Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 4: La Puerta de los Demonios

Prólogo

La noche en que ahuyentamos al oso sanfuriento, soñé con un enorme oso negro que andaba sobre sus patas traseras y que medía al menos diez metros, desplazándose como un monstruo gigante. Iba atravesando el valle del Trueno arrasando todo a su paso. Árboles, granjas y cultivos, todo lo destruía. Y un grupo de aventureros corría, huyendo, atrayendo al monstruo lejos de Ató, hacia el macizo de los Extradios.

—¡Corred! —les decía una pelirroja, al alcanzar por fin los primeros peñascos.

—¡No escaparéis con vida! —gruñía el oso, persiguiéndolos.

Todos gritaban de terror al ver que el oso se acercaba, haciendo retumbar la tierra. La pelirroja alzó su bastón e invocó un rayo de luz que fue a estrellarse en la cabeza del oso.

—¡Si quieres vivir, tendrás que dejar de destruir nuestros territorios! —le replicó la valiente celmista, subida en su roca.

El oso, por toda respuesta, rugió estruendosamente y atacó dando zarpazos a diestro y siniestro. Me desperté en el momento en que todos se preparaban para la lucha y la celmista pelirroja hincaba el bastón en el suelo con todas sus fuerzas.

Abrí los ojos y vi la cabeza de un oso flotando sobre mí. Me quedé mirándolo un momento, dudando de si estaba despierta o dormida. Había llegado al punto en que uno ya no recuerda ni quién es ni dónde está, ni siquiera si era normal que un oso estuviera mirándome tan fijamente. Lentamente, una sonrisa risueña fue apareciendo en el rostro del oso y sentí entonces un detalle que atrajo mi atención. Sí, ahí estaba esa tenue atmósfera energética y efímera. Entonces, recobrando mi serenidad y dándome cuenta de que efectivamente estaba despierta, gruñí.

—¡Frundis!

Deshice la ilusión del oso con un gesto vago. El bastón se agitó ligeramente al oír mi voz y en cuanto puse la mano sobre él, contestó:

“¡Yo no he sido! El oso salió de tu sueño. Sólo… sólo le he añadido la sonrisa, porque ya que era una ilusión, no iba a privarme de hacerlo más simpático…”

Medité sus palabras pensativa durante unos segundos, pero luego noté que ya era de día y que ya se había levantado la gente. Aryes le estaba volviendo a hacer el vendaje a Lénisu, Deria volvía con las cantimploras llenas de agua del arroyo y, en cambio, Dolgy Vranc seguía roncando con las manos detrás de la cabeza.

A Syu no lo veía por ninguna parte pero algo me decía que estaba en alguna alta rama de un árbol lo suficientemente grande como para ser estimado por un gawalt.

Me levanté y me acerqué a Lénisu y Aryes.

—Buenos días, ¿qué tal te sientes? —pregunté.

—Bien —contestó Lénisu—. Por suerte, sólo me rozó. Esa zarpa me habría podido arrancar el brazo de cuajo. Maldito animal.

Le ayudé a Aryes a cerrar el vendaje y me senté sobre una piedra, bajo el pálido sol de la mañana.

—Voy a echarle una mano a Deria —dijo Aryes, alejándose hacia el prado verde junto al arroyo.

Frundis soltaba una música dulce que hacía eco a la mañana.

—Pareces pensativa —observó Lénisu al de un rato.

—Mm —asentí—. Tengo muchas preguntas, y cada vez que surge una más, te niegas a contestar. No es que no pueda vivir sin esas respuestas pero… hay una de esas preguntas que sí me atormenta.

Lénisu enarcó una ceja pero su rostro permaneció impenetrable.

—¿Cuál?

—¿Por qué guardas tantos secretos para ti solo? Muchas veces me has hablado de tu vida de contrabandista, y en tus historias siempre hay episodios que no concuerdan. No soy una entrometida, pero al menos deberías decirme lo que le pasó a Srakhi. ¿Qué contenían esos documentos? ¿Por qué los querían los Istrags? Y sobre todo, ¿por qué no quieres contestar a esas preguntas?

Lénisu, con una mueca, escuchó todo hasta el final sin interrumpirme. Cuando callé, soltó un suspiro y miró cómo, a lo lejos, Aryes le cogía unas cuantas cantimploras a Deria, para aligerar su peso. Sonrió.

