Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades

9 Villa Hermosa

Toda la calma del viaje por el sur de las Montañas de Acero se tornó en gritos, chirridos de carretas y cascos de caballo. A ambos lados del camino, se veían campesinos labrar la tierra bajo un sol constante. Cuando llegamos a Aefna, nuestro cochero se enzarzó en una pelea verbal con un comerciante que llevaba una enorme carreta llena de verduras. Sentado en el banco de la diligencia, el Mentista tenía el semblante sombrío, quién sabe si porque el cochero no conseguía avanzar en la ancha Plaza de Laya, abarrotada de carros y tenderetes, o por alguna otra misteriosa razón.

En cuanto a los demás, nos removíamos, inquietos, ansiando ya bajar del carromato y desentumecer nuestros músculos anquilosados. Pero tan sólo pudimos apearnos cuando el cochero hizo al fin detener sus caballos en el Corral de Transportes. «Bienvenidos a Aefna» rezaba un cartel fijado en la entrada.

—Diablos, ¡señores! —exclamó el cochero, mientras tres compañeros de oficio se le acercaban—. Adivinad qué me ha ocurrido. Mi caballo está herido. ¿Recordáis que os hice caso llevando a herrar mis caballos a ese herrador de Aefna? Malditos aefnienses.

Sus compañeros aefnienses acogieron su diatriba con carcajadas y mientras uno de ellos nos señalaba la salida, preguntándonos si necesitábamos alguna ayuda o algún guía, el cochero siguió despotricando contra aquel desdichado herrador. Tras informarnos de cuándo estaba prevista la próxima diligencia hacia Ató, nos alejamos y pronto las quejas del mirleriano se perdieron en el barullo de la calle. El Mentista ya había desaparecido sin ni siquiera decirnos adiós.

—Bueno —dijo Murri—. Tendremos que esperar a mañana para salir hacia Ató. De momento, busquemos un buen albergue.

Estaba tratando de acordarme del nombre de la posada donde se habían hospedado Dolgy Vranc y Deria durante el Torneo cuando Laygra intervino:

—Tengo una idea. ¿Por qué no vamos a casa de los parientes de Rowsin y preguntamos por ella y Azmeth? Me encantaría volver a verlos. Además, seguro que nos indican un buen albergue donde dormir sin llevarnos malas sorpresas.

—¿Crees que siguen en Aefna? —preguntó nuestro hermano, no muy convencido.

—Es muy posible. Se supone que iban a montar una tienda de mágaras domésticas.

Nos metimos en plena Plaza de Laya y seguimos a Laygra por la parte oeste de la capital. Akín ya había visto Aefna de pequeño, pero era la primera vez que Aleria pisaba sus calles porticadas y podía admirar lo que en Ajensoldra algunos llamaban la Villa Hermosa. La elfa oscura echaba ojeadas curiosas a su alrededor y cuando llegamos frente al cuartel general se lo señalé.

—Ahí fue donde me detuvieron —solté, con una sonrisita teatral—. Qué recuerdos.

—¿Echas de menos tu celda, eh? —me lanzó Akín, burlón.

—Me has pillado —confesé con una mueca falsamente nostálgica.

Akín y yo sonreímos de oreja a oreja y Aleria sacudió la cabeza y, fingiendo exasperación, nos sermoneó:

—Deberíais mostrar más respeto a la guardia de Aefna o acabaréis los dos metidos en esa dichosa celda.

Akín levantó el dedo índice e iba a decir algo al parecer sumamente perspicaz cuando oímos de pronto la exclamación de mi hermana:

—¡Ooh!

Se acababa de detener ante un escaparate lleno de vestidos y mi hermano y yo soltamos un resoplido aburrido mientras ella extendía excitadamente el cuello para ver mejor el interior de la tienda. Solté un gemido exagerado.

—Esto me recuerda demasiado al Áberlan de Dathrun —me quejé—. Vayámonos pronto de aquí antes de que le dé por entrar en ese antro… ¡Ah! —dije entonces, sobresaltándolos a todos—. Ahí está el albergue que buscaba: Las tres velas. —Fruncí el ceño—. No recordaba que estuviese en esta calle. Pero es un buen albergue, con precios justos. ¿Qué os parece si nos instalamos antes y luego vamos a ver a esos parientes de los que habla Laygra?

