Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego

12 Caminos

Fue exactamente la noche en que vi a Daelgar por última vez cuando empecé a soñar con cosas extrañas. La primera noche, soñé con que saltaba de un acantilado y me hundía en un mar de lava acompañada por todo un ejército de monstruos alados y horribles. Me desperté en mitad de la noche con la sensación de tener una piel que hervía literalmente. La sensación tardó tanto en irse que pese a mi conciencia medio dormida entendí que no había sido un simple sueño lo que acababa de vivir. Tenía la sensación de que en mi cuerpo estaban ocurriendo cosas muy extrañas… Me dije que eso era absurdo, y durante el día siguiente, me olvidé completamente de lo que había soñado.

Las demás noches, seguí soñando con cosas extrañas, sintiendo que estaba naciendo algo en mi cuerpo que se propagaba por todas partes, como una nueva energía. La segunda noche, cuando desperté, me quedé más de una hora temblando, traspasada por un frío mortal, y ya no pude dormir más hasta que empezó a clarear.

¿Sueño o verdad?, me repetí por centésima vez mientras empezaban a cantar los pájaros. Lo que me estaba ocurriendo no era normal… si hubiese sido alguna perturbación energética, a Laygra y a Deria les habría pasado lo mismo, y en aquel momento ambas estaban durmiendo apaciblemente. ¿Sueño o verdad?, me dije, plegando los dedos entumecidos por el frío. Hacía calor en el cuarto, y tenía frío. ¿Era eso normal? Podía estar cayendo enferma. No habría sido la primera vez. Una gripe siempre te daba la sensación de estar ardiendo y luego te estremecías de frío…

Sin embargo, no sentía los síntomas típicos de una gripe. Definitivamente no iba a caer enferma, decidí, aliviada. Pero… ¿qué era mejor, tener una gripe o tener algo que no sabía qué era?

Pero, aunque no sabía qué me estaba ocurriendo, sabía de dónde venía el problema. Del laboratorio de Seyrum. De paso, maldije cien veces el presunto zumo míldico que me había bebido y maldije a Seyrum por no tener antídoto preparado y a las gemelas por haberme engañado… pero de nada servía maldecir: lo hecho, hecho estaba.

Al principio, había intentado esconder mi preocupación a Syu, pero el mono no era tonto, y cuando descubrió lo que me ocurría me propuso ir a dormir afuera.

“Dormir enterrado bajo maderas y piedras no es óptimo”, razonó con seriedad. “Seguro que estás mejor afuera, como un buen gawalt.”

Rechacé sin embargo su propuesta y a la noche siguiente, cuando les hube dado las buenas noches a todos, me acerqué a mi cama temblando sin remedio. Me acosté y pensé que Syu quizá tuviera razón. Debería haber aceptado, me dije, atormentada por lo que me esperaba en mis sueños…

Al día siguiente, se suponía que Márevor Helith estaría de vuelta. ¿Y si moría por la poción aquella misma noche? Entonces nunca sabría si Márevor Helith cumpliría su palabra. Y el Amuleto de la Muerte no serviría de nada. ¡Y había tantas cosas que quería hacer y saber antes de morir…! Sin embargo, estaba tan cansada que pese al temor que me atenazaba, me dormí.

Me desperté casi de inmediato, o eso me pareció. Luego, creí un breve instante que el sol ya se había levantado porque el cuarto estaba iluminado… pero la luz era diferente. Y desaparecía rápidamente. Paseé la mirada por el cuarto, en busca de la fuente de luz. Bajé la mirada hacia mí y me quedé boquiabierta. Mis brazos relucían aún tenuemente. Unos segundos después, todo había vuelto a la normalidad. Pero todo no había acabado. Al de unos minutos, sentí otra vez la misma sensación que hacía unas semanas: confusión, inestabilidad y dolor. Y la sensación de que mi jaipú se estaba consumiendo casi hasta morir.

La última vez había sentido un dolor insoportable. Esta vez fue parecido, pero encima, las marcas negras aparecieron casi enseguida sobre mis brazos. Me sentí cambiar. Pese a mi mente confusa, me tapé la boca para no gritar: sabía que sólo empeoraría las cosas si Laygra y Deria se despertaban y veían lo que me pasaba. Sin pensármelo dos veces, abrí la ventana y salté. Aterricé curiosamente bien. Y me puse a correr incluso más rápido de lo que corría normalmente. Volví a sentir un relámpago en mi cabeza, y entonces perdí totalmente conciencia de lo que hice a continuación.

* * *

Márevor Helith tardó cuatro días más de lo previsto en aparecer, de modo que ni Murri ni Laygra se atrevieron a inscribirse en el primer examen de admisión, por si el nakrús no volvía a tiempo para pagarles la inscripción. En esos cuatro días, Lénisu empezó a quedarse más tiempo en casa, con lo que deduje que por el momento había acabado sus negocios. ¡Ya le valía! No había parado de ausentarse misteriosa y secretamente durante el último mes.

El día en que llegó Márevor Helith, Deria casi había acabado de recopiar el primer capítulo del manual de transformación y Aryes y yo estábamos muy orgullosos de sus avances. Conseguía leer más o menos sin equivocarse, aunque a veces se le escapaban unos lapsus cuando no se acordaba de cómo se pronunciaba tal o tal letra, pero por lo general, el resultado era bastante bueno considerando que hacía tan sólo unas semanas no sabía reconocer ni una letra del alfabeto. A Deria se le iluminaba la cara cada vez que le decíamos que aprendía muy rápido y redoblaba esfuerzos por aprender. Una vez, Laygra hizo un comentario sobre la poca cultura que existía en el Cinto del Fuego, diciendo que los jefes medianos de las minas nunca se habían molestado en culturizar a sus súbditos. Y Deria le contestó con tan mal genio que se enfadaron y no se hablaron durante varios días hasta que Aryes y yo les dijimos claramente que estábamos hartos de verlas lanzarse miradas asesinas cada vez que alguna de ellas abría la boca. Pero no dejé de pensar que la bocazas, en esa ocasión, había sido Laygra.

