Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 3: La Música del Fuego

9 Estrellas y secretos

Al cabo de un rato, quizá horas, todo el dolor se diluyó y se desvaneció, y me desplacé lentamente hacia Dathrun, preguntándome cómo demonios había conseguido salir de la ciudad. Todos mis recuerdos eran confusos y se deshilvanaban cuanto más pretendía reconstruirlos. Aún no se había levantado el sol, y me dirigí hacia la playa con una extraña energía que vibraba en mí como si quisiera liberarse.

Cuando estaba bajando por la colina que llevaba a la casa de la playa, recordé de pronto los sucesos de la noche. Seyrum, las gemelas… y la poción. Solté un ruido sofocado y me puse a correr, muerta de miedo. Los efectos de la poción aún no habían sido demasiado malos… ¿verdad? Al menos no me habían matado…

Entonces recordé un detalle que me puso los pelos de punta. Bajé la mirada hacia mis brazos y vi la camisa desgarrada por las mangas. Mi piel estaba normal. Pero recordaba que hacía un rato había visto manchas negras, ¿qué significaba eso? ¿Que me iba a convertir en un atroshás negro o algo así? Mi ingenua pregunta me hizo sonreír irónicamente. ¿Qué clase de atroshás medía un metro cincuenta y cinco?

Ya no llovía, pero el terreno estaba húmedo y al correr imprudentemente rápido me resbalé. Inesperadamente, algo me impidió despatarrarme en el suelo.

—Shaedra…

—¡Lénisu! —exclamé, profundamente aliviada—. No sabes cuánto me alegra verte.

—¿Qué te ha ocurrido? —preguntó Lénisu. El cielo ya empezaba a azularse y pude distinguir su expresión preocupada. No, me dije de pronto, al examinarlo mejor, no estaba preocupado, estaba tan espantado como yo—. ¿Estás herida?

Syu surgió de ninguna parte y trepó hasta mi hombro, emitiendo ruidos inquietos.

“¡Ha sido horrible!”, dijo con un tono que reflejaba un puro pánico. “¿Qué ha sido eso? Tengo un mal presentimiento…”

—Syu —le interrumpí con suavidad, dándole unas palmaditas en la cabeza—. Estoy bien.

Y de hecho, me di cuenta de que era verdad: nunca me había sentido con tanta energía.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí? —le pregunté a mi tío.

Lénisu señaló a Syu con la barbilla.

—El mono. Vino a despertarme, y por su actitud supuse que algo te había pasado, me guió hasta el sitio donde te había visto por última vez, y a partir de ahí, no sé cómo, supo encontrarte.

“He tenido que sacudirlo durante un buen rato antes de que se despertara”, se quejó Syu, fulminando a mi tío con la mirada. “Y luego ha sido lento en reaccionar. Menos mal que estás bien, si no lo habría maldecido durante todo el tiempo que me queda de vida.”

Puse los ojos en blanco, pero no dije nada. Emprendimos el camino de regreso a casa. Lénisu calló durante un buen rato.

—Supongo que me lo he merecido —dijo de pronto.

Agrandé los ojos, sin entender.

—¿De qué estás hablando?

De pronto, Lénisu se detuvo y me miró detenidamente con sus ojos violetas.

—Desde el principio no confiaste en mí. Es culpa mía.

Me quedé atónita.

—¿Que qué? —farfullé—. Claro que confío en ti, Lénisu, ¿qué te hace pensar que no…?

Lénisu agitó la cabeza.

—Si realmente hubieras confiado en mí, me estarías contando ahora mismo qué hacías fuera a estas horas.

Lo observé con los ojos entornados y se me ocurrió una idea.

—Muy bien, propongo un trato. Te cuento lo que me ha ocurrido esta noche y tú me cuentas lo de los eshayríes y lo que trama Amrit Daverg Mauhilver y me dices toda la verdad sobre mis padres. Porque no me creo que fuesen simples contrabandistas.

Lénisu agrandó los ojos e hizo una mueca gruñona.

—¿Sabes, Shaedra? Hay ciertas cosas que uno no puede revelar ni a su sobrina.

Lénisu era aún más testarudo que yo. Tosí y me encogí de hombros.