—Está bien —contestó—. El problema está en que hay cosas de las que uno no puede hablar tan fácilmente. Sobre todo en casos como éste. Temo darte medias respuestas porque avivarían tu curiosidad y cada respuesta daría lugar a más preguntas. Siento no saber decidir qué es lo mejor para ti, que sepas algo o que no sepas nada.

—¿Qué tal si me dejas decidir a mí? —le repliqué.

Lénisu gruñó.

—Ya sé lo inconscientes que pueden llegar a ser los jóvenes. Mira, te diré las dos cosas que tanto quieres saber: los documentos esos… contienen nombres. Y Srakhi se ha marchado en otra dirección para esconder esos documentos, aunque él no tenga mucha idea de qué es lo que está llevando. Que te obedezcan sin hacer preguntas, eso es maravilloso.

Lo contemplé con una mueca, dubitativa.

—¿Cómo lo salvaste?

—¿Eh?

—A Srakhi, ¿cómo le salvaste la vida, la primera vez?

—Oh. Es una historia algo complicada… aunque los hechos se pueden resumir rápidamente. Él estaba rezando en un templo de peregrinos, al norte de Tenap, cerca de Islamontaña. A mí me perseguían los guardias de un conde de las cercanías. Cuando llegué al templo, Srakhi creyó primero que yo era un profanador, pero como no saqué la espada, él tampoco lo hizo. Luego me explicó que en los templos nunca hay que sacar armas so pena de sacrilegio. No sé quién tuvo esa idea, pero me parece estupenda. —Sonrió y le devolví la sonrisa—. Cuando llegaron los guardias, se enfureció al verlos entrar con la espada sacada. Yo ya estaba corriendo hacia las escaleras y pensaba salir del templo por una de las cristaleras, cuando Srakhi soltó un grito y empezó a soltar a mis perseguidores una serie de maldiciones y cantos acompañada de sortilegios extraños. Cayeron dos hombres en pocos segundos, soltando las espadas y cogiéndose la cabeza así. —Intentó levantar el brazo pero el dolor de su herida se lo impidió y gruñó—. Con ambas manos, como si tuviesen una horrible jaqueca. Entonces, vi que quizá la batalla no estaba del todo perdida. Y di media vuelta. En aquella época, mi arma favorita, aparte de Hilo, era el arco. Pero ya sabes… no me gusta matar a saijits. De hecho, si he matado a alguien en mi vida, realmente se lo merecía. Aquellos hombres perseguían a un malvado contrabandista, ¿qué había de malo en eso? Yo no los conocía, así que no podía matarlos, ¿entiendes mi razonamiento? —Asentí y él gruñó de dolor al moverse para sentarse—. De modo que saqué mis flechas de letargo que provenían de una arquería de renombre. Mi primera flecha le dio a un hombre en la pierna y le hizo tambalear. Pronto cayó de rodillas y con unas cuantas flechas más conseguí dormir a dos más. Los dos restantes huyeron corriendo y se metieron en el bosque. Uno de los dormidos sin embargo despertó. Al parecer la flecha no le había hecho mucho efecto. Y le atacó a Srakhi. Le metió la espada por las costillas. Dos semanas después, Srakhi estaba tendido en una cama a salvo de la Muerte. Y ahí fue cuando me prometió que me seguiría a todas partes con el fin de salvar mi vida ya que yo había salvado la suya.

Lénisu sonrió, travieso.

—Pero él estaba muy débil aún y yo tenía muchos quehaceres. Me marché antes de que el say-guetrán llegara a levantarse para agobiarme la vida con sus plegarias.

—Vaya —silbé entre dientes—. Mm… ¿Y por qué no utilizaste el poder de Hilo, ya que puede invocar aliados?

Lénisu me miró con cara aburrida y lamenté haber preguntado eso.

—¿Y… qué tipo de celmista es Srakhi, entonces? —preguntó Aryes.

Me sobresalté y vi que él y Deria se habían sentado en unas piedras, escuchando la historia mientras Dolgy Vranc empezaba a removerse. Lénisu se encogió de hombros.

—Cuando le pregunté qué tipo de magia había soltado en el templo, contestó simplemente que era un clérigo say-guetrán.

—Me pregunto qué son en realidad los say-guetranes —comentó Dolgy Vranc, enderezándose y estirándose con roncos gruñidos—. Pero desde luego no andan bien de la cabeza. ¿Hay algo para desayunar?

—Galletas y raíces —contestó Deria alegremente.

—¡Buerk! —dijo de pronto una voz. Nos giramos todos hacia las ruinas de un muro y vimos aparecer a Drakvian que bajo la luz del alba parecía todavía más pálida aunque sus ojos brillaban de una nueva vitalidad.