Pues bien, cuando llamó Iharath a la puerta para anunciarnos que el maestro Helith había llegado, estábamos sentados Aryes, Deria y yo a la mesa. Dol estaba sentado en una silla, junto a la ventana, y con sus manos de piel gruesa y verdosa, manipulaba unos trozos de ramas que había ido a buscar el día anterior al bosque más cercano. Tenía los ojos cerrados y expresión concentrada. Hacía más de veinte minutos que estaba así, y empezaba a pensar que se le había ocurrido imitar las costumbres de Srakhi.

Mientras que Aryes y yo íbamos fabricando brazaletes cambia-colores, Deria nos leía el párrafo que acababa de copiar.

—Hay que… tener… cuidado —leyó con lentitud— con la energía…

—Has escrito «la emengía» —le corregí, echando un vistazo hacia el cuaderno mientras posaba mi brazalete acabado sobre la mesa.

Deria frunció el ceño y se acercó a su cuaderno como si pudiese ver mejor así. Sin una palabra, cogió su pluma y, con la punta de la lengua sacada en signo de concentración, volvió a escribir la palabra «energía» diez veces.

Cogí otros hilos blancos y me puse a fabricar otro brazalete, imprimiendo en cada vuelta del hilo un sortilegio armónico de color. Era una tarea sencilla que no ocupaba mucho la mente y que era rentable: sólo pedía un poco de hilo y esos brazaletes se vendían a cinco décimos cada uno.

—Con la energía excedente —continuó Deria más decidida— después de… soltar el… sor-tile-gio —carraspeó— el sortilegio de transformación pues no sólo rompe el… equi… el equilibrio de las… energías —dijo, y aquí hizo una pausa para corregir otra vez la palabra con aire aplicado— de las energías exteriores… —continuó— sino que también puede tener malas… re-per-cusiones en la energía interna del celmista. Ah, ahí había escrito bien la palabra —soltó.

Alguien llamó a la puerta y nos sobresaltamos. No esperábamos a nadie. Lénisu, Murri y Laygra estaban en la ciudad. Srakhi también. ¿Quién podría ser?

—Soy Iharath —dijo la voz, detrás de la puerta.

—¡Ya voy! —dijo Aryes.

Dejó su brazalete casi acabado en la mesa y fue a abrir. Hacía varios días que no habíamos visto a Iharath y lo acogimos alegremente.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? —pregunté, con un aire de reproche.

El semi-elfo pelirrojo sonrió, divertido por nuestra acogida.

—¿De veras me habéis echado de menos? —preguntó.

—¡Sí! —contestamos los tres al mismo tiempo.

Iharath se giró hacia el semi-orco, que seguía con los ojos cerrados, aparentemente indiferente a lo que ocurría a su alrededor.

—Está haciendo experimentos —explicó Deria, mirando el semi-orco con aire burlón—. Lleva así más de media hora.

—¿Y no le molesta el ruido? —preguntó, observando, curioso, lo que llevaba Dol entre las manos—. ¿Palos? ¿Hace experimentos con palos?

—No son palos cualquiera —dije—. Tienen que tener una forma específica. Ayer se pasó horas en el bosque buscando las ramas hasta encontrar las que necesitaba.

Iharath agrandó los ojos pero no comentó nada.

—¿Qué tal va la futura celmista? —le preguntó a Deria, tendiendo una mano para despeinarla cariñosamente.

—¡Me faltan dos párrafos para acabar el capítulo! —declaró la drayta, muy contenta.

—Y aprende rápido —añadió Aryes. Asentí para apoyar lo que decía, mientras seguía fabricando mi brazalete.

—Murri y Laygra están en la ciudad —dije—. No sé dónde andarán. ¿Quieres tomar algo?

Iharath puso cara pensativa y al final asintió.

—Tranquilos, no os mováis —dijo, al ver que Aryes y yo nos levantábamos—. Voy a poner agua a hervir. ¿Queréis infusión vosotros también?

Asentimos y nos volvimos a sentar. Al de unos minutos estábamos los cuatro sentados alrededor de la mesa y Deria le leía a Iharath el penúltimo párrafo del capítulo. El semi-elfo se interesó por los brazaletes cambia-colores y preguntó cómo se hacían, así que intenté explicarle el mecanismo, y luego le regalé uno de los brazaletes.

—Murri y Laygra también llevan unos —le dije.

—Así, cuanta más gente ve esos brazaletes, más ganas tendrán de tener unos también —explicó Aryes.

—Es cuestión de lanzar la moda —asentí.

Iharath nos miró a ambos y se rió.

—Desde luego, tenéis espíritu comerciante.

Oí una risa mental y me giré hacia el mono que acababa de entrar por la ventana abierta.

“Los gawalts no necesitamos comerciar”, dijo.

“Bah, eso lo dices tú”, repliqué, con tono burlón. “¿Qué harías si te ofreciese un plátano a cambio de que tú fueras a dar un chapuzón en el mar?”

Syu me miró como si me hubiese visto por primera vez.

“Los gawalts odian cuando hay demasiada agua”, dijo. “Y ya saben encontrarse fruta cuando quieren. Además, no sólo viven de plátanos, qué ideas.”

