Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

2 Kyisse

“Syu, creo que nos vas a tener que ayudar”, le dije al mono, mientras contemplaba con desazón a la niña que ahora tenía entre los brazos. No iba a ser fácil calmar su desasosiego, pensé.

“De acuerdo”, dijo el mono, subido a una roca. “¿Qué tengo que hacer?”

“Traducir lo que me está diciendo la niña, obviamente”, contesté, nerviosa. La última vez que había tenido que consolar a un niño había sido en el Santuario. Había tranquilizado a Éleyha, la hermana de la Niña-Dios, y ella hablaba mi idioma y tan sólo había tenido una pesadilla sin más. La niña blanca, en cambio, era de lo más misteriosa. No sabía aún si podía fiarme de ella, pero su voz reflejaba sólo bondad y desesperación… y lo peor era que, a todas luces, tenía fe en que yo la ayudaría.

“Lo siento, pero ahora está soltando ruidos y no está hablándome por vía mental”, se disculpó Syu. “Soy gawalt, pero no soy un genio.”

—Está bien —dije, en voz alta, intentando imitar la serenidad apaciguadora del maestro Dinyú—. Tranquila. No te entiendo, pero no pasa nada. Vivías en esta caverna, ¿verdad? No te preocupes, te ayudaremos. Somos buena gente. Incluso la vampira —añadí, por si le cabía duda.

Pero, naturalmente, la niña alzó su rostro que expresaba incomprensión. Sus ojos dorados brillaban, sin embargo, de esperanza.

Saka iseth mawa —dijo.

—Ahá —contesté, vacilante, sin tener la más mínima idea de lo que me había querido decir.

No me esperaba que, de pronto, Spaw hablase a mis espaldas y me sobresalté, asustada.

—Te está preguntando si le vas a ayudar —me explicó amablemente—. Claro que he llegado demasiado tarde para entender qué es lo que te ha pedido que hagas —carraspeó el demonio.

La niña se turbó al cruzar la mirada de Spaw y se apartó, retrocediendo unos pasos.

Neaw eneyakar —dijo éste sin embargo. Y entonces una sonrisa de alegría apareció en el rostro de la niña—. Spaw —agregó, señalándose con el pulgar.

—Spaw —repitió ella—. Kyisse —anunció entonces, con timidez.

—Kyisse —dijo Spaw, con gravedad.

Los miré alternadamente y entendí que me tocaba a mí presentarme.

—Yo soy Shaedra —dije.

—Wososaeta —repitió la niña con aplicación.

—No, no. —Hice una pausa y pronuncié claramente—: Shaedra.

La niña asintió, contenta.

—Shaeta.

Abrí la boca y la cerré, asintiendo con la cabeza.

—Más o menos. ¿Y bien, Spaw? ¿Qué tal si le preguntas de dónde viene? A lo mejor tiene una familia simpática por aquí a la que no le gustan los forasteros.

Spaw puso cara escéptica.

—Para mí que vive sola en esta caverna.

“Como ya te lo he dicho”, apuntó Syu, con paciencia, saltando sobre mi hombro.

—Bueno —dije—. Entonces, pregúntale si quiere venir a desayunar con nosotros.

Spaw resopló.

—Ni idea de cómo se dice eso. Es lengua tisekwa, se habla más en el norte del nivel uno. Yo tan sólo sé chapurrearlo. A lo mejor Lénisu sabe más. En fin, le preguntaré si quiere comer con nosotros. —Carraspeó y se giró hacia Kyisse—. ¿Kowsak?

Kyisse agrandó los ojos, sorprendida, y luego asintió enérgicamente soltando todo un flujo de palabras que me dejó pasmada.

—Vaya, vaya —dije, pensativa—. ¿Así que con una sola palabra te ha entendido? Parece ser que el tisekwa es mejor que el abrianés para situaciones de emergencia.

—¿Se puede saber qué demonios está pasando? —preguntó Lénisu, acercándose con cautela.

—Kyisse —dije, e hice un gesto hacia mi tío—. Lénisu.

—Lénisu —articuló Kyisse. Ahí no le había costado nada pronunciarlo correctamente, me percaté.

—Sí, Lénisu —aprobó mi tío—. ¿Se ha perdido en la caverna y nos pide ayuda? No me lo creo. Sólo es una niña.

