarse el cinturón con Hilo.

—¿Ya nos vamos? —pregunté. Fui incapaz de disimular mi decepción.

Mi tío negó con la cabeza.

—No. Me voy yo solo —precisó—. A buscar a ese Mentista. Viajaré mucho más tranquilo si os quedáis aquí.

Me quedé mirándolo, sorprendida. Iharath carraspeó.

—¿Realmente crees que ese Mentista podrá arreglar las cosas? —interrogó, dubitativo.

El rostro de Lénisu se ensombreció.

—No lo sé —confesó—. Pero no se pierde nada por intentarlo. Seguro que hay una solución.

—Pero no creo que ese Mentista la encuentre —intervine—. A menos que tenga muchísima influencia y pueda detener a todos los cazademonios de Ajensoldra, pero lo dudo. Además, ¿qué te hace pensar que nos ayudaría? ¿Es acaso un demonio él también? ¿O es un simpatizante? —sonreí con sorna y Lénisu negó con la cabeza, resoplando.

—No es un demonio. Ni un cazademonios —me aseguró—. Alal es sencillamente un hombre que sabe muchísimas cosas sobre energías.

Enarqué una ceja.

—¿Alal? —repetí—. ¿Es su nombre?

—Ajá. Es un apodo. Su nombre real es… er… ¿Altin… Alcalm Urk? —Se mordió el labio y volvió a probar—: Alpin Alsialgo… No… —Meneó la cabeza—: Aj, qué más da, su nombre es intragable. Es increíble, pero jamás he logrado acordarme de él. Sólo recuerdo que hay dos «al» en algún sitio. Por eso lo llamo Alal —sonrió.

Le devolví una mueca burlona.

—Bueno, ¿y qué le vas a decir a ese tal Alal?

—Le diré… —Vaciló—. Le diré que me acompañe hasta aquí.

Aryes, sentado a la mesa, resopló.

—Bueno, y una vez aquí, ¿qué quieres que haga? —preguntó el kadaelfo—. El problema no lo tiene Shaedra, Lénisu. El problema lo tienen todos los ajensoldrenses que creen que ser un demonio es malo. Aunque ese Alal sepa hacer maravillas con las energías, no puede luchar contra unas creencias milenarias.

Fruncí el ceño, suspicaz, sin apartar la vista de Lénisu.

—Lénisu, ¿por qué te andas con rodeos? —solté al fin—. Está claro que tienes un plan preciso.

Lénisu hizo una mueca.

—No tanto como crees. Además, sé que no te va a gustar. —Volvió a sentarse a la mesa y me hizo signo para que lo imitara. Intercambié una mirada intrigada con Aryes y me senté—. Verás, Shaedra. Yendo al grano, mi intención es pedirle a Alal que vuelva a dormir tu Sreda.

Me sentí como si me hubiese anunciado que pretendía erradicar la energía brúlica del mundo. Aryes se había quedado tan pasmado como yo.

—¿Es eso posible? —preguntó Iharath con mero interés científico.

—¿Y por qué no lo sería? —replicó Lénisu—. ¡De acuerdo! Admito que no tengo ni idea de si es posible o no.

—Ni Driikasinwat, con todos sus experimentos, fue capaz de despertar la Sreda —objetó Aryes—. Como para dormirla…

—Tal vez sea más sencillo dormirla que despertarla —repuso Lénisu—. Si realmente Alal es capaz de hacer que Shaedra deje de ser una demonio, entonces todos los problemas se solucionarían de golpe.

Se lo veía ansioso por solucionar los problemas, observé. Pero el caso era que Lénisu no tenía ni idea de Sredas. Suspiré.

—Supongo que opinas que es una locura —adivinó mi tío.

Meneé la cabeza.

—Una locura es poco decir. Los Mentistas son expertos en bréjica, Lénisu, en la energía del naari, como dicen ellos. Y la Sreda no es bréjica. No es ni siquiera una energía propiamente dicho. Está metida en el jaipú —expliqué—. Es una parte de él. No tengo ni idea de si es posible hacer que la Sreda vuelva a su estado original, pero desde luego no veo por qué un Mentista tendría más probabilidades de conseguirlo que un invocador. Además, te has olvidado de un detalle, Lénisu: la filacteria del lich.