Sonreí, levantando los ojos al cielo. Iharath posó su taza vacía en la mesa y se cruzó los bazos detrás de la cabeza.

—Por cierto, se me ha olvidado deciros algo: el maestro Helith ha vuelto.

Hubo unos segundos de silencio y entonces posé brutalmente la taza en la mesa.

—¡Por fin! —exclamé, contentísima, levantándome de un bote—. ¡Hay que decírselo a Lénisu!

—Tranquila —me dijo Iharath, sonriendo—. Va a venir aquí, hacia las diez.

—¿Quién? —pregunté, algo perdida.

—El maestro Helith.

Aryes, Deria y yo intercambiamos unas miradas atónitas.

—¿El maestro Helith va a venir aquí? —articuló Deria, lentamente, palideciendo.

—Ahá —contestó tranquilamente Iharath—. Me ha dicho que no os preocupéis y que no le preparéis ninguna comida —añadió, con una media sonrisa—. Al parecer, una vez le invitaron a un delicioso banquete y él no se atrevió a decir a sus anfitriones que sus deliciosos platos le sabían lo mismo que si estuviese comiendo tierra.

—No cometeremos ese error —aseguró de pronto Dolgy Vranc, abriendo los ojos—. ¿Cuándo viene, has dicho?

—A las diez. Espero que a esa hora estén todos de vuelta…

—Iré a buscarlos —dije, terminándome la infusión de un trago—. Laygra tiene que estar con Rowsin y Azmeth… quizá estén en el mercado.

—Te acompaño —dijo Aryes.

—Yo iré a buscar a Murri —dijo Iharath.

—Voy con vosotros —dijo Deria—. Pero esperad, tengo que guardar esto.

Se refería al cuaderno: parecía temer que el maestro Helith sospechara que estaba aprendiendo a leer y escribir. No conocía mucho a Márevor Helith, pero ahora estaba prácticamente segura de que no le parecería escandaloso mandarla a la academia: Deria era una verdadera esponja, aprendía muy rápido y no se olvidaba de nada. Acabaría siendo una alumna excelente, vaticiné.

Salimos los cuatro de la casa, mientras Dolgy Vranc nos aseguraba que iba a preparar la casa para recibir al maestro Helith como era debido.

Hacía un día caluroso. Era el primer Garra del mes de Espina y hacía tres días ya que había empezado el otoño. Los árboles comenzaban a perder sus hojas cada vez más rápido y soplaba un viento con olor a sal y a cambio.

—¿Tienes una idea de dónde puede estar Murri? —le preguntó Deria a Iharath.

—Tengo varios lugares en mente en los que podría estar —asintió Iharath.

—Nosotros empezaremos por el mercado —sugerí.

Nos separamos al llegar a la avenida principal. Iharath siguió subiendo la avenida mientras nosotros torcíamos hacia la calle del mercado. Estaba lleno de gente y nos pasamos más de media hora buscando a mi hermana, pero finalmente, la encontramos, en la avenida principal. Estaba saliendo del Áberlan con Rowsin, Azmeth, y unos cuantos alumnos de su clase que habían vuelto para los exámenes de admisión.

Me detuve, al divisarlos, y me mordí el labio, pensativa. ¿Qué podía decirle a Laygra para que entendiese lo que ocurría sin decir nada extraño delante de sus amigos?

—¡Shaedra! —exclamó de pronto una voz—. ¡Laygra, ahí está tu hermana!

Era Rowsin, la sibilia. No tuvimos más remedio que avanzarnos hacia el grupo. Se desencadenó la habitual retahíla de presentaciones. Entre el grupo, había otro humano a parte de Azmeth y tres sibilios, todos de unos quince o dieciséis años. Antes de llegar a Dathrun, siempre me había parecido que los sibilios tenían un comportamiento extraño. Solían ser callados e indiferentes. Sin embargo, ahora conocía a dos personas que eran todo lo contrario. Es decir, el profesor Zeerath, y Rowsin.

Rowsin era una persona hiperactiva. Saltaba de aquí para allá, sonriendo a todo el mundo y tonteando con su novio con toda la soltura del mundo, diciendo unas bobadas terribles, tanto que me preguntaba cómo la soportaba Laygra durante varias horas seguidas. A pesar de todo, era simpática, y a veces daba la sensación de que al mirarte sus ojos veían más allá de las apariencias. Por eso dudaba de que hubiera ninguna excusa capaz de hacer que Laygra viniese con nosotros sin que ella sospechara algo.

—Creía que estabais en casa —dijo Laygra, mientras subíamos la avenida principal.

—Sí, hemos salido a tomar aire —contesté con naturalidad—. Iharath pasó por casa. —La miré con aire elocuente.

—¡Ah! —dijo Laygra, abriendo mucho los ojos—. ¿Va a volver? —preguntó. Se refería a Márevor Helith, por supuesto.

—Dijo que vendría a cenar a las diez —asentí—. Iharath se ha ido en busca de Murri.

—Perfecto. Sólo cabe esperar que Lénisu no tenga demasiadas cosas que hacer —añadió mi hermana en voz baja.

Al de una hora, nos separamos del grupo y volvimos a casa. Laygra me hizo entender que volvería pronto y se alejó otra vez con Rowsin, Azmeth y los demás.

Deria observó el grupo alejarse y comentó:

—Es curioso. Todo esto cambia mucho de Tauruith-jur. Ahí todos eran medianos. Aquí, en Dathrun, hay barrios y tabernas específicas para cada comunidad, pero luego, en la academia, todos están mezclados.