Todos parecieron estar de acuerdo. Sacamos a Laygra de su contemplación y entramos en el albergue donde enseguida nos atendió el tabernero y se apresuró a llamar a su hijo para que nos condujera hasta los cuartos. Una vez instalados, resultó que, salvo Laygra, nadie quería volver a salir. Mi hermana masculló entre dientes pero se encogió de hombros y decidió ir sola en busca de Rowsin y Azmeth. Y finalmente Murri acabó acompañándola.

Los demás nos contentamos con echar varias partidas de kiengó con una baraja de la taberna, aunque Aleria y Akín, que no eran grandes jugadores, pronto se fueron a la cama, agotados por el viaje. La taberna empezaba a estar más tranquila a estas horas.

Spaw, sentado del otro lado de la mesa, jugueteaba con la baraja de cartas. Sus ojos negros parecían pensativos.

—Voy a ir a casa de Lu —declaró.

Asentí con la cabeza. No era ninguna sorpresa.

—Dile hola de mi parte. Y dale las gracias por lo que hizo por Kyisse.

Spaw dejó de marear las cartas y sonrió con sinceridad.

—Lo haré. Supongo que estarás cansada de tanto viaje. —Tras vacilar un segundo, se levantó y la silla rechinó—. Buenas noches, Shaedra. —Sonrió de nuevo, diciéndome—: No te caigas por ningún pozo.

Le devolví la sonrisa.

—Descuida. Esta noche dormiré como el agua en un lago —le prometí.

Tan sólo unos minutos después de que viese desaparecer su capa verde por la puerta se me ocurrió que Spaw había querido invitarme a ir con él a casa de Lunawin. Suspiré. A veces las sutilidades de los demonios se me escapaban completamente, pensé, mientras recogía las cartas para devolvérselas al tabernero.

* * *

Apenas me hube metido en la cama, empecé a soñar con que me despertaba sobre una inmensa torre y que una violenta ráfaga intentaba tirarme al vacío. Y yo luchaba contra ella haciendo piruetas como si pudiese frenar mi terrible destino. Entonces, Aryes aparecía entre la bruma y me sonreía.

—No caerás —me decía y me tendía una mano. Estaba a punto de salvarme cuando un súbito remolino de aire se lo llevó lejos de mí y de la torre… Desperté de veras al oír un grito y me enderecé bruscamente.

La habitación estaba a oscuras pero un rayo de Luna traspasaba las cortinas. Aleria se había sentado sobre su cama al mismo tiempo que yo y ambas nos giramos hacia Akín, alarmadas. El elfo oscuro, acurrucado en la cama, se cogía la cabeza con ambas manos murmurando para sí con aire atormentado. Me quedé petrificada, sin saber qué hacer, mientras Aleria se precipitaba hacia él. Le cogió dulcemente las manos, tratando de calmarlo.

—Nooo… —gimió Akín. Tenía los ojos desorbitados, rodeado tal vez de terribles fantasmas que él sólo veía.

—¡Akín! —soltó Aleria. Se giró hacia mí, temblorosa—. Por favor, Shaedra… ¿puedes dejarnos un momento?

Los contemplé durante unos segundos, pasmada. Con el corazón helado, asentí en silencio. Me puse las botas twyms, cogí mi capa gris, agarré a Frundis y me dirigí hasta la puerta.

“Syu”, lo llamé.

El mono se desperezó y se apresuró a subirse a mi hombro.

“¿Adónde vamos?”, preguntó medio dormido.

Cerré la puerta y me alejé por el pasillo sin hacer ruido.

“No lo sé”, admití. “Pero vamos a dejarlos solos un rato.”

Al no querer pasar por la puerta principal del albergue, salí por una ventana y me deslicé por el tejado hasta la calle. Spaw se había ido a ver a Lu y no volvería hasta el amanecer. En cuanto a Laygra y Murri, se habrían ido a cenar con Rowsin y Azmeth y esperé que no regresarían antes de que Akín se hubiera recuperado. Inspiré hondo el aire nocturno y comencé a caminar por las calles vacías. Y decir que había pensado que Akín había conseguido superar los recuerdos de aquella isla… Meneé la cabeza mientras observaba cómo los rayos de la Luna bañaban los tejados y adoquines con su luz fría. Lamentaba no poder ayudar a Akín y, al mismo tiempo, prefería no imaginarme todo lo que había podido padecer.