—Creo… creo que no estoy del todo bien —dije de pronto.

—Volvamos a casa —propuso Lénisu con aire sombrío, sosteniéndome con un brazo firme.

Sentía de repente que toda la energía me desertaba. Estaba hundida y extenuada.

“Mis presentimientos eran acertados”, dijo Syu. Su tono burlón dejaba traspasar cierta inquietud.

“¿Hay adivinos entre los gawalts?”, pregunté, mientras sentía que los ojos se me cerraban de fatiga.

“Por supuesto que no”, retrucó Syu, herido en su orgullo. “Los gawalts no gastamos el tiempo en semejantes tonterías. Los saijits sois supersticiosos, pero los gawalts somos ingeniosos.”

“Olvidaba con quién estaba hablando”, repliqué, divertida.

Cuando llegamos junto a la casa, todo el mundo estaba durmiendo, menos Srakhi, quien nos esperaba en el umbral, muy nervioso. Cuando vio a Lénisu, su rostro expresó alivio.

—Gracias a los dioses. Creí que ya te había tragado un monolito —masculló.

Lénisu echó un vistazo hacia el cielo que iba clareciéndose y dijo:

—No pronuncies palabras de mal augurio.

Me condujo hasta su cama, me puse una de sus largas camisas, librándome de la ropa hundida, y nada menos tumbarme caí profundamente dormida.

* * *

En mi sueño, estaba cruzando un mundo lleno de llamas. Eran como gigantescas lenguas rojas que se movían como látigos y yo iba evitándolas, volando como un pajarillo. Escapando de los lengüetazos de las llamas, avanzaba a una rapidez asombrosa, subiendo en espiral, bajando en picado en un mundo de fuego, realizando piruetas en el aire… pero no había fin. Y, de cuando en cuando, en mi carrera, oía la voz de Wigy, llena de reproches.

—¡Compórtate como alguien civilizado! —me decía, con las manos apoyadas sobre las caderas y el delantal puesto.

Pero yo seguía la carrera sin poder parar y me reía alegremente diciéndole que los dragones no entendían nada de civilización.

Cuando desperté, el sol estaba descendiendo en el océano. Me enderecé con brusquedad. ¿Cómo había podido dormir tanto? Mi brusco movimiento me mareó y permanecí inmóvil durante unos instantes antes de sentirme mejor.

Pero el caso era que no me sentía bien. Ya no me dolía nada, pero sentía un sudor frío en la piel y tenía la impresión de que mi cabeza iba a caerse si me movía. Lentamente, muy lentamente, volví a tumbarme en la cama de Lénisu y me puse a pensar. Era lo único que podía hacer en el estado en el que me encontraba.

Todo este lío se debía a la poción de Seyrum. De eso no cabía duda. Ahora bien, Seyrum había dicho que ignoraba totalmente cómo podíamos reaccionar al bebernos esa poción. Según él, el efecto era más o menos aleatorio. Una de las cosas que más me preocupaban era saber lo que me ocurría, por supuesto, aunque no podía dejar de pensar en si Zoria y Zalén habían sufrido otras crisis poco después de que nos separáramos. ¿Y si les hubiera pasado lo mismo? En ese caso, la mejor cosa que podía hacer era moverme, ir a casa de las gemelas y hablar con ellas. También podía ir a ver a Seyrum y hacerle más preguntas sobre quién era y qué hacía en su laboratorio.

Es algo frustrante el tener tantas ideas y no poder ponerlas en práctica. Pero el caso era que sentía como si me hubiesen dado algún veneno de abulia. Mis miembros apenas respondían y apenas los notaba. Cuando hube dado varias vueltas a lo que hubiera podido hacer y que no podía hacer, me concentré en el presente y en cómo me sentía. Mis pies y mis manos estaban congelados, pero frotarlos requería demasiada energía, y me rendí rápidamente, sintiendo que me iba cubriendo de un sudor enfermizo. Metódicamente, seguí más adelante mi inspección, tratando de comportarme como un médico que inspeccionara a su paciente… Primero, constaté que mi falta de energía presentaba un aspecto normal: mi cuerpo estaba exhausto, como si hubiese corrido veinte kilómetros, pero esa fatiga no se debía a ningún factor externo. No parecía ir a peor. En ese momento, me detuve a pensar en que la poción en sí, era un factor externo. De modo que me pasé la siguiente media hora buscando alguna huella de la poción en mi cuerpo. Quizá se debiera a mi pésima habilidad curandera, o al hecho de que ya habían pasado muchas horas desde que había bebido la poción, en cualquier caso todos mis intentos fueron inútiles.