—Todos los que van a la academia son hijos de buena familia. —Me encogí de hombros—. Las barreras entre razas y culturas se reducen a nada cuando hay dinero de por medio.

—Me extrañaría que las reduzca a la nada —comentó Aryes, retomando mi metáfora—. La gente no suele ser muy abierta, y los de la alta sociedad son los peores. Mira los Ashar de Aefna, busca en su guardia a alguien que no sea un elfo oscuro o un caito y te aseguro que no lo encontrarás. Mi padre dice que en las Pagodas de Ajensoldra, un elfo oscuro se gradúa más fácilmente que un alumno que no lo sea, aquí debe de ser parecido.

—Bueno, según Murri, en Dathrun, la alta sociedad se divide en distritos y está compuesta de todo tipo de saijits. —Fruncí el ceño para tratar de recordar lo que me había dicho mi hermano sobre el funcionamiento de las Comunidades de Éshingra—. En cualquier caso, siempre se intenta complicar la vida de la gente. Mira, a mí me obligaban a leerme libros de Historia tanto en Ató como aquí —suspiré—. ¿A quién se le ocurrió inventar la palabra «obligar»?

Aryes y Deria se echaron a reír al oír mi pregunta. Ambos sabían que la Historia siempre había sido uno de mis puntos más sensibles.

—Arrasemos con las bibliotecas —aprobó Aryes, tomando un tono de asaltador de caminos—, es verdad que a nadie se le debería obligar a nada —retomó, más tranquilo—. Pero la Historia —añadió, con una mueca— es un verdadero tesoro. No sirve para salvarte de un lich pero cuenta historias interesantes.

Al oír la palabra «lich», me puse pensativa.

—¿Creéis que Márevor Helith habrá encontrado una solución para que al fin pueda olvidarme de lo que significa la palabra «lich»? —pregunté con esperanza.

Hubo un silencio mientras nos cruzábamos con un mozo del correo que corría, cargando con un enorme saco lleno de cartas.

—Si no resuelve las cosas —contestó Deria— entonces te juro que nunca volveré a dirigirle la palabra.

Puse los ojos en blanco. Aun cuando sabía que Márevor Helith no tenía ninguna obligación de ayudarme, agradecí la muestra de lealtad de mi joven amiga.

—Creo que no será necesario —le dije, sin embargo. Pues por nada del mundo quería que renunciase a la oportunidad de estudiar en la academia por problemas que me atañían sólo a mí.

* * *

Doblaron las diez. Sentados alrededor de la mesa, nos removíamos todos, inquietos. Lénisu había vuelto hacía apenas una hora, y al saber que pronto vendría Márevor Helith se había contentado con asentir con la cabeza. Parecía tener otros problemas en mente que el de la visita de un nakrús a su casa. Sin embargo, se sentó a la mesa como todos nosotros. Comimos animadamente, hablando de todo menos de Márevor Helith. Cuando acabamos de cenar, nos sorprendimos al ver que Iharath se levantaba, diciéndonos que tenía que marcharse. Como acostumbraba, no nos dijo por qué había decidido marcharse repentinamente. Protestamos un poco, pero al final le dimos las buenas noches y se despidió de nosotros.

La conversación se hizo más esporádica después de esto. Dolgy Vranc había retomado sus palos de madera, y Murri decidió enseñarnos un nuevo juego de cartas. Murri era una mina en cuestión de naipes, por eso seguramente Deria lo consideraba casi como a un ídolo. No sé por qué, aquella noche mis cartas eran realmente malas y perdí todas las partidas, menos una, que gané engañándoles, convenciéndoles de que tenía un juego muy bueno. Cuando enseñé mi juego de cartas, me reí al ver sus caras descompuestas.

Estábamos en plena partida cuando dieron las diez, y noté un breve instante de inmovilidad general. Me giré hacia Lénisu y lo vi junto a la ventana, con la mirada perdida en la oscuridad de la noche. Se oían las campanas a lo lejos como un sonido de cristal y dejé mis cartas ridículamente malas sobre la mesa.

La última campana acabó de resonar por la bahía y empezó un largo silencio que se alargó hasta que de pronto… se oyó un chirrido. Me giré en el momento en que se abría la puerta y dejaba ver la playa y el mar iluminados por la pálida luz de la Luna.

Fruncí el ceño. No hacía viento. ¿Cómo se habría podido abrir la puerta sola? Tenía necesariamente que ser Márevor Helith, pero ¿por qué no se mostraba? Syu se removió inquieto, y se acercó a mí, como si pudiera yo protegerlo de lo que no se podía ver. Estaba buscando alguna señal de ilusión armónica, sin encontrar rastro de armonía, cuando de pronto apareció.

Llevaba una capa roja con dibujos de conejos, libélulas, gacelas y estrellas pero, aparte del cambio de atuendo, seguía siendo el mismo.

—Buenos días, amigos míos —dijo el maestro Helith, realizando con un amplio gesto de la mano una suerte de reverencia. Y sin que hubiera tocado nada, la puerta se cerró suavemente.

—Bienvenido a nuestra humilde morada —dijo Dolgy Vranc, divertido, al repetir una de las frases más conocidas de los cuentos de hada.

