Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 3: El Ave Eterna

6 Enemigos que dejan de ser enemigos

—¿Me vas a contar la historia, verdad? —preguntó Shivara, cuando ya bajaban las Escaleras. El niño daba brincos, aferrándose a su peonza con una mano.

Dashvara le echó una ojeada de leve reproche.

—Eres un pequeño demonio, Shivara. Baja con cuidado, no vaya a ser que te caigas y te devuelva a tu padre en cinco trozos.

Lo agarró de la mano y siguieron bajando las Escaleras hasta el Distrito del Dragón. Pese a haberse pasado todo el día dando vueltas por la ciudad, permanecer encerrado en el albergue con unos titiakas parloteando incesantemente no le llamaba mucho. Además, tenía pensado visitar a varias personas. Sin embargo, antes tenía que explicarle ciertas cosas a Shivara. Cuando llegaron a la Plaza de la Libertad, se sentó en el borde de una fuente desocupada. Pese a haber bastantes grupos sentados en las fuentes y los peldaños de la plaza, esta estaba bastante tranquila. Por una vez, el cielo seguía relativamente despejado y el sol del atardecer lo iluminaba aún.

—Siéntate, pequeño.

Shivara se sentó a su lado, muy formalmente. Era un niño sosegado, pero no siempre muy atento. Por eso le hizo gracia a Dashvara cuando se cruzó con sus ojos ávidos.

—Vamos a ver. ¿Alguien te ha contado ya la historia de los Xalyas?

El niño se encogió de hombros, balanceando los pies.

—El shaard cuenta muchas historias.

—Sí, pero no muchas sobre los Xalyas. Shokr Is Set fue honyr antes que xalya. Conoce historias muy antiguas sobre los Antiguos Reyes y los señores de la estepa. Pero yo te estoy hablando de nuestra historia reciente. De por qué los Xalyas hemos vivido tres años fuera de la estepa. De por qué somos tan pocos.

Cuando vio la curiosidad pintarse en el rostro de Shivara, supo que Morzif no le había comentado nada de eso. Sin duda el Herrero debía de pensar que esas cosas no se contaban a un niño de seis años. Dashvara no compartía su opinión. Así que decidió narrarle en orden los sucesos de los últimos años, insistiendo en que, si habían abandonado la estepa, había sido contra su voluntad y, si su padre había sido azotado, había sido por culpa de los esclavistas titiakas. Lo impresionó la seriedad con que Shivara lo escuchaba.

—Pronto volveremos a la estepa —concluyó Dashvara—. Te encantará el lugar. Nos esperan épocas difíciles, pero sobreviviremos. Y sin duda viviremos más felices ahí que en estas tierras de salvajes —sonrió—. Ya lo verás.

Shivara asintió con aire convencido. De pronto, detrás de ellos, una voz burlona soltó:

—Jamás conseguiréis cruzar el territorio esimeo.

Sobrecogido, Dashvara se giró para ver a un hombre fornido, de barba hirsuta y cara estepeña. Llevaba el uniforme de los bomberos de Dazbon. Su expresión era un muro de mármol. Dashvara se levantó lentamente de la fuente. Lo reconocía, se percató, asombrado.

—Walek de Shalussi —articuló—. La última vez que nos separamos te proclamaste jefe de tu pueblo.

El Shalussi asintió con desgana.

—La última vez que te vi estabas a un paso de la muerte —replicó.

—He saludado la muerte de muy cerca estos últimos años —aseguró Dashvara—. De modo que los Esimeos atacaron tu aldea.

Walek escupió en el empedrado de la plaza.

—Esos perros nos esclavizaron a todos. Nos metieron en sus campos de cultivo, al oeste. Escapé, pero de milagro. Pensaba ir a Dazbon y reunir a algunos Shalussis para liberar a nuestro clan. Pero no hay verdaderos Shalussis en esta maldita ciudad. Son todos unos cobardes.

Su voz vibraba de desprecio. Dashvara levantó los ojos al cielo. ¿Cómo podía esperar Walek que unos Shalussis que vivían en Dazbon tal vez desde hacía generaciones se fueran a molestar en arriesgarse la vida contra los Esimeos? El pequeño Shivara dejó escapar:

—Padre dice que todos los Shalussis son unos gallinas.

Dashvara resopló, reprimiendo mal una sonrisa.

