Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

9 Linternas rojas

Me agaché, recogí un saco lleno de ramas y hojas, y lo até en una extremidad de Frundis. Luego hice lo mismo con el otro saco y me coloqué el bastón sobre los hombros. Frundis empezaba a habituarse a ese trato, aunque al principio había estado totalmente indignado.

“Jamás me habían utilizado como mula de carga”, había gruñido el primer día.

“Tampoco te habían utilizado como escoba”, había apuntado yo. “Y mira qué buen recuerdo te dejó.”

“Un buen gawalt se amolda a las situaciones”, había aprobado Syu, con una sonrisilla.

Aunque no le gustase, lo mejor era colaborar para que su portadora no se muriese de hambre. Y así y todo, comíamos más bien poco. Aún no entendía cómo conseguía sobrevivir la gente en Dumblor si un trabajo que tomaba horas y horas apenas te daba para comprar algo de comer. Por no decir que las condiciones eran del todo execrables. Spaw había trabajado durante dos días en una taberna y lo habían echado, sin pagarle lo debido. Me habían entrado ganas de ir a hablar con el tabernero y darle mi opinión sobre su persona, pero Spaw me había asegurado que ya lo había hecho y que, encima, el maldito moroso lo había amenazado con llamar a la guardia. Aryes había encontrado un trabajo más interesante, pero pagado miserablemente: todos los días, iba a un Laboratorio celmista a ofrecerse como voluntario para que los expertos estudiasen las energías. Lénisu, por su parte, trabajaba como cargador y se le veía muy sombrío desde que el Buscanombres le había revelado que el amigo al que buscaba no se encontraba en la ciudad. En cuanto a Drakvian, de cuando en cuando salía del cuarto y de Dumblor para ir en busca de alguna “cabra” como se había acostumbrado a decir.

Llevábamos así dos semanas, y no habíamos conseguido ahorrar un sólo kétalo. Yo me recorría las calles de Dumblor de arriba para abajo y volvía al albergue hacia las seis de la tarde, agotada como todos. Y empezaba a preguntarme cómo era posible salir de Dumblor si llegabas a esa ciudad sin dinero y sin ser cofrade de nada.

Ya había acabado de cortar todas las ramas que había que cortar y tan sólo me quedaba llevar los sacos a la descarga y cobrar. De camino, siempre trataba de escoger las calles menos transitadas para no estorbar con los dos sacos. Llegué a mi destino, embolsé los cinco kétalos que me dio el capataz y Frundis, Syu y yo volvimos al Mago azul. Estaba a punto de llegar cuando vi la puerta del cuarto abierta y me quedé parada a unos metros. ¿Qué…?

Salió un ternian que nunca había visto. Con toda la tranquilidad del mundo, estaba llevándose nuestras pertenencias, entendí. Pero entonces advertí otra silueta que estaba empujando a…

—¡Demonios! —se me escapó, al entender que se estaban llevando a Aryes y a Kyisse.

En ese momento, aparecía por las escaleras uno de los que se ocupaban de alquilar los cuartos y me señaló con el dedo.

—¡Ella también es una de ellos! —soltó.

Retrocedí un paso, sin saber muy bien qué hacer. Todo aquello me superaba. ¿Tenía que huir? ¿Tenía que entregarme? ¿Aquellas personas eran guardias de la justicia de Dumblor o bien eran unos secuestradores?

—¿Qué es esto? —preguntó de pronto la voz de Lénisu, a mis espaldas.

—Ese es el hombre que alquila el cuarto —explicó el dependiente.

—Somos la Guardia Ciudadana —se presentó un hombre forzudo que vino a cogerme del brazo con una expresión severa—. Se os acusa de haber permitido la entrada de un vampiro en Dumblor y de convivir con él. Quedáis arrestados. Si intentáis huir, moriréis.

* * *

Solté un inmenso suspiro y volví a cruzar las piernas. Esposados a unas cadenas clavadas al muro, estábamos todos sentados en una especie de corredor iluminado por una linterna roja. Bueno, no todos: faltaban Spaw y Drakvian.

Cuando Kyisse nos hubo contado todo lo que sabía, empezamos a entender mejor el problema. Al parecer, como Kyisse se aburría encerrada en el cuarto, Drakvian había accedido a dar una vuelta por Dumblor. Al pasar por una calle vacía, dos hombres las habían atacado, Drakvian había defendido a la niña con Cielo y, mientras uno de los agresores salía corriendo, despavorido, el otro había sacado un cuchillo. En ese momento, Kyisse había huido y no pudo darnos más detalles. Yo dudaba, sin embargo, de que le hubiese ocurrido nada malo a Drakvian, dado que un agresor de esa calaña no podía tener mucha idea de manejar armas.

