Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna

9 La Torre del Ave Eterna

Aquella misma tarde, llegó un agente diplomático titiaka al albergue, respaldado de guardias ragaïls, para acompañar la litera de Lanamiag Korfú hasta la embajada. Al ver entrar a tanto titiaka armado, los Xalyas se apartaron hasta el lado opuesto del salón con un temor sordo. Estaban en la República, cierto, pero Dashvara dudaba de que la milicia fuera a intervenir si a los Ragaïls les daba por conducirlos a la embajada a la fuerza: al fin y al cabo, oficialmente, seguían estando marcados, eran propiedad de un comerciante titiaka y dependían de la Federación.

Lanamiag Korfú se marchó, pero no Fayrah. Cuando el agente diplomático y sus soldados dejaron el lugar, Kuriag Dikaksunora parecía estar animado. Al preguntarle Dashvara la causa de su cambio de humor, el joven Legítimo se ruborizó y explicó:

—Atasiag no tardará en salir. Confío en ello. Os lo… aclararé más adelante.

Dashvara se encogió de hombros.

—Mientras salga, los pormenores me traen sin cuidado.

Kuriag asintió y regresó a los cuartos. En cambio, Fayrah se había sentado a la mesa con cara ensombrecida. Al percatarse de que su hermano la miraba, interrogante, dejó escapar un gruñido de exasperación poco propio de ella.

—Es Lan —dijo—. A veces puede ser una persona formidable. Y otras veces es más idiota que un troll. Le he intentado convencer de que olvide el pasado. Pero no me hace caso. Y lo peor es que entiendo que quiera vengarse. Tú hiciste lo mismo con Nanda de Shalussi.

Dashvara no contestó. Myhraïn, la prima mayor de Alta, intervino con sorna:

—De modo que, si ese extranjero matara a tu hermano, tú «lo entenderías», ¿verdad?

—¡No! —replicó Fayrah, sobresaltada—. Claro que no.

—Pues ha amenazado con matarnos a todos —apuntó Sinta, la prima menor.

—Está enfermo, no pensaba lo que decía…

—Te aseguro que lo pensaba —replicó Dashvara con calma—. Pero no importa. Mientras él vuelva a Titiaka y nosotros a nuestra estepa, no habrá derramamiento de sangre. —Vaciló—. Recuerda que aún puedes cambiar de opinión si…

—No —retrucó Fayrah con tono rotundo. Y se levantó—. Voy a ir a la embajada.

Dashvara se tragó un suspiro y asintió.

—Te acompaño.

La acompañó y, en menos de una hora, estaba en el camino de vuelta, andando solo por las calles del Dragón. El cielo se había cubierto de nubes grises y una llovizna fría empezaba a empaparlo entero. Para despedirse, Fayrah tan sólo había soltado un «lo siento» que Dashvara no acababa de comprender. Así que, sin saber muy bien qué contestarle, se había contentado con darle un fuerte abrazo fraternal y devolverle el saco con sus pertenencias. Deseaba de todo corazón que Fayrah no estuviera cometiendo un terrible error.

—Vaya, vaya —soltó de pronto una voz a su derecha—. ¿Repartiendo más cartas para el señor Peykat?

Dashvara se giró y vio a ese chaval moreno, Api, del número doce de la Calle de los Olivos. Llevaba una larga capa negra, pero no se había puesto la capucha y sus mechones, hundidos, se pegaban a su rostro desordenadamente. Un demonio, se dijo Dashvara con un estremecimiento. Lo saludó, sin contestar a la chanza.

—¿Así que tú tampoco eres republicano? —le preguntó.

—¿Yo? No. Vengo del este. De hecho, sólo llevo unas semanas en Dazbon.

—¿Viajas solo? —se extrañó Dashvara. El chaval, pese a la seguridad con la que hablaba, no debía de tener más de quince años.

—¿Tan raro resulta? Dime —añadió, mientras reanudaban la marcha por la calle—, ¿cómo es que acabaste sirviendo a Atasiag Peykat?

Dashvara no sintió ningún reparo en contestarle:

—Los bárbaros nos capturaron y los titiakas nos esclavizaron. De eso hace más de tres años.

—¿De modo que Atasiag os compró?

La idea parecía hacerle gracia. Dashvara matizó:

—Fuimos un regalo del Consejo de Titiaka. Pero, gracias a la Revuelta, nos escapamos y ahora vamos a volver a la estepa.

—Qué práctico entonces que Atasiag haya sido encarcelado nada más llegar a Dazbon —observó Api con burla.

Dashvara frunció el ceño.

—No tan práctico. Resolvimos que, si seguíamos sirviéndolo durante un tiempo, nos compraría caballos. De todas formas, parece ser que saldrá dentro de poco.

—¿Oh? —Un brillo pensativo pasó por los ojos de Api—. ¿De modo que lo acusaron en falso?

—Ni idea. ¿Por qué te interesa tanto el destino de ese hombre si no lo conocías antes?

—Por curiosidad —contestó simplemente el chaval—. Por cierto, un tal Asmoan vino a casa de Sarga este mediodía. ¿Lo conoces, verdad?

Dashvara sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo y, cuando se cruzó con la mirada inteligente del chaval, recordó con qué tipo de criatura estaba hablando.

—Lo conozco —asintió el Xalya.

—Mm. No paró de hablarnos de tu pueblo durante toda la comida —continuó Api—. Y nos contó maravillas de vuestra Ave Eterna. Dijo que teníais una Torre… por así decirlo, divina.

Dashvara puso los ojos en blanco.

—Hablas de la Torre del Ave Eterna, ¿verdad? Esa torre nunca fue nuestra. Perteneció a los Antiguos Reyes. Y está en territorio esimeo desde hace muchas décadas.

—Perteneció a vuestros ancestros —replicó Api—. Ancestros que compartían semejanzas con Asmoan.

Dashvara se detuvo bajo la lluvia. Semejanzas, se repitió. ¿Semejanzas tales como que eran demonios como él? Fulminó a Api con la mirada.

—¿Adónde quieres ir a parar, chaval?

Api se metió las manos en los bolsillos de su capa.

—Asmoan quiere ir a ver esa torre.

—Lo sé. Y le dijimos que, si estaba dispuesto a pagarnos el viaje, nosotros lo guiaríamos hasta ella. Dijo que se lo pensaría.

—Ya se lo ha pensado —sonrió Api.

Dashvara lo miró con el corazón latiéndole de pronto más aprisa.

—¿Y? —gruñó.

El joven demonio se colocó la capucha con una exasperante tranquilidad.

—Va a pagar —dijo entonces—. Es decir, va a pagar su parte. El titiaka pagará la otra.

Dashvara dejó escapar un silbido de incredulidad.

—¿Atasiag va a pagarnos los caballos?

—No —replicó Api—. Él no. El otro. El elfo.

El asombro dejó paso al completo desconcierto.

—¿Kuriag Dikaksunora? —murmuró Dashvara—. Y… ¿por qué?

Se dibujó una sonrisa en el rostro semiescondido de Api.

—El elfo os lo dirá.

Con estas palabras, el demonio se inclinó profundamente y se alejó por otra calle con rapidez.