La saludé.

—Buenos días, Drakvian.

—Mm —replicó—. ¿Adivinad qué he cazado esta noche? —preguntó, con una sonrisa maligna.

Advertí el movimiento de retroceso de Deria, Aryes y Dolgy Vranc y sonreí.

—¿Un oso sanfuriento? —aventuré, socarrona.

—¡Bah! No, ya me hubiera gustado —refunfuñó la vampira—. Pero precisamente quería hablaros del oso. No anda muy lejos de aquí así que será mejor que nos marchemos cuanto antes.

En ese mismo instante, apareció Syu corriendo a toda prisa. Se refugió sobre mi hombro, soltando pequeños gritos aterrados.

“¡El oso! ¡Por ahí!”, me soltó, nervioso.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Lénisu.

—Ha visto el oso —contesté—. Hacia el… suroeste. ¿Qué hacemos?

Desayunamos a toda prisa y recogimos todas nuestras pertenencias que, a estas alturas, eran bastante reducidas. Aún nos quedaban galletas para algunos días y algo de sal, pero el arroz se nos había acabado.

—¿Cuántos días quedan para llegar a Ató? —preguntó Aryes, cuando empezamos a convencernos de que el oso sanfuriento no volvería para vengarse.

Lénisu y Dol se consultaron con la mirada.

—Si nos dirigimos hacia el norte, llegaremos al Paso de Marp dentro de… considerando que es todo montaña… digamos que unos cinco días pero hay un problema…

—¿Qué problema? —preguntó Aryes.

—Habrá que cruzar el río.

—¿El Aprendiz? —exclamé. El río principal aún tenía demasiada anchura, ¿cómo lo íbamos a cruzar? ¿Nadando? A Dol no le iba a gustar nada la idea.

—A menos que sigamos hacia el noroeste —continuó Lénisu—, hasta llegar a un vado. Lo malo es que no conozco esta zona para nada. Es decir, que quizá no haya ningún vado.

—Si pudiésemos volar —dijo Deria, soñadora.

Me reí.

—Aryes puede volar, no es tan remoto.

—Digo volar con alas —rectificó Deria—. La levitación es demasiado… artificial.

—¡Pero no deja de ser fantástico! —replicó Aryes con una gran sonrisa.

—¿Serías capaz de sobrevolar el río? —preguntó Lénisu, sinceramente impresionado.

La sonrisa de Aryes se tornó en mueca.

—Esto… No es tan sencillo —explicó con un vago ademán—. Por el momento sólo he probado sobre terreno más o menos firme… y el control de las energías cambia según la composición de lo que te rodea… Ignoro totalmente qué pasaría si me pongo a levitar encima del agua.

—Caray —resopló Dolgy Vranc—. Entiendo ahora por qué la energía órica nunca me atrajo mucho. Dicen que los celmistas más poderosos son los Mentistas y los Talvenires óricos. Por algo será.

—¿Los Talvenires? —repitió Deria con tono interrogante.

—Son los celmistas óricos que se especializan en controlar las fuerzas del aire —expliqué—. Son capaces de mover objetos, de levitar e incluso algunos muy hábiles consiguen crear monolitos. Por supuesto, ningún Talvenire sabe hacer todo eso a la vez, porque, ya te dije, cuanto más te especializas en algo…

—Más difícil es aprender a controlar otras energías o modelar la misma diferentemente, sí lo sé —me interrumpió Deria. Sonrió anchamente y me reí.

—Bueno, no nos separemos —nos avisó Lénisu, girándose hacia nosotros—. Cuanto más avanzamos, más sube y más frondoso se vuelve este bosque. Estamos entrando en los Extradios.

—Dicen… dicen que está lleno de bicharracos de los Subterráneos —dijo Deria.

—¿En serio? —replicó Lénisu, sonriendo a medias—. Ahora que lo dices, es probable. Así que cuanto más rápido salgamos de aquí, mejor.

Sin que nadie hubiera dicho nada, aceleramos el paso, aunque pronto, al encontrarnos con una cuesta bastante empinada, nos pusimos a resollar. El mono saltaba de rama en rama cantando en coro mentalmente con Frundis. No acababa de entender cómo conseguía oír a Frundis a través de mí, pero así era. Yo les acompañaba de cuando en cuando en sus canciones y Frundis desempeñaba el papel de jefe de coro.

