Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 5: El Corazón de Irsa

30 Trasta

«¡Pasajeros al bote! ¡Pasajeros al bote!»

Con el Festival de Trasta, había mucho trajín entre Isleña y la capital. Numerosos extranjeros aprovechaban el viaje para echar un vistazo a los palacios. En cuanto posamos el pie en la ciudad imperial, ya a nadie le chocó ver nuestro amplio grupo.

«¿Has visto, hermano, has visto?» exclamó Yánika. «¡La torre Zéfira!»

Señalaba una gruesa torre azul.

«Apenas se la ve desde aquí,» se lamentó Galaka Dra, poniéndose de puntillas… Parecía un turista. «¿Qué tiene de especial?»

Yánika exhibió su conocimiento con alegría:

«¡Es famosa! La torre Zéfira ha repelido a los piratas del mar durante siglos. Ahora, según parece, se usa como observatorio.»

Cuando embarcamos en una gran barcaza rumbo a Trasta y salimos del puerto, conseguimos, por un momento, ver la torre más claramente. Galaka Dra estaba emocionado. Mientras acribillaba mi hermana a preguntas, me relajé, extendí mi cuerpo todo lo que pude y contemplé el cielo, escuchando el chapoteo del mar contra la madera. Unas nubes más grises que blancas lo cubrían todo como un lienzo homogéneo.

Cruzamos varios barcos pesqueros y un gran galeón que patrullaba la zona. Dos pasajeros sentados no muy lejos comentaron:

«Mira, un galeón otra vez, Luch. Este año han sacado a toda la flota. Como no impresionemos a los extranjeros con esta…»

«Rimi, despilfarrar de esa forma es hacer el ridículo más que nada… Aunque supongo que el Consulado sale ganando.»

«Como siempre. ¡Bueno! Mañana, empieza la primera prueba,» se animó el tal Rimi. «Dicen que este año han retransformado todo el laberinto. ¡Me hubiera gustado participar sólo para verlo desde dentro!»

«Todavía puedes apuntarte. Siempre hay vacantes de última hora.»

«¿Me ves compitiendo con los Ojos Sangrientos o los Shinganuri? Por no hablar de los gremios que vienen de fuera de Trasta. Los Cuervos Rojos de Korame, los Antas de Walipá…»

«He oído que este año se ha apuntado una cofradía de Firasa.»

«¿La Orden de Ishap? Esa viene todos los años…»

«No, era otro nombre, pero no recuerdo ahora…»

«Entonces no te molestes en recordar. Esos grupos de aventureros vienen aquí creyéndose los mejores, se jactan y van causando jaleo al llegar, ¡pero luego no consiguen ni pasar la primera prueba y se van con el rabo entre las patas!» rió.

Puse los ojos en blanco y dejé de prestar atención para fijarme en nuestro grupo. Los milenarios, Ruhi y el ex-dokohi amnésico escuchaban a Yánika y Yodah hablar de no sé qué historia sobre los orígenes de Trasta. Jiyari había comprado un nuevo cuaderno en la ciudad imperial y dibujaba frenéticamente como si hubiese estado en falta de creatividad durante días. Kala intentaba sonsacarle palabras a Boki. Erla consultaba un mapa turístico de Trasta. Saoko miraba hacia el horizonte, aplicando una técnica que le había enseñado Jiyari para no marearse pero… no parecía tener mucho efecto. Los cinco Zorkias y Melzar mantenían un ojo atento sobre Zyro y Kan —así como el segundo estaba bastante cuerdo pese a no haber pronunciado una palabra, el líder de los dokohis seguía mirando al vacío, enajenado. En cuanto a la última del grupo…

Me giré hacia Omalya Norgalah-Odali. La drow tenía los ojos hinchados de haber llorado y se retorcía nerviosamente las manos, absorta. Tras una vacilación, tuve una idea, rebusqué en mi mochila y saqué el cubo que me había dado Livon tras resolverlo. Seguía en buen estado. Se lo tendí. Lentamente, Omalya alzó los ojos hacia mí.

«Dijiste que necesitabas tiempo para pensar,» comenté. «Pero a este paso lo habrás pensado todo en unos días. Por eso, hacer pausas no viene mal, abuela.»

La drow agrandó los ojos.

«¿A-Abuela? Oh. Supongo…» sonrió, «supongo que he envejecido sin darme cuenta. Debo de tener cerca de setenta años ya, ¿verdad?»

Hice una mueca. ¿Había metido la pata?

«Esto… Pero no los pareces para nada,» aseguré.

«¿Quieres decir que parezco aún más vieja?»

«¡No, para nada!» me atraganté.

Omalya sonrió y aceptó el cubo diciendo:

«Gracias, muchacho. Solía jugar a estas cosas de joven. Oh, pero nunca había visto este modelo. Muy curioso. Hay que juntar los números, ¿verdad? Veamos…»

Me senté junto a ella, preguntándome cuánto tiempo tardaría en resolverlo. Tardó un cuarto de hora. Sonreí con sorna interiormente. Si Livon supiera…

«Se te da bien, nahó.»

«Oh, no hace falta que me llames nahó,» protestó. «De hecho… prefiero que me llames abuela.»

Enarqué una ceja y sonreí.

«¿Estudiaste en el Templo del Viento, abuela?»

«Mm. Así es. ¿Has estado ahí?»

«He crecido ahí. Soy Monje del Viento,» le revelé.

«¡Oh! ¿Un destructor?»

«Así es. ¿No me he presentado? Soy Drey Arunaeh. Mi hermano, mi padre, y mi abuelo también son destructores.»

