Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 10: La Perdición de las Hadas

15 Torgab Cuatro-Espadas (Parte 2: Entre un puñal y una llama)

Abrí la boca con la impresión de haber estado tragando arena seca durante horas; la luz del sol me quemaba los ojos a través de los párpados y tenía una horrible jaqueca. No me acordaba de nada. Bueno, sí, me acordaba de Ribok. Pero ahora, con la práctica, creía haber aprendido a no confundirme con él. Al menos no hasta el punto de olvidarme de quién era.

Abrí los ojos y los volví a cerrar casi inmediatamente, mareada. Estaba tumbada boca arriba y tenía todo el cuerpo como si acabase de salir de una larga enfermedad. Sabía que tenía que acordarme de algo, pero no sabía de qué. Tras pasarme largo rato con los pensamientos vagando sin rumbo por la cabeza, me enderecé y entorné los ojos. Delante de mí, había un amasijo de cañas iluminadas por el sol, que ya estaba casi en su cenit. Se oía un ruido constante de agua y un temblor me agitó. Estaba sedienta.

Sin embargo, cuando me giré, olvidé mi sed.

Ahí, tumbados en la hierba, estaban Lénisu, Aryes e Iharath… así como los cinco raendays. Fruncí el ceño, tratando de recordar. ¿Por qué demonios nos acompañaban unos raendays? Busqué una respuesta, en vano.

“¡Shaedra!”

Era la voz de Syu. Lo vi acercarse a toda prisa por la hierba. Drakvian lo seguía, llevando a Frundis. Cerré los ojos y me pasé una mano por la frente. No sabía qué me molestaba más, si mi dolor de cabeza o el sentimiento de estar totalmente perdida.

—Syu —pronuncié. Mi voz estaba ronca, como si me hubiese pasado todo un día cantando.

—Ya era hora de que alguien se despertase —dijo la vampira al acercarse a mí—. Frundis me lo ha contado todo. Al parecer, nos atacaron nada menos que unos nixes. Como para creerse que han desaparecido de la Tierra Baya… Pff. Nos drogaron haciéndonos respirar toxinas de una planta y se cercioraron de que todos sucumbíamos al efecto. Incluso me afectó a mí, aunque en menor medida: llevo dos horas despierta esperando a que alguien abra los ojos. Y bueno, nos trajeron aquí como a hipnotizados. Afortunadamente para ellos, nos han devuelto todas nuestras armas. —Una sonrisa macabra surcó su rostro—. De lo contrario, ya estaría saboreando sangre de nixe.

Sus palabras me dejaron aún más perpleja. No recordaba absolutamente nada. ¿Toxinas? Solté un suspiro y miré de nuevo a mi alrededor. ¡Tenía una sed!

—¿Dónde estamos? —tartamudeé. Mi pregunta sonó horriblemente vacilante.

—En el norte. Si no me equivoco, no debemos de andar muy lejos del camino principal. Hay una granja justo ahí. He ido a robar un poco de queso para todo el mundo. —Mostró el queso y sonrió anchamente—. Habrase visto: ¡una vampira robando queso!

Frunció entonces el ceño, echó un vistazo a los demás, aún inconscientes, y se volvió a embozar el rostro, cautelosa.

—¿Sabes qué? Deberíamos intentar despertar a los demás y huir de los raendays antes de que nos compliquen más la vida. —Marcó una pausa, pensativa—. Me pregunto dónde se habrán metido Spaw y Daorys. Frundis dice que justo antes de que nos drogasen se transformaron en demonio y huyeron. Los diablos saben cómo lo consiguieron. Yo no recuerdo nada.

“¡Y yo lo he visto todo!”, me reveló el mono gawalt, contento.

Lo miré sentarse sobre mis rodillas, confundida. Alcé la mirada hacia la vampira.

—¿Has dicho nixes? ¿En la ciénaga?

—Como lo oyes. ¿Quieres un poco de queso?

Asentí con algo más de viveza y mientras comía, Frundis, Drakvian y Syu siguieron explicándome todo lo que había sucedido. Los escuché al principio incrédula pero, a la larga, no tuve otra que darle crédito a su historia. Por lo visto, yo había estado hablando con una tal Yzietcha, de pelo rubio y ojos dorados. Syu y Frundis recompusieron eficazmente toda la conversación.