“La imaginación a veces es muy traicionera”, aprobó Syu.

Sonreí al verlo bostezar e hice una mueca pícara.

“¿Qué tal si echamos una carrera?”, propuse.

Enseguida el mono gawalt despertó por completo.

“El que llega primero a la cima de esa casa gana”, determinó, señalando un gran edificio con muchos tejados.

Un minuto después estábamos trepando ágilmente por columnas, vigas y balcones hasta alcanzar el punto más alto. Frundis nos animaba con una melodía rápida de guitarras. Solté una exclamación mental al ver cómo Syu me ganaba por los pelos.

“¡Ja!”, soltó el mono, pavoneándose en la cumbrera. “Aún tienes mucho que aprender de mí”, declaró.

Entorné los ojos e iba a replicar pero al ver su mueca cómica y su prestancia de emperador iskamangrés me contenté con dejar escapar una risita y sentarme cómodamente sobre las tejas.

Permanecimos un rato ahí contemplando la Luna en silencio. La Gema apenas empezaba a despuntar sus tenues rayos azules entre las nubes del este. Aún no debía de ser medianoche. Durante unos minutos, todo lo ocurrido en los últimos meses me volvió en mente. Aunque Aleria encontrase al fin a su madre y Akín y ella regresaran a la Pagoda nunca nada podría ser ya como antes, pensé con cierta amargura. Pero, al mismo tiempo, nada podía nunca ser como antes, razoné para mis adentros. Así como yo sola era capaz de enajenarme de todas mis preocupaciones, Akín tendría que aprender a olvidar esas pesadillas. Poco a poco, mis pensamientos se fueron diluyendo y sosegando y al cabo sacudí la cabeza.

“Volvamos”, declaré. Espabilé y me preparé para bajar de ahí. Syu, más afín a las subidas que a las bajadas, trepó hasta mi hombro y unos instantes más tarde aterrizábamos silenciosamente en una callejuela.

Apenas transcurrieron unos minutos antes de que me percatase de que algo no andaba bien. Alguien me seguía. Alerta, seguí avanzando hasta que oí los pasos acercarse demasiado. Entonces empuñé a Frundis y me encaré con una silueta encapuchada que se detuvo a unos metros de mí.

—Me estás siguiendo —lo acusé.

Ladeé la cabeza al ver que no sacaba ningún arma. La silueta no parecía muy agresiva. A lo mejor me estaba volviendo demasiado recelosa…

—Buenos días, Shaedra —murmuró la silueta. Agrandé los ojos, intrigada. Su voz me sonaba, pero no acababa de reconocerla. Avanzó un paso—. Si eres tan amable de bajar ese bastón…

Entorné los ojos pero obedecí y posé a Frundis contra los adoquines con un ruido seco.

—¿Quién eres? —pregunté.

La silueta alzó una mano y apartó por un breve momento su capucha. Era un saijit muy feo. Un esnamro.

—¿Néldaru? —musité.

El Sombrío asintió con la cabeza, volviendo a colocar su capucha y acercándose a mí.

—Ven conmigo y te lo explicaré todo. Te andan buscando.

Fruncí la nariz.

—¿Me andan buscando? —repetí, escéptica—. ¿Quiénes?

Los ojos humanos del esnamro me miraron fijamente.

—Otros Sombríos —explicó—. Alguien dejó sin protección una carta llena de acusaciones contra varios Nohistrás y el Djirash de los Sombríos —pronunció por lo bajo—. Esa carta, la leyó el Nohistrá de Ató y ahora andan buscando al autor por toda Ajensoldra.

