Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades

17 Encrucijadas

La víspera de nuestra partida, Deybris Lorent me hizo llamar a su despacho. Me invitó a tomar una infusión, me recordó mis deberes como Sombría y pupila, los cuales consistían básicamente en no molestar a los demás Sombríos y mantenerme en vida, y finalmente me advirtió:

—Desconfía de Dansk Alguerbad. Y no aceptes nada de él sin consultarme primero, ¿de acuerdo? Lo conozco bien. Todos lo apodan Ánfora. Es un tipo bastante traicionero. No te fíes ni de él, ni del Mahir. Gudran Sófterser no es un Sombrío —apuntó, al ver la pregunta reflejada en mis ojos—, pero le debe más que una copa a Dansk. ¿Te has aprendido la lista de nombres? —inquirió entonces.

Se refería a la lista que me había pasado Ujiraka el día anterior para que memorizase los nombres de todos los Sombríos de Ató.

—Más o menos —contesté.

El humano sonrió y se levantó con las manos en los bolsillos.

—Entonces, no hay más que hablar. Estoy intentando convencer al Dáilerrin de que te reacepte en la Pagoda Azul. Pero si no lo consigo, no te preocupes: ya te encontraré una tarea —aseguró, enarcando las cejas—. Mantén los ojos abiertos…

—… y la daga a mano —completé, divertida. No era la primera vez que me lo decía.

Me levanté y me dirigí hacia la salida pero él posó las manos sobre mis hombros para retenerme. Sus ojos castaños destellaron.

—Te felicito, Shaedra, por haber sido capaz de calmar a Lénisu Háreldin. A mí no me habría escuchado. ¿Sabes? Creo que llegarás a ser una gran Sombría.

Le dediqué una sonrisa vacilante y él me liberó.

—Buenas noches, muchacha —me dijo—. Y buen viaje.

—Buenas noches —contesté, pensativa, antes de cerrar la puerta.

A la mañana siguiente, me despedí efusivamente de Ujiraka, de Dyara, de Abi y de los demás Sombríos antes de marcharme con Lénisu hacia el albergue donde se hospedaban Miyuki y Srakhi. Toda Aefna estaba ya despierta, preparándose para las fiestas de verano. Al salir del albergue, nos dirigimos los cuatro hacia las caballerizas de la Plaza de Laya. Cuando vi las monturas que habíamos alquilado para nuestro viaje, me empezó a latir el corazón más aprisa. Al advertir mi turbación, Lénisu me dedicó una mueca burlona.

—Después de tantas aventuras, ¿no tendrás miedo de aprender a cabalgar?

Lo fulminé con la mirada, refunfuñando, pero no repliqué. Unos días atrás nos habían llegado noticias de que un troll enfurecido había cruzado el camino en pleno Bosque de Belyac y desarraigado varios árboles, cortando el paso, y por lo visto aún no los habían retirado todos porque las carretas hacia Belyac estaban todas paralizadas. Quién sabe si no sería el mismo troll que había estado a punto de comernos vivos el año pasado, pensé.

Un palafrenero me ayudó a sentarme en la silla de un enorme caballo bayo. Syu temblaba aún más que cuando nos habíamos subido al caballo blanco de Spaw y deduje que no se fiaba tanto del jinete. El caballo se agitó y solté una exclamación aterrada, agarrándome a las riendas.

—Tranquila —me dijo el palafrenero con un acusado acento de Neiram—. Es mansa y dócil. Pero nota tus nervios.

—Pues yo los noto más —murmuré, mordiéndome el labio.

—¡Shaedra! —soltó de pronto Lénisu, ya montado. Me miraba con insistencia—. Entra esas garras.

Uy. Bajé los ojos hacia mis manos y volví a meter las garras sintiendo la mirada desaprobadora del palafrenero. Carraspeé y le di unas palmaditas a la yegua en el cuello para que avanzase. Me alegró comprobar que Srakhi y Miyuki tampoco eran unos expertos en montar.

—A mí me van más los anobos —explicó Miyuki—. Los caballos, en los Subterráneos, son más bien pocos. Y los anobos son más estables… —echó una mirada recelosa a su caballo mientras salíamos de las caballerizas a paso lento.