El nakrús echó un vistazo a la casa vieja que habitábamos y asintió para sí. Luego, juntó sus dos manos y declaró:

—Seré breve. He hablado con los Hullinrots y están de acuerdo para intentar la experiencia. Cuando los dejé, aún no estaban muy convencidos, pero yo creo que con el tiempo se darán cuenta de que es la mejor manera de deshacerse de Jaixel. De modo que ahora lo tengo todo en marcha. Mañana, atravesaréis el monolito que os llevará al portal funesto de Kaendra, no puedo llevaros directamente a Neermat ni dentro de los Subterráneos: no puedo permitirme tantas licencias y no quiero atraerme más enemigos de los que tengo. Os dejaré un mapa con la ruta que tendréis que seguir. Dumblor está a unos cinco días, yendo a pie. Ahí os esperará un grupo de Hullinrots. Son expertos en lo que se refiere a las mentes. Si ellos no consiguen quitarle la filacteria a la muchacha, nadie podrá hacerlo.

Me quedé mirándolo, aturdida. Y al de unos segundos, al entender sus palabras, sentí como un vacío enorme. Tenía la impresión de haberme tragado un manojo de ortigas.

—Genial —dijo Lénisu, cuando el silencio empezaba a ser realmente pesado. Su tono irónico no parecía mostrar mucho entusiasmo—. Amigo, ¿estás diciéndome que voy a acompañar a mi sobrina en los Subterráneos para que descuarticen su mente unos nigromantes con el noble objetivo de aniquilar a un lich?

Márevor Helith sonrió.

—Lo sabía. No te gusta mi plan.

—Se me ocurren muchas razones para que no me guste tu plan —replicó Lénisu—. Confieso que no tengo ni idea de liches, pero sé reconocer cuándo me están tendiendo una trampa.

—Muy bien. ¿Entonces rechazas la honrada propuesta de los Hullinrots?

—Obviamente —susurró.

El maestro Helith clavó sobre mí sus ojos azules.

—¿Y tú, Shaedra?

Sentí que todos se giraban hacia mí y por un momento fui incapaz de respirar. El maestro Helith se sentó en una silla vacía con movimientos desenfadados:

—Piensa que los Hullinrots, normalmente, no quieren que mueras, sino que les des la filacteria. Eso es una ventaja.

Esperé un momento, sin saber qué contestar, convencida de que Lénisu iba a impedirme contestar, que iba a ahorrarme una respuesta… pero no dijo nada. Me removí, inquieta.

—Y… ¿tu objetivo es matar a Jaixel, ahora? —dijo Dolgy Vranc, con un ligero tono interrogante.

El nakrús miró de reojo al semi-orco y ladeó la cabeza hasta que sus huesos emitieran un crujido.

—Mi actual objetivo —contestó tranquilamente— es conseguir devolver a mi pequeño Ribok sus recuerdos.

—Fue él mismo quien me dio los recuerdos de su niñez, ¿verdad? —solté con la voz un poco aguda.

—Actuó tal vez por cobardía —asintió el maestro Helith—. Es una lástima que haya acabado así, era un buen chico.

Un buen chico que ahora se había convertido en un lich psicópata asesino de esqueletos, pensé con una mueca. No era que les tuviera mucho aprecio a los esqueletos, aunque estaba claro que ninguna persona cuerda se habría pasado varios siglos matando esqueletos allá donde iba. Pero el caso era que Jaixel estaba en los Subterráneos, y yo en la Superficie. ¿Qué peligro corría? Y bueno, quizá los Hullinrots no tuviesen tantas prisas por recuperar una filacteria de Jaixel. Después de todo, tenían al verdadero Jaixel mucho más cerca que a mí. Aunque, quién sabía, podía ser que el maestro Helith fuese un gran aficionado a las mentiras y que los Hullinrots no existiesen. ¡Todo era tan inimaginable!

—¿Y el amuleto? —preguntó Aryes—. Dijiste que lo arreglarías.

El nakrús mostró unos dientes brillantes, metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó el amuleto. Fruncí el ceño al ver que la hoja de acebo tenía ahora un color purpurino.

—Aquí está el shuamir. Te servirá para proteger tu mente de todo tipo de sortilegios bréjicos.

Lo hizo deslizar sobre la mesa, hasta mí. A pesar del cambio de color, reconocí el amuleto que llevaba desde los ocho años. La cadena, en cristal azboïrio, seguía igual. Y la hoja de acebo era incluso más hermosa con su nuevo color. Extendí la mano y toqué la hoja. Sentí un curioso hormigueo en la yema de los dedos y reconocí una de las energías que fluían en la mágara: energía bréjica. Cómo no, para impedir la intrusión de sortilegios de la mente, era necesario utilizar la misma energía.

Cogí el amuleto y lo examiné. Sin tener la experiencia de Dolgy Vranc, supe reconocer sin embargo el primer trazo del sortilegio que envolvía la mágara. Más allá, todo era inextricable y demasiado complicado para que pudiese entenderlo. Según Márevor Helith, se suponía que los efectos mortales del collar habían sido anulados. Así que normalmente, si me lo volvía a poner, no sufriría daño alguno. Sin embargo, este último mes había pensado tantas veces en que me hubiera podido morir, que ahora no me sentía capaz de cometer algo que consideraba una locura.

Por eso, negué con la cabeza.

—No puedo ponérmelo. ¿Y si me mata? ¿Y si no me reconoce?

El maestro Helith puso cara meditabunda.

—No te preocupes, piensa que no te pasó nada la última vez. No creo que la mágara pueda provocar la muerte después de que haya sido trabajada por cuarta vez.

Consideré sus palabras y luego volví a negar con la cabeza.

—Me lo pondré si realmente veo que lo necesito —prometí—. Gracias por… recomponerlo.

Márevor Helith se encogió de hombros.

—No ha sido muy difícil.

—Una pregunta —dije entonces, mordiéndome el labio por lo que iba a decir—. Tengo curiosidad… ¿qué pasaría con la filacteria de Jaixel que tengo en mi mente… si muero?