El bastón guardaba en su memoria canciones viejísimas, romances enteros que nos cantaba a Syu y a mí para animarnos a subir. A veces, me olvidaba de que estaba andando con los demás, aunque afortunadamente no me distraía lo suficiente como para extraviarme. Más de una vez Lénisu me cogió del brazo para recordarme que no lo adelantase a él y miraba mi bastón con cara de pocos amigos, pero aunque no le gustara el acuerdo de amistad que había pasado con Frundis no podía negar que nos había ayudado más de una vez ya desde los acantilados de Acaraus.

Los peores momentos del viaje eran cuando Frundis decidía componer. Entonces, sonaban sonidos discordantes, melodías repetidas una y otra vez, gruñidos descontentos, gritos de alegría interrumpidos por breves períodos en que me explicaba cómo hacía para conseguir las hermosas orquestas que me enseñaba luego. Sinceramente, viendo cómo avanzaba componiendo su música, empecé a dudar de si era realmente el autor de las composiciones que decía, aunque solía decirme también que lo único que le pasaba era que le faltaba una fuente de inspiración.

Seguimos andando río arriba hasta aproximadamente las seis de la tarde. Los días eran cada vez más breves y las hojas de los árboles, bajo el sol otoñal, habían enrojecido y caían muertas al suelo con la mínima agitación del aire.

Cruzamos varios ríos menores, no sin que alguno de nosotros se hundiese de pies a cabeza, pero sus corrientes no eran tan fuertes como la del Aprendiz, aunque poco a poco, se iba reduciendo su anchura. Tuvimos que alejarnos varias veces del río y dar un rodeo para evitar las cascadas y los terrenos abruptos. Al día siguiente, conseguimos pasar al otro lado en un paso más estrecho, saltando de roca en roca.

Drakvian aparecía de cuando en cuando, pero nunca solía quedarse con nosotros más de un cuarto de hora. Siempre pretendía asustarnos haciéndose pasar por una sanguinaria, pero en realidad yo sabía que tan sólo lo hacía para desafiar a cualquiera que le echase en cara el hecho de ser vampira. Yo, la verdad, desde que sabía que bebía la sangre del venado o de los conejos, empezaba a estar más tranquila en su presencia. Hasta nos traía luego las presas para que pudiésemos aprovechar la carne. Y en un momento, Syu, Drakvian y yo hicimos una carrera por los árboles y luego Deria le enseñó a la vampira cómo se jugaba al Bosque de Luna, aunque el terreno montañoso no era el mejor sitio para hacer carreras gimnásticas.

Dormíamos siempre alerta, temerosos de ser atacados por sorpresa por nadros rojos u otras criaturas pero, por alguna extraña suerte, no nos encontramos con ningún problema serio hasta que llegamos al Paso de Marp. El único inconveniente fue el de no conocer la región porque tardamos seis días en llegar al Paso, es decir el doble de lo que Lénisu había previsto. Y todo porque Lénisu y Dol no quisieron hacerle caso a Drakvian y pasar por un pequeño sendero que subía por un precipicio. Cuando, al de un día, nos encontramos con que estábamos cercados de desfiladeros, dimos media vuelta y seguimos a Drakvian por el sendero, atándonos todos con la dichosa cuerda que habíamos utilizado también, aunque con menos razón, para bajar los Acantilados de Acaraus.

Fue una ascensión horrible. Por si acaso, me até Frundis a la muñeca con una pequeña cuerda y le dije a Syu que tuviese muchísimo cuidado. Los más aprensivos fueron Aryes y Dolgy Vranc. Podía entender que el semi-orco temiese que con su peso el sendero se desmoronase, pero a Aryes le encantaba levitar, ¿acaso era posible que tuviese vértigo?

Cuando, con tono socarrón, se lo pregunté, Aryes carraspeó.

—El problema no es levitar, el problema es que yo siempre meto la pata en los momentos más cruciales —contestó con una mueca resignada.

Me eché a reír.

—¡Yo también! No te preocupes, Drakvian nos guiará.

Aryes me miró fijamente.

—Eso no me es de ningún consuelo. Tú… ¿confías en Drakvian?

Enarqué una ceja.

—Creía que aceptabas las rarezas de la gente con facilidad —le repliqué con una ancha sonrisa.

Aryes se encogió de hombros.

—Ya, pero a ti te conozco —murmuró simplemente.

—Tiene un carácter extraño —concedí—, pero me cae bien. Márevor Helith dijo que congeniaríamos enseguida.

Los labios de Aryes se levantaron en un rictus irónico.