—¿Hablas tisekwa? —le pregunté.

Lénisu enarcó una ceja.

—Sí. ¿Por qué?

—Entonces te explicará todo ella solita. Y luego nos lo explicas a nosotros.

Y mientras nos sentábamos todos a comer drimis y galletas, Kyisse se puso a hablar en esa lengua fluida y más cantarina, si se puede, que el abrianés. Finalmente, Lénisu nos explicó lo que había entendido.

—Al parecer, Kyisse lleva varios años en este antro. Dice que apenas ha visto criaturas malas por aquí. Come muchos drimis, bayas y puerros negros. Y fue ella quien nos abrió la puerta, al darse cuenta de que no éramos… eh… malos.

—¿Y de dónde sale? —preguntó Aryes, mientras la niña probaba una galleta con mucha delicadeza.

—Bueno. No sé si creerla. Dice que mientras sus padres intentaban deshacerse de unos atacantes, le mandaron que corriese todo lo que podía. Ella corrió. Y días después acabó aquí. Todo esto puede ser cierto, pero lo que no me creo es de dónde dice que proviene. No tiene sentido. Dice que sus padres eran del castillo de Klanez —declaró.

Fruncí el ceño. ¿El castillo de Klanez? Recordé alguna leyenda sobre ese castillo maldito. Aún dudaba de si existía realmente.

—Esto sí que es curioso —dijo Spaw.

Puse los ojos en blanco.

—¿Cuántos años dice que ha vivido en este lugar? —pregunté.

Tras un breve intercambio, Lénisu contestó:

—No sabe. Recuerda que sus padres sabían medir el tiempo, pero que ella nunca supo cómo hacerlo. Dice que seguramente han pasado años.

Aryes meneó la cabeza, extrañado.

—¿Pero cuántos años tiene? Si está aquí desde hace mucho tiempo, ¿cómo puede siquiera acordarse de cómo se habla tisekwa? Tiene que haber otras personas por aquí.

Cuando le comunicó la pregunta Lénisu a la niña, ésta se abrazó las piernas y habló con un tono muy quedo. Aunque no la entendía, escuché con fascinación su voz infantil. Lénisu, al escucharla, manifestó cierta turbación.

—Dice que duerme en una vieja torre llena de libros. Y que antes vivía con alguien llamado Tahisrán. El nombre designa un tipo de perla, creo. Lo que no me ha quedado claro es la naturaleza de ese Tahisrán. Por cómo lo describe, tengo la impresión de que era una especie de sombra. Aunque dice que le hablaba en tisekwa. Sería por armonías.

En ese instante, recordé la historia de Iharath. Había sido sombra durante años hasta recuperar un cuerpo. Desde luego, Kyisse había debido de pasar una infancia de lo más extraña.

—¿Qué le pasó a Tahisrán? —pregunté.

Lénisu hizo una mueca. Al parecer, la niña ya se lo había contado.

—Desapareció. Un día, le prometió que le llevaría al castillo de Klanez y que encontraría a sus padres. Se marchó y no volvió.

Kyisse nos miró a todos con los ojos interrogantes y yo le sonreí con serenidad. Todo en ella reflejaba una esperanza enternecedora.

Asok alaná eftraráyale —pronunció.

—¿Qué ha dicho? —pregunté.

—Er… —Lénisu carraspeó—. Dice que le gusta ver la alegría en nosotros. Algo así. Soy un pésimo traductor.

—Bueno —dijo Spaw, mientras Lénisu seguía interrogándole a Kyisse con sumo interés—. Esto parece muy interesante. Pero, decidme, ¿soy el único en preguntarse dónde demonios se ha metido Drakvian?

Eché un vistazo a mi alrededor. De hecho, la vampira no había vuelto aún.

—A lo mejor se ha encontrado con un troll regordete —bromeé, pero me incorporé, añadiendo—: Propongo que recojamos todo y que vayamos a buscarla.

—Espero que no se haya ido muy lejos —intervino Lénisu, levantándose a su vez. Kyisse siguió su movimiento con tranquilidad y observé su expresión curiosa al fijarse en la espada que llevaba él a la cintura—. Luego, si no encontramos otra salida, daremos media vuelta y volveremos por las escaleras. Aryes, si el troll se ha marchado, ¿serías capaz de sacarnos del Laberinto? Considerando, por supuesto, que te queda aún tiempo para reponer tu tallo energético ya que tardaremos más de un día en llegar hasta la puerta y subir las escaleras.