—Hey, pequeño. Tu padre generaliza. Mira Rokuish. Es un buen tipo.

—Pues mi padre dice que Rokuish es un gallina —insistió Shivara—. Y Zefrek también. Dice que si hubiese tenido más agallas no se habría convertido en pirat…

Rápido como el viento, Dashvara le dio un coscorrón.

—Cállate, anda.

—¿Zefrek? —repitió Walek, con un brillo extraño en los ojos. Las palabras del pequeño Xalya no parecían haberlo ofendido—. ¿Zefrek de Shalussi está en Dazbon?

—Lo está —afirmó Dashvara—. Y yo que tú no me acercaría a él después de lo que le hiciste. Ahora tendrás que disculparme, pero este jovencito y yo tenemos que marcharnos. Buenas tardes.

Tras un intercambio de miradas medio hostil medio indiferente, Dashvara tomó la mano de Shivara y se alejaron hacia el sur. Volver a encontrarse con Walek le había ensombrecido el humor.

—¿Quién era ese? —preguntó Shivara.

—Es o más bien era un guerrero shalussi —explicó Dashvara—. Atacó nuestro torreón.

El niño inspiró bruscamente.

—¡Es un enemigo!

—Ya no lo es. Se ha quedado sin jefe al que obedecer. Y se ha quedado sin pueblo. Tal vez sea injusto diciendo esto pero… bien merecido se lo tenía —murmuró Dashvara.

—¿Adónde vamos ahora?

—A saludar a un viejo conocido. Espero que siga viviendo en el mismo sitio.

Cuando llegó ante la casa de Aydin Kohor, había luces en las ventanas. Era ya casi de noche y las calles se estaban llenando de sombras. Llamó a la puerta y fue a abrir un joven ternian vestido con una larga túnica negra. Su rostro más pálido que la muerte daba escalofríos.

—¿Sí?

Dashvara se aclaró la garganta.

—¿Sigue viviendo aquí un tal Aydin Kohor?

El joven asintió lentamente, escudriñándolo.

—Está cenando. ¿Quién eres?

—Dashvara de Xalya. No quisiera molestar. Simplemente me gustaría que le dieras esto de mi parte. —Tendió una figurina de madera blanca representando un dragón: se había pasado todo el mes perfeccionándola y era, de lejos, la obra de arte que mejor le había salido hasta ahora.

El desconocido observó la figurina, pero no la cogió. Se apartó de la puerta.

—Pasa. Mi padre nos habló de ti. Sin duda le alegrará recibir ese objeto de tus propias manos. Yo soy Traolgan.

Dashvara entró, le estrechó la mano y volvió a estremecerse al notar la frialdad de su piel. De pronto, se oyó un ruido sordo contra las tablas del suelo y Dashvara vio la peonza rodar hasta los pies del ternian. Shivara puso cara temerosa y se aferró a la manga de Dashvara mientras Traolgan se agachaba para recoger el juguete.

—Creo que esto es tuyo —le dijo al niño, tendiéndoselo.

El niño recogió la peonza sin una palabra. Parecía haberse quedado sin habla. Dashvara carraspeó.

—Se dice gracias, Shivara.

El niño asintió con la cabeza, como si eso bastara para repetir la palabra. Bajo la mirada exasperada de Dashvara, farfulló:

—Gracias.

El ternian sonrió levemente antes de conducirlos al salón. Ahí, se encontraban sentados Aydin Kohor con su esposa y el viejo Tildrin. De aspecto, ambos ternians no habían cambiado nada, si acaso el viejo ladrón tenía algún mechón de pelo menos. Dashvara se inclinó ante los tres.

—Siento interrumpir vuestra cena. Sólo quería…

—¡Dashvara de Xalya! —exclamó el curandero, anonadado—. ¡Por el Dragón Blanco! Esto sí que es una sorpresa.

Se levantó y, sonriente, rodeó la mesa para estrecharle la mano. Dashvara le tendió el dragón esculpido.

—Ya sé que tu esposa lo habría hecho mucho mejor pero… bueno, pensé que te gustaría de todas formas.

Aydin estaba de buen humor y Tildrin, quien confirmó ser el padre del curandero, sonreía con todos los dientes que le quedaban. La esposa, de gran belleza pese a ser una ternian, saludó alegremente a ambos Xalyas elogiando la figurina esculpida y les propuso unirse a ellos para la cena. Sólo entonces Dashvara se dio cuenta de que no había cenado aún.