—Márevor Helith —repitió—. Sí, quizá tengas razón y la esté juzgando demasiado rápido.

Me gustó su cambio de actitud y aprobé con la cabeza.

—Y ahora será mejor que nos atemos a la cuerda. —Ladeé la cabeza y sonreí—. Frundis dice que no le dejo nunca tiempo libre para componer.

—A saber lo que compone después —comentó Aryes—. Seguro que introduce el ruido de una roca deslizándose por el precipicio y gritos aterrados…

—¡Aryes! —protesté, agrandando los ojos.

Aryes se echó a reír.

—Hace más de un mes la que estaba asustada por los rayos eras tú —apuntó.

No tuve más remedio que aceptar la réplica. Como decía, la ascensión fue horrible e interminable. Nos pasamos cinco horas enteras subiendo. En algunos trechos el sendero se ensanchaba o dejaba de subir tanto, permitiéndonos un momento de descanso. Aquella noche dormimos como lirones y sólo cuando despertamos, a media mañana, nos dimos cuenta de que nos hubieran podido atacar durante la noche. A pesar de nuestra inconsciencia, nos alegramos todos de haber recuperado algo de sueño.

Ahí no se acababan todas las desventuras. El macizo de los Extradios no llevaba bien puesto el nombre. No era un macizo, era un amasijo de montes empinados llenos de precipicios y peñascos rocosos y bosques tupidos que de cuando en cuando se paraban brutalmente y dejaban sitio a una vertiente poblada tan sólo de rocas, arbustos pequeños y hierba rala. El tiempo lluvioso del principio de nuestro viaje había desaparecido y ahora caminábamos bajo un sol ardiente que tan pronto como desaparecía tras las montañas se llevaba todo el calor. Las noches, en la montaña, eran frías. Soplaba continuamente el viento y a veces me preguntaba si no hubiera sido mejor idea rodear las montañas volviendo a bajar por el Aprendiz por la otra ribera.

El día en que empezamos a bajar de veras, hacia el Paso de Marp, fue quizá el peor. La bajada era muy empinada y Frundis se quejaba todo el tiempo de la manera con que lo trataba.

“Soy un luchador”, gemía, “no una cachava.”

Y se ponía a hablar entonces de los portadores que le habían hecho pasar por volcanes, desiertos rocosos y desiertos de arena… siempre con una musiquita de fondo que a veces no pegaba nada con su historia.

Bajaba apoyándome sin cesar en el bastón, y él me hacía bromas creando ilusiones de precipicios y serpientes enormes o cosas del estilo y se reía a carcajadas cada vez que me las tragaba. Me caí más de una vez, incluso más veces que Aryes, que ya es decir. Dolgy Vranc hacía rodar piedras a cada paso y por eso pasó a andar delante mientras Lénisu cerraba el paso. Drakvian no era tan hábil cuando pasábamos por pedregales y bajaba cuidadosamente, ladeada e inclinada hacia delante. Sus pelos verdes brillaban bajo los rayos del sol pero su piel seguía siendo tan pálida como siempre.

Habíamos bajado la mitad del pedregal cuando Deria pegó un chillido y me cogió del brazo.

—¡Au! —protesté.

—Nadros rojos —susurró.

Enseguida hubo revuelo.

—¿Dónde? —preguntó Dolgy Vranc, poniendo la mano en visera.

—En el bosque —contestó Lénisu—. Apenas se ve desde aquí. Si tuviese un pequeño catalejo…

—Hay varias cosas que se mueven por el bosque —comentó Drakvian, entornando los ojos.

—¿Por qué dices que son nadros rojos? —inquirí, girándome hacia la drayta.

Deria agrandó los ojos y se encogió de hombros.

—Tal vez no lo sean.

Lénisu giró la cabeza hacia la vertiente que estábamos bajando y agitó la cabeza. La vampira, adivinando quizá sus pensamientos, gruñó.

—Volver a subir esto no es una buena idea. Si me hubieseis escuchado, habríamos desembocado en el otro monte y habríamos evitado este pedregal.

Lénisu carraspeó.

—Quizá, pero ahora que estamos aquí, sólo nos queda la opción de bajar por ahí y rezar para que no nos esté esperando abajo un ejército de nadros rojos.

Dol resbaló y se oyó un estruendo de piedras cayendo acompañado de varios improperios. En el bosque, las siluetas que antes se agitaban se quedaron inmóviles.

—Esto no me gusta —murmuré.

—Ya qué importa —replicó la vampira.