Oí de pronto unas voces que se acercaban. La puerta de la casa se abrió y me dio la impresión de que mi cabeza iba a explotar con tanto alboroto. Al principio, ni siquiera entendí lo que decían, aunque luego, poco a poco, supe que habían ido todos a la academia para recoger los resultados de los exámenes.

—¡No puede ser! —decía la voz de Murri. Enarqué levemente una ceja por su tono de voz—. Es imposible que…

La voz de Laygra se superpuso a la cacofonía.

—¡Sabía que al maestro Erkaloth no le gustaría mi respuesta! Todo por la pregunta número quince, si no habría tenido una B, estoy segura.

—¿Qué tal está Shaedra? —preguntó entonces Deria.

—En el cuarto, sigue durmiendo —contestó Dol. Supuse que era el único que se había quedado en casa, fabricando juguetes.

Oí unos pasos en medio de un coro de voces y vi la cabeza de Deria aparecer por la puerta entornada. Me miró con la cabeza ladeada y al verme despierta, sonrió anchamente.

—¡Shaedra! ¿Qué tal estás?

—De maravilla —contesté sonriendo a mi vez—. ¿Qué tanto gritan por ahí?

—Murri y Laygra han ido a ver los resultados del examen —contestó Deria, animadamente, mientras se avanzaba y se sentaba en la esquina de la cama—. Murri ha sacado una B en teoría de invocación. En total, ha sacado una P, y Laygra una B. Tú también sacaste una B —me dijo alegremente.

Parpadeé lentamente y sonreí.

—Caray —dije, y fruncí el ceño—. ¿Y qué significan esas letras?

Oí varias risas y levanté la cabeza. Laygra, Murri, Dol y Aryes acababan de entrar en la habitación y mis hermanos, al oírme, se habían echado a reír, burlones.

—P significa «Pasable» —explicó Laygra, sentándose en una silla—. Y B significa «Bien».

—¿Qué hay como otras letras? —pregunté con curiosidad.

—Veamos —dijo, cerrando el puño y levantando el pulgar—. La mejor nota es la S, sobresaliente. Luego la E, excelente —dijo, levantando otro dedo—. La MB, muy bien. Luego vienen la B y la P, y luego I y CI que son Insuficiente y Claramente Insuficiente. Más abajo, no se pone nota. Se expulsa directamente al alumno.

—Aquí tienes tu hoja de resultados —dijo Murri, pasándomela—. ¡Adivina qué nota me ha puesto el profesor Tawb! ¡Una E! Yo que estaba seguro de dar la nota por haber dicho que el rey Némeron murió asesinado por unos bandidos que había mandado Seydir el Fratricida…

No lo pude evitar: solté una enorme carcajada. El rey Némeron de Acaraus y Seydir el Fratricida, también llamado el Prudente, tenían más de dos siglos de diferencia. Luego, me concentré en la hoja que me había dado Murri, mientras los demás charlaban tranquilamente en la habitación. En los cinco exámenes de teoría, había sacado dos B y tres MB. En la práctica, las cosas habían salido peor. Sorpresivamente, en endarsía, había sacado una P, en invocación, una I, en armonías una S, en percepción una B. En la casilla del examen de transformación vi inscritas las escalofriantes letras CI. No era una sorpresa: la bola que se suponía tenía que aplastar había sido devuelta casi intacta. No sabía muy bien cómo hacían la media de todas esas notas, pero no me importaba mucho, al menos no había hecho un desastre.

Se me cerraban los ojos pero me esforcé a pesar de todo en hablar con los demás. Luego, tuvieron que darse cuenta de que mi mirada se perdía entre las nieblas porque fueron saliendo de la habitación uno a uno para dejarme dormir.