“Esto no me gusta nada”, suspiró el mono gawalt, subido a mi hombro. “¿Seguro que sabes controlar ese animal?”

Asentí firmemente.

“Ya le has oído al palafrenero. Es mansa. Mientras no nos encontremos con el troll…”

Syu agrandó los ojos y adiviné que ya se estaba representando la trágica escena. Sonreí.

“Anda, Syu, seamos positivos. Así llegaremos antes a Ató.”

El mono frunció la nariz.

“¿Estás insinuando que ese caballo corre más rápido que yo?”, preguntó.

Reprimí una carcajada.

“¿No dijiste tú mismo un día que un buen gawalt debía saber quién va más rápido que él?”

Muy a su pesar, Syu convino en que tenía razón. Avanzamos por la Plaza de Laya a paso de tortuga iskamangresa pero cuando salimos de Aefna Lénisu puso su caballo al trote y mi yegua aceleró ligeramente el ritmo sin que hiciese yo nada. Frundis estaba silencioso componiendo una nueva cantata, el cielo estaba límpido y todo indicaba que aquel día haría calor.

Tardamos unas horas en bifurcar hacia la ruta de Belyac y seguimos a un ritmo sostenido bajo los rayos de sol cada vez más insistentes. Nos adelantaron varios mensajeros que galopaban a rienda suelta por el camino empedrado, y a mediodía vimos a una patrulla al borde del camino en plena conversación con un buhonero. Poco a poco, me fui acostumbrando a los movimientos de mi montura aunque no por ello dejé de desconfiar. Cuando el sol, a nuestras espaldas, empezaba a ocultarse, pintando de rojo el firmamento, avistamos el bosque de Belyac y Lénisu, en cabeza de fila, levantó una mano y esperó a que nos reuniésemos con él para declarar:

—Nos quedaremos en los lindes para la noche. ¿Qué tal anda la jinete principiante? —preguntó con una media sonrisa.

Bufé.

—Terrible. Me duele todo —confesé.

—Normal —aseguró mi tío.

Se apeó con ligereza y me ayudó a bajar.

—No parezco una har-karista —me lamenté, masajeándome las piernas doloridas.

Miyuki y Srakhi, en cambio, no parecían tan afectados. El gnomo cogió las riendas de mi caballo y del suyo y salimos del camino hasta llegar junto a un arroyuelo. Ataron los caballos poniendo gruesas piedras sobre las riendas y Srakhi se dedicó a descargar el saco de víveres y quitar las sillas a las monturas mientras yo me dejaba caer sobre la hierba, rendida. Me quité a Frundis de la espalda y al alzar la mirada me percaté de que Lénisu y Miyuki se alejaban ya en el matorral para buscar un poco de leña entre los arbustos que poblaban los alrededores. Me acerqué a Srakhi como una anciana y eché una ojeada curiosa hacia el saco de provisiones.

—Arroz —contestó el say-guetrán a mi pregunta implícita.

Se me iluminó el rostro, sintiendo mi ánimo subir como una flecha. Fui a llenar de agua la cazuela y preparé el arroz mientras Srakhi encendía el fuego con unas pocas ramas. Incluso me alejé para recoger unas plantas aromáticas que había visto por el camino y las añadí a la cazuela con aire de experta. En cuanto todo estuvo listo, Syu y yo nos sentamos a contemplar el arroz, esperando que la leña llegase pronto para alimentar el pequeño fuego. El cielo ya estaba oscuro y las colinas se sumían poco a poco en las tinieblas. Aquella noche tan sólo asomaba una Luna menguante. El gnomo, parco en palabras, había cruzado las piernas y cerrado los ojos. Esbocé una sonrisa, divertida. Sin duda, estaría rezando a la Paz.

Estaba pensando que tal vez me había pasado poniendo agua en la cazuela cuando un repentino grito surcó el aire y me dejó helada. Un segundo después, Srakhi ya estaba de pie, espada en mano, y se precipitaba entre los arbustos hacia donde habían desaparecido Lénisu y Miyuki. Los caballos relinchaban y se agitaban, inquietos. Con la mente llena de confusión, me levantaba de un bote para intentar calmarlos cuando oí claramente en la oscuridad unos gruñidos bestiales y el pánico me invadió. Conocía lo suficiente las criaturas que atacaban Ató para reconocer un gruñido de escama-nefando.