Y continuamos bajando. Frundis, en aquel momento, me gastó una broma que pudo costarme la vida. De pronto, vi cómo el terreno se movía y oí un crujido tan terrible que parecía que el mundo se había roto en dos. Ya no sabía dónde posar los pies y me era imposible quedarme quieta aunque supiera que todo no era más que ilusión. Perdí el equilibrio.

Rodé hasta abajo, hincándome los guijarros y haciéndome arañazos por todas partes. En mi caída, sentí que mi jaipú sufría una convulsión que, junto al miedo, acabó por convencerme de que mi corazón no podría aguantar mucho más latiendo a esa velocidad. Entonces, me di cuenta de que me estaba transformando… Pff, como si eso pudiera ayudarme, pensé desesperada.

Todo fue muy rápido. Me transformé y sentí que las marcas de energía me protegían más de los golpes, como si tuviese una piel más dura. Seguí rodando por un corto trecho de hierba e iba a tratar de recuperar el equilibrio cuando de repente caí de una altura y acabé en medio de un arroyo.

Escupí agua y solté una maldición.

—¡Frundis! —grité con toda la fuerza de mis pulmones.

Oí de pronto unos ruidos de pasos y levanté la cabeza, horrorizada, al recordar las siluetas que habíamos divisado desde el pedregal. Apenas tuve el tiempo de divisar unos grandes ojos azules y una cola llena de escamas azules antes de que desaparecieran junto a otros bultos que huían a toda prisa.

—¡Eso, marchaos! —grité, haciéndome la valiente.

Y por si acaso miré hacia mi alrededor para cerciorarme de que lo que les había hecho huir era mi estruendosa llegada. Más segura, abrí los brazos y me contemplé. Estaba hundida. Y estaba llena de barro.

—¡Aquí está! —gritó de pronto la voz de Drakvian.

La vampira aterrizó a mi lado salpicando a su alrededor y me contempló con una ancha sonrisa.

—¡Menuda caída!

Le devolví la sonrisa.

—¿Repetimos?

Algo que se parecía a sorpresa brilló en los ojos de la vampira.

—Ahora entiendo por qué te metes en tantos líos —replicó. Me eché a reír—. Te advierto de que estás aún transformada. Será mejor que vuelvas a tu estado normal.

Agrandé los ojos y vi que efectivamente, debajo del barro que me cubría, mis brazos seguían teniendo las marcas.

—Drakvian —pronuncié—. Tú… sabes quién es Zaix, ¿verdad?

La vampira enarcó una ceja.

—Pues claro. Es el Demonio Encadenado.

—¿Y qué se supone que está haciendo conmigo? —pregunté con una vocecita.

La vampira me miró fijamente y al de un rato entornó los ojos.

—Los demonios sólo se interesan por los demás demonios —acabó por decir—. Al menos casi siempre.

—Pero… yo no soy ningún demonio —protesté.

Ella se encogió de hombros y apartó una mecha verde de su rostro.

—Ya estás volviendo a tu otra forma.

Apareció Aryes arriba del montículo y pronto aparecieron los demás. Confié en que Drakvian decía la verdad y que ya no me lucían ojos rojos en lugar de mis ojos verdes de toda la vida.

—No sé por qué —me susurró Drakvian— pero fíjate: cada vez que estás sola o que pierdes el control, te transformas. Es gracioso.

—Gracioso —repetí con tono gruñón.

—Casi tanto como bajar de un pedregal rodando —añadió la vampira, riendo, sarcástica.

Agité la cabeza, suspirando y levanté la cabeza al oír mi nombre. Lénisu llevaba a Frundis y recordé el mal rato que me había hecho pasar el bastón.

Cuando nos hubimos reunido todos, les dije que las criaturas que habíamos divisado antes se habían ido despavoridas al verme.

—Les dije que se marchasen, ¡y se han marchado! —conté alegremente.

—¿Qué pinta tenían? —preguntó Lénisu.

—Parecían nadros rojos, pero en azul.

Lénisu frunció el ceño y luego se echó a reír.

—¡Eran nadros del miedo! Sí. Seguramente. Se parecen mucho a los nadros rojos, pero son muy miedicas.

Hice una mueca al darme cuenta de que finalmente quizá no hubiese espantado más que a un grupo de cobardes. Cuando recuperé mi bastón, tuve una larga conversación con Frundis. Syu me apoyó diciéndole que no se había comportado como un gawalt digno de ese nombre. Finalmente, Frundis, después de una animada discusión, acabó por excusarse de su actitud indigna. Ignoraba cuánto tendría que esperar hasta que me gastara otra broma del estilo, pero en el fondo, Frundis era un buen compañero.

