Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades

12 Cataclismos

Corrí hasta reventar. Crucé varias colinas y bosquecillos bajo una lluvia que parecía siempre recrudecer. Más de una vez resbalé en medio del barro y tuve que rehacer incontables veces mis sortilegios armónicos de sigilo, pero seguía, imperturbable, sin apenas detenerme, apartando cualquier pensamiento de mi mente que no fuera huir lo más lejos posible del camino.

E, increíblemente, conseguí distanciar a mis perseguidores en cuestión de minutos. Pese a haber abandonado a Wanli y Dahey a su suerte, me sentía bastante satisfecha de mi huida, pero no podía negar que aquella región no era la mejor zona para esconderse: había granjas un poco por todas partes, pocos bosques y mucho campo cultivado en el que apenas empezaban a crecer las plantas.

Debía de ser mediodía cuando me desplomé rendida entre las altas hierbas de un campo abandonado. Deshice el sortilegio armónico sintiendo que había abusado de mis energías. Aún llovía, pero ya no me parecía tan terrible: al fin y al cabo, con ese diluvio nadie sería capaz de seguir mi rastro. El único indicio que había dejado había sido la parte superior de la horca, que había arrojado al suelo en mi carrera al darme cuenta de que no hacía más que estorbarme.

“Por Nagray…”, solté, respirando entrecortadamente. Syu, sobre mi hombro, se cuidaba de no tocar la tierra mojada. Pero lo cierto era que lo tenía difícil ya que yo misma parecía un elemental de barro. Y Frundis no tenía mejor aspecto, me fijé.

“Ya sabía yo que lo de la horca no iba a servir de nada”, me dijo el bastón con unas notas discordantes de piano.

Suspiré y asomé la cabeza por entre las hierbas. Todo el campo estaba desierto y la cortina de lluvia me impedía ver más allá de un centenar de metros. Volví a agazaparme, inspiré hondo para tratar de calmarme y me puse a pensar en lo ocurrido.

Aquellas figuras… debían de ser forzosamente Sombríos. Mucha casualidad hubiera sido que unos simples bandidos se molestasen en atacar la carreta de unos campesinos. De modo que el Nohistrá de Aefna se había enterado de todo. ¿Pero cómo? Existían mil posibilidades. Como, por ejemplo, que hubiera algún traidor entre los “amigos de Lénisu”, pensé. O que todos fueran traidores, añadí, irónica, dándome cuenta de que no servía de nada elucubrar sobre algo sin más información.

Las gotas de agua caían sobre mi rostro, tratando de limpiarlo inútilmente. En cuanto tuve la impresión de que mi corazón se relajaba un poco, me incorporé.

“No sé qué hacer”, confesé mentalmente.

Syu se estrujaba la cola para secarla.

“¿Qué tal si buscamos algún lugar donde no nos caiga tanta agua?”, sugirió.

Aprobé con la cabeza. A falta de ideas, no perdíamos nada por cobijarnos de la lluvia y esperar a que escampase.

Así que salí del campo y continué avanzando hacia el este. En algún rincón de mi mente no podía evitar preguntarme si podría rodear Aefna y viajar hasta Ató. Por poder… El problema era que los Sombríos adivinarían mis intenciones inmediatamente. A menos que pensasen que yo era la persona conocedora del paradero de esa famosa caja de pruebas y que los llevaría hasta ella si me seguían… Yo, en el fondo, sabía que los únicos en conocer el escondite de la caja eran Lénisu y Néldaru. ¿Por qué si no me habría pedido mi tío que le diera la carta a este último si le llegaba a pasar algo?

Pasó apenas media hora antes de que la lluvia se convirtiera en una débil llovizna. Las nubes, sin embargo, estaban tan oscuras como antes. Salía de un bosquecillo cuando me topé súbitamente con un muro cubierto de hiedra. Alcé la mirada y vi que del otro lado se alzaba una hermosa residencia. Pese a la oscuridad del día, no se veía luz en ninguna de las ventanas. Esbocé una sonrisa.

“¿Qué te parece esa casa, Syu?”

El mono tiritaba pero al verla aprobó con la cabeza.

“Bien”, se contentó con decir.