Laygra se quedó un rato más sentada en la silla, sumida en sus pensamientos. Observé su rostro alargado y vi que fruncía el ceño, como si algo la preocupase. Justo antes de sumirme en un profundo sueño, recordé algo que me sobresaltó.

—Laygra —dije bruscamente—, ¿dónde está Syu?

Mi hermana había dado un respingo, sorprendida de que no estuviese dormida aún.

—Nos acompañó hasta la academia y luego se fue por su lado —contestó, recogiéndose el pelo con las dos manos—. No te preocupes —añadió, sonriéndome—, sabe cuidarse mejor que tú.

—Eso no me tranquiliza mucho —repliqué, con un suspiro.

—Ahora duérmete, hermana —me dijo suavemente.

Pese a mi inquietud, me dormí y volví a soñar con que volaba a toda velocidad en un paisaje de llamas que cambiaban siempre de forma. Pero esta vez no era Wigy quien me hablaba, sino Aleria. De pie, en una isla rodeada de lava, blandía un libro enorme hacia mí y me gritaba algo que no conseguía oír.

* * *

Cuando desperté, era de noche, y por primera vez me di cuenta de que estaba ocupando la cama de Lénisu. ¿Dónde estaría durmiendo mi tío? Aunque suponía ya mucho al pensar que estaría durmiendo pues últimamente solía estar ausente de noche y dormía buena parte del día. Nunca decía adónde iba.

Me sentía mucho mejor, y aunque aún sentía un vago sopor que no era del todo normal, podía moverme, y tenía unas ganas de desentumecer las piernas.

Así que me levanté y fui hasta la puerta en silencio. Salí de la casa sin despertar a Srakhi. Caminé un poco junto a la casa y me di cuenta de que estaba totalmente despierta: no iba a poder dormirme más esta noche. Aun así, no quería alejarme de la casa, de modo que me contenté con llegar hasta la arena y me senté en la playa. La noche era serena y en el cielo brillaban las estrellas y una fina curva de luna creciente. Hacía tiempo que no observaba las estrellas. Durante el mes en que habíamos atravesado el valle de Éwensin, me había acostumbrado a ver las estrellas y la copa de los árboles y a oír los ruidos nocturnos de los bosques, como me había acostumbrado antes a oír los chirridos de la madera en la taberna de Kirlens, y las voces lejanas y apagadas de Ató.

Era una agradable sensación estar tumbada boca arriba en la arena aún tibia por el sol del día anterior, contemplando el cielo constelado. Siempre y cuando no lloviese y no hiciese frío, por supuesto.

Me quedé largo rato ahí tendida, con las manos debajo de la cabeza y las piernas cruzadas. Se oía el tranquilo oleaje del mar que olía a sal y algas húmedas. Era maravilloso poder estar así, vivir serena y apaciblemente.

Echaba de menos el Ciervo alado. Echaba de menos a Wigy y a Kirlens, a Salkysso y Galgarrios y a Kajert y, en mi momento más nostálgico, hasta eché de menos las trastadas de Nart. A Marelta, no podía realmente echarla de menos, pero cómo me hubiera gustado volver a escuchar las lecciones del maestro Áynorin. Los profesores de la academia de Dathrun no eran como el maestro Áynorin. Eran más distantes, más profesionales, menos simpáticos. Incluso Zeerath y el profesor Tawb. Había algo en la academia de Dathrun que no me gustaba. Quizá fuese porque había muchísima más gente, o bien porque se enseñaban cosas más especializadas y más peligrosas. La gente era diferente. Por las calles de Dathrun, no había viejos sabios con sus túnicas blancas paseándose tranquilamente y saludando a cada uno que veía por su nombre. El problema de Dathrun era que la gente apenas conocía a los que le rodeaban y ni siquiera se molestaba en saber si su vecino estaba feliz o no. Cada uno iba a lo suyo, como si ante las vidas de los demás sintiera una profunda indiferencia. Era asombroso constatar cuán diferentes podían ser dos culturas.

Syu me encontró cuando estaba cavilando en estas cuestiones culturales. Corría por la playa en la oscuridad, y me divertí imaginándome que en realidad Syu era un mono gigante que estaba atravesando un desierto enorme.