Noté cómo el rostro de Aryes se ensombrecía. Sin embargo, asintió.

—Podría hacerlo. Quizá —rectificó—. No sé, no es lo mismo bajar a una persona, que subir, con todo su peso. Y desde luego no podría subiros a todos sin descansar entre levitación y levitación… Lo sé, todavía no soy un órico de verdad —añadió, molesto.

—Pff —resoplé—. Si te parece poco lo que hiciste para bajarnos a todos al Laberinto. —Aryes se encogió de hombros con modestia y yo suspiré, agregando—: Lo que lamento realmente es no haber cogido ninguna cuerda para el viaje, y eso que Dol siempre nos aconsejaba llevar una. Así no tendrías que poner en peligro tu tallo energético para subirnos. Aunque, quién sabe, quizá encontremos una mejor forma de salir de aquí. Yo personalmente preferiría no tener que pasar por el Laberinto. Parece más peligroso que esta caverna. Debe de haber otra salida.

—Pasando por los Subterráneos, por ejemplo —intervino Spaw, con una sonrisilla, mientras se ponía el saco a la espalda—. Sé de alguien que estaría contento de verte, Shaedra.

Agrandé los ojos y Lénisu ladeó la cabeza, interesado.

—¿Y quién es ese alguien, si se puede saber? —preguntó.

Spaw sonrió. Ya no parecía tan reacio a hablar de demonios, observé. Pero como no contestaba, suspiré.

—Creo que está hablando de Zaix. El Demonio Encadenado. Él se ocupó de encontrarme un instructor.

Lénisu pareció estar dudando de si quería saber más sobre el tema pero luego no pudo evitar preguntar:

—¿Un instructor? ¿Así que hay instructores de demonios?

—Sí. Me daba clases en Ató. Pero será mejor que no sepas quién es. Es una persona muy estricta y si llega a saber que he contado a más gente que soy una demonio y que he hablado de él, podría enfadarse.

—Oh. ¿Así que ese instructor tuyo no es un demonio tan bueno, eh? ¿No te habrá soltado ya amenazas? —gruñó Lénisu, entornando los ojos.

Puse los ojos en blanco.

—Protege su intimidad. ¿Qué hay de malo en eso? Simplemente es algo más… pues eso: estricto.

—Ya. ¿Y Zaix?

—Ese es mucho menos estricto —aseguró Spaw—. Bueno, vayamos a buscar a la vampira. ¿Qué hacemos con la niña?

Lénisu se encogió de hombros.

—Que vaya adonde le apetezca —opinó.

Lo miré, atónita.

—Es una niña —repliqué—. Pregúntale si quiere venir con nosotros.

—No podemos dejarla sola —apoyó Aryes, mientras despeinaba el pelo de Kyisse con una mano afectuosa.

Pero cuando Lénisu le preguntó a la niña, esta contestó con unas breves palabras, se mordió el labio y negó con la cabeza.

—No quiere ir a la Superficie —dijo Lénisu, suspirando—. Quiere volver al castillo de Klanez con sus padres.

Sentí un escalofrío. La pobre niña no se daba cuenta de que probablemente sus padres estuvieran muertos desde hacía tiempo. Decidimos, sin embargo, no zanjar el tema en ese momento y comenzamos la búsqueda de Drakvian. Cuanto más tiempo transcurría, más la preocupación me apretaba la garganta. ¿Por qué la vampira se había ido tan lejos? Obviamente, porque no había encontrado ninguna presa en la zona. Lo que más me inquietaba era que Drakvian nunca había sido precisamente muy prudente.

—Siempre podemos gritar su nombre —sugirió Aryes, con una mueca desanimada.

Asentí, desesperanzada, arrastrando los pies descalzos en la hierba azul. Me había quitado las sandalias del Santuario, ya que con la caída por el pedregal habían dejado de asemejarse a ningún tipo de calzado. En cuanto a las botas de Lénisu, me quedaban demasiado estrechas y las llevaba como un peso muerto en la mochila.

—Sí —contesté—. Hagamos un concierto. Frundis seguro que se apunta.

Me contestó un ruido de platillos animados.