—Es muy amable, pero no quisiera molestaros…

—¡No nos molestas en absoluto! —aseguró Aydin—. Nos compensarás contándonos una historia.

—¿Una… historia?

—Tu historia —precisó el ternian—. Viendo todo lo que te pasó en Dazbon en unos pocos días, supongo que en tres años te habrás encontrado con el mismísimo Dragón Blanco y matado a diez mil enemigos.

Dashvara se carcajeó.

—Contando los hormigueros que erradicábamos en el barracón de la Frontera, tal vez… Está bien, acepto. Pero no podré quedarme mucho tiempo.

Shivara y él tomaron asiento y, mientras engullían con apetito un plato de sopa exquisita, Dashvara resumió sus andanzas por la Federación de Diumcili, omitiendo las partes más desagradables para no cortarles la digestión.

—¿Y los Hermanos de la Perla? —preguntó Tildrin, ansioso—. ¿Están todavía en Titiaka?

—Llegaron a Dazbon hace unas semanas, según tengo entendido.

El ladrón arrepentido suspiró.

—Ya ni siquiera pasan a verme.

—Estarán ocupados —los excusó Dashvara, aunque no pensó menos que podrían haberse molestado en pasar a saludar a su antiguo compañero—. Se pasarán seguramente en cuanto puedan. A saber qué granujas andarán persiguiendo ahora. —Se percató de que Shivara se había quedado profundamente dormido en su silla—. ¿Y Hadriks? —preguntó—. ¿Entró en el Bastión?

—Er… —La mueca de Aydin le hizo alzar una ceja—. Hadriks. —Meneó la cabeza suspirando—. Sí, fue al primer curso del Bastión. Pero no le renovaron la beca a pesar de que el muchacho tenía buen nivel. Ya sabes lo impulsivo que puede ser ese joven: se puso a un hijo patricio en su contra y poco a poco la cosa fue empeorando. Dejó de ir a clases. Cuando me enteré, le advertí de que se jugaba la beca y no me escuchó. Fue a los exámenes finales pero suspendió. Puedes imaginarte cómo se sintió el chaval después de eso. —Se encogió de hombros—. Decidió meterse a marinero, así, de la noche a la mañana. Lo malo es que era ya demasiado mayor para empezar de grumete. No duró ni tres meses. En fin. Desde entonces, va encadenando trabajos de aquí para allá. La última vez que lo vi, fue cuando pasó por aquí para decirme que se marchaba a Rocavita, para la vendimia. De eso hace dos meses. Pobre muchacho.

Estaba claro que Aydin no estaba muy satisfecho con las actuaciones del muchacho. A Dashvara tampoco le pareció una vida tan trágica. Entre pasarse varios años rodeado de magos locos y pasarse otros tantos alternando de trabajo, prefería lo segundo. Salvo si ese trabajo era ser marinero en un barco, agregó para sí. Sin embargo, cuando compartió su opinión, Aydin argumentó que Hadriks «valía más» y que su experiencia en el Bastión lo había desanimado y convertido en un muchacho inestable.

—Si cambiaba de trabajo, es porque lo echaban, en la mayoría de los casos —explicó el ternian—. Estuvo incluso en la cárcel durante un mes, por haber participado en la revuelta de obreros del puerto, hace un año. No sé qué le ha ocurrido a ese muchacho. Ya intenté convencerlo para que al menos se quedara conmigo para seguir fabricando mágaras. Pero dijo que no volvería a fabricar una mágara en su vida. En fin —suspiró—. Supongo que con los años se volverá más sensato.

Dashvara asintió y dijo:

—Que el Ave Eterna vele sobre ese muchacho. Y sobre todos vosotros —añadió—. Es ya muy tarde y Shivara debería ya estar en su jergón. Será mejor que volvamos.

Tras saludar a todos, cogió a Shivara en brazos y salió a la noche sin que el niño abriera siquiera los ojos. Las calles se habían cubierto de niebla, pero por lo menos aquella noche no había habido tormenta.

Estaba ya cerca del Templo del Ojo cuando la voz de Tahisrán penetró en su mente como un relámpago:

“¡Al fin te encuentro! El capitán me mandó en tu busca. Me ha pedido que te dijera que han arrestado a Atasiag Peykat.”

Dashvara se detuvo en seco, helado.

—¿Qué?