Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades

Lumbres ciegas

La brisa mecía suavemente las copas de los árboles. En el aire cálido, flotaba un aroma de viejo verano. Y se oían los ladridos lejanos de unos perros mezclados con los golpes de guadaña. Bajo los hirientes rayos de sol, yo seguía trabajando junto a mis tres hermanos, y mientras cosechábamos cantábamos en coro la larga balada de El Caballero de Lethanán. En un momento, Umthal salió por los agudos y nos reímos todos.

—¡La próxima vez que pase el bardo por el pueblo te contratará como soprano! —exclamé, muy divertido.

—Qué más quisiera yo —replicó Umthal, dando un tajo al trigo con su guadaña. El sudor brillaba en su frente joven.

—¡Bah! —intervino Sarkmenos, quitándose el sombrero un momento para secarse la frente empapada—. A mí no me gustaría nada tener que viajar de pueblo en pueblo. Ribok, ¿me pasas tu cantimplora? Se me ha acabado el agua.

La descolgué de mi cinturón y se la lancé diciendo:

—No te la bebas toda, ¿eh? Que todavía nos quedan como dos horas de sol.

—Descuida —contestó Sarkmenos.

Puse los ojos en blanco cuando lo vi sorber dos largos tragos y, en cuanto lo vi amagar para tomar un tercero, solté mi guadaña y me abalancé hacia él.

—¡Pero qué desgraciado!

Caímos a tierra, peleándonos como dos alegres cachorros.

—¡No me la he bebido toda! —se defendió mi hermano, riendo.

—¿Que no te la has bebido toda? —repliqué. Se oyeron risas. Y entonces sentí una punzada en mi vientre y todo el mundo se desmoronó. El sol y el canto de los pájaros desaparecieron, remplazados por un grito y una luz borrosa.

No, me dije, aterrado. Otra vez caía en la misma pesadilla. Todo se balanceaba. La madera crujía. Y el cuerpo se entumecía, casi como si no existiese, hasta que, de pronto, lo atravesaba un punzante relámpago. No sabía cuánto duraban esos instantes, pero siempre me sentía aliviado cuando un dolor más agudo volvía a despertarme.

Agrandé los ojos en sueños y desperté en casa. Los pájaros cantaban y el verano había vuelto. Sonreí pensando que ese día Leeresia volvería de la ciudad.

—¡Arriba todos! —exclamé, levantándome de un bote.

Enseguida se oyeron gruñidos y bostezos. Sarkmenos se incorporó y se estiró antes de vestirse. Yloy zambulló enérgicamente su cabeza en un cubo de agua. Una vez vestidos, Sarkmenos y yo le cogimos a Umthal de un pie cada uno y empezamos a estirar entonando:

¡Levántate, dormilón,
que ya se levanta el sol!

Nuestro hermano pequeño bramó y se enderezó en la cama:

—¡Ya voy!

Desayunamos con nuestro padre y, como todos los días, salimos cuando el sol despuntaba por el horizonte.

Avanzaba con la guadaña y un saco a cuestas cuando volvió mi mente a zozobrar. ¿Qué estaba ocurriendo?, me preguntaba, confuso, mientras sentía que un cuerpo lejano y mío al mismo tiempo se convulsionaba. Aquellos saltos entre la realidad y la pesadilla no eran lógicos. Ni siquiera conseguía saber si todos mis pensamientos eran míos. Y si algunos no lo eran, ¿de quién podían ser?

—Está despierta —decía una voz—. Pero… está desvariando.

—¿Has pillado alguna palabra? —soltaba otra voz, mientras una mano fría se posaba sobre mi frente.

—Bueno… creo que ha hablado de trigo. Pero ha soltado palabras que no he entendido. Creo… que ha estado hablando en caéldrico.

Cayó el silencio y sentí una energía examinarme detenidamente. Era sryho. Y quien me examinaba era Kwayat. ¿Pero quién era Kwayat?, se preguntó una voz agitada en un rincón de mi mente.

—¿Caéldrico? —El contacto frío en mi frente desapareció y percibí un suspiro—. Al menos no parece perder el control de la Sreda. Ve a descansar, Spaw. Y antes, diles a sus hermanos que está mejor.

—Kwayat… —dudó la otra voz— ¿realmente está mejor?

Otro silencio. Y un largo suspiro.

—Ojalá lleguemos cuanto antes a Mirleria —decretó Spaw. Noté un deje preocupado en su tono.

Se oyeron pasos acercarse. Alguien me cogió la mano un breve instante como para saludarme, antes de marcharse con un paso fatigado.

—Shaedra.

Cuando oí mi nombre, una cascada de imágenes anegó mi mente. Shaedra, me repetí mentalmente. Desvié ligeramente los ojos para posarlos sobre la mirada azul de mi instructor. Este, al advertir mi movimiento, se precipitó junto a la cama.

—¿Shaedra? ¿Cómo te sientes?

Parpadeé. El rostro de Kwayat reflejaba una agitación inhabitual.

—El virote —murmuré recordando. Aquello había sido real. No había sido una pesadilla. Yo no era Ribok. Suspiré, aliviada, al entender al fin la clave de toda mi confusión. Y entonces una alegre esperanza me invadió—. Estoy viva —dije con una voz temblorosa.

Oí unos pasos precipitados y vi aparecer a Spaw en el camarote. Su pelo violeta caía liso y recto contra su rostro.

—¿Está consciente? —preguntó, mientras se acercaba. Sus ojos negros destellaban, inquietos.

—Hola… Spaw —contesté en un susurro exhausto.

Oí los suspiros aliviados de ambos.

—Descansa, pequeña demonio —murmuró Spaw. Su rostro sombrío se iluminó con una sonrisa sincera—. Que la Quinta Esfera vele sobre ti…