Sus palabras me dejaron confusa durante unos segundos. Una carta… ¿Qué carta? Entonces lo entendí y sentí que mi corazón se ponía a latir a toda prisa. Esa carta… era la carta destinada a Néldaru y escrita por Lénisu, y que yo creía haber dejado a buen resguardo en la caja de tránmur, en manos de Kirlens… Me dio la impresión de que toda la sangre se agolpaba en mis venas, ardiendo de vergüenza. ¿Kirlens podía acaso haber desvelado la carta? A menos que fuera Wigy. O Taroshi. O cualquier otra persona. Sentía mi respiración bloquearse por intermitencias.

—Ven —dijo Néldaru Farbins—. No nos quedemos aquí.

—Dioses —susurré—. ¿Dónde está Lénisu?

—No lo diría ni al mismísimo Éladar —replicó Néldaru. Fue a estirarme del brazo para que avanzara cuando, de pronto, vimos varias sombras aparecer por la callejuela—. No —dejó escapar el esnamro. Parecía más sorprendido que yo—. No puede ser. —Me dio un empujón—. ¡Corre!

Con una velocidad espeluznante, el Sombrío desenvainó su cimitarra y dio el primer tajo a una silueta negra enmascarada que reaccionó a tiempo para parar el ataque. Consternada, aturdida, retrocedí unos pasos, preguntándome qué demonios estaba pasando. Los Sombríos andaban buscando a Lénisu y por alguna razón habían decidido también buscar a su sobrina. Ojalá no supiesen que Laygra y Murri existían, esperé. Salté sobre un barril vacío y evité el brazo estirado de uno de los enmascarados que venían por el otro lado de la calle. Di otro salto y me agarré a una viga exterior antes de impulsarme prestamente hasta el tejado.

Néldaru, pensé, girándome de golpe. ¿Por qué no huía? Me agazapé sintiendo que todo mi cuerpo temblaba de miedo y confusión. Syu se aferraba a mi cuello, alarmado. Néldaru dio una patada a un Sombrío y echó una mirada hacia el tejado.

—¡Corre! —me gritó.

Obedecí muy a mi pesar. ¿Qué le harían a Néldaru si acababan pillándolo? Prefería no pensarlo. Solté una exclamación al perder el equilibrio y resbalé por el tejado hacia el vacío. Me agarré justo a tiempo a una esquina y mascullé por lo bajo. ¿Por qué diablos había decidido huir por los tejados?, me lamenté. De este lado del edificio cuatro metros al menos me separaban del suelo. Se oyeron ruidos de pasos precipitados que se acercaban.

“¡Sé una gawalt!”, me dijo el mono con tono apremiante. “¡Salta y corre!”

Tomé una inspiración y salté, impulsándome hacia el borde de una ventana. Resbalé de nuevo e hinqué las garras en el muro con desesperación para frenar mi brutal caída. Me dio la impresión de que me iba a quedar sin uñas. Me desplomé hasta el suelo pero me levanté de un bote, indemne. Quién sabía por cuánto tiempo: unas sombras aparecían ya a la vuelta de la esquina… Me paralicé al percatarme de un detalle. Estaba en un callejón sin salida. Solté una maldición y levanté la mirada hacia el edificio colindante, preguntándome si tendría tiempo de huir por ahí. No, decidí, buscando otra escapatoria. Aquel muro no tenía ni grietas ni ventanas…

—Alto ahí —me dijo una silueta, acercándose a grandes zancadas en la oscuridad del callejón.

Néldaru no estaba entre los enmascarados. ¿Acaso había conseguido huir?

—Alto —repitió el Sombrío—. De nada sirve huir de nosotros. Eres una Háreldin, sobrina de Lénisu Háreldin, ¿verdad?

Sus palabras me llegaban como de muy lejos, concentrada como estaba yo en buscar una salida. El enmascarado suspiró, exasperado ante mi silencio.

—Como sabrás, tu tío ha sido declarado traidor de la cofradía. Queremos hacerte unas preguntas sobre él y sobre tu papel en este asunto, si es que tienes uno. Yo que tú me entregaría sin resistir —insistió.

Empuñé a Frundis y acto seguido me fundí en las armonías, envolviéndome de sombras. Advertí que algún Sombrío retrocedía, sorprendido. Marqué una pausa, vacilante: ¿qué era mejor? ¿Rendirme y tratar de escapar luego o intentar huir ahora mismo? Apreté a Frundis con más fuerza y el bastón llenó mi mente con redobles de tambores.