Observé cómo el nakrús reaccionaba a mi pregunta. Echó un rápido vistazo al collar y luego me miró a mí con fijeza.

—Se dispersaría —contestó—. Los recuerdos de Ribok acabarían desparramados. Un lich tiene una poderosa energía mórtica. Cuando se canaliza y se encierra bien, permanece intacta. Pero cuando se libera, pierde su identidad y se mezcla a las energías que la rodean. —Hizo una pausa y sonrió—. Pero tú no vas a morir por el momento, ¿eh? —Su sonrisa se torció y añadió—: Cambiando de tema, fui al lugar donde desaparecieron tus amigos e intenté rastrear la huella que había dejado el monolito. Era prácticamente imposible encontrarla, pero la encontré. Iba para el noroeste. Quizá aparecieron en las llanuras de Drenau, o en las montañas, o en Acaraus. No creo que hayan ido mucho más lejos. Me llevó varios meses fabricar un monolito como aquél. Estaba muy estilizado. Y era potente, pero no podría haberlos llevado a más de… doscientos kilómetros —dijo, levantando el dedo índice—. Aproximadamente.

Durante unos segundos, lo miré, aturdida, pero enseguida solté una gran carcajada y me levanté de un bote. Ya tenía una pista para encontrar a Aleria y Akín. Era todo lo que me había faltado para ponerme en marcha.

—¡Estupendo! —solté, el corazón lleno de alegría—. Mañana iremos hasta el portal funesto de Kaendra, eso nos acercará. Iremos en busca de Aleria y Akín, regresaremos a Ató y luego… luego ya se verá.

Márevor Helith enarcó una ceja mientras los demás permanecían en silencio. Hasta Aryes parecía escéptico en cuanto a mi plan.

—Querida —intervino Lénisu, juntando las manos y sentándose en la silla vacía que había junto a mí. Me miró con sus ojos violetas llenos de astucia e hizo una mueca—. Me temo que no has entendido bien lo que ha dicho ese señor —dijo, señalando al maestro Helith con sus dos manos—. Si te teletransportas hasta el portal funesto de Kaendra, implícitamente aceptas la reunión con los Hullinrots y tu próxima trepanación. Si es lo que quieres, adelante, no te lo impediré, pero piensa que yo no voy a acompañarte.

Lo observé, pestañeando, y suspiré.

—Debe de haber otro modo para quitarme la filacteria —concedí.

Noté un asentimiento por parte de Lénisu, Aryes y Laygra. Deria y Murri no parecían estar tan seguros de que visitar a los Hullinrots fuese una mala idea. Dolgy Vranc tenía una expresión impenetrable y me pregunté por enésima vez si algún día conseguiría descifrar todas las expresiones de un semi-orco.

—Bueno, decidme de una vez si vais a hablar con los Hullinrots o no, para que les avise —dijo el maestro Helith, con un tono impaciente.

Lénisu enarcó una ceja, se levantó y dio unos pasos hacia la ventana, pensativo.

—Señor Helith. ¿Debo entender que aún no les has dicho nada definitivo?

Observé el curioso fenómeno del rostro del nakrús transformándose, pasando de una expresión impaciente a exhibir una sonrisa de claro entretenimiento.

—Yo nunca hablo de manera definitiva. Considero que saber cambiar de idea, incluso en los momentos más urgentes, es una cualidad.

Lénisu puso los ojos en blanco y gruñó.

—Y ¿eso significa…?

—Significa que pienso que la mejor manera de ayudar a tu sobrina es la de llevarla con los Hullinrots. Ellos conocen los secretos mentistas. Y ellos quieren destruir a Jaixel. Comprendedlo, mi idea era la de matar dos pájaros de un tiro.

Laygra emitió un ruido gutural.

—¿Quién le asegura a Shaedra que los Hullinrots no la transformarán en… muertoviviente después de haberle quitado los recuerdos de Jaixel?

—Yo no trato con nigromantes —dijo Murri con firmeza, como si hubiese tomado una decisión. Agrandó los ojos y palideció—. Ups, perdón, maestro Helith.

—No pasa nada, yo ya no puedo considerarme como nigromante de todas formas —replicó Márevor Helith apartando sus excusas de un manotazo—. Por lo que se refiere a los Hullinrots, me extrañaría que se atrevieran a practicar sus sortilegios sobre ninguno de vosotros si yo les pido que no lo hagan.

—¿Ah? —dije, interesada—. ¿Y por qué estás tan seguro?

El nakrús inspiró hondo y espiró, como para mostrar su infinita paciencia.

—Porque conozco al grupo de Hullinrots del que os hablo. Son buena gente.

Lo miré, incrédula. ¿Buena gente? Me repetí que estaba hablando de nigromantes de los Subterráneos. Era difícil juntar el concepto de bondad con saijits que vivían constantemente rodeados de energía mórtica.

—Si son tan buenos —empezó a decir Dolgy Vranc con lentitud— ¿por qué no les dices que vengan a Dathrun?

Lénisu le echó una mirada de profundo respeto al semi-orco, como si hubiera dicho una genialidad. Reprimí una sonrisa cuando el semi-orco le devolvió una mirada fulminante.

—Son nigromantes —replicó el nakrús, negando la cabeza, incrédulo—. ¿De veras creéis que al subir a la Superficie les recibirían con los brazos abiertos?

—¿Por qué no podrían subir a la Superficie? —preguntó Laygra, sin entender—. ¿Quiénes se lo impedirían?