—Si realmente hubiese presas por aquí, hace tiempo que Drakvian habría vuelto —suspiró Lénisu—. Me temo que se la han llevado.

Lo miramos, sorprendidos.

—¿Quiénes? —inquirió Aryes.

—No lo sé. Trasgos. Orcos. Dragones. Qué importa. Pero me da que no la encontraremos por más que la busquemos.

Lo contemplé, horrorizada. ¿Acaso Lénisu la estaba enterrando ya? Advertí entonces el movimiento de cabeza de Kyisse y me fijé en su expresión entristecida. Dijo algo. Lénisu puso los ojos en blanco pero sonrió.

—La niña me dice que no perdamos la esperanza. A lo mejor tiene razón y Drakvian aparece con un conejo entre los dientes. Sigamos buscando.

Aryes le cogió a Kyisse y la colocó sobre sus hombros porque la pequeña empezaba a cansarse. Al de unas horas, fue Aryes quien se cansó de llevarla a cuestas y la dejó caminar en el suelo, soltando un resoplido que la hizo reír. Poco después, Kyisse rompió el silencio con unas palabras y Lénisu nos hizo saber que, para ella, estábamos alejándonos mucho de su torre.

—Cada vez que pienso que una niña ha podido sobrevivir aquí sola y durante años… —añadió Lénisu, después de su traducción.

Cada uno estaba esperando a que alguien se decidiese a declarar que era inútil avanzar a ciegas en una caverna tan grande como aquella cuando, de pronto, oímos un:

—¡Corred!

De entre las sombras, salió una silueta ágil de tirabuzones verdes. Drakvian parecía haber recobrado toda su energía pero en sus ojos brillaba un sentimiento de urgencia.

—Drakvian —resoplamos todos.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Spaw.

—A ver si lo adivino —soltó Lénisu—. Te has puesto a beber sangre de un dragón que dormía tranquilamente y ahora que se ha despertado nos va a comer a todos, ¿verdad?

Drakvian lo fulminó con la mirada y repitió en voz baja, articulando:

—Corred. Por vuestras vidas…

Oímos unos gritos en la oscuridad. Con el terror acelerándonos el corazón, echamos a correr. Syu se había agarrado a mi cuello con más fuerza de la necesaria y, pese a mis protestas, tan sólo conseguí que se aferrase a mi pelo. Frundis, en cambio, estaba exultante y me llenaba la cabeza de redobles de tambores y cantos triunfales. ¿Pero qué criaturas nos estaban persiguiendo exactamente?

Vi a Lénisu que se dejaba distanciar para cerrar la marcha mientras Spaw, Aryes y yo seguíamos apresuradamente los pasos de Drakvian. Kyisse, con los ojos agrandados por el miedo, mantenía nuestro ritmo a duras penas y Aryes la volvió a coger sobre sus hombros para que no se quedara atrás.

Al de un rato, Kyisse designó un punto con el dedo índice y soltó:

Na.

No necesitamos las traducciones de Lénisu o de Spaw para entenderla. Llamamos a Drakvian, que se iba para otro lado, y nos metimos en una especie de túnel estrecho de paredes negras e irregulares.

—Espero que no sea un túnel sin salida —masculló Drakvian en un susurro.

Kaona ne reh lassia —pronunció Kyisse, cuando estábamos a punto de seguir nuestra carrera por el túnel. Añadió unas cuantas palabras más mientras Lénisu sacaba su piedra de luna.

—¿Eso significa que vamos a morir? —refunfuñó Drakvian con amargura.

—No —negó Spaw—. Dice que por aquí hay trampas. Y que prefiere pasar primera.

—Valiente niña —la alabó la vampira, mirándola con sus dos colmillos salidos.

Sólo entonces me fijé en los hilillos de sangre seca que embadurnaban su rostro.

—Drakvian —dije, con la respiración entrecortada—. ¿Quiénes nos están persiguiendo?

—¿De veras queréis saberlo? —preguntó con una mueca, mientras seguíamos a Kyisse por el túnel.

—No —retrucó Lénisu, sarcástico—. A fin de cuentas, no nos atañe. Mientras sólo vayan a por ti…

—Son hobbits —lo interrumpió la vampira con un hilo de voz.

Me puse lívida. Por un segundo, quedamos todos suspensos. Nos detuvimos.

—¿Has matado a un hobbit? —exclamó Aryes, aterrado.