“¡Syu!”, le dije, enderezándome, mientras el monstruo se iba convirtiendo en un pequeño mamífero con cuatro miembros largos y delgados. “¿Por qué estás tanto fuera últimamente?”

“Si te lo digo, me vas a bendecir”, retrucó él.

Esto avivó mi curiosidad.

“¿Y por qué debería bendecir a un mono gawalt?”

“Porque esta noche teníamos una lección con el Sombrío. Así que para no dejarlo esperar tontamente, me dije que siempre podía darme clases a mí.”

Mi corazón dejó de latir por un segundo. ¡Daelgar! ¿Cómo se me había podido pasar? El Sombrío, como lo llamaba Syu, me había citado aquella noche para una lección. Lo malo era que no se trataba de una lección normal, sino que por fin había conseguido pedirle que me enseñara un poco cómo se controlaba la energía bréjica. Y me había saltado la primera lección.

—Vaya —pronuncié, desanimada, mientras el mono se sentaba junto a mí, cruzando las piernas—. ¿Estaba enfadado?

“¿Enfadado? Dime francamente, ¿alguna vez has visto al Sombrío enfadado?”

Me lo pensé un poco y negué con la cabeza.

“La verdad es que no”, admití. “Pero… ¿no dijo nada?”

“Le dije que estabas durmiendo y que probablemente habías pillado una pulmonía, cosa muy grave, le dije, porque Aleria no sabía remediar una pulmonía.”

“¿Le dijiste eso?”, pregunté, soltando una risotada.

“Algo parecido”, replicó él, sin prestarme atención.

“Debió de pensar que te estabas riendo de él”, dije al fin, sacudiendo la cabeza con una gran sonrisa en el rostro. “Pero en fin, ¿realmente te ha enseñado algo?”

“Pues claro. Pero sobre todo hemos hablado. Aunque es saijit, es bastante inteligente, el Sombrío. Me ha contado varias historias. Y me ha preguntado cosas sobre las costumbres gawalt. Es un buen comienzo para que se vaya acostumbrando a pensar como un gawalt.”

Resoplé, divertida.

“¿Y qué le has contado sobre los gawalts? Seguro que le has contado lo de la tarta de uvas chiztrianas.”

Syu asintió.

“No se puede hablar de cocina sin hablar de la tarta de uvas chiztrianas”, dijo muy seriamente. “Pero no sólo le he hablado de cocina, eso fue porque dijo que había cenado una sopa de patatas y no sé cuánto. También le hablé de por qué los gawalts tenemos más talento que vosotros, los saijits.”

“Vamos, Syu”, solté, poniendo los ojos en blanco. Aquella conversación la habíamos tenido ya muchas veces. “Entre los gawalts hay muchísima menos diversidad que entre los saijits. Un orco no es lo mismo que un mediano. ¿Cómo puedes hablar sin saber? Cada raza tiene sus particularidades, y cada individuo tiene su manera de ser. Ya sé que es más sencillo juzgar antes de conocer, pero dado que eres un gawalt, deberías poder dejar tus prejuicios a un lado. Yo nunca he dudado de que fueras más flexible que yo, y eso que para una ternian reconocer eso es todo un logro de modestia.”

Syu se rascó la cabeza, pensativo.

“Los saijits siempre relativizáis las cosas. Tenéis que separar caso por caso. Siempre os complicáis la vida.”

“Bueno. Otra vez generalizas”, observé. “No todos los saijits piensan como yo.”

Filosofamos un poco más hasta que al de un rato nos quedamos en silencio, ambos tumbados en la arena, pensativos.

“Ah, sí”, dijo de pronto el mono. “Ahora me acuerdo. Tu tío me dio un recado para ti. Dijo que a partir de ahora no volvería a dejarte salir de noche sola.”

“¿Qué?”, dije bruscamente. “¿Ha dicho eso?”

“Eso y que si el Sombrío volvía a ponerte en peligro, se encargaría personalmente de él.”

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y me hizo estremecer.