—¡Ahá! Buena pregunta. Dime, Laygra, ¿quién teme tanto a los saijits nigromantes? Los mismos saijits, por supuesto. Ningún Hullinrot está lo bastante loco como para alejarse mucho de los Subterráneos. Y si salen a la Superficie, lo harán bien equipados y por una buena razón.

—Bueno, ¿recuperar parte de la filacteria de Jaixel no es una buena razón para que se muevan un poco? —intervine.

—Se han movido hasta Dumblor, y eso está muy lejos de Neermat —contestó—. Pero no irán más allá. Para seros sincero, los Hullinrots no confían en mí. Es lo malo que tiene la mala fama.

Enarqué una ceja. Así que Márevor Helith tenía mala fama entre los nigromantes. ¿Por qué sería? Seguramente, la historia habría empezado hacía cientos de años, y con lo que se alargaba el nakrús para contar historias, decidí no preguntar nada.

De pronto, entendí que por primera vez Lénisu se había abstenido de decirme lo que tenía que hacer. Él había expresado claramente su oposición al plan de Márevor Helith, pero esperaba a que expresara mi opinión, seguramente para aprobarla o rebatirla después. ¿Qué podía hacer? Obviamente, sólo me quedaba una opción.

—¿Crees que los Hullinrots se enfadarán si no vamos? —pregunté.

El maestro Helith frunció el ceño.

—¿Eso significa que has decidido no ir?

Asentí.

—No me parece lo más urgente. Antes tengo que ir a asegurarme de que Aleria y Akín están bien. Lo de la filacteria puede esperar. Lleva trece años dentro de mi cabeza.

Márevor Helith parecía contrariado pero no enfadado.

—Entonces aplazaré el momento. Les diré que aún no os he encontrado. Eso les calmará. Pero eso aplazará mucho las cosas. El grupo de Hullinrots del que os hablo sólo va a Dumblor un par de veces al año. De modo que más te vale ponerte ese shuamir si no quieres que te rapten antes de que te decidas a visitarlos.

—Dijiste que los Hullinrots conocían los secretos mentistas —intervino de pronto Aryes—. Eso significa que los mentistas también serían capaces de ayudar a Shaedra, ¿verdad?

Márevor Helith y Lénisu carraspearon al mismo tiempo y enarqué una ceja al observar las expresiones que ponían. Lénisu se volvió hacia la ventana, dejándole al nakrús el honor de responder.

—Me temo que los mentistas no son tan amables como pareces creerlo. Su cofradía es muy cerrada… Y tienen prejuicios sobre cualquier persona que tenga una pizca de energía mórtica en el cuerpo. Si Shaedra se encontrase con un mentista y dejase que examinaran su mente, no saldría con vida, te lo aseguro.

Aryes tragó saliva.

—Vaya.

—Sí, vaya —aprobé, algo asustada. Siempre había oído hablar de los mentistas como una cofradía de élite obsesionada por la investigación de las energías de la mente. Nunca había oído historias malas sobre ellos, aunque en todas las historias imponían un respeto que se confundía con el miedo, y eran famosos por su odio hacia todo lo que venía de los Subterráneos, aunque eso era precisamente lo que hacía que la gente los estimara. Me pregunté muy a mi pesar si, al verme, los mentistas no me confundirían con algún monstruo. Hasta yo empezaba a dudar de si no me estaba transformando en uno…

—Muy bien —dijo Márevor Helith levantándose, interrumpiendo mis pensamientos—. Cuando te decidas a ver a los Hullinrots, me avisas. Ahora, voy a meditar un poco. Os deseo un buen viaje a todos… menos a los que se quieren quedar, por supuesto —añadió, mirando alternadamente a Deria, Laygra y Murri con una ceja enarcada. Luego se giró hacia Aryes—. Muchacho, acompáñame hasta la orilla, ¿quieres?

Aryes se quedó mirándolo con estupefacción durante unos segundos.

—Espabila, jovencito —soltó el nakrús, saliendo por la puerta con su andar silencioso.

Aryes nos echó una ojeada vacilante antes de levantarse y seguir al maestro Helith afuera.

—¿Qué querrá de él? —murmuré.

—Seguramente intentará convencerlo de algo —gruñó Lénisu, con el ceño fruncido—. Aj, Márevor Helith —pronunció, sacudiendo la cabeza—. Siempre metiéndose donde no le llaman.

Lo observé con curiosidad.

—Lénisu, ¿por qué crees que nos ayuda? Quiero decir, ya sé que intenta ayudarle a Jaixel para que recupere sus recuerdos, pero lo que no entiendo es por qué es tan delicado… no nos fuerza a nada. Podría haber intentado persuadirnos un poco más. Después de todo, le debemos unas cuantas cosas. Podría habernos dado más argumentos para que cruzáramos el portal funesto de Kaendra, entonces… ¿por qué se lo ha tomado tan bien el que rechazáramos su propuesta?

Lénisu hizo una mueca pensativa y miró a los demás con cara interrogante. Todos negaron con la cabeza, sin saber qué contestar. Entonces, se volvió hacia mí.

—Es un nakrús —dijo simplemente, después de un silencio. Nos miró a todos, con las manos en el cinturón y sonrió—. Buenas noches.

Se dirigió a su cuarto y cerró la puerta detrás de sí. Dolgy Vranc se levantó.

—Venga, todos a dormir —declaró.

Nos levantamos todos en silencio y, mientras subía la escalera hacia el dormitorio, vi a Srakhi sentarse en su jergón y tomar su habitual posición de rezo. Nuestra conversación parecía haberle avivado la necesidad de rezar un poco más aquel día.