—No —replicó pacientemente ella—. He matado un carnero. Pero, desgraciadamente, no estaba en libertad.

—Desde luego, ahora el espíritu del carnero gozará de una libertad inmejorable —resopló Lénisu, alucinado—. Un carnero. Podrías haberles pedido permiso a los hobbits.

—Se lo pedí al carnero —gruñó la vampira, con una sonrisa torva. Se pasó la manga por la boca para limpiársela—. Me pareció suficiente. No veo por qué iba a ser más de ellos que mío —prosiguió, quejumbrosa—. Además, les dejé la carne, que es lo que se comen ellos.

Naralérihes —intervino Kyisse. Su vestido, bajo la luz de mi esfera armónica, destacaba entre las tinieblas por su blancura.

—Cuidado —susurró Lénisu, adelantándonos para acercarse a la niña. Se dirigió a ella en tisekwa durante un momento y, al fin, nos comunicó—: Esta niña me maravilla cada vez más. Dice que este túnel nos llevará muy cerca de su torre. Pero antes quiere protegernos de las trampas. A saber lo que quiere decir con eso. En todo caso, dudo de que haya realmente trampas por aquí.

Oímos unos gritos no muy lejos y nos tensamos todos.

—Espero que ese carnero al menos estuviera rico —mascullé, antes de que siguiésemos avanzando por el túnel.

Al mismo tiempo, percibí cómo una esfera de armonías nos envolvía a todos. No podía ser otra persona que Kyisse, pensé, incrédula, al verla andar con los brazos tendidos, muy concentrada. Entonces me percaté de un detalle: la música de Frundis se había reducido a un murmullo.

“Syu”, resoplé. “¿Me he vuelto sorda o es que Frundis se ha dormido de golpe?”

El mono se agitó sobre mi hombro y se concentró.

“Apenas lo oigo. No me contesta. Aunque eso no es tan raro”, reconoció, rascándose una oreja. “Lo que me preocupa es que su música no nos martillee.”

“Mm. Todo parece indicar que Kyisse está inhibiendo las armonías. Eso significa probablemente que las trampas de este túnel son armónicas”, concluí, meditativa.

Seguimos en silencio durante un buen rato hasta que desembocamos otra vez en la gran caverna. Según Kyisse, para llegar aquí los hobbits necesitarían horas de marcha. Eso era si nuestros perseguidores no pasaban por el túnel. Fue salir del túnel y oír súbitamente un concierto estruendoso que me dejó anonadada. Rápidamente, sin embargo, el sonido se fue reduciendo a un nivel razonable. Resoplé. Demonios, solté para mis adentros, sintiendo que mi corazón acelerado tardaba en calmarse.

“Frundis, ahí has estado a punto de matarme”, me quejé, temblorosa.

Frundis cambió su concierto por una serena melodía de arpa.

“Lo siento”, me contestó, con sinceridad. “Es que de pronto he sentido como que alguien intentaba imponerme silencio. A mí, que soy compositor, ¿te imaginas? Eso no me ha gustado nada. Creo que la culpable ha sido esa… niña”, soltó, ultrajado. Su rabia era evidente. El tono del arpa se alteró ligeramente para adquirir un deje más sombrío.

Syu y yo intentamos tranquilizarlo mientras seguíamos a los demás entre las rocas y los tawmáns, sobre una alfombra de hojas negras. El contacto con esas hojas, aun a través del callo de mis pies, me dio una impresión de quemazón que poco a poco se hizo insostenible. Siseé entre dientes y eché a correr en cuanto vi el final del bosquecillo, ignorando la protesta de Lénisu.

Al salir del bosque, me encontré con una enorme forma semicircular incrustada en la roca. No podía ser otra cosa que la torre de la que nos había hablado Kyisse.

—Shaeta —dijo claramente la voz infantil de la niña junto a mí—. Limanaká.

Supuse que me daba la bienvenida a su humilde morada.

—Gracias —le dije. Apenas hube hablado, unos gritos resonaron, provinientes del túnel, acompañados por ladridos. Me quedé helada. Con un tic nervioso, pregunté precipitadamente—: ¿Por dónde se entra?

Los ojos dorados de Kyisse brillaron un instante. Me sonrió y echó a correr alegremente hacia la torre diciendo algo parecido a “¡Bayéh!”.