Saqué las garras y trepé por el muro. Aterricé del otro lado, fundiéndome entre las sombras. Sin lugar a dudas, era una casa de burgueses, resoplé. Y todo indicaba que estaba vacía. Pero bien sabía yo que ese tipo de casas nunca estaban vacías del todo. Prudente, me aproximé hasta rozar uno de los muros de la mansión. Dejé una marca de barro en la superficie blanca. Con un suspiro, me alejé y entré en lo que me parecieron ser los establos. Estaban vacíos con la excepción de un caballo negro que con aire aburrido levantó la cabeza al notar mi presencia.

Por un instante, se me ocurrió una locura: ¿y si robaba aquel robusto caballo y me marchaba cabalgando lejos de todos los problemas? Shakel Borris hubiera hecho eso. O más bien, en el momento crítico, habría encontrado a un gran amigo que casualmente tenía un caballo y se lo daba para que el buen héroe se alejase de los malos perseguidores… Sacudí la cabeza y me senté encima de una tabla de madera. No era hora de soñar insensateces. Sobre todo que yo no sabía montar a caballo, recordé.

Syu se frotaba enérgicamente los pies y las manos, tratando de calentarse, y decidí seguir su ejemplo quitándome la túnica y los pantalones de campesino. Estrujé toda mi ropa y me acurruqué finalmente en un rincón del establo sintiéndome en una de las peores situaciones de mi vida. Estaba sola y hundida, los Sombríos me buscaban y buscaban a Lénisu, habían logrado detener a Dahey y Wanli… ¡me parecía todo tan nebuloso!

—¿Por qué demonios Lénisu habrá querido acusar a esos Nohistrás? —murmuré.

Syu estaba lejos de poder contestarme y Frundis se había ido a componer en secreto una balada sobre la lluvia. Quién sabía qué misterios envolvían los actos de Lénisu, suspiré.

A lo lejos resonó un trueno. El caballo negro soltó un relincho, como asustado, mientras la lluvia volvía a repicar contra la tierra como una súbita ráfaga de flechas. Sumida en mis pensamientos, me tapé con un poco de vieja paja y me tumbé, maldiciendo todas las cofradías y esperando que pronto pasase la tormenta.

Sin quererlo, me dormí, pero desperté de pronto al oír unos chasquidos en mi cabeza.

“¡Zaix!”, exclamé con alegría. Syu despertó, sobresaltado.

“Hola”, me contestó el Demonio Encadenado. “¿Así que torturando al pobre Spaw, eh? Me ha dicho que habías desaparecido.”

Me sonrojé, avergonzada.

“No lo hice a posta”, le aseguré. “Me atacaron. Pero ahora estoy bien.”

Zaix me observó mentalmente.

“¿De veras? Si quieres un consejo, pequeña demonio, deja atrás a todos los saijits. Olvídalos. Sus problemas son sus problemas. Y ya tenemos bastante con los nuestros.”

Sacudí la cabeza, molesta.

“Este es un problema que me concierne directamente. Te lo explicaré con brevedad”, dije, al adivinar su pregunta antes de que la hiciera. “Mi tío es un Sombrío y pretende acusar a algunos dirigentes de la cofradía. Le están persiguiendo para que se calle y destruya las pruebas y a mí me persiguen para presionar a Lénisu y calmarlo. Básicamente es eso. Ya ves cómo yo no tengo la culpa en este caso.”

El Demonio Encadenado permaneció un rato en silencio, como meditando.

“No te muevas de ahí. Le diré a Spaw dónde estás”, determinó al fin. Y ante mi resoplido de protesta, agregó con tono severo: “Que sepas que Spaw no está para defender a tus hermanos saijits, sino para proteger a su familia. Quiero que vengas a verme al Bosque de Piedra-Luna. Ha llegado la hora de explicarte unas cuantas cosas que Kwayat, al parecer, no ha sabido inculcarte. Te quedarás junto a mí hasta que las hayas entendido.”

Sentí una mezcla de confusión, vergüenza e irritación al oírlo. Era muy fácil apartarse de los saijits cuando no conocías a ninguno, ¿pero cómo podía yo olvidarme de todas las personas saijits a las que quería? Y al mismo tiempo me sentía molesta por meter a Spaw en unos líos que no eran suyos, consciente sin embargo de que él tan sólo pretendía proteger al miembro más joven de su pequeña Comunidad. Como seguramente harían todos los demonios, pensé, mordiéndome el labio. Definitivamente, estaba metida en un círculo sin escapatoria.

“Zaix, no puedo quedarme aquí o me encontrarán”, dije de pronto.