A partir de ahí, el camino fue muchísimo más tranquilo. Atravesamos el bosque y llegamos a la ruta del Paso, que estaba frecuentemente transitado por patrullas. La mayoría de esos guardias salían de la Pagoda Azul de Ató. Al principio, Lénisu nos hizo pasar por un camino distinto, rodeando la ruta.

—¿Por qué no tomamos el camino más simple? —preguntó Deria, al ver alejarse detrás de ella la ruta del Paso, despejada y llana.

—Porque no es el camino más simple —replicó Lénisu, sin más explicaciones.

Tras varias horas de atravesar colinas y hacer rodeos inútiles, empecé a dudar de si Lénisu nos llevaba hacia Ató, aunque dudar de eso no tenía ni pies ni cabeza porque llevábamos más de un mes buscando a Aleria y Akín, pero entonces, ¿por qué retrasarnos?

En un momento, me adelanté y me puse a caminar junto a Lénisu, haciendo caso omiso del coro religioso que estaba emitiendo Frundis.

—Lénisu —dije—, tengo una pregunta… ¿adónde nos llevas?

Lénisu se giró hacia mí, sorprendido.

—A Ató, ¿adónde quieres que os lleve?

—Pero entonces, ¿por qué vamos por un camino tan poco… práctico?

—Bueno, sé que puede parecerte increíble pero hay algún puesto de guardia por ahí en el que no me tienen en gran estima. Ya te dije que solía pasar mercancía de Hilos a Ató. Yo solía explorar la zona. La guardia me pilló algunas veces, pero jamás pudo probar nada —dijo, sonriendo—. Desgraciadamente, por lo menos uno de esos jefes sigue estando ahí… lo comprobé cuando fui a Ató en tu busca. Me reconocería de inmediato, te lo aseguro. Registra todos los rostros de los arrestados en su memoria, da asco.

—Vaya —dije.

—Además, nuestro grupo atrae demasiado la atención. Un semi-orco, una vampira, una drayta… es demasiado para que no nos pregunten de dónde venimos y por qué nos dirigimos a Ató.

Suspiré y asentí.

—De acuerdo, me has convencido. ¿Qué tal va tu herida?

—Mejor. Aryes y tú habéis hecho un buen trabajo.

Negué con la cabeza.

—Aleria lo habría hecho mucho mejor, es una experta en energía esenciática.

Lénisu sonrió al notar mi cambio de tono.

—Pronto llegaremos a Ató y podrás volver a ver a tus amigos, Shaedra.

Le devolví una sonrisa radiante.

Seguimos andando por bosques y montes, evitando la ruta. El tiempo, de pronto, se estropeó, el sol desapareció detrás de las nubes oscuras, y empezó a llover y a granizar. En Ató, el invierno ya había empezado y el aire era frío, los árboles habían perdido casi todas sus hojas y era necesario envolverse con la capa para cortar el viento helador que venía de las Montañas Nevadas pasando por el océano Dólico.

Pasamos del otro lado del Trueno y al de tres días, vimos los primeros ganados y cultivos que cercaban la ciudad de Ató. Las casas seguían ahí, intactas, y apenas habían cambiado las cosas. Una granja quemada se estaba reconstruyendo en nuestro lado del río, y se había agrandado el almacén de comida. Pero aparte de esos detalles, todo estaba igual que hacía siete meses.

Aryes y yo soñábamos con ese día desde hacía tiempo e intercambiamos una sonrisa eufórica. Cruzamos el puente sin escuchar la voz apremiante de Lénisu y corrimos calle arriba, por el Corredor. Deria nos seguía de cerca, y los tres reíamos, felices.

“¿Este es tu hogar?”, preguntó Syu.

Sonreí.

“Sí. ¿Te gusta?”

Syu contempló la pequeña ciudad y asintió.

“Al menos hay árboles y casas. Y no huele tan mal como en Ombay o Acaraus.”

“¡Te voy a presentar a mi padre!”, le dije, animada.

“Tengo curiosidad por saber quién es”, dijo Frundis, bostezando.

Corrí hacia el Ciervo alado y abrí la puerta. Entré. El interior estaba lleno de gente que se había cobijado ahí, huyendo del frío de afuera. Aryes había ido a su casa y Deria se había quedado viendo el escaparate de la zapatería mientras Lénisu y Dolgy Vranc subían la calle con tranquilidad.