Como la pequeña había huido, aterrada, no pudimos saber a ciencia cierta si Drakvian había matado al hombre o simplemente lo había herido… Pero, de todas formas, no la buscaban por eso, sino porque era una vampira. Al menos, no parecía que la habían encontrado. Pero ¿qué destino reservaban a unos saijits que habían estado escondiendo a una vampira en su propio cuarto?

Alcé la mirada. Lénisu tamborileaba sobre su rodilla, pensativo. Aryes parecía también sumido en sus pensamientos. Y, hacía una hora, los guardias se habían llevado a Kyisse diciendo que no podían tener encerrada así, en un calabozo, a una niña. La pequeña había salido llorando y gritando nuestros nombres hasta rompernos el corazón. Para rematarlo todo, me habían quitado a Frundis y Syu no estaba conmigo ya que le había pedido que se escondiera rápido para que no lo pillaran a él también.

—Jamás deberíamos haberla introducido en Dumblor —dijo de pronto Lénisu, rompiendo un largo silencio—. Estaba claro que algún día tenía que pasar algo.

—Lo hecho hecho está —contesté con filosofía—. Ahora hay que intentar convencer a esa gente de que no porque tengamos a una amiga vampira somos malas personas.

Lénisu me echó una mirada poco esperanzada y suspiré.

—Al menos Spaw se ha librado de una buena —observó Aryes.

—Sí. Ese sí que es un demonio —masculló Lénisu.

Sonreí, divertida. Además de ser un demonio, Spaw trabajaba para Zaix y era supuestamente mi protector. Desde luego, le estaba poniendo su tarea difícil. A lo mejor ya se había hartado de ayudarme. No lo podía culpar.

Pasaron las horas. Dormimos de manera muy incómoda. El metal empezaba a escocerme las muñecas. Por no hablar del aire frío de aquel pasillo donde se alineaban en los muros, sin utilizar, las cadenas de hierro. ¿Acaso éramos los únicos prisioneros en Dumblor? ¿Dónde estaban los demás prisioneros? Antes de entrar, había podido comprobar que la cárcel de Dumblor era muy grande y sin duda tenía que haber otros pasillos. Pero en el nuestro, reinaba un silencio de muerte.

En un momento, oímos el ruido de una reja. Un hombre vino a traernos comida. ¡Y qué comida! Teníamos cada uno un pan recién salido del horno con queso fundido en medio, y un bol entero de sopa caliente. Nos reímos casi de lo contentos que estábamos.

—Llevaba dos semanas sin comer algo tan delicioso —comentó Lénisu, mientras el muchacho volvía a coger la bandeja—. Por cierto, joven, ¿no sabrás algo sobre nuestro caso? Acabamos de entrar en prisión por una equivocación…

El muchacho se encogió de hombros.

—Ni idea. Yo no soy guardia ni leguleyo. Sólo llevo comida a los prisioneros.

—Entonces, gracias de todo corazón —dije, juntando las manos en signo de agradecimiento, mientras sostenía mi pan. Mis cadenas chirriaron en el suelo de piedra y reprimí una mueca.

El joven sonrió.

—Suerte a vosotros —replicó, y se marchó.

Comimos en silencio, muy ocupados en masticar y tragar. Al acabar de comer, solté:

—Está claro que en esta cárcel se vive mejor que fuera.

—Tienes razón —aprobó Lénisu—. La comida es buena. Ahora bien, este pasillo es bastante horroroso. Nos podrían dar unas mantas.

Pasamos a charlar sobre Drakvian, los vampiros, Dumblor, los Sombríos y demás. Nos refrescamos la memoria para no aburrirnos. Yo les conté una larga historia que me había enseñado Frundis sobre la conquista de los Subterráneos por los Pueblos Unidos. Aryes habló del Laboratorio en el que había trabajado estas últimas semanas. Decía que los celmistas investigadores parecían muy interesados en su caso, aunque no tanto como en el de un ternian que emitía chispas y había inventado una manera de almacenar la electricidad en una especie de lámpara mágara que era capaz de iluminar durante días enteros.

—Ese tipo es fantástico —nos contó Aryes, entusiasmado—. Todos los profesores lo admiran. Lo llaman el Genio de la Luz. No sé por qué, el primer día tuve la sensación de que ya lo conocía de antes. Era una curiosa sensación.

A medida que hablaba, un sentimiento híbrido de alegría y asombro había ido invadiéndome.