“La nixe te dijo que olvidarías su nombre. ¡Pues ellos olvidaron a un mono gawalt!”, rió Syu. “Los nixes son igualitos a los saijits.”

“Pero admite que a ti te podrían haber drogado si hubiesen sido más listos”, intervino el bastón. “En cambio a mí…” Soltó una breve risita, satisfecho. El optimismo de ambos me arrancó una sonrisa a pesar de que aún me sentía como si me hubiesen lanzado un yunque en la cabeza. Mi sonrisa desapareció sin embargo cuando Frundis me contó el acuerdo al que había llegado con esa Yzietcha.

“Tú le pediste que nos liberaran sin drogarnos, prometiéndoles que no diríamos nada acerca de los nixes”, explicó. “Y a cambio les revelaste que Kyisse y Nawmiria vivían en la Cripta de los Colibríes. Aunque antes quisiste asegurarte de que las intenciones de Yzietcha eran buenas. De hecho, la nixe tampoco parecía ser mala persona: creo que tenía pensado ayudar a los Klanez e invitarlos a su pueblo.”

Mis ánimos se vinieron abajo. ¡Un acuerdo! Y a cambio, la maldita Yzietcha, en vez de hacer honor a su palabra, se había burlado de mí a ultranza. Y el hecho de no recordar su traición era casi lo que más me irritaba, porque… ¿y si Frundis y Syu habían olvidado contarme algo importante? Ellos aseguraron que no, y me hubiera gustado creerles, pero siempre me quedaría la duda…

Nos habíamos alejado hacia el riachuelo de agua relativamente clara que pasaba no muy lejos de ahí. Bebí y me masajeé la cabeza, tratando de olvidar mi jaqueca y pensar con claridad.

—¡Bueno! —solté al fin—. Creo que es la primera vez que me pasa haber hablado con alguien y no acordarme. Es… ligeramente preocupante.

Dejé escapar un largo suspiro.

—¿Dices que Spaw y Daorys huyeron?

La vampira hizo un gesto con ambas manos.

—Eso dice tu bastón.

Reprimí un resoplido cansado.

—Al menos ellos se han librado de esos malditos nixes. A saber cómo lo han conseguido. —Meneé levemente la cabeza—. Será mejor que no digamos nada sobre lo ocurrido delante de los raendays y que finjamos no acordarnos de nada.

La vampira enarcó una ceja, divertida.

—¿Vas a proteger a esos nixes aun después de lo que nos han hecho?

Puse los ojos en blanco.

—Tampoco ha sido para tanto, y hemos salido de este infierno vivos —le hice notar.

Me levanté y eché un vistazo hacia el norte: todo eran arbustos bajos y praderas con suaves colinas. No muy lejos, se veía una granja, seguramente la misma donde Drakvian había ido a robar el queso. Percibí un movimiento con el rabillo del ojo y me giré para comprobar que Kahisso empezaba a despertarse. Drakvian se agachó con rapidez, siseando.

—Ve tú y despierta a los demás. Os seguiré de lejos —prometió—. No me apetece tratar con esa gente. Me pone nerviosa.

Con sigilo, la vampira desapareció entre los arbustos.

“Cuánta razón lleva”, aprobó Syu. “Deberíamos hacer lo mismo. Esos saijits, en particular la del pelo rosa, van a causarnos más problemas, fijo.”

Esbocé una sonrisa, burlona.

“Después de todo, tal vez la vampira se esté convirtiendo en una gawalt…”, aventuré.

Syu se encogió de hombros y concedió, magnánimo:

“En algunos aspectos, tal vez.”

Cuando volví con los demás, Iharath y Aryes acababan de despertarse. El primero se enderezó casi de inmediato y paseó una mirada perdida a su alrededor; el segundo se masajeó las sienes y se pasó un brazo sobre los ojos. Enseguida palidecí al percatarme de un detalle: Aryes se había quedado probablemente horas bajo el sol y su piel, habitualmente azul pálida, estaba ahora roja como la escama de un nadro rojo, o casi. Me precipité hacia él y constaté que su rostro se estaba despellejando.