“¡Syu!”, exclamé, agarrando a Frundis con una mano y la rienda de un caballo con la otra. Syu se subió a mi hombro y se aferró a mí, totalmente paralizado por el terror.

“El troll”, farfulló mentalmente.

“No, Syu, son escama-nefandos”, lo informé.

—¡Quietos! —les ordené a los caballos, vociferando, pero estos ya se liberaban de las piedras dando violentas cabezadas hacia atrás.

Mi orden se vio totalmente anegada por el pavor que les causó de pronto la aparición de una criatura bípeda cubierta de escamas. Aterrorizada, vi relucir en la noche sus dientes blancos y afilados. Su repentino rugido me hizo reaccionar: salté sobre el lomo del caballo y este partió a galope tendido sin que tuviese yo que sacudir rienda alguna. Me contenté con abrazarme a su cuello macizo, al tiempo que Frundis me llenaba la cabeza de una música estresante de tambores y violines precipitados.

“¡A todo trapo!”, se reía el bastón. El caballo, tal vez oyéndolo, redoblaba sus esfuerzos, transpirando de puro miedo. Sus potentes músculos se tensaban y destensaban a medida que subíamos la vertiente a oscuras. Pero los rugidos no parecían menguar…

¡Oh, no!, pensé. Bien sabía yo que los escama-nefandos eran unas de las criaturas más rápidas de la Tierra Baya. Eran capaces de notar la presencia de calor en su entorno y para colmo tenían colas con púas envenenadas. Por no mencionar que, al contrario que los trolls, nunca se paseaban en solitario, recordé, acongojada.

Una de las criaturas al menos me perseguía. Pero… ¿y Lénisu? ¿Y Miyuki y Srakhi? Todos los caballos se habían fugado. ¿Cómo iban a poder huir de esas criaturas sin caballos?, me pregunté, con los labios temblorosos. Los ojos se me hincharon de lágrimas pero las reprimí con firmeza: tenía que intentar tomar las riendas de mi caballo o en cualquier momento acabaríamos despeñándonos por algún socavón sin verlo. Traté de recuperar las riendas y estiré con todas mis fuerzas, sin resultados. Los cascos tronaban contra la tierra.

“Frundis, ¡ayúdame a calmarlo!”, le supliqué.

Enseguida la música acelerada del bastón se convirtió en una melodía suave de flautas traveseras. E increíblemente el caballo ralentizó. Estiré las riendas para hacerlo torcer directamente hacia el este. No veía otra escapatoria que el bosque: al menos ahí podría subirme a algún árbol. Syu aprobó rotundamente mi decisión y animé al caballo a que galopase a buen ritmo. No sé cómo, conseguí llegar hasta los primeros árboles sin que ningún escama-nefando apareciese ante mí para devorarme viva. Sin atreverme a abandonar el caballo a su suerte, seguí adentrándome en el bosque a paso lento. En un momento, una de sus patas tropezó con algo y estiré de las riendas para detenerlo antes de deslizarme hasta el suelo. Ya no se oían ni gruñidos ni rugidos. Ni tampoco parecía que me persiguiese ninguna criatura. Solté un suspiro aliviado.

“Seguro que se han comido el arroz”, mascullé.

Entre la penumbra, Syu gruñó.

“Que se lo coman. Incluso les daría un plátano a cambio de que nos dejasen en paz.”

“¿Uno solo?”, repliqué, burlona.

Acaricié el lomo de la montura para tranquilizarla y eché una ojeada inquieta a mi alrededor. No se veía ni un dragón. En mi mente se agolpaban imágenes de osos, lobos y terribles bestias que me acechaban con ojos hambrientos… ¿No decían que el Bosque de Belyac estaba lleno de extrañas criaturas? Los cuentos hablaban de unicornios, de arañas peludas, de arpïetas… También decían que a veces el suelo no era tan estable y que vivían ahí dríadas cuyas voces hechizaban a los que se aventuraban en su territorio. Con un gesto exasperado, creé una esfera de luz armónica y negué enérgicamente con la cabeza.

—Aquí no hay dríadas ni arañas peludas —pronuncié en voz alta, para serenarme.