—Mi tío no es un traidor —bramé.

Oí de pronto un ruido detrás de mí y no lo pensé dos veces antes de reaccionar. Realicé un rápido movimiento de bastón y golpeé. Resonó una exclamación de dolor en la oscuridad.

—Arrg… ¡Shaedra…!

Agrandé los ojos al reconocer la voz. ¡Wanli! Reprimí las ganas de golpearme a mí misma con el bastón.

—Gracias por facilitarnos la tarea, joven ternian —pronunció el que parecía llevar el grupo. Varios de los enmascarados se carcajearon—. Wanli San —soltó—, muy bajo has caído. Estaos atentos, muchachos. Tal vez haya otros rondando por los alrededores.

Se acercó a mí con prudencia, con la espada blandida.

—Vas a acompañarnos hasta el Nohistrá sin armar escándalo. Tú y Wanli San.

Rodeada de Sombríos armados y entrenados, ¿qué podía hacer? Con los ojos entumecidos, volví a colocar a Frundis a la espalda y me arrodillé junto a Wanli.

—Wanli, yo no quería…

—Shaedra. Creo que me has roto una costilla —gruñó la elfa de la tierra.

Sin previo aviso, estallé y las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos.

—Soy un fraude —sollocé, inspirando ruidosamente—. Por mi culpa Lénisu ahora tiene a todos los Nohistrás en su contra. Y te he roto una costilla…

Mi voz se quebró. La elfa me dio unas palmaditas sobre el hombro y me cogió el brazo.

—Anda. Ayúdame a levantarme.

La ayudé con las mejillas ardiendo. En el instante en el que nos incorporamos oímos una detonación parecida a la causada por un fuego artificial. Unos segundos más tarde todo se convirtió en un caos. Divisé unas siluetas armadas en la boca del callejón. Wanli soltó un suspiro.

—Ya era hora. Son amigos —me murmuró al oído—. Estamos salvadas.

Yo no estaba tan segura de ello. Los Sombríos enmascarados se apresuraron a salir del callejón para acabar con sus atacantes.

—Cuatro saijits no pueden luchar contra una decena de Sombríos —mascullé. Y entonces tuve una idea fantástica: la pequeña bolsa de Ahishu con granos de humo. Aún me quedaban unos cuantos. Cogí un puñado y los arrojé con fuerza en el callejón. El enmascarado que había estado apuntándome con su espada enseguida sospechó algo pero fue demasiado tarde: en unos segundos todo el callejón se había llenado de humo.

—Vaya —soltó Wanli, incrédula.

Nos envolví en armonías con precipitación.

—Por aquí —siseé, ayudándola a avanzar.

—¡Malditos celmistas! —exclamó una voz—. Bloquead el callejón. ¡Que no escapen!

Pero sus hombres no veían nada ni sabían dónde estábamos. Con algún que otro golpe y tanteo, nos dirigimos hacia la salida del callejón, donde nos topamos con unas sombras imprecisas que nos cortaban el paso.

“¡Al ataqueee!”, exclamó Frundis, con una música caótica y triunfal.

No pude reprimir una sonrisa al ver al fin al bastón completamente repuesto de su humor sombrío. Tomé impulso y asesté dos golpes precisos contra los enmascarados antes de que nos vieran. Mientras caían con gritos ahogados, reforcé mi sortilegio armónico y sin escatimar, tiré los últimos granos de humo. Una espesa nube grisácea se desparramó pronto por la calle. Los cruces de espada se habían interrumpido pero se seguían oyendo exclamaciones y gruñidos. Avanzábamos alejándonos del centro de la nube cuando una sombra apareció ante nosotros y se detuvo en seco.

—¡Miyuki! —exclamó Wanli, inclinada por el dolor—. Diles a los demás que vayan retirándose.

La elfa oscura aprobó con la cabeza y sin una palabra desapareció entre la niebla.

—Es increíble que la guardia no haya llegado todavía —me maravillé, mientras sostenía a Wanli como podía.

—No tan increíble —replicó amargamente la elfa de la tierra—. Sólo hace falta tener a un Sombrío como capitán de la guardia. Larguémonos de aquí —declaró.