Sólo me contestó el silencio. Tanteé en busca del rastro energético de Zaix. Pero ya se había marchado.

* * *

No salí del establo en toda la tarde y cuando a la noche vino alguien a dar de comer al caballo negro me escondí como pude, esperando que el animal no me delatase. Las horas de la noche fueron silenciosas e inquietantes. En un momento, una gran araña vino a molestar a Syu y yo la pisoteé con precipitación. El mono gawalt, agradecido, vino a aferrarse a mi cuello diciéndome que era la mejor gawalt del mundo. Sonreí, emocionada.

“No exageres”, le dije sin embargo.

Debían de quedar tan sólo un par de horas para el alba cuando salí prudentemente del establo preguntándome cuánto tardaría Spaw en llegar. El cielo estaba estrellado y límpido y el suelo era un verdadero lodazal.

A lo lejos, brillaba una fogata.

Fruncí el ceño al ver el fuego y, con sigilo, salí del recinto y me quedé un momento disimulada cerca del camino, tratando de ver si había siluetas entre las sombras, pero no vi nada. ¿Y si se trataba de Spaw? A fin de cuentas, Zaix no podía saber con certeza dónde me encontraba. ¿Qué mejor que encender un fuego para llamar la atención?

Sin olvidarme de ser prudente, decidí esclarecer el misterio y un cuarto de hora más tarde espiaba lo alto de la colina, agazapada en la penumbra de un bosquecillo. La fogata empezaba a perder intensidad. A unos metros, había un caballo y una carreta. Y recostado contra una de las ruedas, velaba o tal vez dormía una silueta negra.

Era Dahey. Sentí de pronto una terrible sospecha. ¿Qué hacía Dahey con su carreta y su caballo durmiendo tranquilamente a campo abierto si aquella mañana los Sombríos los habían capturado a él y a Wanli? Con el ceño fruncido, salí del bosquecillo y rodeé la colina. Aquello era muy extraño, admití. Dahey tenía toda la pinta de habernos traicionado pero no podía estar segura. Por otra parte, ¿merecía realmente la pena despertarlo bruscamente con los pétalos de Frundis en su garganta y amenazarlo para que confesara? Tal vez tuviera cosas interesantes que decirme, pero eso revelaría mi presencia a los demás Sombríos… A menos que lo atase en algún alto árbol con una mordaza, pero no era precisamente una solución muy agradable. Y además, no tenía cuerda. Así que actué como una gawalt y decidí no arriesgarme.

Tenía la mirada posada sobre la fogata, dándole vueltas a todas mis preguntas, cuando oí unos ruidos de cascos contra el camino que llevaba a la mansión. Me giré bruscamente y volví a meterme en el bosquecillo. Ese debía de ser Spaw, esperé. Aunque si lo era, no era precisamente discreto…

Corrí por el bosque y al llegar al borde del camino me detuve. Montado sobre un caballo blanco avanzaba una silueta encapuchada, alzando una linterna, como buscando algo. O a alguien.

Me arredré, indecisa. Spaw no era la única persona que me andaba buscando. Seguí el avance del caballo, tratando de adivinar en la postura o la actitud del jinete algún indicio. Concentrada como estaba en escudriñarlo, apenas miraba donde andaba y cuando una de mis botas entró de pleno en un gran charco me petrifiqué.

El jinete estiró sobre las riendas y giró la cabeza.

—¿Shaedra?

Un mechón violeta se liberó de su capucha y solté una risita de alivio, precipitándome hacia el caballo.

—Spaw, esto es una locura.

El demonio se quitó la capucha y me contempló desde lo alto de su caballo con aire desconcertado.

—Vaya —soltó—. Parece que te has caído en un pozo lleno de barro.

Bajé una mirada hacia mi ropa y cuando la volví a alzar vi que Spaw me observaba con aire divertido.

—¿Así que ahora hay líos con los Sombríos?

Asentí y su tono desenfadado me arrancó una sonrisa.

—Malditos saijits —solté—. Por cierto, en esa colina hay un Sombrío. Será mejor que nos alejemos o ese traidor verá tu hermoso caballo blanco y tu linterna. Sólo faltaba que fueras gritando mi nombre en una canción épica —bromeé.

Spaw puso los ojos en blanco.

—He cogido el primer caballo que he encontrado, ¿vale? —se defendió—. Y lo de la linterna era indispensable, a menos que quisiese romperle una pata al pobre —dijo, acariciando la crin del caballo blanco.