—Aryes —lo interrumpí de pronto—. Ese Genio de la Luz… ¿estuvo en la academia de Dathrun?

El kadaelfo frunció el ceño y se encogió de hombros.

—No lo sé. He hablado varias veces con él y nunca lo ha mencionado. Es una persona simpática. Se llama Jirio Melbiriar.

Solté una risotada alegre. Era increíble.

—Jirio estuvo en mi clase, en Dathrun —solté. Aryes y Lénisu me miraron, asombrados—. ¿No os acordáis? Os comenté una vez lo raro que era y lo bien que me caía. Fue expulsado de la academia porque lo consideraban peligroso por no saber controlar sus flujos de energía. Pero… ¿cómo puede estar en Dumblor? Que yo sepa, su hermano, que es descendiente de los Reyes Locos, vive en algún lugar junto al Bosque de Hilos.

—¿Descendiente de los Reyes Locos? —resopló Lénisu.

—¡Mil demonios, por supuesto! —exclamó Aryes. Sus ojos se habían iluminado—. Ya sabía yo que esa historia me sonaba mucho. Me dijo que venía de la Superficie. Una pena que no te hubiese hablado de él antes.

—Espera, espera —dijo Lénisu, con el ceño fruncido—. ¿Has dicho “descendiente de los Reyes Locos”?

Lo miré, sorprendida.

—Sí… De hecho, su hermano Warith heredó la fortuna de los Reyes Locos por su padre. No entiendo qué demonios hace Jirio en un Laboratorio de Dumblor —añadí para mis adentros.

—Mm. Interesante —murmuró Lénisu, meditativo.

Entorné los ojos.

—Eso significa que hay algo que sabes y que no nos dices —comenté, tratando de reprimir mi tono burlón.

Lénisu puso los ojos en blanco.

—Bueno, os diré una cosa. El tema de los Reyes Locos es realmente muy polémico para algunos. A ese Warith del que hablas lo vi una vez. Está totalmente chiflado.

—Sí, pero Jirio no lo está —protesté.

—Por supuesto. Nunca he dicho lo contrario —me apaciguó pacientemente Lénisu—. Mira, ya que por el momento no parece que vayan a ahorcarnos, os explicaré la historia de los Melbiriar y de los Neyg. —Asentimos y nos preparamos para escucharlo con atención—. Hace más de un siglo, cuando murió el penúltimo Rey de Éshingra, la fortuna fue a parar a manos del hijo bastardo por una serie de maquinaciones —nos contó—. Este heredero Melbiriar perdió el trono, como sabéis, en unas revueltas, pero no perdió su patrimonio y creó un Consejo. Fue uno de los creadores de las Comunidades. Y ahora, quienes tienen el dinero son sus descendientes, es decir Warith, al que le están robando sus amigos a base de mimos. Normalmente esa fortuna, por ley, debería haber sido heredada por el hijo legítimo, Keldan Neyg —nos explicó—. Pero nació ciego, el pobre, y muchos pretextaron entonces que era intolerable tener a un Rey Ciego. Se intentó invertir la historia y probar que era Keldan Neyg el hijo bastardo. Pero la verdad no cayó en el olvido y ahora corre el rumor de que existe hoy en día, en alguna parte, un Neyg, legítimo heredero, que vendrá a restaurar el Reino de Éshingra y acabará con la situación insostenible de las Comunidades. —Sonrió al vernos tan atentos—. ¿Soy un buen narrador, eh?

—Pareces Frundis —aprobé, divertida.

—Entonces yo no lo entiendo. —Aryes meneó la cabeza—. ¿Por qué Jirio está trabajando en ese Laboratorio si es un adinerado? De verdad que no lo entiendo.

—Jirio y Warith no se querían mucho —expliqué.

—Es difícil querer a un loco —aprobó Lénisu—. Pero a lo que iba. Todo esto tiene mucha relación con una persona a la que conocéis.

Enarqué una ceja.

—¿Tú?

Lénisu soltó una carcajada.

—No. Yo no me meto en esas historias, no. Estoy hablando de Amrit Daverg Mauhilver. Y de la Gema de Loorden.

Lo contemplé fijamente. Tuve que reconocer que no esperaba que hablase del señor Mauhilver y de la Gema de Loorden.