Normalmente, por reflejo, Aryes debería haberse puesto la capucha, pero se lo veía tan aturdido que entendí que ni siquiera había pensado en ello. Se la puse con presteza, escondiendo su rostro del sol.

—¿Shaedra? —murmuró—. No te veo…

Alzó la cabeza con un movimiento lento. Y me quedé helada. Sus ojos estaban rojos, no oscuros como los de Aleria, sino de un rojo pálido.

—¿No me ves? —pregunté con la voz temblorosa, asiéndole una mano enguantada.

Aryes bajó de nuevo la cabeza y se pasó otra vez la mano por delante de los ojos. Sus labios agrietados temblaron en la sombra de su capucha. Me pareció que Iharath decía algo, pero tan sólo oí el eco de su pregunta. Toda mi atención estaba centrada en Aryes. Al parecer, el kadaelfo estaba sacando sus propias conclusiones: el sol le había dañado los ojos… ¿pero hasta qué punto?

Apreté los labios, sintiendo una inmensa rabia. Y exploté.

“¡Malditos, condenados, endiablados nixes!”

Syu soltó un gemido, asustado. Frundis acalló bruscamente su música de violines. Y, como si Aryes adivinase mis sentimientos, sus manos apretaron las mías con suavidad.

—No te preocupes —aseguró—. Es sólo temporal. Mis ojos son más sensibles, eso es todo. Y ahora, dime, ¿qué ha pasado? ¿Por qué no recuerdo nada? Tengo un mal presentimiento. ¿No nos habrá ocurrido lo mismo que les pasó a Kahisso y a Madeyssa, eh?

Meneé la cabeza, escéptica. Que sólo era temporal, decía… ¿Pero por qué diablos Aryes se había aficionado a la órica?, me lamenté. Sin embargo, inspiré hondo, traté de tragarme toda la preocupación y asentí con la cabeza.

—Has acertado. Por lo visto, nos ha pasado exactamente lo mismo. —Los cinco raendays ya estaban espabilándose y no quería hablar de los nixes delante de ellos así que… me guardé las explicaciones para luego—. Tranquilo, yo tampoco me acuerdo de nada. Pero lo importante es que hemos salido de la ciénaga.

Aryes, mareado, no contestó. Desde luego, nuestro viaje estaba siendo de lo más saludable, pensé, irónica. Eché un vistazo a mi alrededor. Lénisu no despertaba. En cuanto a los raendays, mascullaban entre ellos y trataban de entender lo que les había ocurrido. Luchando contra el aturdimiento, escudriñé los cañaverales mientras las preguntas se arremolinaban en mi mente. ¿Dónde se habrían marchado Spaw y Daorys? ¿Y cómo habían conseguido liberarse de los sortilegios armónicos? ¿Transformándose en demonio? Pero no tenía sentido que un demonio transformado pudiera rehuir más fácilmente de un grupo entero de nixes friéndolo a armonías, ¿verdad? Me mordí el labio y pasé a la opción más probable: habían tenido que utilizar sryho. Recordaba que, según Kwayat, el sryho, entre otras cosas, podía neutralizar cierto tipo de energía… Y estaba claro que Spaw y Daorys, al contrario que yo, sabían utilizarlo. Al fin y al cabo, Spaw era un templario y Daorys una instructora.

—¡Espabilad, muchachos!

La exclamación de Madeyssa me sobresaltó. La raenday se levantaba, apoyándose sobre una gran maza de aspecto más bien inquietante. La miré, miré su rostro de bliaco, su cabellera rosa… y una imagen se me formó en la mente: la de su puño embarrado propulsándose contra la cabeza de Lénisu. Una sonrisa asesina se dibujó en mi rostro.

“Ya sabía que no me podría olvidar de lo más importante”, siseé entre dientes mientras apretaba los puños alrededor de Frundis. Sentía unas ganas tremendas de devolver lo pegado a esa traidora…

“¡Shaedra!”, protestó Syu, agitado.

Parpadeé y dejé de fulminar a Madeyssa para mirar al mono, sorprendida.

“¿Qué pasa?”

Syu puso una mueca aburrida.