Me mordí el labio.

—Spaw, ¿cómo demonios quieres que te devuelva todo lo que estás haciendo por mí?

Mi pregunta pareció tomarlo por sorpresa y apartó la mano del caballo.

—Bueno… Somos demonios de una misma Comunidad, ¿no? Es natural que te proteja.

Su tono era tan sincero que se me subieron las lágrimas a los ojos. Spaw volvió a subirse al caballo y al girarse hacia mí agrandó los ojos, confuso.

—¿Estás… llorando?

Inspiré ruidosamente y negué con la cabeza.

—No he comido en todo el día y cuando tengo hambre soy muy sensible —me excusé.

Spaw se carcajeó y me tendió una mano.

—Anda, no te quedes ahí plantada. Sube. ¿Ya sabes adónde te llevo, verdad?

Asentí.

—A ver a Zaix.

El templario asintió. Una extraña sombra pasó por sus ojos negros como la noche. Me subí a la grupa del caballo y él lo hizo voltear. Era la primera vez que me sentaba sobre un caballo y me agarré a Spaw, preocupada por la posibilidad de caerme. Syu parecía tan aprensivo como yo. En cuanto a Frundis, había elegido una tranquila balada sobre una princesa que vivía en una montaña desierta.

Cabalgamos en silencio durante largo rato hacia el este. Cuando empezaban a despuntar los primeros rayos de sol ante nosotros, Spaw estiró las riendas y, bajo mi mirada extrañada, se apeó.

—Será mejor que nos deshagamos del caballo —declaró—. Lo… robé en una caballeriza. Seguramente, si lo dejamos en libertad, volverá a su hogar.

Enarqué una ceja pero asentí y bajé con un salto que tenía más de acróbata que de jinete. Spaw recogió su saco y colocó las riendas de manera que no le molestasen al caballo.

—Debía de ser caro —comenté, observando la elegancia del animal.

Spaw sonrió.

—Es posible. Pero ya te digo que no me fijé mucho en él al robarlo.

Le dio una fuerte palmada en la grupa al caballo y este salió al trote hacia el sur, aunque pronto se paró ante un brote de hierba apetitoso. Los rayos de sol iluminaban ya las copas de los árboles en la lejanía.

—¿Y ahora qué? —pregunté—. Deben de quedarnos varios días de marcha hasta donde están esas escaleras para bajar al Bosque de Piedra-Luna… —Me detuve al ver que Spaw no parecía escucharme, absorto en la contemplación de la aurora. Enarqué una ceja, intrigada—. ¿Te ocurre algo?

Él se llevó las manos a la espalda y me miró con el aspecto de quien ha tomado una ardua decisión.

—¿Recuerdas que te dije que podía contar con los dedos de una mano las veces en que no había seguido los consejos de Zaix? —Lo observé, sorprendida, pero asentí—. Pues esta va a ser una de ellas —declaró—. Sé que te dije que los demonios viven mucho mejor fuera del mundo de los saijits. Pero… francamente, yo no soy quien para separarte de todos los saijits que conoces. Y menos ahora que los conozco yo —agregó. Se encogió de hombros y esbozó una sonrisa—. Creo que como protector estoy cometiendo un grave error. Me quedaría más tranquilo si estuvieses a salvo junto a Zaix. Pero, al fin y al cabo, esta decisión es demasiado importante como para que la tomemos Zaix o yo en tu lugar.

Me había quedado enmudecida por sus palabras. De modo que Spaw no tenía previsto llevarme al escondrijo de Zaix, como éste se lo había pedido. Su cambio brusco me había dejado en blanco.

—¿Qué pensará Zaix de esto? —pregunté al fin.

Spaw se encogió de hombros.

—Se repondrá. Zaix es un demonio con ideas algo anticuadas. Y a veces le gusta mucho meterse en la vida de sus preciadas criaturas —bromeó—. Pero no te preocupes. Por el momento, creo que lo más importante es arreglar ese problemilla con los Sombríos. ¿De qué se trata exactamente? Siempre he sentido curiosidad por esa cofradía. En realidad, su trabajo no difiere mucho del de los templarios.

Resoplé ante el cambio de tema.

—Bueno, voy a intentar explicarte ese “problemilla” por el que varios Nohistrás andan buscando a Lénisu.

Spaw enarcó una ceja, impresionado.

—¿Varios Nohistrás? Tu tío es alucinante.