“Así que Lénisu piensa que Daelgar tiene la culpa de lo que me pasó ayer”, susurré. Era absurdo para mí, pero no tanto para alguien que no conocía a Daelgar. “Crees que Lénisu le ha dicho algo a Daelgar?”

Syu se encogió de hombros.

“No lo sé. Daelgar no parecía sorprendido cuando le dije que no vendrías, pero Daelgar no suele sorprenderse por nada.”

“Mm”, aprobé. Y me levanté. “Haga lo que haga Lénisu, no conseguirá hacer que me quede encerrada en casa por unos temores absurdos. Por ahora, soy mi mayor peligro.”

“¿Crees que va a volver a ocurrirte lo de ayer?”, preguntó Syu.

Lo miré y me sorprendí al verlo tan sereno. Asentí.

—Es probable. —Me mordí el labio y me dirigí hacia la casa—. Creo que es hora de volver a la cama y dormir un poco más.

Pero apenas dije eso cuando oí un ruido de pasos. Instintivamente, me agazapé detrás de una pequeña duna y me rodeé de armonías para ocultarme, aunque luego me dije que probablemente sería algún vecino que vivía por ahí, a menos que fuera Lénisu al volver de sus actividades misteriosas.

Había dos siluetas que andaban por el camino. Se dirigían a nuestra casa alquilada y hablaban en voz baja, pero a una de ellas parecía costarle mantener un tono susurrante y siseaba de enojo.

—Eres imposible —decía la voz más serena.

—Es mi vida —replicó la otra voz—. Tengo derecho a hacer lo que me da la gana. Ella me quiere y yo le quiero más, ¿dónde está el problema?

—¿El problema, Murri? El problema es que ella pertenece a otra clase de gentes. Sus padres, si se enteran, no lo dejarán pasar. Y un día, te encontrarás con que te acusan de algo que no has hecho y te mandarán a la cárcel o a las galeras, o algo parecido.

—Que me manden a las galeras, me da igual. Iharath, esto es demasiado especial para que puedas entenderlo.

—Lo entiendo perfectamente —masculló Iharath. Por primera vez, en su tono había un deje de exasperación—. Pero entiéndelo tú también: esa relación no tiene futuro.

—Eso es absurdo.

—Yo sólo pretendo darte un consejo.

—No necesito de tus consejos —replicó Murri con brusquedad.

Vi que Iharath se detenía, incómodo.

—Buenas noches, Murri. Medita un poco sobre lo que estás haciendo. La hija del gobernador jamás se casará con un ternian sin títulos y sin fortuna. Es la pura verdad.

Por un momento, me pareció que Murri iba a pegarle, pero se controló y dijo con rigidez:

—Buenas noches, Iharath. Y métete en tus asuntos.

Iharath dio media vuelta y se alejó con rapidez. Murri entró en la casa y yo me quedé tendida en la arena, boquiabierta. No sabía si echarme a reír o salir disparada para preguntarle a Iharath más detalles… Pero en realidad no tenía mucho sentido reírme de Murri por amar a una mujer. No tenía ni idea de amor ni de esas cosas, pero por ejemplo sabía que Áynorin y Sarpi nunca podrían separarse. Supuse por cómo se había expresado Murri que él y Kéysazrin se querían como Sarpi y el maestro Áynorin. Eso no cambiaba en nada el hecho de que Murri estuviese cortejando a la hija del gobernador.

“En qué familia te has metido, Syu”, comenté.

Syu asintió.

“¿Qué opinas de todo esto?”, le pregunté.

“Yo digo que si no quieren que Murri se empareje con la hija del gobernador…” Hizo una mueca.

“Tienes un mal presentimiento”, agregué, completando su pensamiento. “Mm… bueno, ¿quién sabe? Quizá Murri herede cien mil kétalos y un título de duque de algún mecenas secreto y todo se arregle. Suele pasar en las obras de teatro de Teinsin. Aunque también podría raptar a Kéysazrin, y fugarse con ella a algún país lejano. No sé qué final sería el mejor.”

Syu gruñó.

“Los saijits os complicáis demasiado la vida. Y generalizo adrede”, añadió, con una gran sonrisa.

Le devolví la sonrisa, contenta de saber que Syu seguía tan gawalt como siempre.