Pensé entonces que lo mejor era volver al camino por el bosque y me dirigí hacia el norte, estirando las riendas del caballo. Sus ojos brillaban de miedo y, tal vez por eso, no lograba tranquilizarme y temía que en cualquier momento el silencio relativo del bosque se convirtiese en un infierno. Frundis se puso a imitar el canto de un búho y Syu y yo nos estremecimos.

“¡Frundis!”, me quejé. “No nos asustes.”

“Bah, asustaros, qué ideas”, replicó el bastón, divertido. “Aunque admito que a mí los bosques es una cosa que me espanta. Imagínate, yo, perdido entre las ramas del suelo, sin más compañía que las arañas, las hormigas y las serpientes.”

Agrandé los ojos.

—¡Serpientes! Esas se me habían olvidado —murmuré débilmente.

Syu se refugió detrás de mi pelo y recogió su cola, abrazándose a ella, tembloroso.

“Anda, Syu, no te pongas así”, solté, reforzando mi luz armónica un poco más.

Frundis entonó entonces una canción que me puso los pelos de punta:

Mar de ramas, ramas verdes,
verde luna y negro sol,
por doquier colmillos sientes,
y sisean las serpientes
en un silencio que miente
entre sombra e ilusión.

No quiso escuchar nuestras protestas y siguió describiendo terribles criaturas, bosques traicioneros con una cadencia lúgubre que me fue poniendo cada vez más nerviosa. Iba a amenazarlo con dejarlo tirado en el bosque cuando oí un grito gutural seguido de un alarido que le dejó suspenso hasta a Frundis. Uno de esos gritos era saijit, me dije. Inspiré hondo y me puse a correr hacia el ruido, alentando el caballo detrás de mí. Tropecé con varias raíces pero seguí avanzando hasta que la rienda se tendió bruscamente y giré la cabeza exasperada. El caballo se había inmovilizado y tiraba para atrás, sintiendo que nos dirigíamos hacia el peligro.

—Maldito, avanza o te quedas solo —solté.

Tras un minuto de forcejeos acabé por entender que mis intentos eran inútiles y dejé caer las riendas.

—Vete al infierno —mascullé, retomando mi carrera.

Mi esfera de luz apenas iluminaba mis pasos y en un momento casi topé con una enorme telaraña que sin duda debía de pertenecer a… alguna araña gigante, concluí, desviando mi ruta con movimientos trémulos. Todo mi cuerpo estaba agarrotado por el miedo y me sentía increíblemente torpe, pero corría sin detenerme, evitando la fronda impenetrable y los socavones. Y finalmente vi el final del bosque… o más bien la zona donde el troll loco había ido arrasando árboles. Los rayos de la Luna iluminaban tenuemente la noche. Creí distinguir más arriba la línea recta del camino de Belyac. Y, entre los troncos desarraigados, se alzaba la gran sombra furiosa de un escama-nefando. A unos escasos metros, le hacía frente una pequeña silueta.

—Srakhi —susurré, aterrada.

La criatura batía la cola con fuerza y gruñía. Deshice mi sortilegio armónico y salía del bosque, empuñando a Frundis, lista para abalanzarme contra el monstruo, cuando este embistió duramente contra el gnomo. El golpe fue tal que el say-guetrán salió expulsado y cayó varios metros más lejos. Lo contemplé, horrorizada, mientras la criatura soltaba un rugido victorioso. Un sonido metálico de espada atrajo de pronto mi atención y vi asomar otra silueta tras un enorme tronco. Era Lénisu.

—No…

Me puse a correr hacia ellos, convencida de que estábamos todos perdidos. El escama-nefando iba a abalanzarse hacia el say-guetrán, sin duda con intenciones de devorarlo, cuando Lénisu le cortó el paso, blandiendo a Hilo.

“¡Está loco!”, exclamé, espantada. “Esa criatura lo matará…”

En mi carrera, tropecé con una rama caída y solté una maldición. Me recuperé de milagro, sin apartar los ojos de Lénisu, quien realizaba ahora movimientos en el aire con su espada. Si pensaba que eso podía amedrentar a un escama-nefando…

Entonces pasó algo increíble: en el momento en que la criatura estaba a punto de hacerle pedazos, Lénisu tomó impulso y se tiró literalmente contra el escama-nefando. Cuando la espada golpeó las escamas del monstruo, relampagueó una luz azulada y resonó un fuerte sonido que me recordó al de una nota baja y discordante de violín. Boquiabierta, oí la criatura soltar un terrible alarido de dolor. Era la primera vez que veía a Lénisu activar a Hilo.