—Shaedra, sube ya —me dijo Dol, al pie de las escaleras.

—¿Y Aryes? —pregunté, mirando hacia la puerta de la casa.

—Ya volverá. Lo esperaré hasta que vuelva.

Asentí.

—Buenas noches, Dol.

Laygra, Deria y yo le dimos las buenas noches a Murri y entramos en nuestro cuarto. Cuando cerré la puerta detrás de mí, me volví y me topé con Deria, la cual me miraba con los brazos cruzados y expresión de reproche.

—¿Vas a irte, verdad?

Fruncí el ceño, sin entender.

—¿De qué estás hablando?

—Vas a irte de Dathrun en busca de Aleria y Akín. ¡Y quieres que yo me quede aquí!

La observé con la boca abierta. Parecía estar al borde de un ataque de nervios y me lo pensé dos veces antes de contestar nada importuno.

—Deria… —empezó a decir Laygra, turbada—. Creo que sería mejor dejar esta conversación para mañana…

—¡No! —soltó Deria con tono intransigente—. Quiero saber. Me has enseñado a leer porque querías que entrara en la academia —me dijo con tono de reproche.

Enarqué una ceja.

—¿Es eso malo?

Deria parpadeó y se sonrojó.

—No —dijo bruscamente, como para ocultar el tono tembloroso de su voz—. Pero tú sabías que no ibas a quedarte en la academia. Querías irte sin mí.

Avancé hasta mi cama y me senté, bajo la mirada perdida de Deria. Entendía cómo se sentía. Había perdido a su familia y ya no tenía adónde ir. Se había aferrado a mí como a una hermana mayor… pero lo cierto es que tan sólo tenía dos años más que ella y hasta ahora tan sólo había conseguido meterla en líos. El día en que los nadros rojos nos habían perseguido, cerca de Tenap, me había creído responsable de su muerte y a partir de ese día me había preguntado más de una vez quién era yo para atreverme a poner en peligro a la gente que quería.

Así que cuando levanté la mirada, contesté:

—Sí. Márevor Helith te ha hecho una propuesta generosa. No puedes rechazarla.

Deria puso cara ofendida.

—Apenas tuve tiempo de conocer a Aleria y a Akín, pero me cayeron bien. Si decido quedarme en la academia, me trataré de cobarde toda la vida. Así que iré contigo —declaró solemnemente. Parecía importarle muy poco lo que opinaba yo de eso—. ¿Cuándo nos vamos? —preguntó, chocando las dos palmas de sus manos con aire más animado.

Agrandé los ojos y suspiré. Así que Deria esperaba a que decidiese yo solita de todo, ¿eh? Por mi parte, estaba segura de que Lénisu no me dejaría hacer cualquier cosa. Ahora que estábamos reunidos, mis hermanos y yo, ¿por qué querría complicarse la vida yendo a salvar a dos elfos oscuros que había conocido apenas unos meses atrás?

—Nos iremos —dije— cuando nos vayamos.

Bostecé. Mi respuesta no parecía haber colmado todas las esperanzas de la drayta, pero afortunadamente no insistió. Al parecer, todo lo que quería saber era si podría acompañarme adonde fuese. El resto, le traía sin cuidado, o casi.

—Pero no te hagas ilusiones —añadí, cuando ya estábamos las tres acostadas—. Esto no va a ser ninguna aventura. No vamos en busca de un diamante o de una espada mágica. Sólo voy a buscar a mis amigos.

“La próxima vez, procura no perderlos”, dijo Syu, desde algún lugar no muy lejano, entre las ramas de un árbol.

“Lo procuraré”, le prometí.

Estaba cansada pero no lo suficiente como para olvidarme de las noches anteriores. Cuando estaba casi dormida, recordé una de las cosas que le había dicho a Márevor Helith al hablar del Amuleto de la Muerte: “¿Y si me mata?”, le había preguntado. “¿Y si no me reconoce?” Abrí la mano y a la luz de la Luna observé el shuamir con cierto temor, haciéndome la pregunta que no me había atrevido a hacer: ¿y si el shuamir no me reconocía porque yo había cambiado? El jaipú, en la superficie, era idéntico al de siempre, pero era demasiado consciente de que el corazón de mi jaipú se había transformado. Vibraba más. Estaba más vivo. Tanto que en algunos momentos me parecía tener una criatura extraña en mi cuerpo corriendo desbocadamente en todos los sentidos.

Observé mis brazos pálidos y lisos y me tanteé la cara con mis dedos, con prudencia. La otra noche… esas marcas negras habían vuelto a aparecer. Ardían como brasas sobre la piel. Como un fuego encerrado que se había despertado y no hacía más que alimentarse a medida que pasaban los días… ¿pero con qué se alimentaba? Todas mis averiguaciones habían fracasado estrepitosamente y por nada del mundo hubiera pedido ayuda. Porque, primero, pondría en evidencia que había sido capaz de beberme una botella en el laboratorio de un alquimista. Y segundo, porque tenía la esperanza de que todo acabaría bien y volvería a la normalidad. Y si no fuera así… ¿cómo podría seguir mirando a los ojos a mis amigos sabiendo que me estaba convirtiendo en un monstruo?

Dos lágrimas cayeron sobre mis mejillas y me tapé los ojos con el brazo, secándomelos mecánicamente. Anda, me sermoneé, ¿para qué apiadarse de sí misma? Solté un ligero suspiro. Necesitaba volver a encontrar a Aleria y a Akín. Ellos, al menos, me animarían. Aleria me aclararía la situación y Akín la relativizaría. ¡Por Nagray, qué impaciente estaba por volver a verlos!