Omalya inspiró bruscamente.

«¿Drey Arunaeh? ¿No serás hijo de Nalem Arunaeh?»

«Su nieto.»

«Su nieto,» repitió. «¡Claro! Entonces… ¿conocerás a Merol, verdad?»

«¿El Gran Monje? Claro.»

Omalya agrandó sus ojos rojos de drow, atónita.

«¿El Gran Monje? ¿Ese vago?»

Solté una risa sorda. Si la oyera el aludido…

«Ocupa el puesto desde hace ya más de veinte años, me parece,» afirmé. La drow se ensimismó. La miré con curiosidad. «¿El Gran Monje y tú… erais cercanos?»

Omalya asintió con suavidad y me sonrió.

«Aunque nunca tuvimos hijos… soy su esposa.»

Creí tragar de golpe un vaso de algayaga. El Gran Monje, ese viejo zorro… ¡¿tenía una esposa?! Omalya rió quedamente.

«¿Tan increíble te parece que una vieja como yo tenga como esposo a un Gran Monje?»

«No,» espiré sin aliento. «Lo que me sorprende es que el Gran Monje esté casado.» Omalya se echó a reír más abiertamente y añadí: «Ah, me refiero a que tiene un carácter especial, pero yo lo considero como a un verdadero abuelo…»

«Por lo que dices, Merol sigue siéndome fiel,» meditó Omalya sin parecer sorprendida. «A pesar de que trabajábamos en distintos campos y nos veíamos poco, nos queríamos… Pero la guerra lo cambió todo. Hace casi cuarenta años que no lo veo.» Me dedicó una sonrisa temblorosa. «Llegará el día en que empiece a aceptar la realidad. Entonces… iré a verlo.»

Sin duda, el tiempo los volvería a juntar…

«¡Trasta!» exclamó de pronto Erla, sobresaltándonos. «¡Estamos llegando!»

Me fijé entonces en que la barcaza se acercaba ya a los muelles de la capital. Los pasajeros se agitaban, ansiosos por llegar. Le eché un mirada de soslayo a Omalya mientras me levantaba. Estaba absorta dando vueltas al cubo al azar, perdida en sus recuerdos. Ignoraba si la conversación la había ayudado en algo pero… ahora sabía al menos que no se había rendido. Seguía mirando hacia el futuro.

Me apeé en el muelle con el corazón ligero. Salimos del puerto todos juntos. Trasta rebosaba de actividad. Embelesados, Kala y Galaka Dra se paraban cada varios pasos para admirar cualquier detalle: los tenderetes con sacos llenos especias de Arlamkas, peras exóticas de Éshingra, sal azul de Rener, moigat rojo de Lorri-man, puerros negros de los Pueblos del Agua… Hileras de linternas doradas colgaban de las casas para el Festival… Instalada sobre mi cabeza, Naarashi se retorcía, curiosa.

Oí un tintineo y vi a Jiyari agacharse para recoger unas monedas caídas al suelo. Se las devolvió a una joven elfa cargada con dos cestas bien llenas y le dedicó una sonrisa encantadora al oírla decir gracias. Le di un leve codazo burlón mientras la elfa se alejaba.

«No te quedes atrás, Campeón.»

Jiyari se rascó el cuello con una sonrisa inocente.

«Una pena que Tafaria no haya podido venir con nosotros para ver esto,» comentó con los ojos brillantes abrazando la abarrotada calle.

Me encogí de hombros.

«Dijo que vendría a Trasta en cuanto se arreglara el asunto del portal con los rosehackianos. Sabiendo cuánto deseaba volver a veros, no creo que se retrase.»

Jiyari me dedicó una expresión risueña.

«Tienes razón, Gran Chamán.»

Puse los ojos en blanco.

«El Gran Chamán es Kala. Yo ya sólo soy Drey Arunaeh.»

«No,» replicó el rubio con alegre convicción. «Para mí Kala y tú seguís siendo por igual el Gran Chamán.»

En otras palabras, ¿me consideraba como un hermano a mí también? Esbocé una sonrisa, que se transformó en una mueca cuando, un poco más adelante, oí a Melzar preguntar:

«¿Dónde se ha metido Kala?»

Tras echar un vistazo alrededor, mascullé:

«Dije lo de las conchas a modo de broma pero… mar-háï.»

«En realidad,» meditó Melzar, «somos nosotros los que nos hemos perdido.»

Agrandé los ojos. ¿Qué? Entonces tuve que aceptar un hecho: los milenarios, Erla y los Zorkias habían desaparecido en la multitud. Melzar, Jiyari y yo nos paramos en una esquina más tranquila e intercambiamos una mirada.

«Nunca había visto tanta gente en una misma calle,» admitió Jiyari.

«Con lo torpe que es Kala, fijo que se ha perdido también,» suspiré.

«¿Qué hacemos, Gran Chamán?»

«Aún no ha anochecido… Lo más probable es que Erla haya ido a notificar su presencia como participante en la competición de mañana. Pero no sé dónde es eso. Tal vez deberíamos buscar a Kala antes.»

«Si tardamos en encontrarlo, acabará llorando,» se preocupó Jiyari.

Melzar resopló.

«Suelen llamarme pesimista, pero vosotros… ¿en qué os basáis para decir que Kala se ha perdido? Si somos nosotros los que nos hemos perdido.»

Jiyari y yo nos miramos y esbozamos sonrisas molestas.

«Así funciona,» dije.

«Si nosotros nos hemos perdido…» añadió Jiyari.

Completé:

«No es posible que Kala no se haya perdido.»