Lénisu asestó golpes a la criatura sin descanso y, aunque cada espadazo no parecía atravesar escamas ni provocar heridas, el escama-nefando se tambaleaba e, increíblemente, sus rugidos perdían fuerza. Por un momento, su cola con púas envenenadas estuvo a punto de llevárselo por delante. Lénisu, en vez de apartarse, dio un bote y arremetió contra el dragón de tal forma que se empotró contra él. Todo pasó muy rápido: en unos breves segundos el escama-nefando tenía a Hilo clavado hasta el fondo de la garganta. La luz azul se intensificó y el filo de la espada resplandeció, emitiendo un sonido vibrante. La criatura, moribunda y sin fuerzas, cayó de bruces y quedó finalmente inmóvil contra uno de los troncos caídos.

Vi a Lénisu retirar la espada con suma dificultad. Temblando de pies a cabeza, cayó de rodillas, exhausto. Poco a poco, la luz de la espada de Álingar se desvaneció y todo volvió a sumirse en las tinieblas.

Solté un jadeo. ¡Lénisu estaba vivo! No podía creerlo. Volví a colocar a Frundis a la espalda y me precipité hacia Srakhi y Lénisu con el corazón latiéndome a toda prisa. Y entonces me fijé en un detalle que me heló la sangre en las venas. Srakhi había vuelto a levantarse y ahora se erguía a unos metros, a espaldas de Lénisu. Llevaba una daga en la mano. ¡Demonios!, me dije, aterrada, entendiendo la intención de Srakhi. Me volvieron en mente las palabras que pronunció Lénisu un día. “Si salvas la vida a un say-guetrán tres veces, no le queda más remedio que matarte o suicidarse.” ¡Aquella regla say-guetrán era tan absurda! Sin embargo, antes de que se me ocurriese soltar una exclamación de aviso, el puñal se deslizó de las manos de Srakhi y fue a caer entre la hierba. El gnomo bajó la vista hacia su mano desarmada con aire de quien se siente de pronto vacío por dentro. Sólo cuando llegué al fin a su altura, el say-guetrán se percató de mi presencia y entendió que lo había visto todo. Sin embargo, se contentó con sacudir la cabeza tristemente y se alejó renqueando. Resoplé y sin preocuparme más por él, me apresuré a acercarme a Lénisu. Todo estaba demasiado oscuro y volví a invocar una esfera de luz.

—¡Lénisu! ¡Tío Lénisu! —solté—. ¿Estás bien?

Mi tío tenía las manos firmemente agarradas al pomo de su espada y temblaba como si estuviésemos en pleno invierno. Al oírme alzó sus ojos hacia mí y pestañeó.

—Yo… Sí —contestó.

Abría la boca para añadir algo cuando sus ojos violetas se volvieron súbitamente vidriosos y su torso cayó hacia delante. Tendí mis manos para sostenerlo y lo tumbé con suavidad, frunciendo la nariz. La sangre de escama-nefando olía que apestaba, pensé. Aunque, afortunadamente, los escama-nefandos no explotaban como los nadros rojos: de lo contrario habría tenido serios problemas para arrastrar a un Lénisu inconsciente y alejarlo de la zona. Eché un vistazo hacia la criatura. Sus ojos aún estaban abiertos como platos y nos observaban, muertos y vacíos.

—Por Nagray —jadeé, con un escalofrío.

¿Dónde estaría Miyuki?, me pregunté, alzando la mirada hacia la oscuridad. No vi a Miyuki, pero oí el resoplido de un caballo y giré la cabeza hacia el camino. Me quedé pasmada cuando vi a Srakhi alejarse sobre el caballo con el que me había escapado yo. ¿Nos estaría abandonando?, me pregunté, anonadada. Las sombras tragaron su silueta y pronto murió el ruido de los cascos contra las piedras.

Oí unas pisadas acercarse y me giré para ver aparecer a Miyuki del otro lado del escama-nefando.

—Dioses, dioses, dioses —repetía, mientras rodeaba la cola con precaución y se acercaba—. ¿Está… vivo?