Cerré la puerta y cuando volví a girarme, me encontré con dos ojos castaños que me contemplaban como en un sueño.

—¿Shaedra? —farfulló Kirlens.

Sonreí.

—¡Shaedra! —bramó. En medio de un silencio atónito, el posadero salió de detrás del mostrador y se abalanzó sobre mí. Me aplastó abrazándome con sus dos manos fuertes y levantándome en vilo mientras reíamos. Tiré a Frundis al suelo para corresponder al abrazo y dejé de oír la música romántica e irónica del bastón.

—Kirlens, te he echado muchísimo de menos —sollocé.

En ese momento se abrió la puerta y Lénisu entró.

—¿Cómo te va todo, Kirlens? —le dijo, dándole una palmadita sobre el hombro.

El rostro de Kirlens se ensombreció al verlo, pero al menos no le pidió que se fuera. La gente de la taberna, después de un breve mutismo, se puso a comentar el hecho en voz alta y ya al músico contratado apenas se le oía en medio del barullo.

—Llamaré a Satme. Y luego me cuentas todo, Shaedra.

Recogí a Frundis y Kirlens nos hizo entrar en la cocina, donde Wigy casi se desmayó y me abrazó llorando de tal manera que parecía casi una broma. Entonces, oyendo sin duda el alboroto, apareció Taroshi en la cocina y, gritando mi nombre, se me abrazó con fuerza antes de que pudiera apartarme. Me sonreí, agradablemente sorprendida al ver que Taroshi por fin se comportaba como un niño normal.

Nos sentamos los cinco en la cocina y Kirlens nos sirvió sopa de ajo con hortalizas y tarta de frambuesas y aunque aún faltasen dos horas para la hora de la cena, Lénisu y yo comimos con voracidad, porque hacía tres días que nos contentábamos con comer raíces y poca cosa más.

—Estás horrible, Shaedra —sollozaba Wigy, mirándome fijamente.

—Wigy, déjales comer tranquilos —le cortó entonces Kirlens—. Ve a ayudar a Satme, ya me ocupo yo de la cocina.

Wigy protestó pero acabó por salir, llevándose a Taroshi a la fuerza y dejando un silencio relativo detrás de ella.

—¿Y el mono? —preguntó Kirlens.

—Es un gawalt —contesté, entre cucharada y cucharada—. Se llama Syu, es amigo mío.

Syu enseñó sus dientes y asintió con la cabeza firmemente. Kirlens agrandó los ojos.

—Parece inteligente.

Expulsé la sopa que aún no había tragado, sofocando de risa. Lénisu soltó una carcajada.

—Te aseguro, Kirlens, que Syu es más que un simple mono.

Kirlens se sentó a la mesa y nos observó alternadamente.

—¿Y bien? ¿Cuál es la historia? ¡Por todos los dioses!, te creía muerta, Shaedra. Aquel día…

Agitó la cabeza y yo hablé antes de que prosiguiera:

—Es una historia bastante larga. Pero te la resumiré. Pasamos por un monolito, siguiendo los pasos de Aleria. Aparecimos en el valle de Éwensin, y nos encontramos con Stalius, un legendario renegado que le protegía a Aleria. Caminamos hacia el oeste, nos enfrentamos a un dragón de tierra en Tauruith-jur, luego atravesamos otro monolito cerca de Tenap y yo aparecí en la academia de Dathrun. Mis hermanos estaban ahí. Me quedé ahí varios meses y luego me volví a encontrar con Lénisu y todos, excepto Aleria y Akín. Salimos de Dathrun en su busca, pero hace unos días solamente que sabemos que están en Ató sanos y salvos.

Kirlens parpadeó varios segundos y se recostó contra el respaldo de su silla, aturdido.

—Creo que será mejor hablar de esto más tarde —apuntó Lénisu—. Con más reposo. Llevamos semanas andando sin descansar prácticamente… ¿sigues teniendo libre el cuarto que me diste la última vez?

Kirlens levantó la cabeza y asintió.

—Sí. Sí —repitió—, será mejor que descanséis un poco.

—Yo tengo que ir a ver a Aleria y Akín —declaré, levantándome—. No puedo esperar más.

—Buen reencuentro —me deseó Lénisu—. Yo los veré mañana, ahora creo que voy a subir y dormir algo.

El “dormir algo” significaba que iba a dormir unas doce horas aproximadamente. Sonriendo, salí de la cocina y diez minutos después estaba corriendo por los tejados, dirigiéndome a casa de Aleria.