—¿Alguien ha encontrado la gema? —pregunté. Después de todo, quizá la carta que había mandado el pasado invierno a Amrit no había sido totalmente inútil. A lo mejor aquellos cuatro viajeros humanos que habían entrado en el Ciervo alado poseían efectivamente la Gema de Loorden…

—No tan rápido —contestó Lénisu—. La Gema, como te conté, pertenecía a los Antiguos Reyes. Los Reyes Locos. Tiene un valor inestimable. Sobre todo si se la da al verdadero heredero, que lleva el nombre de Wali Neyg. —Lénisu parecía estar disfrutando de todo lo que no estaba revelando—. A juzgar por lo que he podido aprender estos últimos meses, esa gema sí que existe. —Lénisu rió, resoplando y meneando la cabeza—. La verdad es que esta historia es increíble, pero me la contó Darosh, que sobre estos temas sabe mucho.

—¿Los Sombríos también buscan la gema? —se extrañó Aryes.

A Lénisu pareció hacerle gracia la pregunta.

—Si es cierto lo que me habéis contado sobre Pflansket y los ashro-nyn, con toda probabilidad, ya tienen la gema.

Aryes y yo intercambiamos una mirada, atónitos.

—¿Quieres decir que Flan robó la gema a los ashro-nyns? —pregunté—. ¿Y por qué tenían los ashro-nyns una gema así?

—Ni idea —admitió Lénisu.

Fruncí el ceño.

—Recuerdo que los ashro-nyns buscaban el anillo de Azeshka, no la gema de Loorden.

Él enarcó una ceja.

—Con toda probabilidad, la gema de Loorden está incrustada en el anillo de Azeshka —explicó él.

Asentí con la cabeza, pensativa.

—¿Y para qué necesitan los Sombríos la Gema de Loorden? —insistió Aryes.

—Para venderla, por supuesto.

—¿A Wali Neyg? —inquirí.

Lénisu se encogió de hombros.

—Al que más interese. Como ya os he dicho, los Sombríos se han convertido en una cofradía que sólo piensa en ganar dinero. Buscan objetos de un valor inestimable y los venden. Tienen espías por todas partes y venden su información a precio de oro. No por nada nos mandaron a los Gatos Negros más allá de las Hordas a molestar a otra parte.

Enarqué una ceja.

—¿Así que los Gatos Negros os rebelasteis?

—Contra el Nohistrá de Aefna —asintió Lénisu—. Por varias jugadas que nos hizo. —Nos miró alternadamente y sonrió—. La vida de un Sombrío siempre es complicada.

—La de un demonio también —le aseguré.

La sonrisa de Lénisu se ensanchó.

—Supongo. Aquí el único que sufre inocentemente es Aryes. Hace semanas que deberíamos estar en Ató.

—Algún día llegaremos —afirmó Aryes, muy divertido.

Sin duda, algún día, si nos dejaban salir de aquella cárcel y nos permitían acompañar una caravana hacia la Superficie…

—Entonces, ¿crees que los Sombríos podrían venderle la gema a Amrit Daverg Mauhilver? —retomó Aryes—. ¿Y para qué querría éste la gema?

—Porque, precisamente, él trabaja para Wali Neyg.

—El heredero de los Reyes Locos —murmuré, pensativa.

—Exacto. El heredero —aprobó, teatral—. Es un mocoso de ocho años —especificó.

—¿Y dónde están los padres de ese Wali? —pregunté.

—Desaparecidos —contestó Lénisu misteriosamente—. Hay una enorme guerra interna entre los distintos reyes de Éshingra. Por no mencionar que hay otro miembro de la familia: Laida, la hermana de Wali. Aunque, según Amrit, no encaja como Reina de Éshingra. No sé si es tremendamente fea, si está loca o qué, pero a pesar de tener esta quince años, eligieron al pequeño Wali para atormentarlo.

Aryes suspiró ruidosamente.

—¿Realmente piensan mejorar Éshingra con esto?

Lénisu se encogió de hombros.

—No lo sé, yo siempre he tratado de permanecer alejado de las historias de Amrit. Es un buen muchacho, confía en mí, y cree que yo lo puedo ayudar en algo. Me da que realmente piensa que Wali mejorará las cosas. Y seguro que tiene dinero y apoyo para conseguir lo que quiere.

Aprobé.

—Has hecho bien en no meterte. Frundis siempre dice que las guerras entre reyes sólo merecen la pena en las leyendas.

—Ahora bien, me maravilla que, si Jirio es una persona cuerda, no aprovechen algunos la ocasión para intentar ganar apoyos en su bando y nombrarlo rey.

La idea era tan disparatada que me eché a reír.

—¿Jirio, rey de Éshingra? ¡Por Ruyalé, es lo más gracioso que he oído en mi vida! —exclamé, muerta de risa.

Al oír mis carcajadas, una sonrisa flotó sobre los labios de ambos mientras seguía brillando, en el pasillo, la linterna roja.