Iluminada por la luz armónica, asentí con la cabeza.

—Sólo se ha desmayado. Se habrá puesto malo al oler la sangre.

Cuando se arrodilló junto a Lénisu, palidecí al ver su brazo empapado de sangre. Sin embargo, ella no parecía notarlo, más preocupada por ver que efectivamente Lénisu seguía respirando. Carraspeé.

—Srakhi se ha marchado —le comuniqué.

La elfa oscura levantó bruscamente la cabeza.

—¿Qué?

—Srakhi Léndor Mid se ha marchado —repetí.

Miyuki meditó la información durante unos segundos. Por lo visto Lénisu ya le había explicado las extrañas costumbres de los say-guetranes porque sus ojos rojos se agrandaron ligeramente.

—¿Va a suicidarse?

Resoplé.

—No lo creo. Vamos, Lénisu dijo que no era su estilo. En cambio, tiene alma de ladrón, aunque no lo parezca. En Kaendra me robó los kétalos, y aquí me ha robado mi caballo.

—Y el único que teníamos —suspiró Miyuki.

Me mordí el labio, preocupada.

—Demonios… eso sí que es un problema. ¿En serio no ha vuelto a aparecer ninguno?

La elfa oscura le quitó a Lénisu la espada de las manos y la limpió en la hierba antes de colocarla de nuevo en su vaina.

—Y dudo de que reaparezcan algún día —contestó al fin—. ¿Me ayudas? Alejemos a Lénisu de esta peste o cuando se despierte volverá a desmayarse.

Asentí y cuando tratamos de levantarlo solté un gruñido. No iba a ser fácil llevarlo entre troncos caídos, arbustos y ramas por todos los lados…

—Venga, retrocede —dijo Miyuki—. A menos que prefieras mover al escama-nefando en vez de a Lénisu.

Eché un vistazo al dragón bípedo y tragué saliva con dificultad.

—Creo que no sería una buena idea —apunté.

Aunque Lénisu era más bien delgado, nos costó llevarlo hasta el camino: el esfuerzo me impidió concentrarme para hacer una luz armónica aceptable, en un momento tropecé, me hice un arañazo y, cuando llegamos al fin, Syu suspiró.

“Jamás creí que un troll pudiera provocar una devastación como ésta. Pobres árboles.”

Lo decía con tal sinceridad y pesadumbre que casi me pareció divertido, aunque en el momento estaba más preocupada por escudriñar las sombras del camino, en busca de posibles monstruos, pero todo estaba silencioso y tranquilo.

Me giré hacia Miyuki, quien le daba unas palmaditas a Lénisu en la mejilla para intentar despertarlo. Sacó su cantimplora y le echó agua en la cara. Nada.

—Por Ahobí —se lamentó—. Está totalmente ido. A lo mejor esa espada también le ha afectado. Dioses. Shaedra, ¿estás bien?

—¿Yo? Sí. Estoy perfectamente. En cambio, tú… Estás herida —observé.

Echó un vistazo hacia su brazo y sacudió la cabeza.

—No es nada. Me hinqué una rama puntiaguda al subir a un árbol. Por suerte, el escama-nefando que me perseguía se interesó más por los caballos.

Hice una mueca y me volví a sentar junto a ella y Lénisu.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté—. No podemos quedarnos aquí.

Lénisu abrió los ojos. Sorprendidas, Miyuki y yo dimos un respingo.

—Tienes razón, sobrina. Larguémonos de aquí —dijo.

Se levantó de un bote, comprobó que seguía teniendo a Hilo, nos sonrió, contento, y frunció el ceño.

—Esperad un momento, ¿qué ha sido de nuestro buen Srakhi?

Un simple intercambio de miradas le bastó a Lénisu para entender el problema.

—Bah —dijo, encogiéndose de hombros—. No os preocupéis, ese gnomo no cometerá ninguna locura. Aunque… admito que no estaba tan seguro de que no sería capaz de matarme —sonrió—. Al fin y al cabo, más de una vez me ha dicho que no me considera un buen hombre. —Miró a su alrededor e hizo una mueca—. Alejémonos de aquí.

Se puso a andar por el camino empedrado en medio de las sombras y Miyuki y yo nos levantamos para seguirlo, cada una sumida en nuestros pensamientos.