Lénisu dejó escapar un inmenso suspiro, recostándose contra el respaldo de su silla.

—Sabía que hablarías de la filacteria. Pero no te preocupes por eso. Alal es un apasionado de nigromancia. No la practica, por supuesto —añadió al oírme resoplar, incrédula—. Es hijo de eshayríes. Y se crió conmigo en Dumblor. Apostaría mi espada a que no te traicionaría. Y además, ya conoce la historia. Y como decía, no es sólo brejista —insistió—. Le preguntaré si es posible. Y si no es posible, entonces tan sólo nos quedará una opción.

Marcharme lejos de Ajensoldra, completé. Negué con la cabeza.

—Admitamos que sea posible —dije—. ¿Cómo convencerías a los de Ató? ¿Cómo convencerías a Ew Skalpaï?

—Con el tiempo, se pueden conseguir milagros —aseguró Lénisu—. Alal tiene influencia. Y yo también. Y a Deybris Lorent no le interesa que te maten.

Sus palabras me hicieron recordar un detalle.

—Deybris Lorent me debe tres deseos —murmuré, pensando en el trato que había cerrado con él. Asentí, tomando una súbita decisión—. Te acompañaré y le pediré que nos ayude.

Lénisu carraspeó, mirándome con cara aburrida.

—Deybris Lorent no te debe nada, sobrina. No te fíes de la palabra de un Nohistrá. Aun así, creo no equivocarme si te digo que te dará su apoyo. Que seas un demonio, un gawalt o un gálpata de tierra, poco le importa mientras heredes de Derkot Neebensha. —Se levantó—. Tú te quedas aquí, Shaedra. A mí no me buscan: te buscan a ti. Volveré dentro de cinco días como mucho. Lo ideal sería encontrar otro caballo —meditó.

Sacudí la cabeza.

—Tu plan no funcionará.

No le dije que, personalmente, prefería quedarme como estaba. Ya me había habituado demasiado a ser un demonio como para cambiar de nuevo. Hubiera sido para mí como si el tío de Suminaria ordenase otra vez que me seccionasen las garras. Aun así, si el plan de Lénisu funcionaba, tal vez todo se solucionase realmente…

—Si mi plan no funciona, que puede ser, entonces iremos pensando si prefieres vivir en los Subterráneos o en Kunkubria. Cuidaos bien y no salgáis del claro —dijo, abriendo la puerta.

—¿Vas a viajar sin nada? —se extrañó Aryes, dejando su asiento.

Mi tío esbozó una sonrisa.

—Viajo con Hilo y conmigo, ¿no te parece suficiente?

Por un momento estuve tentada de decirle que no hacía falta que se complicase la vida. Que había decidido marcharme de Ajensoldra a un lugar donde nadie pudiese reconocerme. Sin embargo, una extraña esperanza me lo impidió y me contenté con levantarme y darle un breve abrazo.

—Confía en mí, Shaedra —me murmuró; y repitió—: Cuidaos bien.

Lo vi alejarse, de pie en el umbral. Y cuando desapareció entre los árboles, toda esperanza me desertó.

—Adormecer la Sreda —mascullé, meneando la cabeza.

Ahora veía que Lénisu no pretendía sólo hacer creer que ya no era un demonio: también quería demostrarlo. Aryes, arrimado al marco de la puerta, suspiró.

—Una suerte que Spaw no se haya enterado todavía —comentó—. De lo contrario, estoy seguro de que el plan de Lénisu le habría parecido una aberración.

Me mordí el labio.

—A mí también me lo parece —admití.

Aryes me observó un instante e hizo leve gesto de cabeza.

—Lo suponía. Pero entonces, ¿por qué has aceptado el plan?

Hice una mueca y desvié la mirada hacia las aguas brillantes del estanque.

—No he aceptado —dije al fin—. Aún me lo estoy pensando. —Bajé una mirada hacia el mono, sentado en el umbral y sonreí, alzando de nuevo los ojos hacia Aryes—. Lo malo es que, como dice Syu, pensar no se me da muy bien.