“Un gawalt actúa mejor con una mente clara. Y tú no la tienes clara. Además, el tío Lénisu dijo una vez que la venganza era un sentimiento odioso. Por no comentar que esa saijit tiene una maza”, me hizo notar.

“Y yo tengo a Frundis”, objeté.

“Por mí, le daría un buen bastonazo”, aprobó el bastón con una risita impaciente. “A puño traidor, bastón vengador”, sentenció.

Sin embargo, tras pensarlo mejor, negué con la cabeza. Syu tenía razón: mi mente aún no razonaba del todo bien y no arreglaría ninguno de mis problemas haciendo más tonterías y enemistándome con unos raendays armados; además, Madeyssa tal vez ni siquiera se acordase de haber golpeado a Lénisu. Llegando a tal conclusión, me relajé, observé las praderas y traté de olvidar el corto pero más que desastroso viaje a través de la ciénaga: de todas formas, ya que no recordaba un buen trozo por culpa de los nixes, para qué acordarse de los mosquitos, las traiciones, el barro y esas cosas tan agradables…

Cuando me levanté, recordé que Drakvian, al esconderse precipitadamente, se había marchado con el resto del queso. Sonreí al preguntarme qué demonios pensaría hacer con él.

Madeyssa no nos dejó tiempo para reponernos de los efectos de la droga. Tras una conversación animada entre raendays, en la que imprecaron varias veces contra la ciénaga y contra el experto de Belyac que los había contratado, todos parecieron estar de acuerdo en dejar la misión a otras personas más temerarias y especializadas en la caza de reptiles.

—¡Que ese experto de Belyac se contente con estudiar a las hormigas de su jardín! —masculló Kahisso.

—Vayamos a pedir comida a esa granja —determinó Madeyssa—. Y luego volvamos a Belyac.

—Ya… —dijo Kahisso, meditativo, mirando a su alrededor—. Curioso. Este lugar me suena mucho.

De pronto, Wundail nos sobresaltó a todos con una exclamación.

—¡Kahisso! Kahisso, pero… pero… ¡a estos yo los conozco! —El humano se giró hacia mí por primera vez, asombrado, y soltó una carcajada—. ¡Shaedra! ¿Cómo es posible?

Kahisso sonrió.

—De hecho, aún me pregunto qué demonios hacíais en esa ciénaga —admitió, mirándome con insistencia—. Porque lo de la investigación pagodista… —Su silencio escéptico era más que elocuente.

Carraspeé, tremendamente molesta.

—Bueno, ejem. El caso es que pasábamos por ahí y…

El semi-elfo se carcajeó, interrumpiéndome.

—¡De acuerdo! Me imaginaré que estabais haciendo los aventureros buscando alguna reliquia perdida… Lo importante es que estemos todos vivos. —Enarqué una ceja al ver que Kahisso parecía no notar la ausencia de tres de mis compañeros. Agregó—: Te prometo que no te preguntaré nada más si tú no comentas nada a nadie sobre este incidente…

Aprobé con la cabeza, demasiado sorprendida para contestar. Madeyssa soltó una risita ronca.

—Le contaremos al experto que nos hemos encontrado con un basilisco, ¿qué os parece, muchachos? —propuso la bliaca con aire más alegre—. Al fin y al cabo, podría ser cierto. Y desde luego queda mucho más impresionante que si le dijésemos: «Tal vez nos hayamos encontrado con tu famoso reptil de seis patas, pero no lo recordamos, lo sentimos mucho». Suena horrible.

Los cuatros raendays sonrieron y asintieron con la cabeza.

—¡Y ahora, en marcha! —dijo vivazmente Madeyssa.

Por un lado, me hubiera gustado que los raendays se marchasen solos: su presencia me recordaba dolorosamente que había guardias de Ató al tanto de que una demonio podía andar por la zona. Pero dada la situación, era imposible rechazar su ayuda: Lénisu seguía inconsciente; y lo cierto era que su estado empezaba a preocuparme. Según Frundis y Syu, Yzietcha había asegurado que aquella planta no podía tener efectos graves, si acaso algún trastorno temporal, pero cuando vi a Wundail y a otra raenday levantarlo para transportarlo… no pude evitar dar rienda suelta a mi imaginación.

Para colmo, Aryes seguía sin ver nada. De camino a la granja, lo guié en silencio y aproveché para pasarle a Frundis, pidiéndole a este que le explicase al kadaelfo todo lo ocurrido. Al de un rato, vi a Aryes sacudir la cabeza, incrédulo.

—¿Se han vuelto locos Frundis y Syu o realmente lo que dicen es verdad? —me preguntó en voz baja.

“¡Ni que fuese a mentir un gawalt!”, protestó enseguida Syu, malhumorado.

Aryes se quedó pensativo y, como si de nada, le pasó Frundis a Iharath. Esbocé una sonrisilla. Estaba segura de que el bastón empezaba a estar harto de repetir una y otra vez la misma historia.

Estábamos pasando por un pequeño camino bordeado de huertas cuando Aryes declaró que ya empezaba a ver algo. Suspiré, sintiendo un gran alivio. Él carraspeó.

—Lo siento, pero últimamente parece como si sólo me pasasen desgracias. ¿Sabes? A veces pienso que deberíais encerrarme en los Subterráneos, en una caverna baja para que no pueda levitar. Lo digo en serio —sonrió—. Así no podría pasarme nada.

Le sonreí anchamente.

—Lo peor que podría pasarte es morirte de aburrimiento. Pero descuida, lo pensaré detenidamente —le prometí—. Si es que al final, lo mejor que podremos hacer es meternos todos en una caverna y ponernos a meditar. Empezando por mí —apunté, alzando la mirada.

La granja era relativamente grande, y vi en un rincón unos cuantos gallineros y conejeras. Los animales estaban tranquilos y deduje, con cierta sorna, que Drakvian no había pasado por ahí a desangrarlos… Madeyssa llamó a la puerta. Pronto esta se abrió y apareció un caito jorobado, moreno y fornido, de expresión cerrada. Nos miró con ojos penetrantes, con el ceño fruncido, y supuse que no acostumbraba tener mucha visita.

—Honor, Vida y Coraje —soltó Madeyssa con firmeza.

El rostro del granjero se ensombreció aún más. Obviamente, Kirlens no era el único en tenerle manía a la cofradía de los raendays. Al fin, pronunció entre dientes:

—Raenday que llama a tu puerta, dos veces entra. —Y diciendo esto, se apartó, dejándonos entrar. Percibí la sonrisa incómoda de Kahisso. Por lo visto, se conocían.

—Un placer volver a ser tu huésped, Lidish —dijo el raenday—. Es… una casualidad que pasásemos por aquí. Verás, acabamos de salir de la ciénaga.

—Oh, sí, eso se ve a cien leguas. Y se huele —enfatizó el caito.

Kahisso carraspeó y se llevó el puño al corazón.

—Honor, Vida y Coraje, Lidish.

—¡Honor, dice! —rió con un sarcasmo cortante—. En fin, entrad. Pero os advierto: sólo os quedáis para comer y lavaros un poco. Luego os mando directos al Cisne azul en carreta y os las arregláis como podáis. No sacaréis nada de la granja vecina: están más que hartos de los raendays. El mes pasado unos mercenarios les robaron dos caballos.

—Descuide, nosotros no somos ladrones —replicó Madeyssa, al parecer herida en su orgullo—. Ya veo que os conocéis —observó, mientras entrábamos.

Miré a Kahisso con curiosidad.

—De hecho, un poco —afirmó—. Aunque no lo parezca, Lidish era raenday hace diez años. —Pese a la mirada fulminante que le echó este, prosiguió—: Su nombre es Lidish Torgab.

Madeyssa se detuvo en seco en medio de la habitación y se giró hacia el caito.

—¿Torgab? —repitió. Y lo miró con súbito entusiasmo—. ¿Torgab Cuatro-Espadas? ¿El que cazó al Druida Asesino y tiró la reliquia de los Vientos en el océano Dólico? —Se apercibió de que su voz vibraba de admiración y recompuso su expresión, molesta—. He oído hablar de ti —se contentó con añadir.

El granjero jorobado suspiró ruidosamente mientras cerraba la puerta detrás de nosotros.

—No sabes cuánto me alegro —replicó. Todo en su expresión manifestaba exactamente lo contrario.